El tableteo de su ametralladora solo se apagó cuando las esquirlas de las bombas enemigas atravesaron su cuerpo.
Fue el 12 de junio de 1982, en la batalla más larga y sangrienta de la guerra. Allí, en su trinchera en Monte Longdon, alimentó su ametralladora MAG 7,62 mm sin pausa, sin miedo, sin dudas durante las eternas horas que duró el combate.
-Mamá, quiero servir a la Patria, le había dicho a María Vidriales antes de partir.
Pequeña y frágil, la mujer abrazó a su único hijo y lo despidió con lágrimas pero sin reproches. Alto, corpulento, orgulloso en su uniforme militar, Claudio Alfredo Bastida la envolvió en sus brazos mientras le decía que se quedara tranquila, que todo iba a estar bien.
Su padre Ismael Bastida había muerto cuando él era muy pequeño; su madre, una española incansable, había trabajado de sol a sol para llevar el pan a la mesa. A sus 19 años y como único sostén de familia podía haber pedido quedarse en el continente. Pero eligió ir a Malvinas.
Claudio Alfredo Bastida, antes de convertirse en héroe, era un pibe de barrio proveniente de un entorno humilde de la zona de Hurlingham en la provincia de Buenos Aires. En su niñez pasó mucho tiempo al cuidado de su tía, mientras su mamá se esforzaba por traer el pan a la mesa familiar. Había nacido en San Martín el 5 de junio de 1963. Creció siguiendo con pasión los partidos de tenis de Bjön Borg y John McEnroe, las carreras de Fórmula Uno de Carlos Reutemann y Jacques Lafitte, y los nuevos discos que lanzaba AC/DC. Era alegre, sonreía con facilidad y le gustaba soñar con largos viajes por el mundo. En ese ambiente, de esfuerzo, sacrificio y amor, Claudio cumplió 18 años y fue sorteado, junto con los de su clase 63, para el Servicio Militar Obligatorio.
Corría el año 1982 cuando se sumó a la Compañía “D” del Regimiento de Infantería 1 Patricios. La historia hasta aquí podría ser parecida a la de muchos soldados, sin embargo, él era hijo único de madre viuda, condición que lo habilitaba para exceptuarse del deber de servir a la Patria bajo Bandera. Pero no quiso. Aunque muchos buscaban la forma de “salvarse de la colimba”, Claudio sintió el orgullo de servir a la Nación. No escuchó los consejos de su familia ni los de sus amigos y llegó a la vida militar sin imaginar que el destino le guardaría un lugar entre los grandes en la historia del Regimiento de Patricios y de la Patria misma.
“Patricios de Buenos Aires, nuestro espíritu no tiene hermandad con el abatimiento y en valor y lealtad ante nada ceden”, arengó muchísimos años antes a su tropa el brigadier general Cornelio Saavedra, primer jefe de ese Regimiento. Quizás fue ese mismo espíritu el que alentó a Claudio a sacrificar su propia vida en Malvinas.
Cuando finalizó la instrucción, le asignaron el rol de abastecedor de ametralladora. No cabía duda que su porte y su destreza en el tiro lo hacían apto para desempeñarse en ese puesto de combate, donde llegada la circunstancia debería ser él mismo quien reemplazara al apuntador del arma. El destino y la vida militar pusieron a su lado al soldado Daniel Orfanotti en la manipulación de la ametralladora. Fue su compañero quien lo vio por última vez con vida y quien permitió rescatar su historia.
Estaba allí, haciendo el servicio militar en el Regimiento Patricios, cuando estalló la guerra. “Frankestein”, como lo llamaban sus compañeros por su enorme tamaño, no dudó ni un instante y pidió ir al sur.
A partir del 1 de mayo de 1982, la vida empezó a cambiar para Claudio y el resto de sus compañeros. Ese día volaron hacia la ciudad de Comodoro Rivadavia. Una vez allí, fueron trasladados hasta la localidad de Rada Tilly donde se desempeñaron como seguridad a lo largo de esa zona costera. El 27 volaron hacia Río Grande y desde allí, luego de varios intentos de cruce fallidos como consecuencia del bloqueo aéreo y naval inglés, a la islas. El día 7 de junio lograron pisar Puerto Argentino.
Tan solo había transcurrido un día desde su llegada cuando se les ordenó partir hacia Monte Longdon a reforzar la posición de la Tercera Sección de la Compañía “B” del Regimiento de Infantería 7. La historia de la guerra de Malvinas nos contaría más tarde que allí se vivió uno de los combates más encarnizados de toda la campaña.
El día 9, ya instalados en su posición de defensa en el sector Sur de Monte Longdon, Claudio recibió su bautismo de fuego por parte de la Artillería Británica.
Sin cesar el fuego de hostigamiento sobre las posiciones argentinas, el día 11 comenzó el enfrentamiento con las tropas del Regimiento Británico 3 de Paracaidistas, acciones que se prolongaron hasta la mañana del 12. De los 300 soldados argentinos que allí combatieron, tan solo 90 pudieron replegarse hacia Wireless Ridge, y más tarde, luego de recibir la orden, hacia Puerto Argentino.
En la madrugada del 12, un proyectil de artillería terminó con la vida de Claudio Bastida. Su cuerpo se encuentra en el Cementerio de Darwin, en el Sector B, Fila 3, Tumba 6. Claudio encontró la muerte en combate de la misma forma como afrontó su vida: confiado en sí mismo, siempre de cara al viento y mirando hacia el frente como queriendo alcanzar y abrazar el futuro para hacerlo suyo.
“Con relación a la muerte de una persona y su olvido, alguna vez escuché y me gusta así pensarlo, que los humanos podemos morir dos veces; la primera, a través de ese hecho único e irrepetible cuando pasamos de la dimensión terrenal hacia otra al más allá; y la segunda, si es que lamentablemente así sucede, cuando somos olvidados por nuestros pares. Sin embargo, no es ni será el caso de Claudio, un soldado con mayúsculas y nuestro amigo”, recuerdan sus compañeros.
“A Claudio, la vida nunca le resultó fácil, sin embargo él supo poner la esperanza ante el desaliento, la confianza y seguridad ante la duda, la serenidad ante la incertidumbre, el valor ante los momentos de zozobra y el coraje para defender el pedazo de Patria que representaba el lugar donde se encontraba su ametralladora”, afirman los camaradas del Regimiento.
Para él, dicen quienes mejor lo conocieron y acompañaron en su último instante de vida, “resulta cierta aquella frase que dice: ‘las personas no seremos recordadas ni por nuestras palabras, ni por sus grandes alocuciones, ni por las obras, sino por las emociones que provocamos en nuestro prójimo’. Su historia de vida, su decisión de enrolarse en el Ejército e ir a la guerra a pesar de haber podido solicitar su eximición y su muerte en las islas, nos atraviesa a pura emoción, enseñándonos cómo las personas comunes podemos convertir una vida de hechos frecuentes en situaciones extraordinarias”.
El pasado 5 de junio, Claudio Alfredo Bastida hubiera cumplido 59 años.
En el Regimiento Patricios se erigió un monumento en su honor: la cara de Claudio, tallada en hierro recuerda para siempre su heroica muerte.
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