“En cinco minutos tienen que despejar la zona”, advierte el comisario inspector de la policía bonaerense Alfredo Fanchiotti a la primera línea de manifestantes que avanza hacia el Puente Pueyrredón, pero son mucho menos de cinco minutos los que pasan antes de que la policía empiece a disparar, es casi enseguida. Postas de goma y postas de plomo.
Los manifestantes se dispersan y corren, no hay manera de hacerle frente a las balas con palos, mucho menos si los cartuchos verdes que van cayendo sobre el cemento después de cada disparo no son solo verdes, los que identifican a las balas de goma, sino también rojos, los de la munición de plomo, la que mata.
La multitud corre hacia el lado del puente que desemboca en la provincia con la policía disparando detrás. Los manifestantes se abren como en tres ríos que corren por las avenidas Mitre, Belgrano y Pavón. Sobre esta última, a la altura de la Estación Avellaneda del Ferrocarril Roca, Maximiliano Kosteki, de 22 años, oriundo de Guernica, cae herido de un balazo en la espalda. Sus compañeros de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados “Aníbal Verón” lo arrastran adentro de la estación para protegerlo, para auxiliarlo. Entre ellos hay un pibe de 21 años que se llama Darío Santillán. Es del Barrio Don Orione y es uno de los encargados de la seguridad de los manifestantes.
Dentro de la estación, tres o cuatro jóvenes intentan auxiliar a Maximiliano, que está herido de muerte, cuando llegan un grupo de policías encabezado por el comisario Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta. Los pibes corren, corren todos menos Darío Santillán que, agachado junto a Kosteki, levanta una mano. Los policías lo obligan a levantarse y, cuando está de espaldas, le disparan.
Después, dos policías intentan levantarlo, mientras Santillán se retuerce en el suelo. Le gritan “¡levantate, levántate!” y lo arrastran porque no puede. Mientras lo arrastran va dejando un reguero de sangre en el hall de la estación hasta que lo dejan tirado al lado del kiosco, donde su sangre se hace charco debajo de su cuerpo.
Los policías no limpian la sangre sino la escena. Recogen, apurados, los cartuchos rojos que identifican a las postas de plomo. Así podrán decir que hubo un enfrentamiento entre dos sectores de piqueteros para explicar las muertes de los dos jóvenes.
Porque Maximiliano Kosteki y Darío Santillán están muertos. Fueron asesinados por la policía el mediodía del 26 de junio de 2002 en Avellaneda.
Un país en llamas
Ese 26 de junio era un día de protestas, uno más en una Argentina que había estallado seis meses antes, junto con la ilusoria burbuja de la convertibilidad. Esa que sostenía que un peso se podía cambiar por un dólar.
Los titulares de los diarios de esa mañana daban un cuadro de la situación: “El FMI sigue durísimo con la Argentina”, titulaba uno de ellos, que auguraba poco éxito a la misión – que era casi un ruego de piedad – del ministro de Economía, Roberto Lavagna, a Washington. “El dólar no frena: tocó los $4″, decía otro de los títulos, y agregaba: “En cuatro días subió 6,9%”. Si la economía ardía, el clima político no le iba a la zaga: el día anterior el expresidente radical Raúl Alfonsín había renunciado a su banca en el Senado en medio de la convulsión dentro de su propio partido, donde había quienes lo acusaban de haber confabulado con el peronista Eduardo Duhalde para voltear al gobierno de Fernando De la Rúa. Duhalde era ahora el presidente provisional, un senador elegido por sus pares para ejercer la presidencia hasta terminar el mandato que le hubiera correspondido a De la Rúa.
El hambre, la desocupación, la inflación y el dólar disparado hacían imposible la vida de millones de argentinos y las protestas se multiplicaban día tras días.
Ese 26 de junio, a media mañana, piqueteros de diferentes organizaciones confluyeron en la avenida Pavón, en Avellaneda, para subir al Puente Pueyrredón, entrar a la Ciudad de Buenos Aires y marchar a hacia la Plaza de Mayo.
Las columnas de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, del Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados y de Barrios de Pie marchaban hacia la subida del puente donde tenían pensado confluir con otra columna, encabezada por el Bloque Piquetero Nacional (BPN) que avanzaba desde la calle Alsina.
Luego de recorrer las cuatro cuadras que separan la Estación Avellaneda del Puente Pueyrredón, las columnas se encontraron con un grupo de policías a cargo del comisario inspector Fanchiotti, que forma parte de un fuerte operativo policial que tenía una orden precisa del gobierno: los manifestantes no debían cruzar el puente.
Allí comenzó la represión que, al final del día, no sólo dejaría como saldo fatal los asesinatos de Kosteki y Santillán sino también más de treinta manifestantes heridos.
La represión y las muertes
Con los primeros disparos, los manifestantes comenzaron a retroceder, mientras los grupos de autodefensa de las diferentes organizaciones intentaban frenar a los policías para que sus compañeros pudieran alejarse y quedar a salvo.
La balacera que empezó desde el grupo comandado por Fanchiotti se multiplicó rápidamente cuando otros grupos de uniformados y agentes de civil iniciaron su ataque a los manifestantes que escapaban. Al principio, pareció que solo disparaban postas de goma – aunque directamente hacia el cuerpo de las personas y no hacia el piso para que reboten, como indican los protocolos – pero pronto empezaron a caer heridos de bala.
Darío Santillán, referente de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, retrocedió con su grupo de autodefensa. Maximiliano Kosteki corrió hacia la Estación de Avellaneda.
A Kosteki lo hirieron de muerte por la espalda antes de que pudiera entrar a la estación. Fueron sus compañeros quienes lo arrastraron hacia el interior para intentar ponerlo a salvo y socorrerlo. Santillán llegó unos minutos después y se sumó a quienes lo atendían. Cuando la policía entró al hall de la estación, les gritó a los demás que se fueran, que él se quedaría a esperar a la ambulancia. También lo mataron por la espalda. Fue una ejecución.
La versión oficial
El gobierno intentó despegarse de las muertes ese mismo día y habló de un “complot”, con el que trató de responsabilizar a los piqueteros de sus propias muertes. “Los piqueteros se mataron entre ellos” fue la primera versión oficial.
Se sostenía porque, antes de abandonar la estación, los ejecutores de las muertes de Kosteki y Santillán “limpiaron” el hall de los cartuchos rojos – correspondientes a las postas de plomo – para que no quedaran huellas de su participación en la masacre.
El secretario de la presidencia, Aníbal Fernández, habló de informes de inteligencia que sostenían que los piqueteros habían hablado de iniciar una lucha armada en una asamblea. “En esa asamblea se habló de lucha armada. En esa asamblea se definió un plan de lucha que no es otra cosa que un cronograma de hostilidades”, dijo.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Sola, de quien dependía la Bonaerense, tuvo un diálogo ese mismo día con la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas, que lo interpeló por la represión. “mire Nora, ese es un enfrentamiento entre pobres contra pobres, quédese tranquila”, le respondió y horas más tarde recibió en su despacho al comisario Fanchiotti, a quien felicitó por su desempeño.
Más que mil palabras…
La versión se sostuvo menos de 24 horas y fue desbaratada por el trabajo de dos fotógrafos que estaban cubriendo la manifestación: Sergio Kowalewski y Pepe Mateos.
Mateos entró al hall de la estación y vio a Kosteki tirado en el piso. “Lo veo y automáticamente pienso que está muerto”, contará después. Vio cómo los manifestantes abandonaron corriendo la estación y Santillán se quedó al lado del cuerpo de Kosteki. En ese momento irrumpió el grupo de policías encabezado por Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta. Vio cómo mientras los demás agentes se movían separados unos de otros, Fanchiotti y Acosta operaban juntos.
Levantó la cámara y comenzó a gatillar. Así registró la secuencia del ingreso de la Policía bonaerense a la Estación Avellaneda y el asesinato sin contemplaciones de Santillán mientras socorría a Kosteki, ya fallecido y tendido en el suelo. Desde otro ángulo, Kowaleswski también registró el accionar de la policía.
Las fotos de Kowaleski fueron publicadas al día siguiente en Página/12, las de Mateos en Clarín. Las imágenes no dejaban dudas de la ejecución a sangre fría y por la espalda de Santillán, otras fotos mostraban a Fanchotti arrastrando su cuerpo por el piso de la estación.
Los dos fotógrafos también registraron los cartuchos rojos esparcidos por el suelo – que luego serían recogidos por los propios asesinos – y no dejaron dudas de que habían usado municiones de plomo.
“Las fotos y los videos fueron en contra de esa versión, entonces, por decirlo en términos futbolísticos, quedaron en offside totalmente, lo que hizo que tuvieran que dar marcha atrás con las versiones que habían dado y reformular todo”, recordará Mateos.
La “masacre de Avellaneda” quedó al desnudo y desató una crisis política que obligó a Eduardo Duhalde a convocar elecciones anticipadas para abril de 2003 y dejar de lado su pretensión de presentarse para un nuevo mandato.
Las condenas
La investigación de los hechos quedó a cargo del fiscal Juan José González, quien ―una vez que tuvo los resultados de las autopsias― ordenó requisar las armas de más de cien policías para identificar a quienes había realizado los disparos mortales. Se comprobó que fueron las de Fanchiotti y Acosta.
El juicio comenzó el 27 de mayo de 2005 y la sentencia se dictó el 9 de enero de 2006. El Tribunal Oral N° 7 de Lomas de Zamora condenó a Fanchiotti y Acosta a cadena perpetua por doble homicidio y siete intentos de homicidio.
Desde hace años, la antigua estación Avellaneda del Ferrocarril Roca lleva el nombre de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
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