“Yo siempre ayudé sin tener nada, cuando nos faltaba todo y no teníamos para comer”, dice el peluquero Beto Sosa, sentado en el histórico café Las Violetas. Termina un cortado mientras responde los mensajes de sus alumnas -las que quieren saber cuál es el tinte correcto para un trabajo a domicilio-, y así, entre reuniones laborales y clases, se prepara para dar los detalles más profundos de su historia, en la que pasó de vivir en un conventillo en Constitución a ser el dueño de una cadena de peluquerías con impacto social. Aunque haya atendido a casi todas las estrellas del país, músicos que van desde Dillón hasta Chano -quien desde sus inicios fue uno de sus principales clientes-,nunca perdió las ganas de ayudar, y continúa dando clases en los barrios más vulnerables de la Ciudad de Buenos Aires, donde formó profesionalmente más de 50 alumnos.
Beto Sosa, hijo de Carmen Sabala y Mario Alberto Sosa, nació en el barrio de Constitución hace 39 años; específicamente: en un hotel que ahora es una casa tomada, y desde ese momento convivió con los conflictos, la violencia, y el peso de la desigualdad. “No teníamos posibilidades viviendo en el conventillo. Mi mamá limpiaba casas, y cuando mi viejo volvió de luchar en la guerra nadie le dio trabajo. Es sobreviviente del crucero General Belgrano de la Guerra de Malvinas. No podíamos nombrar eso, nacimos negando Malvinas hasta que pasaron muchos años, por qué todos los trataban como locos a los que volvieron”.
Luego, mientras termina el café, continua: “Era todo muy complicado en mi vida, de noche en la pensión me acuerdo que mi mamá me decía ´chicos al piso´, porque había tiros, y un día vimos cómo un vecino le disparó a su hijo en la pierna”. Pasó hambre, cuando faltaba la comida en la casa se las ingeniaban, recuerda: “cuando no teníamos para comer, era ver a mi viejo haciendo fideos con agua y harina, sin nada más que eso. Pero siempre estuvo el espíritu colaborativo, de dar sin tener nada”.
A los 7 años se acercó a las parroquia de Constitución Inmaculada Concepción de María y Santa Elisa -donde se incorporó en la Acción Católica Argentina-, y con el tiempo, después de pasar todos el día en actividades recreativas terminó siendo monaguillo -fiel a su estilo: con el pelo rosa- y luego catequista. “Nosotros siendo chiquitos le leíamos cuentos a los abuelos en geriátricos de Constitución, aparte de ir a jugar en la parroquia, y después nos llevábamos alimentos a nuestras casas porque no teníamos para comer”. Desde aquellas vivencias, todos los años pasa Navidad con familias en situación de calle. “En mi pierna le hice un homenaje en vida al Padre Toto, un cura villero, quién me inculcó valores, me hizo ver el mundo de las personas necesitadas, tengo la pierna tatuada con la cara de él y la villa 21. Yo era el catequista del pelo rosa, y los padres siempre me decían que los hijos querían ese color”, comenta.
En sus palabras, se define como “el peor alumno”, ya que pasó por varios colegios (el Liceo n.3, el comercial n.5, el cens n.27, entre otros), y cuenta que repitió 6 veces en el secundario hasta abandonar sus estudios. Vivía en medio del caos y el conflicto, y el camino tradicional de la meritocracia a través de la educación no iba con su vida, ni con sus sueños de progreso. Anhelaba ser alguien, poder salir de donde estaba: la miseria económica. No se podía concentrar, admite tener déficit de atención, y mientras habla mira todas las bandejas que pasan por su lado, incluso observa con atención el detalle de los pelos de su alrededor: cortes y tintes, en ese orden.
A sus 17 años, todavía no decidía su vocación, estaba entre ser cocinero o peluquero, como una señal del azar se topó con una escuela pública de su barrio, que tenía un cartel de clase gratuita de peluquería, entró a probar suerte, y se maravilló. “Fui a una escuela gratuita entre las calles Salta y San Juan, y el primer día de clase le dije a la maestra si podía ver si era lo mío. Le hice un peinado a una cabeza de plástico y me dijo que me dedique a eso porque me iba a salvar la vida. Ahí me obsesioné, sé hasta la historia de la peluquería, aunque tengo falta de atención en muchas cosas, en el pelo tuve una obsesión, no hay nada que no sepa hacer. Desde colores, extensiones, hasta peinados como trenzas”, recuerda Beto.
El sueño de Prana
Desde ese entonces, surgió un objetivo: “Tenía que ser el mejor peluquero para poder vivir de esto, la gente me decía que no iba a poder progresar, me tiraban la profesión abajo, y se equivocaron”. Trabajó en 3 peluquerías limpiando, para arrimarse a ver y poder aprender, además de poder pagar una escuela privada de peluquería, ya que no había públicas. Luego trabajó en un salón en Flores donde se ocupó del ropero, y de ahí en otro en Belgrano, donde por fin conoció a su gran maestro Miyagui, quien le permitió pasar de la limpieza a las tijeras, y le enseñó cada una de sus técnicas.
El 23 de enero del año 2004, con tan solo 21 años y sin poder pagar más de un mes de alquiler, inauguró en Belgrano la primera peluquería Prana. “Hacemos que la gente no sea dependiente de la peluquería, no ponemos ampollas, y les hacemos cortes que duren meses, todo para que no tengan que venir mucho y puedan peinarse solos. Antes vos ibas a una peluquería y te decían que no te podías hacer flequillo por qué tienes cara redonda, o te ponían un tratamiento sin preguntarte y cuando ibas a pagar te peleabas cuando te enterabas lo mucho que costaba eso”, explica. Entre los primeros clientes que se acercaron estaba Chano de Tan Biónica, y una enorme lista de famosos emergentes que acudían al lugar a practicar con su banda, mientras ellos atendían a los clientes. Con su espíritu colaborativo, las puertas de Prana estuvieron abiertas para todos lo que quisieran atender, incluso aunque no lo puedan pagar. Sumaron talentos, en su mayoría, de barrios populares.
Las escuelas en barrios populares
De no haber tenido oportunidades para aprender cuando lo necesitaba, Beto pasó a enseñar. Durante más de 18 años trabajó con fundaciones y comedores, y hace dos años comenzó con las clases en barrios populares. Creó la primera escuela de peluquería certificada con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en barrios populares: Villa 1.11.14, Villa Zabaleta, Juan 23 (comienzo de 1-11.14), y Barrio Mujica (ex villa 31), tras asociarse con el proyecto de Arte en Barrios, quienes proveen apoyo logístico, los insumos y las instalaciones para llevar a cabo las clases.
Viviana Cantoni, Subsecretaría de Gestión Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, confirma: “Arte en Barrios es muy importante para nosotros porque es el programa cultural que llega a grandes, a chicos y chicas para garantizar el acceso a la cultura, acercando una oferta de calidad a todos los vecinos y vecinas de los barrios vulnerables de la Ciudad de Buenos Aires. Como este caso, además sumamos talleres de oficios culturales, que permiten el desarrollo integral de los y las participantes”.
“Nos sentimos mujeres empoderadas, ahora tenemos una profesión”, comentan las alumnas de la clase de la 1-11-14 -barrio popular en el que habitan más de 40.000 personas-. A la hora de compartir sueños, Eliana, casi entre lágrimas comenta: “yo sueño con ser peluquera y poder ir a atender gente a sus casas”, siempre asiste con sus dos hijas a clase, como muchas otras alumnas es madre. “Beto nunca nos retó, nos motiva, nos manda videos para que nos animemos, nos dijo que si cortamos el pelo mal no pasa nada porque después crece”, agrega Denise. “Usamos el método de Prana, acá cada una va a ser mejor en algo, en peinar o teñir y está bien que sea así, los exámenes son solo para ver si entendiste y si no, no pasa nada, te lo explico de nuevo”, comenta el profesor que además de responderles todos los días el teléfono, les hace ver videos motivaciones.
En una clase como cualquier otra, hacen un repaso. Emi junto a otra compañera, hacen unas trenzas, “son las mejores en eso”, dice Beto. Luego, Ema la alumna más grande de la clase, con 65 años comenzó a ser peluquera, práctica en otra haciendo un peinado, y terminan el corte de pelo. La tía Mari, como le llaman, trajo a la sobrina. Otras se enteraron por Rocío, la referente de la zona. Ellas esperan toda la semana para que sea el día de la clase, la que nunca tuvo ninguna inasistencia, e incluso le festejaron allí el último cumpleaños de Beto, sorprendiéndome con una torta con el grabado de “feliz cumple profe”.
Mientras se hace de noche, los chicos juegan en la puerta de la escuela. Una pelota se desfila en el medio de la clase, la música pasa por la puerta abierta de aquel taller. De la escuela a la práctica, las alumnas hacen pop ups, como en el teatro Vorterix, luego de 3 meses de sus primeras clases. Eliana, comenta: “fue increíble ver la fila en el evento, toda esa gente que se quería atender con nosotras”.
Con el tiempo pasó a dar charlas motivacionales desde UADE, hasta la Universidad Torcuato Di Tella. Creó una cadena de peluquerías bajo el nombre de Prana, y este mes abrió la primera sede internacional en Chile. En estos momentos cuida de su hijo Dante, de 12 años; se prepara para dar una charla TEDx en julio, y espera cumplir un gran sueño: terminar el secundario.
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