El 3 de junio de 1974 se anunció oficialmente que el presidente Juan Domingo Perón iniciaría el jueves 6 una visita oficial de dos días a Asunción del Paraguay. Al margen de la firma de un convenio de cooperación técnica y científica y de recibir el Collar “Mariscal Francisco Solano López” de la Orden Nacional al Mérito, para Perón significaba mucho más. Volvía como Presidente de la Nación después de tres décadas, cuando el mandatario argentino devolvió algunos tesoros históricos que la Argentina había capturado en la guerra de la Triple Alianza.
El jueves 6, viajó en avión hasta Formosa y en Puerto Pilcomayo se embarcó en el buque barreminas ARA Neuquén de la Armada Argentina, y llegó a Asunción cerca de las 11:15. El presidente paraguayo quiso que su amigo llegara en barco porque el pueblo asunceño deseaba saludarlo. El médico Carlos A. Seara en su libro con Pedro Ramón Cossio va a relatar que las barrancas del Río Paraguay formaban una gran platea, un talud que permitía que la gente se ubicara. Seara, a quien sus amigos llaman “Abrojo”, estaba en el puente del barreminas y en un momento “aparece Perón solo, se para al lado mío y comienza a mirar a la gente. En los últimos kilómetros antes de llegar a Asunción, el talud era una masa humana, un espectáculo de masas escalofriante que abarcó aproximadamente tres kilómetros. Perón los saludaba en silencio con la mano. Entonces se me ocurrió decirle: ‘General, ¡qué momento éste!’ Y me respondió: ‘Sí, la verdad es que sí, qué cosas tiene la vida’”. Una vez que bajó “el discurso de Alfredo Stroessner bajo la llovizna, con aproximadamente tres grados de temperatura, fue interminable. Perón contestó con otro discurso algo más corto”.
A partir de ese instante, Perón desarrolló durante dos días una frenética agenda de actividades bajo un cielo lloviznoso, frío y húmedo. Ceremonias oficiales al aire libre; entrevistas; homenajes al Panteón de los Héroes; cena de gala en el Club Centenario con discursos; visita a la tumba de su amigo Rigoberto Caballero. Heriberto Kahn, periodista estrella de La Opinión, en su libro Doy Fe, al relatar algunas instancias de ese viaje recoge la opinión de un funcionario que acompañaba a Perón que observó: “Cuando vi todo eso pensé que el general había decidido colgar los botines”.
Lo rodeó un clima agotador, no se saltó ninguna actividad. Siempre lució su uniforme de teniente general y, como sorpresa, luego de recibir la máxima condecoración paraguaya le entregó al general Alfredo Stroessner las insignias de teniente general del Ejército Argentino. En esta visita, Perón, con la firma del Tratado de Yacyretá, creó las condiciones finales para lo que sería meses más tarde el Ente Binacional Yacyretá, encargado de levantar la represa hidroeléctrica. Fue un movimiento que llevaba a contrarrestar los efectos de la represa brasileño-paraguaya de Itaipú. Perón descartó de plano cualquier tema sensible para su colega paraguayo, de allí que no tomó en cuenta un proyecto de los diputados radicales Antonio Tróccoli y Adolfo Gass de interesarse por los presos políticos del régimen Colorado.
El día antes de iniciar su viaje se anunció que Perón había invitado a Ricardo Balbín a mantener un nuevo encuentro, el sábado 8 a las 10. En esas horas, en Mendoza, el gobernador Alberto Martínez Vaca era suspendido por la Cámara de Diputados por la cifra mínima que permitía su constitución: 32 votos. Era el paso anterior al juicio político. Caía de esta manera otro aliado de la “Tendencia Revolucionaria” (Montoneros) y lo sucedía el vicegobernador Carlos Mendoza, dirigente gremial metalúrgico y líder del peronismo ortodoxo.
Quien me relató ese viaje fue el doctor Seara, uno de los médicos personales del Presidente. Esto es parte del diálogo.
-Ese viaje, esa descripción a Paraguay que vos hacés es emocionante.
Seara: -El viaje a Paraguay fue de un stress soterrado porque yo me vi con dos médicos paraguayos y digo “¿Acá qué hago?”. Imaginate, estábamos ahí a un mes que se muriera, podía pasar cualquier cosa. Estaba con Pedro Cossio (padre), nos sentamos juntos. Yo me preguntaba: “¿Cómo es posible qué le hagan le esto?” ¡Ni el peor enemigo! Yo jugaba al fútbol dos veces por semana, estaba entrenado y llegaba muerto al Hotel Guaraní. Dormía en una suite y ahí había otra puerta donde dormía Perón con la puerta entreabierta, ahí al ladito dormía yo.
-¿Con la puerta entreabierta?
Seara: -Sí, con la puerta entreabierta para escucharlo.
El mismo jueves 6, se conoció la creación del Comité de Seguridad que presidiría el propio Perón, los ministros de Interior, Defensa, Justicia y los comandantes generales de las FFAA. Los decretos que dieron vida al nuevo organismo fueron firmados por el presidente de la Nación antes de delegar el mando en el aeropuerto Metropolitano y emprender su viaje a Paraguay. El decreto 1733 designaba como secretario de Seguridad al general de brigada Alberto Samuel Cáceres Anasagasti. Según el Secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Gustavo Caraballo, la designación fue realizada “para comprometer al Ejército en una acción legal evitando caminos tortuosos que sólo conducirían a la guerra civil”. No aclare que oscurece: para ese entonces todas las organizaciones armadas hacía rato que hablaban de “guerra”.
Como había sido anunciado, el sábado 8, en la Casa de Gobierno, el primer mandatario se volvió a encontrar con Ricardo Balbín. El ministro Benito Llambí lo acompañó hasta el despacho presidencial y los dejó solos. La entrevista duró una hora y media y solo al final, cuando se analizaron cuestiones económicas, tomaron parte la vicepresidenta María Estela Martínez de Perón y el Ministro de Economía José Ber Gelbard.
Años más tarde, el 31 de julio de 1980, Ricardo Balbín le admitió al historiador estadounidense Joseph Page que Perón le dijo “me muero”. Balbín le dio una serie de sugerencias políticas que Perón anotó prolijamente. Perón hablo de su reciente viaje al Paraguay y aseguró que por el momento no tenía previsto realizar otra visita pero que entendía que era importante un encuentro con el presidente de Brasil. También le dijo que la entrevista con Augusto Pinochet había sido importante. Balbín sacó a relucir algunas cuestiones que preocupan a la “gente”. Según el alambicado lenguaje del jefe de la UCR, entre las preocupaciones de la “gente” estaba la salud del Presidente de la Nación y de todas las cosas que dependían de su evolución.
La revista Carta Política, que dirigía Hugo Martini, observaría respecto de de la situación física de Perón de esas horas: “El argumento de que Perón era en sus días finales un hombre declinante, es falaz. Los hechos dicen otra cosa: un hombre disminuido, un hombre que actúa por consejos, no produce los dos discursos del 1º de Mayo y el operativo político multitudinario del 12 de Junio”.
Nadie podía saberlo, ni siquiera el propio Perón, aunque intuía su malestar: el 17 de junio sería el último día que Perón pisó la Casa Rosada. En la madrugada del 18 presentó dolores de pecho cada vez más intensos, indicando una reagravación de su enfermedad cardíaca, según recordó el doctor Pedro Ramón Cossio en Perón, testimonios médicos y vivencias (1973-1974). Como resultado de estas dolencias el primer mandatario se quedó en la Residencia de Olivos atendiendo cuestiones de gobierno, “por un estado gripal” según los diarios.
En una oportunidad grabé a los doctores Padro Cossio y Carlos Seara: “Cuando Perón estuvo enfermo y yo estuve en su cuarto y ahí sí lo podés tener controlado las doce horas que estaba… seguía hasta las ocho de la noche, salvo los noticieros que veía, tomaba el té, conversaba con gente, estaba activo”.
-Pero siempre la imagen que quedó es un Perón que trabajaba cuatro horas por día porque después se iba intelectualmente.
Cossio: -Eso es mentira.
-Bueno, ustedes hablan que en los últimos días a Perón le ponen la cama ortopédica en una suerte de saloncito del segundo piso. ¿Es un salón con muchos ventanales, con un gran ventanal a los jardines?
Seara: -Es como un living interno de los dormitorios que en la quinta estaban divididos, en la planta alta. Le ponen la cama ortopédica a Perón después que hizo un edema agudo de pulmón y sintieron que de la cama en la cual dormía, una cama francesa, no se podía levantar nunca. Yo creo que cuando lo pasaron ahí ya estaba muy mal. Lo trajeron rápido, había que tenerlo semi sentado… Además el último día era una especie de quilombo, en el sentido de la expresión que tiene: “lugar donde duermen los esclavos”.
“Última Clave”, un informe de circulación cerrada, relatará el pandemonium de la crisis cardíaca que terminó con Perón; la falsa escena de José López Rega tomándolo de los tobillos y Perón exclamando “esto se acabó” a la enfermera Norma Baylo.
A las 10:20 los médicos observaron “un cuadro de fibrilación ventricular, seguido de paro cardíaco… nos lanzamos todos hacia la cama y comenzamos las maniobras de resucitación”.
Perón fue tirado en el piso para facilitar los trabajos que no dieron resultados. Después de un largo tiempo, Carlos Seara, totalmente agotado y transpirado, se levantó y sentenció: “Me parece que tenemos que terminar aquí, ya no va más, llevamos tres horas”. “Está bien, doctor, está bien -recibió como toda respuesta- fijemos la hora, ¿qué hora es?”. Y se pusieron de acuerdo en anunciar las 13:15. En realidad Perón había muerto varias horas antes.
Seara recordó con detalles los días finales de Perón: “Dormíamos medio al lado de Perón con una puerta de por medio que la cerraban, venía Isabel a la mañana y nos traía en una bandeja de café con leche: ‘¿Quiere un café doctor Seara?’. Dormíamos de civil. Vestidos. Nos tirábamos en un sillón, porque además yo ya no me fui, yo me quedé. Fue muy difícil irse de ahí”.
A los dos médicos del general -Cossio y Seara-, que lo acompañaron en esos instantes, le pregunté: ¿Cuál de los personajes que estaban alrededor de Perón a ustedes le llamaron más la atención por su inteligencia, por su entereza? Porque sus opiniones podían no coincidir con las de Perón porque ahí todo el mundo se rendía frente a él ¿Les queda a ustedes alguna personalidad?
Los dos coincidieron que era el coronel Carlos Corral.
Seara: -Para mí el coronel Corral, era como que se mantenía equidistante. Tuvo que manejar la crisis en Olivos, y tuvo que manejar todo esos tres, cuatro días, que estaban Isabelita y López Rega en Madrid y en Roma.
Cossio: -Y manejó también un poco después de muerto… Porque la formolización de Perón se produce un poco por la instancia del coronel Corral. Él -dijo señalando a Seara- cuenta como Alberto Tamashiro, médico del equipo, lo hiperformolizó a Perón para poder ser velado muchas horas.
Seara: -Sí y para que lo pueda ver un día más el resto de la gente, había 500.000 personas afuera. Corral le dijo a Tamashiro: “Doctor haga algo, porque aquí me van a matar, nos van a matar a todos, yo cierro el velorio ahora”. Al día siguiente Tamashiro hace un operativo en el Hospital Italiano y se trajo formol, también se trajo una pera de Richardson, le puso presión y le recanalizó la arteria radial, que nosotros le habíamos canalizado para la maniobra de reanimación. Con un conscripto de Granaderos, lo sacó a Perón del salón de donde lo estaban velando y le empezó a echar formol a presión. Le inyectó alrededor de tres litros, hasta que se empezó a hinchar el brazo y dijo: “Ya con esto basta, es lo único que puedo hacer”. Entonces ahí paró un poco la descomposición y se pudo prolongar el velorio un día más.
Lo que vino después fue increíble. Así lo recordó el médico de Juan Domingo Perón.
Seara: -¿Pero qué pasó con esto? Si hubiera sido yo ó Cossio, un tipo occidental, común… pero Tamashiro despertaba una mística oriental. Al día siguiente salió en el diario Buenos Aires Herald que con “una técnica oriental milenaria” -además le cambiaron el apellido a “Kamayura”- habían conservado el cuerpo de Perón... Y no terminó ahí... Bueno, qué sé yo, nosotros nos reímos: “Esta es una chantada, esto es lo típico de la Argentina”. Pero a los quince días se aparecen de radio y televisión de Tokio en la casa de Tamashiro, porque su papá es japonés, para que les haga una descripción de cómo era la técnica oriental de Japón… ¡No se podía creer!
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