Alcanza con cruzar el portón de la entrada para que los motores de la avenida Jujuy al 700, en el barrio porteño de Balvanera, pasen a un segundo plano. Hasta el griterío de niñitos y niñitas trepando unas horribles palmeras plásticas en la plaza de al lado amaina. Entrar al Bachillerato Popular Travesti-Trans Mocha Celis es hacer pie en un oasis de sonidos suaves, acogedores. Un territorio de besos que saludan con ruido, de abrazos con ganas, de “holus” y “holis” con cada uno, cada una, cada une que se cruza en los pasillos. Mocha Celis es la escuela de la ternura.
“Muchísimas estudiantes nos han dicho: `Por primera vez me miran a los ojos, me llaman por mi nombre y me tratan con respeto´. No sabés la tortura que es estar en un secundario o en una primaria y que te llamen por un nombre que no es tu nombre. Que tu familia te diga por un nombre que no es tu nombre, o que te traten con pronombres masculinos cuando te sentís identificada con los pronombres femeninos. El nivel de tortura, de daño y de violencia que se ha ejercido y se sigue ejerciendo contra las personas travesti/trans es inimaginable”, dice Manu Mireles, activista trans no binarie y Secretaria Académica del bachillerato.
Manu conversa de corrido, ligerísimo y sin pausa. Quiere contar los más de 10 años de experiencia educativa en el tiempito que le queda antes de salir de raje a dar una capacitación.
“La Mocha no es una buena idea de alguien, sino el resultado de 35 años de militancia del colectivo travesti/trans. Es un espacio que ha sido pensado, creado por y para la comunidad. Esto es particularmente valioso porque tiene que ver con quién disputa los sentidos y quién ejerce los roles de liderazgo y conducción. Llegar a un lugar en el que la persona que trabaja como preceptora o como docente es del colectivo es llegar a casa”.
Inaugurado en noviembre de 2011, el Bachillerato Popular Mocha Celis fue el primero en el mundo con la misión de integrar a las personas travesti, trans y no binarias en la educación formal “para co-crear un nuevo mundo donde no existan las barreras estructurales que enfrenta la comunidad”, explican desde el sitio web.
Hoy es un faro de referencia que inspiró la creación de colegios similares en 17 provincias y en países de la región como Brasil, Chile, Costa Rica y Paraguay.
Manu le pone números a un contexto de dolor: “Las personas trans adultas en Argentina tienen un promedio de seis años de cárcel solamente por expresar su identidad. Los años de calabozo traen consigo cortes de pelo, violaciones, agresiones de todo tipo. El dato más grave es que solo el 1% cumple 60 años. Nuestro promedio de vida es de 35 años porque vivimos en una sociedad que criminaliza y patologiza nuestras identidades, que nos condena a ejercer el trabajo sexual. Ahora mismo, el 99% de les 280 estudiantes de la Mocha declaran estar en situación de prostitución. ¿Por qué? Alrededor del 90% de las personas travestis/trans expresamos nuestra identidad de género a los 13 años, y el 98% de las familias nos echan de las casas. Las escuelas no nos recibe, los clubes tampoco. No quedan opciones laborales. Lo que sí en cambio ocurre es que la propia comunidad travesti/trans aloja y contiene de manera hospitalaria a les integrantes del colectivo”.
Ley de Identidad
Cuando la escuela llevaba un año de andar, el Senado aprobó –con 55 votos a favor, ninguno negativo y una abstención– la Ley 26.743 de Identidad de Género, dando respuesta a un reclamo histórico de la población trans: poder vivir el género tal como se sienta, se corresponda o no con el sexo asignado al nacer, sin perder automáticamente el derecho al pleno disfrute de todos los derechos humanos.
El 2 de julio de 2012 la entonces presidenta Cristina Fernández firmó el decreto reglamentario de la normativa argentina que sentó un precedente mundial en la despatologización de las identidades travesti, transgénero, transexual e intersexual.
“La ley repercutió directamente en la posibilidad de profundizar el trabajo desde el bachi, porque teniendo un marco normativo pudimos empezar a hablar de garantía de derechos en términos concretos. Se materializó, dejó de ser algo simbólico. La ley fue la posibilidad real de exigir derechos, un gran apoyo”, recuerda Manu.
Un segundo avance legislativo que impactó positivamente en La Mocha fue el que estableció el Cupo Laboral Travesti Trans en el sector público.
“A partir del Cupo, el Estado y más empresas asumieron la responsabilidad de incorporar personal travesti/trans. Eso significó que estalló la matrícula de la Mocha Celis. Antes de la pandemia teníamos 110 estudiantes, ahora tenemos casi 300. Muches han entrado a distintos puestos laborales y necesitan completar el secundario”.
Rápidamente, la Mocha multiplicó sus líneas de acción. Al bachillerato se sumó el Programa Acceso a Derechos para que cada estudiante reciba un seguimiento especial por parte de un equipo interdisciplinario de profesionales que facilite la continuidad y calidad educativa. Y el Programa EmpleoTrans, que busca mejorar las condiciones de integración social y laboral. Así, por ejemplo, se acompañan procesos de selección y se ofrecen capacitaciones en diversidad de género o asesoramiento en políticas y protocolos a empresas y entidades públicas.
Manu insiste con la importancia de valorar la disidencia: “En los años 90 se hablaba de tolerancia. Después se habló de respeto… lo que no está quedando claro es lo que se pierde la sociedad, la democracia y las instituciones si nosotres no estamos ahí. No se le hace un favor a una persona o al colectivo travesti/trans cuando nos contratan, sino que se consolida la democracia, se profundiza la justicia social. Por otro lado, cuando pensamos en el Cupo no estamos pensando en ocuparnos para servir café o sacar fotocopias. Estamos pensando en lograr ser la directora de un hospital, en ser senadora, en une diputade, rectora de una universidad. Estamos pensando en ocupar lugares de poder, de liderazgo y de toma de decisiones como cualquiera”.
Con cinco cohortes egresadas, más de 200 estudiantes ya recibieron su título oficial de Perito Auxiliar en Desarrollo de las Comunidades del Bachillerato Popular Mocha Celis, habilitándose el camino a las universidades.
“Imaginamos que una persona travesti/trans que estaba ejerciendo la prostitución en los bosques de Palermo entra a la Mocha, cursa los tres años, egresa, se anota en la universidad, termina una carrera, da clases en La Mocha y tiene un empleo registrado. Cada egresade es salvarle literalmente la vida. Es una puerta de entrada para garantizar la ciudadanía y la vida de les compañeres”.
Aunque el Bachillerato nace enfocado en los derechos de travestis/trans y no binaries, no es exclusivo. Es decir, asisten también personas de diferentes grupalidades: afrodescendientes, indígenas, personas con discapacidad, migrantes y madres solteras. Actualmente, casi el 30% de la matrícula que encontró en la Mocha un sitio donde poder estudiar no integra el colectivo de la diversidad sexo-genérica.
“Las materias son las de cualquier secundario, pero tenemos Género y Educación como un contenido particular. En otra materia que se da en tercer año pensamos cómo identificar y generar soluciones participativas en proyectos sociales y comunitarios. Tenemos una materia transversal que se llama Proyecto Formativo Ocupacional (PFO) en la que trabajamos sobre los perfiles socio-laborales, el diseño de CVs, la formación de cooperativas y emprendimientos. Además, se cursan horas de taller en oficios y formación en arte… variedad de herramientas para luego salir al mercado laboral”, enumera Manu.
Hacia adelante, el futuro se sueña transfeminista: “Es fundamental un mundo en el que comprendamos que nuestra subjetividad, nuestra narrativa y cosmovisión hacen parte y se ponen en valor”.
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