Era el Día de la Bandera, viernes 20 de junio de 1975. Una fecha para convocar a la unidad de los argentinos bajo un símbolo patrio común. Era también el día que Montoneros citó a algunos periodistas para que sean testigos de un “scoop”, una gran noticia. Fueron llevados, clandestinamente a una casa de Acassuso. La cita (trágica) era en la calle Libertad 244. Es decir, tras el clima de violencia que imperaba en el país, nada de unidad nacional y mucho menos libertad. El “comandante” Mario Eduardo Firmenich iba a dar una conferencia de prensa para anunciar la liberación de Jorge Born III, un ejecutivo de una de las empresas nacionales más importantes que, a diferencia de otros, no había huido del país para atender sus negocios desde Montevideo, Uruguay.
Algunos de los periodistas fueron citados clandestinamente en un bar de la avenida Corrientes, otros en la conocida La Biela, en la Recoleta. Cuando iban llegando a la casa de Acassuso eran cacheados de armas y, además, para darle solemnidad al acto, los esperaba una atrayente joven disfrazada de empleada doméstica con pollera negra y delantal blanco. El lugar era un salón de fiestas decorado con un llamativo mal gusto y adentro los esperaban unos muchachones provistos con fusiles FAL. Además de los guardianes, había otros de la organización que también los esperaban. Entre estos se destacaba el “poeta” Francisco “Paco” Urondo, fundador de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, sindicado como agente castrista, que en sus manos tenía una bandeja con empanadas e invitaba con vino blanco “Montonero”, mientras se limpiaba la boca con el revés de su mano antes de saludar. Otro era Luis Guagnini, ex periodista de “La Opinión”. Luego les daban unas carpetas con propaganda sobre “las proezas” de la organización armada.
Mientras esta desdichada escena se montaba en la selecta Acassuso, el país se consumía en la crisis económica tras el “Rodrigazo” de 15 días antes, condenado por innumerables protestas sindicales. El mismo viernes 20, el ministro José López Rega volvía de unas cortas vacaciones en Río de Janeiro, después de decir: “La emoción me hace subir el azúcar y el azúcar me está terminando la vida, pero con todo gusto lo haría las 24 horas del día, si supiera siempre que esto sería una forma de expresar al país. Señores, las conversaciones, los versos y las guitarreadas ya no caminan más.” La presidenta Isabel Perón fue a Aeroparque para darle la bienvenida y por la tarde le organizó un té en Olivos con todos los ministros. Según las crónicas de la época, el Ministro de Bienestar Social, afirmó: “Mi salud está bien. He retornado con ánimo y fuerza renovadora para darles duro a quienes no quieren colaborar con la Patria; y a los que tengan la cabeza dura les vamos a encontrar una maza adecuada a su dureza: el quebracho de la Argentina es muy bueno”.
Mientras los periodistas revisaban la folletería que entre otras páginas les aconsejaba permanecer tranquilos “con la vista enfrente”, se abrió una puerta y apareció “el comandante”, sobriamente vestido con un traje y corbata portando un portafolio. Se prendieron las máquinas de filmar y otros tomaron sus libretas de apuntes. Entre otras cosas, Mario Firmenich contesto preguntas de los presentes:
— ¿Cuánto consiguieron de Born?
— Con una sonrisa, Firmenich contesto: “Lo que nos propusimos conseguir, 60 millones de dólares”. No era verdad, habían exigido 100 millones de “multa” por “expoliar al pueblo”. Luego se retiró dando la mano y cruzando algunas palabras con los asistentes. Alguien dijo “ya viene” y así apareció Jorge Born III con traje gris, un tanto aturdido por nueve meses de prisión en dos cárceles del pueblo preparadas por De Pedro y las luces de la televisión sueca. Durante su participación, Andrew Graham Yooll del Buenos Aires Herald preguntó “¿Dónde está su hermano Juan?”. Uno de los terroristas presentes respondió solícito con cierta teatralidad: “El señor Juan Born fue puesto en libertad hace unos meses” pero no recordaba el día exacto. Al finalizar, Born fue dejado en libertad y dos periodistas –Graham Yooll y Guagnini—lo acompañaron hasta la estación de Acassuso del ferrocarril Mitre. Para no facilitar la investigación, el empresario tenía unos anteojos forrados con algodón y los periodistas debían mirar hacia abajo. Antes de dejar la casa, Firmenich lo quiso saludar con un “adiós”, estirando su mano. Jorge dejó su mano a un costado. Ya una vez en las cercanías de la estación de tren lo esperaban hombres de la empresa. En uno estaba mi amigo José María Menéndez (fallecido en España).
El trágico deambular de los hermanos Born había comenzado antes. En 1974, después de la muerte de Juan D. Perón, la organización armada Montoneros incrementó la violencia terrorista y el 6 de septiembre, Mario Eduardo Firmenich denunció “la traición del gobierno de Isabel Martínez” y tomó la decisión de “volver a la lucha armada” y pasar a la clandestinidad. El jefe terrorista anunció a la prensa su determinación acompañado por Juan Carlos Dante Gullo (Juventud Peronista), José Pablo Ventura (Juventud Universitaria Peronista), Adriana Lesgart (Agrupación Evita) y Enrique Juárez (Juventud Trabajadora Peronista). Todos se amparaban bajo la sombrilla del sello “peronista” pero en realidad habían dejado de serlo al entrar en abierta contradicción con el propio fundador del Partido (el 1° de Mayo de 1974 fue apenas un simple ejemplo). “Antes de su retorno habíamos hecho nuestro propio Perón, más allá de lo que es realmente. Hoy que está aquí, Perón es Perón y no lo que nosotros queremos”, afirmó Firmenich en enero de 1974. En otras palabras, hasta el 1° de julio de 1974, Montoneros no quería quedarse afuera del peronismo. Sus jefes soportaron cualquier escarnio de parte de Perón con tal de tomar una cuota del poder que el líder del Justicialismo tenía en sus manos. Perón les hablaba y sus dirigentes fingían no escuchar.
Como diría varios años más tarde, Rodolfo Galimberti (ex dirigente montonero), el pensamiento de la organización “era un berenjenal, ideológicamente hablando. Algunos eran prochinos, otros prosoviéticos, otros provietnamitas, algunos procubanos, pero a todos los unía un común denominador: la lucha armada para la conquista del poder e implantar el sistema socialista de su preferencia. Para la dirigencia montonera el peronismo era un trampolín, era un tranvía que utilizaban para llegar a otro modelo que tenía poco que ver con el peronista.” Su definición consta en el expediente sobre el “Caso Born” que trabajó el fiscal Juan M. Romero Victorica, en 1985, durante los años del presidente Raúl Alfonsín.
La organización sabía que en un momento u otro debería pasar a la clandestinidad y con paciencia planificaron un hecho que les generara el dinero suficiente para solventar el mantenimiento de la banda en todos los órdenes. Por eso, en vida de Perón, comenzaron a planificar el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born, altos funcionarios de la más importante multinacional argentina. La operación comenzó a planificarse en enero de 1974, entre dos integrantes de la Conducción Nacional de Montoneros: Roberto Quieto y “Pingulis” Carlos Hobert. Con el tiempo “Pingulis” se retira a otras tareas y su lugar es ocupado por Enrique De Pedro, nombre de guerra “Quique Miranda”, que figuraba como secretario militar de la Columna Norte. Entre los dos eligieron a los cuadros más experimentados de la organización, la mayoría ex miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
Dos semanas más tarde de pasar a la ilegalidad, el 19 de septiembre de 1974, con la “Operación Mellizas”, son secuestrados los hermanos Juan y Jorge Born, liberados después de 6 y 9 meses, tras el pago de 60 millones de dólares. En el hecho fueron asesinados el gerente de la empresa Molinos Río de la Plata, Alberto Bosch Luro y el conductor Juan Carlos Pérez. Además del “Negro” Quieto y De Pedro participaron en toda la operación no menos de 50 guerrilleros de la “Columna Norte”. La lista de los intervinientes nunca fue “oficializada” y muchos nombres siguen en la oscuridad o muertos. De acuerdo a fuentes confiables, se puede hablar de Rodolfo Galimberti, “Alejo” Gutiérrez, “Andrés” Castelnuovo, “Atilio” Fernández, “Alcides” Polchesky, Horacio “Chacho” Pietragalla y “el gordo” Miguel Lizaso (sindicado como uno de los carceleros).
“Quique” Miranda se encargó de la construcción de una “cárcel del pueblo” de dos subsuelos, bajo una pinturería de fachada instalada en Martínez, en el norte del Gran Buenos Aires. La acción del secuestro propiamente dicha demoró pocos segundos. Participaron en forma directa 19 montoneros. La “Operación Mellizas” resultó un impresionante éxito económico para la organización. Ya presos, los Born fueron interrogados por el oficial de inteligencia Rodolfo Walsh y otros nombran a Horacio “Mendicrim” Mendizabal, relacionado con el dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor el 30 de junio de 1969. De la “operación logística” se ocuparon, entre muy pocos, Juan Gasparini (vive en Suiza) y Raúl Magario, conocido en La Matanza, provincia de Buenos Aires.
Como se dijo, Montoneros pidió 100 millones de dólares de rescate y Jorge Born, padre, rechazó la demanda. Finalmente, se acordó un rescate de 60 millones de dólares en efectivo y alrededor de 3,5 millones más en alimentos y otros bienes repartidos en barrios populares. “En todo el país y el mismo día. Se logró hacer sin que la policía se enterara”, según el relato que me hiciera un ex funcionario de Bunge y Born que intervino directamente en la cuestión.
También debía publicarse una solicitada en siete importantes diarios del mundo, dando detalles de la exitosa cuestión. En el texto original que envió Montoneros para publicarse se mencionaba la cifra de 60 millones de dólares. “Cuando yo recibí el texto se lo llevé a ‘don Mario’ Hirsch, el numen del grupo. Cuando lo terminó de leer me dijo: ‘mire, esto no puede salir, no podemos hablar de cifra ninguna, en todo caso lo que podemos decir es una cifra altísima o muy importante. Lamentablemente, agregó Hirsch, si ellos no aceptan eso, nos veremos obligados a perder todo lo que hemos puesto e inclusive los muchachos’ (los hermanos Born). Supongo que en este tema hubo algún problema con el banco suizo que proveyó e hizo todo el mecanismo de pago. Entonces hablé con los representantes de Montoneros y se cambió esa parte de la solicitada sin mucho esfuerzo”.
El 23 de marzo del ‘75 fue dejado en libertad Juan Born dada su penuria física y psíquica tras el pago de 25 millones de dólares, quedando Jorge como rehén. El resto del rescate se completó en pagos escalonados y al menos en una ocasión se produjo un incidente en Ezeiza, cuando “inspectores del Banco Central” detuvieron momentáneamente a cuatro empleados de Bunge y Born que traían casi cinco millones de dólares desde Zürich. El pago del rescate fue realizado de la siguiente manera: “Cuarenta y siete millones aproximadamente fueron en billetes de menor denominación que trajimos de Suiza. El resto se pagó directamente en Suiza a (David) Graiver.” En la Argentina, varias de las entregas las hacía un alto funcionario del holding (¿José María Videla Aranguren?), que se reunía a almorzar en distintos lugares del Gran Buenos Aires con “Ignacio” Torres – entonces jefe de finanzas de Montoneros - y le dejaba una valija con el dinero, que el montonero metía en el baúl de su Ford “Falcon”, al que había forrado con una malla de alambre de cobre, para bloquear las eventuales emisiones de un mini transmisor que pudiera haber sido ocultado entre los billetes. Aproximadamente en junio de 1975, se terminó de pagar”. Para entender la magnitud de la cifra, un informe de fuente militar de la época expresó que “equivale a un tercio del presupuesto militar argentino del año 1975″. Hoy serían más de 300 millones de dólares.
En una clara intervención castrista en la Argentina, de los sesenta millones de dólares, alrededor de 42 llegaron en efectivo a La Habana, Cuba, a través de las valijas del correo diplomático que utilizaba su embajada en Buenos Aires, con el claro conocimiento de Fidel Castro y de altos funcionarios del gobierno comunista. Entre otros: José Abrantes (vice ministro del Interior), brigadier general Pascual Martínez Gil (jefe de Tropas Especiales), “Felo” Filiberto Castiñeiras Giabanes (ex coronel oficial de inteligencia enlace con los montoneros). La figura central de este operativo fue el embajador Emilio “Tembo” Aragonés Navarro (ex compañero de “Che” Guevara en el Congo) y el mismo que el 10 de abril de 1982, cerca de las 13 horas, le ofreció al general Galtieri el envío de un submarino para hundir un buque de guerra británico (para que el lector se quede tranquilo, tengo la grabación de esa charla).
En mayo de 1973, con el advenimiento de la democracia, la Argentina restableció sus relaciones con Cuba. El día de la asunción de Héctor J. Cámpora llamó la atención la presencia en los festejos del presidente cubano Osvaldo Dorticós. Con el nuevo tiempo ambos países lograron firmar un acuerdo crediticio que Cuba nunca pagó. De esa manera, la Argentina vendió automóviles, autopartes, aparatos domésticos, alimentos, etc. Pero, a pesar de la buena voluntad argentina, el régimen castrista siempre tuvo un doble juego. En la superficie diplomacia y negocios. En la clandestinidad, Cuba seguía siendo un campo de entrenamiento para la guerrilla argentina y sus diplomáticos en Buenos Aires mantenían contactos con las jefaturas de las organizaciones armadas. Diplomáticos cubanos (con el conocimiento de Aragonés) llegaron a participar en reuniones del Buró Político del PRT-ERP, de acuerdo a lo que me relató uno de los jefes del PRT-ERP.
Durante 1975, mientras la Argentina se hallaba sumergida en la violencia, la Embajada de Cuba mantenía frecuentes contactos en Buenos Aires con los terroristas que pugnaban por defenestrar al gobierno constitucional. En una de las tantas investigaciones de esos años, tras la caída de un jefe del PRT-ERP surgieron los nombres del “consejero de prensa” Aurelio Silverio Pérez (acreditado el 13 de junio de 1973) y el “segundo secretario” Gustavo Hernández Peres (oficial de Inteligencia, acreditado el 17 de setiembre de 1973), como sus contactos habituales. También quedarían señalados el “Primer Secretario” Roberto Cabrera Barrios (secretario del embajador, miembro de la Inteligencia entrenado en la URSS, acreditado el 16 de junio de 1973) y Evelio González Cordero (“consejero comercial” acreditado el 26 de junio de 1973, miembro de la Dirección de Inteligencia Cubana), como manteniendo contactos con miembros de la Junta Coordinadora Revolucionaria.
Roberto Quieto, entre agosto de 1974 y mayo de 1975, tomó a su cargo la vinculación con David Graiver para depositar algunos de los fondos robados afuera de la esfera comunista. Se reunió varias veces con el banquero en una quinta de San Isidro. En uno de esos encuentros, el jefe montonero ofreció a Graiver entregarle como inversión 14 millones de dólares del total obtenido de Bunge y Born. El empresario aceptó de inmediato, ofertando una tasa la inusual del 9,5 % anual de interés. La historia no terminó en 1975, se continuó en el tiempo pero esa es otra historia.
SEGUIR LEYENDO: