Hace seis años Clara Pinto no conocía a nadie en Londres ni tenía ningún contacto mágico, de esos que abren puertas. Pero entendía que el futuro del diseño estaba en esa ciudad y quería instalarse ahí para forjar su carrera. Viajó al día siguiente de dar su último final en la Asociación Biblioteca de la Mujer, donde su maestra y mentora fue nada menos que Delia Cancela, la mítica reina de corazones del arte pop vernáculo. Había trabajado con ella todo el año en su colección de graduada con la idea de insertarla en el mercado inglés, y logró lo impensado: que fuera seleccionada entre cientos de aplicantes de todo el mundo para integrar la plataforma Not Just a Label, que promovía entonces a diseñadores jóvenes.
Pinto fue elegida como uno de los nuevos talentos más innovadores del año: “Fue como la ventana hacia las colecciones que se mostraban en Inglaterra, y por eso trabajé en mi colección de graduada de una forma específica: quería estar a ese nivel”, cuenta ahora Pinto a Infobae.
A los 32, su estilo basado en la sustentabilidad y las técnicas artesanales de fabricación textil acaba de causar sensación en el primer gran desfile prêt-à-porter de su marca propia, en la residencia del embajador argentino, durante la London Craft Week, de la que fue la única participante nacional. A tal punto, que tuvo que agregar una fecha para que no se lo perdieran los que quedaron afuera y la cápsula recibió elogios de la prensa británica especializada.
En diálogo con Infobae desde su casa-taller londinense, asegura que la plataforma funcionó para ella como una incubadora que destacó sus proyectos y la vinculó con estilistas que usaron sus prendas para editoriales de revistas como la Vogue italiana, cabeza de lanza para mostrar diseño innovador y de vanguardia. La rueda estaba en marcha.
Así conoció a la primera diseñadora que le dio la oportunidad de hacer una pasantía en su atelier en una comida organizada por Not Just a Label. Con un planteo muy agudo de lo que pretendía, se acercó a la danesa Martine Jarlgaard, que venía de diseñar para Vivienne Westwood y se estaba abriendo camino como una de las pioneras de la moda 100% sustentable y con trazabilidad –es decir, enfocada en el conocimiento sobre el origen de cada uno de los materiales de la cadena productiva–. Clara sabía que era importante ganar experiencia en empresas de distinta magnitud, y el de Jalgaard era un emprendimiento pequeño, boutique, por lo que era ideal para dar sus primeros pasos.
“Me acerqué y le dije que me gustaba mucho su trabajo, y la invité a tomar un café al día siguiente”, dice Pinto, que hace honor a su nombre: desde el principio tuvo muy claros sus objetivos y una fuerza de voluntad capaz de vencer la timidez y casi cualquier otro obstáculo. En todo eso, Cancela jugó un rol clave “casi maternal, porque ella venía de probar en París en los setentas y ser amiga de Kenzo, así que fue una inspiración para mí, me impulsó a no tener miedo”. Ni techo: lo de Clara fue desde el vamos soñar en grande.
El sistema es bastante rígido, cuenta Pinto: “Si querés trabajar en la industria tenés que tener hechas dos pasantías o una muy larga. Ya es parte del sistema educativo, un año de universidad acá es como pasante. Pero yo, que era extranjera y ya no tenía 20 años –sino 25–, estaba obligada a construir ese recorrido sola”. En Buenos Aires había colaborado, además de con Cancela, con Juan Hernández Daels –hoy basado en París, que vistió a Rihanna y a la reina Máxima de Holanda, entre otras–. Pero en Londres tenía que arrancar de cero.
De la mano de Jarlgaard llegó a su primera Fashion Week londinense. Así fue como saltó a su segunda pasantía, ya en una de las grandes marcas del momento: Peter Pilotto. Era pasar a la liga del lujo: “Mega lujo, ¡era una de las marcas más inspiradoras para mí! Y estar adentro, ver la cocina de todo, era lo que yo había venido a buscar, algo muy diferente de las posibilidades a las que podía tener acceso en la Argentina o en otras partes del mundo, porque sólo sucede en las grandes capitales de la moda”.
El paso por Peter Pilotto la ayudó a entender que la moda tenía –tiene– “un ritmo vertiginoso y demasiado efímero, muy desconectado, muy sectorizado: quizás si trabajás en una parte de la cadena, como el atelier, que es donde siempre tuve más mano, porque es donde se fabrican las muestras, no tenés contacto con el comprador ni con la parte de diseño. Y a mí eso no me toca el corazón, porque lo que me apasiona es el textil y el material, reconocer de dónde viene y encontrarme con el productor y poder hacer un recorrido un poco más humano, más terrenal”.
Así empezó también a encontrar su propio diferencial: “Poder hacer cosas muy pensadas y muy lindas para que la gente pueda admirarlas y conservarlas, que generen un efecto, un sentimiento”. También se dio cuenta de que no era un camino fácil: “Tenés que tener mucho empuje para trabajar en una marca de nicho sin entrar en ese sistema tan estandarizado de cómo funciona la moda”, dice.
Sobre el final de su pasantía en Peter Pilotto llegó el tiempo de los replanteos: “¿Qué estoy haciendo en Inglaterra? ¿Por qué me estoy rompiendo el lomo hasta las 3 am en una cultura que no es la mía y en un trabajo que al final me resulta intrascendente?” Entonces viajó a hacer una residencia textil a Islandia, una especie de retiro espiritual para descontaminarse y volver a su esencia. “Me fui a un pueblito en el medio de la nada donde me conecté mucho con el material –recuerda–. Fui a buscar lanas y plásticos desechados de pescaderías, me concentré en ese pueblo y en ver qué usaban las personas ahí para vivir”.
Fueron meses de recolectar lana y materia prima que dieron sus frutos: en esa residencia pudo armar su segunda colección, la primera después de la de graduada con la que llegó a Londres en 2016 como una “black sheep” a la que prestar atención. “Con esa colección me moví bastante. La presenté, hice un desfile, y después de eso me presenté a Sarabande, que promueve un punto medio entre arte y diseño”, dice sobre cómo llegó a ser una de las diez elegidas anuales de la fundación que creó el desaparecido diseñador Alexander McQueen para ayudar a talentos sin recursos.
“Me dieron un lugar que fue súper emocionante entre artistas muy genuinos, donde por primera vez pude estar más metida en lo que es el ambiente, entre colegas. Fue una mirada profunda de cómo funciona la industria y cómo te tenés que manejar y qué esperar. Yo había hecho siempre mi camino muy sola, no tenía compañeros ni amigos que estuvieran en la misma, porque no había ido a la facultad en Inglaterra. Y ahí fue como que me empecé a enganchar un montón en un contexto muy impresionante, porque te traen a directores creativos de grandes marcas para hablar de tu trabajo”, dice.
Una tarde, por ejemplo, estaba tirada en el piso haciendo patrones y le tocó la puerta Kim Jones, el cerebro detrás de Dior. Tenía dos minutos para contarle quién era y qué hacía, y el resultado todavía se nota en su forma de comunicarlo: “Te convertís en una máquina de venderte, que es algo importante, porque no alcanza con hacer lindas prendas si no son comerciales”. Es que Sarabande, define Pinto, es “una especie de aceleradora. Le dicen residencia, pero está muy enfocada en los negocios”.
Clara también conoce la industria desde otra perspectiva: hace un año y medio que es personal shopper y recorre las principales marcas de moda en busca de los objetos de deseo de clientas que le piden asesoría desde China y el mundo árabe.
“Con ellas aprendí mucho sobre el lujo y también dónde está verdaderamente el business. Eso influyó sobre mi colección, porque me paso todo el día en Chanel y Dior, y ver esa calidad, qué se vende y de dónde viene la plata de la industria, es interesantísimo”, cuenta la diseñadora, que dice estar agradecida por las oportunidades que le ofreció el Reino Unido. “Acá si tenés un buen proyecto, hay millones de posibilidades para la gente creativa. Como alguien que viene de afuera, donde no hay tantos recursos en la industria de la Moda, fue clave aprovechar al máximo eso que para los ingleses es algo dado y en lo que no se fijan demasiado”.
Cuando terminó su residencia en McQueen, Pinto aplicó para un curso de negocios en el Craft Counsel orientado a armar un plan de marketing y finanzas para su marca. Fue la frutilla del postre en una carrera muy pensada. “Salí con un plan de negocios que es el que ahora estoy haciendo realidad. Mi trabajo es muy de nicho y eso me dio las herramientas finales para entender cómo hacerlo vendible”, dice.
Con esa idea se acercó a la directora de Cultura de la Embajada argentina: “Yo estoy armando un negocio más allá de lo lindo que es el arte, y la directora cultural, Alessandra Viggiano, me recibió con los brazos abiertos. Creo que tuvo que ver su mirada feminista, porque además de promover el arte y la cultura, ella vio que mi energía está puesta en insertarme en un mercado que es muy difícil. Me dieron un espacio increíble para hacer mi desfile, porque para cualquier artista tener esa locación en el mejor barrio de la ciudad –Belgravia– es impagable, y me han ayudado mucho dentro de los recursos que tienen, por ejemplo, comunicando lo que hago”.
Los desfiles de Pinto tienen una particularidad: nunca trabaja con modelos, sino con mujeres que elige en la calle. “Genera un ambiente completamente diferente cuando ponés a gente que tiene ganas de mostrar la historia de lo que hacés. Este es un trabajo en conjunto donde se trata mucho de acompañarse y yo tiendo a rodearme de mujeres, mentoras y colaboradoras, porque es en lo que creo también”, dice.
La colección que presentó ahora, Lana y Bioplásticos, es la primera comercial en toda su carrera, la primera ready to wear. La desarrolló con el apoyo de la artista sustentable argentina Laura Messing, otra mujer en la red de talentosas que le marcó el camino. “Me fui a aprender con ella a hacer bioplásticos antes de crear la colección, y es un material y un mundo nuevo, porque funciona y es fuerte como un plástico y tiene texturas diferentes dependiendo de la receta que generes. La que desarrollamos con Laura simula ser cuero y, como trabajo principalmente con lana, también hicimos una fórmula con lana fortificada adentro, que cambia de colores y tiene una textura muy interesante. El bioplástico es bueno simplemente porque está hecho de un material resistente que no es petróleo, sino que proviene de recursos renovables”, cuenta.
El bioplástico, explica Pinto, se hace con elementos que pueden encontrarse en cualquier cocina, como la gelatina, pero aún no es completamente impermeable. “Eso hace que, a nivel comercial, todavía esté en fase de experimentación. Pero mi idea era, igual que en cada colección, introducir nuevas formas de trabajar la lana. Voy buscando distintas técnicas de fieltrado, y esta vez me dediqué mucho a los tintes naturales para el teñido de los fieltros. Para mí se trata siempre de buscar otras formas de usar la lana sin que sea en un suéter, que es una idea muy vieja”, dice. Y resume: “Es una colección donde no se entiende bien qué es lo que estás viendo a nivel textil, pero en formas que la gente conoce y se puede poner. Eso es lo que la vuelve comercial en el buen sentido”.
Ahora, dice, viene la parte más decisiva: la de las ventas. “Estoy en pleno proceso de lidiar con Selfridges y Liberty London –dos de las mayores tiendas departamentales del planeta–: Es el camino que quiero para mi marca, porque después de la pandemia se abrieron muchos sitios de la venta online, donde mucha gente que hace cosas muy bien encuentra compradores más fácil, pero también es más difícil diferenciarse. Estás dentro del montón. Entonces, estoy tratando de ir por un lugar más tradicional”. La exigencia es otra también: tiene que tener una colección prêt-à-porter lista y de confección impecable para colgar en los percheros.
Va por un desafío a la vez. Todavía se sorprende de la recepción el día de su desfile, hace exactamente un mes: “¡Había una cola de dos cuadras para entrar a la residencia, así que tuvimos que hacer dos shows!”. Cuando una amiga le llevó al día siguiente un ejemplar del Evening Standard para mostrarle que le habían hecho una reseña, Clara no pudo evitar preguntarse a sí misma cómo fue que había llegado tan lejos. La respuesta está tan clara como su nombre: trabajó mucho para lograrlo. Sin embargo, ella asegura: “No lo veo como una marca de éxito, sino como una prueba de que poniéndole ganas y aprovechando todas las oportunidades que se presentan, se puede llegar a lugares que ni siquiera te habías propuesto. Hay que dejarse fluir también: a veces tu negocio no se trata de eso que te parece que tenés tan claro, sino de ser flexible a los cambios y aceptar lo nuevo”.
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