El ángel de la guarda de los caballos: les da otra oportunidad a los ancianos, heridos y sentenciados a muerte

Ariel Corse es un médico veterinario de La Matanza. De chico era un “desesperado de los caballos” y tuvo el ingenio para crecer junto a ellos como un “peoncito”. Le da asilo y cuidados 250 ejemplares bajo el cuidado de la ONG que preside, ACMA en Alejandro Korn y cerca de Baradero. Tiene una gran conexión con estos animales y entiende cuando pueden y quieren seguir viviendo, aún llevando una prótesis en la pata. Se financia con el padrinazgo y voluntariado de casi todas mujeres que van todos los fines de semana a cuidarlos

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Ariel Corse es de Villa
Ariel Corse es de Villa Madero, La Matanza. Lleva toda una vida al lado de esta especie a la que aprendió a interpretar y analizar en conjunto (Gentileza Ariel Tur)

El caballo lo miró como pidiéndole una oportunidad. Su cuerpo estaba bien, menos su pata, que estaba quebrada. “No quiero escuchar que tenés un problema con mi pata, cuando yo no lo tengo”, interpretó al ver su cara y el conjunto de cuerpo sano y fuerte. Estrella, la yegua de siete años, con su autoestima elevada le “partió el cráneo” y todo lo que había aprendido de manera estructurada en la universidad. “Habría que hacerle una bota”. Y así lo hizo. Estrella hoy tiene 19 años y vive feliz en Acma.

Ariel Corse es el ángel de la guarda de caballos maltratados, viejos y de aquellos a los que le dan la sentencia de muerte: del ya no hay nada por hacer. Este hombre de 44 años, casado y con dos hijas, es médico veterinario, y actualmente, está al frente de dos predios con unos 250 ejemplares, dentro de la estructura de la Asociación contra maltrato animal (ACMA). Se trata de una ONG muy activa, llena de padrinos y voluntarios -un 95 por ciento son mujeres- con mucha participación y voluntad de trabajo. Está el predio base de Alejandro Korn, donde funcional el hospital, y otro cercano a Baradero. La función no solo es de rescate. Los rehabilitan, algunos entregados en adopción con suma responsabilidad y otros tienen la posibilidad de caminar bajo el sol hasta sus últimos días en los que morirán dignamente.

La ONG Acma aloja a
La ONG Acma aloja a 250 caballos, en dos predios y lo sostiene con el aporte de padrinos y voluntariado

Si algo sobra a este veterinario es amor y mucha conexión con esta especie que aprendió a conocerla desde chico y luego con su formación veterinaria. Cada ingreso de un caballo suma una página en la historia de ACMA que ya cumplió 12 años. Quienes están desde los inicios fueron testigos de capítulos inolvidables, que marcaron a fuego la institución: como la rehabilitación de Estrella con su bota y ganas de correr y Lala, una sobreviviente de un feroz incendio que ocasionó daños en el 90 por ciento de su cuerpo. Animales que no estarían ahí vivos pastando, si no fuera por el Dr. Corse, presidente de la ONG. Su apellido, por poco, no es Horse (caballo en inglés).

Quien quiera puede acercase y apadrinar un caballo (acma.org.ar) De eso se trata. No reciben un subsidio estatal. Hay unos 40 voluntarios permanentes, de todas las edades y también hay empleados fijos. Son 250 caballos cuidados con un enorme esfuerzo en lo cotidiano. Si alguno lo necesita, puede contar con alguien cuidándolo las 24 horas. Los voluntarios cubren el franco de los empleados. Los liberan temprano para comer en el campo, limpian los boxes y a las cinco de la tarde se los encierra para que coman los rollos de pasto. A los ancianos se les humedece la comida. “Los voluntarios tiene que tener más de 16 años. Es que los caballos te pueden lastimar sin querer. Siempre hay lugar para todos, desde los que les cosen mantas hasta quienes manejan redes”, cuenta.

Los ejemplares están agrupados por franja etaria, por carácter o por compatibilidad. Hay caballos tranquilos y otros con muchos traumas. Están los que que tienen terror a todo y a los que no les importa nada. Igual que las personas. “Para mí son familia. Son amigos, son individuos, seres que quiero y valoro. Trato de interpretarlos en cada cosa que les pasa para saber cómo manejarme: es igual que con tus amigos, está el tóxico, el insoportable, el bonachón. Es igual. Mis términos con los caballos no son los convencionales. Puedo decirle: dejate de joder, qué te pasa, no seas estúpido. Es la forma que tengo de comunicarme. Ellos entienden total y absolutamente”, afirma el veterinario.

Ariel Corse, de 44 años,
Ariel Corse, de 44 años, está casado y tiene dos hijos. Los caballos que salva y rehabilita los considera sus amigos, a quienes aprendió a interpretar y a mirar en conjunto

“Fui un desesperado de los caballos desde chico”, afirma Corse, que se crió en Villa Madero, La Matanza. A los cuatro, cinco años se trepaba a los de la calesita o los juegos mecánicos cuando podía vacacionar en San Clemente. Cuando pasaba el mimbrero con el carro y su caballo, llevando muebles se escapaba del mostrador del almacén de mis padres, inmigrantes napolitanos, para seguir sus pasos, completamente deslumbrado. Lo seguía por un costado hasta donde podía. “Estaban bien mantenidos. Eran otras épocas”, explica.

El médico veterinario no proviene de una familia con haras ni de clase alta con el poder adquisitivo para criarse en un universo equino. Siempre recuerda su origen. “Yo era de otro mundo”, explica. De clase media baja, con almacén y familia con tradición en animales de granja. “Tengo a los dos conmigo”, dice sobre sus padres desbordado de afecto. Muy pronto supo lo que costaba tener un ejemplar. Y a los 9 se las ingenió para empezar compartir tiempo con ellos. “Cerca de casa había un portón de hoja doble y yo miraba por una hendija que adentro había caballos. Hasta que alguien me vio los pies”, recuerda. Más bien, piecitos. El dueño era un matarife y le gustaban los caballos. Tenía unos cuantos. Y lo invitaron a entrar.

El 95 por ciento del
El 95 por ciento del voluntariado está integrado por mujeres

“Ya no me sacaron de encima. Iba todos los días. Tenía que barrer, hacerle la cama, levantar lo que ensuciaban, limpiaba el bebedero y comedero. Esas eran mis tareas. La paga era “traer el petiso y llevarlo a la caballeriza”, cuenta. Esa era la recompensa: compartir tiempo con más caballos. “Yo era un peoncito. No tenía sueldo. La gratificación era estar ahí”, explica. De pronto, le agradó la autonomía que tenía el veterinario del lugar. Si algo no le gustaba, podía irse y continuar viendo caballos, su meta. Esa fue una de las primeras ideas sobre su futuro como veterinario. Lo veía como algo lejano. No sabía si le iba a dar la cabeza, entre otras inquietudes.

En su adolescencia tuvo su primer caballo. Se había ido a vivir al campo con familiares donde aprendió el manejo de los caballos de verdad. Cuando terminó sus estudios, como técnico mecánico, porque quería tener un oficio, empezó a estudiar veterinaria en la UBA. Un test vocacional le había arrojado el resultado. No había dudas. Su alma es de veterinario y pudo combinarlo con otros conocimientos que le resultan de mucha utilidad. En el segundo año de la carrera conoció y empezó a trabajar como ayudante del veterinario Marcelo Otero, su padrino de la vida, quien le transmitió su metodología de trabajo con la especie. “Estaba 10 minutos mirándolos, haciendo una observación profunda, antes de tocarlos. Yo estudiante le preguntaba. Me dio los mejores consejos”, asegura. Cuando el Senado le entregó un diploma de honor por la labor con los caballos maltratados, Ariel pidió que se lo entregara su mentor, con quien estuvo colaborando durante seis años.

El caballo Rubio corriendo feliz
El caballo Rubio corriendo feliz con su prótesis. El veterinario Corse empezó a ver situaciones nunca antes vistas, porque los caballos eran sacrificados. Él mira el conjunto, cómo se sienten, su semblante

Ya casado con Natalia, quien fue empleada de farmacia por más de una década, buscaban alguna causa con la que colaborar. Por medio de la Asociación Argentina de Veterinaria, recibieron un llamado de un herrero. Necesitaban un radiólogo para sacar unas placas en Lanús. Eran unos proteccionistas que rescataban caballos de la calle. “Les pregunté qué les hacía falta. Les dije que les conseguía más baratos los remedios. Qué le podía llevar. Llevé vacunas para donarles. Cuando llegué no estaban los responsables de la ONG y me dijeron que habían llamado a otro radiólogo que lo había resuelto”, relata Ariel. Y en ese momento se enojó: “Me hicieron venir al cohete”, les dijo. Le respondieron que hubo una confusión y que hiciera las placas de nuevo. Así llegó a ACMA.

“Cuando abro la caballeriza me encuentro a una yegua, Estrella, con una lesión muy grave, y no reciente, sin vuelta atrás. Varios les habían dicho que la sacrificaran, y seguían buscando opciones. Vi la pata. En la puerta estaban los proteccionistas. Yo venía con un formato clásico de universidad y pensaba, cómo le digo a esta mujer que no hay nada que hacer. Sacaba las radiografías pero no iba a servir de mucho porque no tenía arreglo. Miro el piso y cuando levanto la mirada y veo al caballo completo y veo la cara de la yegua la interpreté por primera vez, como diciendo: ojo con lo que vas a decir, porque si vos no tenés problemas con mi pata, yo no lo tengo. Soy feliz como estoy. Cuando me mira a los ojos y me transmite ese mensaje me hizo un clic en la cabeza. Me partió el cráneo. Ésta tiene la autoestima por las nubes y me está demostrando una realidad que desconozco. Les dije que médicamente no se podía hacer nada, que había una fractura y se había soldado. Y que la verdad, el estado de la yegua era impecable. Que no la estaba pasando mal y se sentía bien con esa modalidad, por tal motivo, lo único que nos resta hacer es inventarle una bota, un vendaje más duro, para que no se lastime cuando arrastre la piel en el piso. Ese fue el puntapié inicial, de esa yegua que aún está con nosotros, para que no se lastime. La magia se produjo, en ese box, donde me cambió todo”, narra sobre ese momento revelador.

Muchos caballos tiene padrinos. Se
Muchos caballos tiene padrinos. Se puede donar lo que sea y colaborar de alguna manera, presencial o no. Los caballos más ancianos son los menos apadrinados

El primer paso fue ponerle la bota. Era una yegua de siete años. No podía vivir dentro de una caballeriza. Y tuvieron que asumir el riesgo de que tenía que vivir afuera. Ariel estaba recién recibido y no estaban acostumbrado a ver este tipo de animales en esas condiciones “porque ya estaría muerto ante cualquier otro veterinario. Era la indicación que se les daba, de que no había nada por hacer y se olvidaban de ver el conjunto del animal, la mirada, el semblante, cómo se sentía como individuo y no solo como un animal con una pata fracturada”, explica.

Y decidieron soltarla, a ver qué pasaba. Se podía fracturar peor. Era una posibilidad. “Lo hicimos y la dejábamos atada afuera para que pudiera tomar aire y sol. La magia fue pensar al caballo de otra manera. La yegua estaba bien. “Cuando le sacamos el bozal salió corriendo de una manera... que me tapé los ojos. Pensaba que le iba a salir volando una pata. Teníamos terror, pero no, la tipa era feliz, es feliz. Es una fenómena. Tuvimos que atarla con soga larga. La tipa era tan cocorita, tan automestima alta que nunca entendió que le faltaba una pata, al punto que se peleaba con el resto y daba patadas. Los caballos le pegaban en la pata y después quedaba renga. Tuvimos que dejarla con soga un buen tiempo. Hoy Estrella, a sus 19 años, está con un grupo de caballos tranquilos, muy viejos”.

Estrella, la yegua quebrada y
Estrella, la yegua quebrada y sin vuelta atrás que le cambió la manera de pensar al Dr. Corse. En la foto se la ve con su botita, cada vez mejor lograda

María Luongo es una de las fundadoras de ACMA. “No la ves figurar en nada. Pero trabaja con mucho esfuerzo, pasión y vocación para que esto se siga sosteniendo”, enfatiza. Está desde un inicio. Ariel Corse se considera un privilegiado con la vida que lleva. Gran parte de su trabajo está documentado. En la organización pueden verse filmaciones con formato documental sobre varios caballos. Hay uno exclusivo sobre Rubio, el único caballo amputado, donde se muestra su padecer, la adaptación y como casi se les muere.

Otra protagonista de ACMA es Lala, la yegua víctima de un incendio. Estaba quemada en un 90 por ciento. Dice que trabajó junto a cirujanos plásticos del Instituto del quemado. Es un caso único. No se encuentra otra yegua igual. Su caso dio la vuelta al mundo, asegura el veterinario. “Hicimos lo que teníamos que hacer. Soy un tipo soy un tipo que jamás va a caer en el encarnizamiento terapéutico. Y de los errores. se aprende”, relata.

Lala lo siguió por todas
Lala lo siguió por todas partes, estando quemada y por esa razón, Corse decidió sacarla adelante. Lala usa una careta y protector solar factor 50 en todo su cuerpo

“Sabía que Lala iba a empeorar en las 48 horas siguientes. Por los daños le faltaba un hueso en la cara y ciega. Empeoró todo, le tapé el ojo, ella no comía, tenía la cara quemada. La sacaba de noche, le ponía sabanas húmedas. “Me parece que voy a tener que tomar una decisión”, dijo en voz alta. Y continuó el relato: “La tenía a tres metros. La miramos, me corro de lugar, estaba ciega, me escuchó a hablar y se arrima al lado mío y me empieza a seguir a ciegas de noche. Me cagó la vida. La sensación que tuve fue que me depositaba toda la confianza. No soy fabulador, soy sencillo, directo. Me pasó de verdad. “La responsabilidad es tuya, voy a dar pelea”, sintió que le transmitió la yegua. Y así se armó un debate mediático sobre si tenía que dormir o no”, contó.

La yegua pasea por el campo todos los días y tiene una vida feliz. El veterinario es consciente de que no puede salvarle la vida a todos los caballos. Y que su trabajo es duro, doloroso. “Cada vez que me entra un paciente de gravedad, yo estoy luchando en el piso con el caballo y está la muerte ahí esperando. No soy Dios. Y no entro en el encarnizamiento. Con Lala tenía un compromiso y no le podía fallar. Está perfecta, ve muy poco de ese ojo que le quedó”. Lleva un año y medio recuperándola.

Para el Dr. Corse los
Para el Dr. Corse los caballos son sus amigos y como ellos, los hay tóxicos, bonachones, insoportables... Le habla y ellos se hacen entender (Gentileza Ariel Tur)

Alaska fue el último ingreso. De 20 llamadas por situación de riesgo o maltrato, reciben uno. Están excedidos por caballo por hectárea. Hay una capacidad y además se necesitan insumos. “Evaluamos la situación. Nos hacemos cargo del traslado. Cuando no lo podemos recibir desde lo jurídico indicamos lo mejor. Nuestra figura es ser depositario judicial y tenemos que tener mucha responsabilidad. Las penas son más grandes para los depositarios que para los que maltratan a loa animales, que tienen entre 15 días y un año de prisión y nunca quedan presos. Brindan asesoramiento legal, ya que no es lo mismo cuando un caballo está en la vía pública, que cuando está adentro de una propiedad privada. Tiene que intervenir un fiscal y dar orden de allanamiento. Cuando no hay lugar, llaman a otras ONG para ver si los pueden recibir.

Acma presentó un proyecto en Diputados para a entrega de un predio, que debería cubrirlo el Estado. “Los caballos son semovientes, igual que un auto. Le hacemos ahorrar millones al estado. Que nos provean un predio en comodato”. Hasta ahora alquilan los predios.

Corse hace vivos en Instagram (@acma_caballos) para que todos puedan ver las actividades, recibe visitas de escuelas especiales y da charlas, no solo de proteccionismo, también de la resiliencia de los animales. Ya salvaron a más de 500 caballos.

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