De galán adolescente y antihéroe de culto al ostracismo de la soltería militante, el derrotero de John Cusack

¿Por qué hubo un tiempo en que todos quisieron ser John Cusack y ahora apenas si lo recuerdan? ¿Cómo pudo uno de los actores más destacados de su generación quedar relegado a simple tuitero? La vida al margen de los mandatos sociales y de Hollywood del actor de Alta Fidelidad y su desaparición de la taquilla

Su personaje, Rob Gordon, se convirtió en un modelo de galán distinto, que despertaba suspiros aunque fuera un mujeriego, stalkeara a sus ex y no pudiera sostener relaciones mínimamente responsables (Photo by Araya Doheny/WireImage)

Algunos dicen que John Cusack corrió la suerte de la película que lo consagró hace ya más de dos décadas. Alta Fidelidad (2000) fue la comedia de culto que marcó el inicio del milenio para una generación de varones ‘Peter Pan’, decididos a romper con la era de los yuppies para vivir a los 30 como adolescentes con remeras de bandas, incapaces de asumir más compromiso que el orden de sus vinilos.

Rob Gordon, el personaje de Cusack en la adaptación de la novela de Nick Hornby, era un antihéroe querible, un obsesivo de la música con el trabajo perfecto –dueño de una disquería– para enmascarar con onda sus costados más débiles (y tristes). Lograba conquistar chicas divinas antes reservadas, por el cine, a los atletas populares o los genios de las finanzas. Un Alfie en versión nerd. De hecho, el recurso de romper la cuarta pared con largos soliloquios, en los que el actor se dirigía directamente al público para reflexionar, se inspiró en esa película inglesa que protagonizó Michael Caine en 1966.

Como el Alfie original, Rob Gordon se convirtió entonces en un modelo de galán distinto, que despertaba suspiros aunque fuera un mujeriego, stalkeara a sus ex y no pudiera sostener relaciones mínimamente responsables con ninguna de sus novias. Es difícil volver a ver hoy Alta Fidelidad sin sentir que el paso del tiempo corrió el velo sobre todas esas cosas, y algo parecido ocurre con el propio Cusack, que quedó pegado a aquel personaje de un modo muy personal: nunca se casó ni tuvo hijos, ni se le conoció jamás una relación estable. Cuando le preguntaron por eso en un reportaje para la revista Elle, en 2009, dijo, todavía más punk que su personaje: “La sociedad no me dice lo que tengo que hacer”.

¿Cómo pudo uno de los actores más sobresalientes de su generación quedar relegado al papel de tuitero?

Mañana, el actor nacido en Evanston, Illinois, en una familia ligada a Hollywood –su padre fue el actor, guionista y director Dick Cusack (uno de sus últimos papeles fue, precisamente, en un cameo como cura en Alta Fidelidad), y sus hermanas Ann y Joan (que también tuvo un papel destacado en la película) son actrices– cumplirá 56 años y sigue determinado a no acatar mandatos sociales, aunque tal vez sea también algo de eso lo que lo ha mantenido lejos de los sets durante los últimos años.

“Honestamente, no he estado demasiado solicitado desde hace algún tiempo”, le dijo a The Guardian en 2020, aceptando, tal como en cada una de sus últimas entrevistas, su decadencia como galán indie. Franco y sin demasiados filtros, tal como se muestra a diario en Twitter, donde es un activo antibelicista, demócrata, y defensor de los derechos, especialmente a la libertad de expresión. Es uno de los impulsores de la Fundación Libertad de Prensa y viajó a Rusia para manifestarle su apoyo a Ed Snowden, el analista informático que en 2013 filtró datos clasificados de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense.

Hace dos años, por ejemplo, criticó directamente al más recordado de sus personajes en The New York Times: “La pregunta es, ¿era un personaje creíble? ¿Los hombres eran realmente así? Me alegro de que la gente haya cambiado su visión sobre Rob. Quiero decir, el tipo es un insulto. Todos lo somos. Si alguien escribe que Rob es un mujeriego pasivo agresivo, yo le responderé: ‘Bien, por fin se dieron cuenta’”. Es una voz sincera, pero a la vez la de alguien que entendió que su éxito y credibilidad a fines de los 90 y principios de los 2000, cuando la crítica llegó a asegurar que no tenía malas películas en su filmografía, parecen haberse desvanecido con los de Gordon. No da lo mismo un treintañero romántico que no puede hacerse cargo más que de sí mismo, que un hombre de casi sesenta con iguales vicios. Y su atractivo no parece haber evolucionado nunca hacia otro arquetipo.

Su éxito y credibilidad a fines de los 90 y principios de los 2000, parecen haberse desvanecido con los de Gordon

Cusack debutó con un protagónico en 1985 en Juegos de amor en la Universidad, de Rob Reiner, y siguió con Un verano loco (1986), Un gran amor (1989) y una serie de películas con las que parecía camino a quedarse como una estrella adolescente del montón, en un cielo donde brillaban más fuerte los carilindos como Rob Lowe y Tom Cruise. Los noventas le dieron un giro hacia personajes de psicología más compleja, más intrigantes –gracias a su mirada de ojos siempre entrecerrados– y divertidos que sexies, y mucho más a tono con su perfil alternativo.

La oportunidad se la dio Woody Allen, cuando lo incluyó en el casting de Disparos sobre Broadway (1994), pero el gran salto en su carrera en ese sentido fue con ¿Quieres ser John Malkovich? (1999), con guión de Charlie Kaufman y dirección de Spike Jonze. En esa comedia negra, interpretaba a un titiritero desempleado de Nueva York que encontraba, de casualidad, una pequeña puerta hacia el cerebro del actor John Malkovich. Fue, junto a Alta Fidelidad –en cuyo guión colaboró– y Serendipity (2001), uno de sus últimos grandes éxitos.

Por entonces tenía sólo treinta y pico, y hoy ya lleva más de treinta de una carrera que llegó a resultar irrelevante para los mismos críticos que antes lo consideraban un nombre capaz de asegurar la taquilla de un proyecto. “Bueno, hace demasiado tiempo que no soy el actor del momento”, le dijo en 2020 a The Guardian.

“Bueno, hace demasiado tiempo que no soy el actor del momento”, le dijo en 2020 a The Guardian

Y es que, con el correr de los años y pese a su talento, John ni siquiera pudo reconvertirse en un actor de reparto sólido como su hermana Joan. Las 25 películas en las que participó en las últimas dos décadas pasaron en su mayoría completamente inadvertidas para el gran público: fueron estrenadas directamente en DVD o en plataformas de streaming mucho antes del auge de Netflix. Así, Cusack quedó atrapado en un extraño limbo entre el boom de los videoclubes donde las cajas de sus protagónicos estaban siempre a la vista y entre las más solicitadas, y un presente donde las plataformas lo marginan.

Es lo que pasó con su último gran proyecto, la versión americana de la serie británica Utopía, en 2020, que marcó su ingreso a la televisión –un mundo del que, salvo por una breve aparición en Frasier en 1996, se había mantenido alejado–. En la serie encarnó a un magnate tecnológico al estilo de los que acostumbra criticar en Twitter, como Elon Musk y Mark Suckerberg, y Cusack se ilusionaba entonces con que el paso a ese medio hiciera que su alicaída carrera despegara, como le había ocurrido a varios de sus colegas. Pero aunque su actuación fue bien recibida por la crítica, Utopía fue cancelada por Amazon después de la primera temporada.

En estos años fueron muchos los medios que intentaron explicar qué había sido de John Cusack, pero ningún argumento es concluyente en sí mismo. Hay quienes dicen que tomó malas decisiones al elegir sus trabajos –un rumor desmentido por él señaló incluso que dijo que no cuando le ofrecieron el papel de Walter White en Breaking Bad–. Hay quienes especulan con que se volvió demasiado grande para seguir haciendo de adolescente tardío sin rumbo y explotar su veta de galán romántico.

La versión americana de la serie británica Utopía, en 2020, marcó su ingreso a la televisión (EFE/Elizabeth Morris/Amazon)

Otros aseguran que lo que le jugó en contra fue el misterio alrededor de su vida privada. A Cusack le atribuyeron romances con Uma Thurman, Jennifer Love-Hewitt y hasta una novia argentina, Lola Fernández –una actriz a la que conoció cuando estuvo en el país por un proyecto de Pablo Bossi y Juan Pablo Buscarini, en 2011–, pero nunca habló de su intimidad con la prensa, ni siquiera para promocionar sus películas. Y la maquinaria de Hollywood es cruel en ese aspecto: el eterno Bob Gordon ni siquiera tenía una familia perfecta o un escándalo significativo para mostrar, y la soltería militante no vende revistas ni entradas. Es difícil saber ahora qué fue primero, ¿desapareció de los medios porque no tenía estelares, o desapareció de las carteleras porque no quiso jugar el juego mediático?

Como sea, reaccionó a esa crueldad mudándose fuera de Hollywood. En 2016, vendió todas sus propiedades en California y la casa en Malibú que había comprado en 1999, durante su apogeo, para volver a su Illinois natal. Igual que su Rob Gordon, ahora vive en Chicago, aunque él al menos es un outsider privilegiado: su hogar es el penthouse de un céntrico rascacielos desde donde comparte atardeceres con vista al skyline en sus redes.

La explicación de Cusack sobre eso es, como siempre, más directa: “Hollywood es un puterío, y la gente ahí se vuelve loca”, dijo en una entrevista que concedió en 2014 a The Guardian como parte de la promoción de Polvo de Estrellas, el film de David Cronenberg que, quizá no tan casualmente, giraba en torno a la obsesión por la popularidad que él parecía haber perdido.

También están los que creen que fue su verborragia en las redes sociales la que perjudicó su imagen. Sobre todo por su fuerte compromiso político con algunas causas que no caen tan bien en la industria, como la defensa de Snowden, a quien visitó junto a la escritora Arundhati Roy en 2015. Con ella escribió a cuatro manos el libro Things that Can and Cannot Be Said: Essays and Conversations (Cosas que pueden y no pueden decirse: ensayos y conversaciones) a su regreso de Rusia. Además, desde la fundación que creó, financia la libertad de expresión y de prensa en todo el mundo.

Un posteo en particular le trajo serios problemas en 2019, cuando retuiteó junto a una Estrella de David una frase en apoyo a Palestina: “Para saber quiénes mandan, simplemente buscá a quienes no se puede criticar”. La cita, a veces erróneamente atribuida a Voltaire, pertenece al neonazi estadounidense Kevin Alfred Storm. Cusack la remató con “Sigan el dinero”. Tuvo que retractarse y pedir disculpas luego de ser acusado de antisemita.

Un año antes, cuando la cantante neozelandesa Lorde canceló un concierto en Israel a pedido del movimiento palestino BDS (por las siglas en inglés de Boicot, Desinversión y Sanciones) y fue multada, había sido uno de los firmantes en defensa de la libertad de conciencia de los artistas. Pero también es cierto que muchos otros actores son activistas, y eso no ha afectado sus carreras. Para muestra basta con decir que entre los cien firmantes de esa carta abierta estaba Mark Ruffalo, uno de los actores mejor pagos de los últimos años.

¿Por qué hubo un tiempo en que muchos quisieron ser John Cusack y hoy apenas si lo recuerdan? ¿Cómo pudo uno de los actores más sobresalientes de su generación quedar relegado al papel de tuitero? Quizá la respuesta esté en alguna puerta escondida hacia su cerebro. O algo más fácil: quizá en su derrotero simplemente falló la serendipia. Esos golpes de suerte fortuitos que le dieron el título a uno de sus films más taquilleros, a su protagonista le fueron esquivos. Se sabe que a las carreras las hacen la constancia y el talento, pero mucho más la suerte. Y la suerte, como la gente de la industria para Cusack, también se sabe, es loca.

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