La primera parte de esta nota se publicó el domingo 19 de junio: La crisis militar después de Malvinas: la dura pulseada para reemplazar a Galtieri y la fractura de la Junta.
El martes 22, a las 17.45, la sociedad se enteró que había sido designado Reynaldo Bignone a través de un comunicado del comando en jefe del Ejército y no de la Junta Militar, lo que manifestaba las profundas divergencias entre los comandantes. A pesar de la negativa de la Armada y la Fuerza Aérea, fue impuesto para asumir el 1° de julio hasta el 29 de marzo de 1984, día en que terminaba el mandato de Galtieri. La Nación del día siguiente tituló: “El Ejército, al margen de la Junta, designó Presidente al Gral. Bignone. La Armada decidió desvincularse de la conducción del Proceso, en tanto la Fuerza Aérea adoptó una actitud similar aunque especificó que la limitaba al terreno político. El país será institucionalizado durante los primeros meses de 1984. Hoy se iniciará una consulta con los sectores representativos de la vida nacional.” El título de su editorial era una señal de los tiempos: “El fin del Proceso”. “El Ejército asume la responsabilidad de la conducción política del gobierno nacional”, rezaba el comunicado y establecía una “orientación política” al próximo mandatario. En lo que parecía —y era— un absurdo, el comunicado aclaraba que “esta decisión no vulnera la cohesión de las Fuerzas Armadas, las que permanecerán unidas en salvaguarda de los más altos intereses de la Nación, bajo la conducción de sus respectivos comandantes en jefe”.
Sin ser original, en su primera declaración como presidente de facto electo, Reynaldo Benito Bignone, desde la intimidad de su casa en Castelar, dijo “voy a bregar por el juego limpio”, unas palabras que se remontaban a comienzos de la década del ‘70, cuando Alejandro Lanusse propuso el “juego limpio” ante las elecciones presidenciales de 1973. Desde el comienzo Nicolaides le impuso a Bignone dos limitaciones. Una, que no frecuentara a los generales Antonio Domingo Bussi y José Rogelio Villarreal. La otra fue que no se designara en el área económica a nadie que hubiera colaborado con el ex ministro José A. Martínez de Hoz. Obedeció: Guillermo Walter Klein no fue ministro de Economía (el 21 lo habían llamado para pedirle consejo) y Antonio Domingo Bussi no fue gobernador de la provincia de Buenos Aires.
La noticia fue tomada con escepticismo por la mayoría del arco político. Cuatro de los partidos de la Multipartidaria (radicales, desarrollistas, intransigentes y demócrata cristianos) emitieron una declaración reclamando el retorno a la plena y urgente vigencia de la Constitución y afirmando que “la Nación asiste defraudada y absorta al espectáculo que se brinda desde los estrados del poder”. El peronismo institucionalmente no la firmó, aunque Antonio Cafiero habló de “vacío de poder” y dio “el Proceso por agotado y ya mismo debe ser dado por concluido [...] La sociedad argentina necesita un inmediato cambio anticipatorio que evite su desgarramiento y la posibilidad de nuevos y más graves enfrentamientos. [...] En lo institucional, restablecimiento del estado de derecho; levantamiento del estado de sitio; levantamiento inmediato de la veda política; inmediata libertad de todos los presos políticos y gremiales; normalización de la actividad sindical y restablecimiento del orden constitucional, fijando plazos precisos para la normalización”.
Al unísono, a través de Alexander Haig, el gobierno norteamericano volvió a confirmar que no iba a levantar las sanciones económicas, por lo menos hasta que no hubiera en la Argentina un gobierno “viable”. “El futuro de Bignone depende de la situación interna del Ejército”, dijo el coronel Bernardo Menéndez, en esos momentos, subsecretario del Ministerio del Interior, segundo del presidente “interino”, Alfredo Saint Jean. Analizó la designación de Cristino Nicolaides diciendo que “el Ejército actuó con mentalidad de escalafón” y que había sido elegido porque “era el que menos retiros provocaba, es una persona que no representa el sentir del Ejército”. Como otros, consideraba que “la solución pasará por los generales de brigada”. Menéndez no pudo responder en ese momento “quién va a firmar el cese de las hostilidades con Gran Bretaña.” En referencia a lo que sucedía en esos días, dijo que “el rompimiento de la Junta Militar es gravísimo. No se puede reclamar la unidad nacional al frente civil cuando tres hombres son incapaces de acordar un candidato” para suceder a Galtieri.
Hasta que Nicolaides lo nombró presidente, Reynaldo Bignone tenía una consultora con el general de división (RE) Domingo Bussi en la avenida Corrientes al 400, que financiaba un poderoso empresario petrolero. A la espera del 1° de julio, fecha en que debía asumir, Bignone estableció sus oficinas en dos amplios despachos de la Escuela Superior de Guerra, sobre la avenida Luis María Campos. Allí comenzó a citar a eventuales candidatos a ministros. Su secretario privado era el coronel (RE) Alfredo Atozqui.
Una noche, cerca de las 22, el empresario Hugo Franco, un íntimo amigo del cardenal Raúl Primatesta fue convocado por el coronel Atozqui para dialogar con Bignone. Desde su departamento de la calle Virrey del Pino, llegó a la Escuela Superior de Guerra y fue introducido al instante al presidente de facto “electo”. Bignone buscaba ampliar su base de sustentación –la Junta Militar estaba rota -- y un mensaje público de apoyo por parte de Primatesta era una buena cuota de oxígeno. El mensaje que recibió fue: Dígale al cardenal que necesito su adhesión a mi futura gestión…”todavía estoy en el aire”. Además le pidió que Primatesta sugiriera el nombre del futuro Ministro de Educación.
Franco viajó a Córdoba y habló con el cardenal: “Me paso esto anoche” y le relató la conversación en el edificio de la avenida Luis María Campos. Desde Córdoba, Primatesta le mandó decir que citara a los jefes de los partidos políticos en “la casa de la democracia”, en el edificio del Congreso de la Nación. También le aconsejó que anunciara el levantamiento de la veda política y un cronograma político que confirmara un camino de salida. El enviado del cardenal le dijo: “Dice el cardenal que su debilidad es su fuerza.” “Tiene razón”, contestó el presidente de facto “electo”. “Si hace esto en pocos días más lo va a ayudar y hará una declaración pública. Además, le sugiere el nombre de Cayetano Licciardo como Ministro de Educación.”
La respuesta temerosa de Bignone sobre los consejos del influyente integrante de la Conferencia Episcopal Argentina fue: “Esto no lo va a aceptar Nicolaides, venga y acompáñeme a verlo.” Así fue lo que sucedió. Primero, el enviado habló por teléfono con Primatesta para recibir su plenipotencia y alguna sugerencia más. “Nicolaides y yo nos conocemos, no se olvide que fue comandante del Cuerpo III”, le dijo a su amigo.
Bignone y el representante de Primatesta se encontraron con Nicolaides en el edificio Libertador y la conversación rondó lo deplorable. Después de escuchar el mensaje de Primatesta, el jefe del Ejército respondió:
-- No podemos armar un cronograma, sería una rendición incondicional lo que me pide el cardenal.
-- Rendición incondicional es lo que hicieron ustedes en Malvinas.- fue la respuesta de Hugo Franco.
La cara de Nicolaides se desfiguró, pero no tenía salida. A mitad de julio, durante su homilía dominical en la catedral de Córdoba que se emitía por la televisión y la radio provincial, el cardenal tuvo para con Bignone palabras de aliento, en la que pidió apoyo a su gestión porque se intentaba una salida democrática. Luego, el jueves 24, Bignone se reunió con los presidentes de trece partidos políticos en el Salón de Lectura del Senado.
El 1° de julio de 1982, Bignone asumió como presidente de facto y el mismo día trascendió un duro análisis del brigadier Ernesto Crespo, ex comandante de la Fuerza Aérea Sur (FAS) titulado “EXPERIENCIAS RECOGIDAS DE LAS OPERACIONES DE LA FUERZA AÉREA SUR EN EL CONFLICTO MALVINAS”. Entre otros conceptos decía:
“La Fuerza Ejército está montada sobre teorías perimidas en cuanto a la utilización de sus medios, no importa cuán modernos éstos sean en la práctica. La utilización de los mismos en el Conflicto Malvinas evidenció claramente una táctica basada en una situación estática y de masa, carente en absoluto de movilidad, aun dentro de sus líneas internas, delegando toda responsabilidad por lo que sucedía fuera de sus “fortificaciones” al accionar de la FAA como tarea conjunta, enmarcando su actuación a aspectos de apoyo directo a sus necesidades. La situación política interna del país, a la que habitualmente dedicaron la totalidad de sus esfuerzos, desdibujó su entrenamiento operacional, lo que se tradujo en un bajo nivel de combate en sus cuadros estables, excesivamente afectos a las comodidades y reacios a afrontar los sacrificios propios de las líneas de combate”.
”La Fuerza Naval, por su parte, se dedicó a luchar por objetivos de política interna nacional y conservación de sus propios elementos, no dedicando más que el mínimo esfuerzo al Conflicto Malvinas. La única Unidad de Superficie perdida lo fue en circunstancias confusas, en la que se arriesgó la unidad más antigua de la flota, sin protección, en pos de una aventura que ya había sido abandonada en el momento de su hundimiento. La otra unidad de combate perdida fue el submarino SANTA FE, el cual fue tomado en un puerto y en horas diurnas o sea las condiciones más desfavorables para el empleo del arma submarina y sin ningún tipo de previsión en cuanto a su defensa”.
La utilización de los medios periodísticos, con datos alejados de la realidad, modificando noticias, trastrocándolas, disminuyendo realizaciones de otras Fuerzas, etc., con el solo objeto de su preeminencia y/o subsistencia nacional sin analizar consecuencias resultantes, constituye otro ejemplo de su falta de vocación conjunta. Todo lo expresado precedentemente cobra especial importancia al analizarse que se llegó al Conflicto Malvinas por planificación e incentivación permanente de la Armada, sin un objetivo de guerra definido y asignando al Comando del Teatro de Operaciones a esta misma fuerza, que no tuvo ni capacidad ni voluntad de asumirlo, según sus propias declaraciones, al considerarse superada por los acontecimientos y medios”.
Durante los años del gobierno militar muchos periodistas, si no todos, conversaron con los militares. No había otra forma de enterarse de lo que ocurría y de lo que habría de suceder. El general de brigada Ricardo Flouret fue uno de los más consultados y de los más respetados. Por su departamento de Carlos Pellegrini 1343, durante los años más duros del Proceso, pasaron los más variados dirigentes. Desde Vicente Saadi a Raúl Alfonsín y desde Carlos Menem a Pablo González Bergez. El año de Malvinas lo encontró comandando la VII Brigada de Infantería y con sus correntinos se llegó hasta Río Gallegos dispuesto a saltar a las islas. No hubo tiempo, o decisión de parte del comandante del Teatro de Operaciones. Intuyó desde el comienzo que la ocupación de Malvinas había sido mal preparada y peor ejecutada. Pero consideró que, a pesar de las miserias de sus superiores, el Ejército había peleado, y peleado como pudo, con lo que tenía. Sus vivencias en el exterior lo llevaron a la conclusión inmediata de que los “aliados” no serían los aliados y los países ignorados de ayer eran los grandes amigos del momento. Consideró que la Junta Militar había sido “intelectualmente subdesarrollada” y que no había entendido “nada de nada” de lo ocurrido. Conocía muy bien a Bignone, porque trabajó bajo sus órdenes en la Secretaría General del Ejército; nunca lo respetó intelectualmente y menos aún por su ciega afinidad con la gestión económica de Martínez de Hoz. Y sabía que Nicolaides no era el jefe del Ejército más indicado para el momento de crisis. De todas maneras, sus críticas no eran personales. Eran institucionales y fueron atendidas por varios generales de brigada y oficiales de más baja graduación. Fue la contracara, si se quiere, del general Miguel Mallea Gil.
El 7 de agosto mantuvo una larga conversación con dos periodistas en Rosario, Santa Fe. Al hablar con él se tenía la sensación que no todo estaba terminado dentro de la interna del Ejército. “Estoy en comunicación con algunos amigos para abrir los brazos cuando se caiga todo. Hablar de elecciones es como hablar del sexo de los ángeles porque el cúmulo de problemas por resolver es tan brutal que impedirá una salida electoral”, sin darse cuenta que las FF.AA. no tenían otro camino. Quizá sobrevaloró su pensamiento y su persona, ante la ausencia de de figuras en el panorama castrense: “Me vinieron a ver a Corrientes, Gerardo Sofovich y (Jorge) Fontevecchia para ofrecerme dinero y ayuda… eso indica que mi nombre está en el aire. Yo no estoy proclamando otro golpe, sí creo que los enormes problemas impedirán una salida electoral. Propongo un gobierno de coalición que prepare al país para entrar en una época de estabilidad. El lunes 9 de agosto asistiré a una reunión de generales de Infantería para considerar los ascensos en el arma. Yo no quería ir, pero si iban los de Malvinas (Jofré, Parada) yo dije que iba. La reunión será en el Colegio Militar y aprovecharé para exponer mi pensamiento.” El lunes se realizó en el Colegio Militar una reunión de generales de infantería para considerar los futuros ascensos de coroneles. Reston, ministro del Interior, comenzó hablando de la situación política. “Se mostró muy pesimista sobre la situación actual y dijo que el presidente Bignone le ha indicado que debía lograr una ‘concertación’ con los políticos, pero que ninguno de ellos le ‘da pelota’. Que no van al Ministerio del Interior. Además dijo que ‘no hay nada para concertar. Lo único que tengo es la fecha de elecciones’. El ministro del Interior expresó que ‘el gran poder donde se desarrolla el proceso de subversión es en las Fuerzas Armadas, porque las mismas se encuentran en un estado total de despelote interno. Las Fuerzas Armadas están subvirtiendo todo’. Luego, Flouret dijo que había que “decirle la verdad al país; que los soldados pelearon; que la participación de los Estados Unidos al lado de Gran Bretaña fue fundamental”. Reston respondió que “no era conveniente”.
Flouret afirmó que “si no se dicen estas cosas se destruye al Ejército, porque no se puede explicar que el Ejército se rindió inmediatamente en Puerto Argentino. Reston reconoció que se había rendido a las dos horas de lucha”. En cuanto a la relación con los Estados Unidos, Flouret dijo que la política “feminoide conduce a una trampa”. Y Reston ponderó la actuación del canciller Juan Aguirre Lanari. Flouret, luego, contó que la Armada estaba muy dura con Estados Unidos a nivel general y que coincidía con el pensamiento mayoritario del Ejército menos la cúpula y Bignone. Cuando Reston le preguntó qué se podía hacer con Washington, Flouret propuso retirar al embajador y los agregados militares de Washington y sacar la delegación militar norteamericana del 2° piso del Edificio Libertador. El martes 10 de agosto, Reston fue a almorzar a lo de Fernando de la Rúa y otros dirigentes políticos de centro, acompañado del general auditor Carlos Cerdá. Los diálogos del encuentro castrense de la noche anterior fueron narrados por el ministro, seguramente con el ánimo de generar algún tipo de adhesión. Fue entonces cuando relató los dichos en la cena de la noche anterior. A juicio de Reston, estas observaciones indicaron que los generales de brigada parecían imbuidos en “corrientes tercermundistas”, las que se agravan por una presunta hipótesis de no pago de la deuda externa.
“El Proceso no se puede rifar, mucho menos permitir un incendio”, dijo Reston. Por lo tanto, sin que desde su cartera se establecieran medidas, admitía que vería con satisfacción que en los grandes partidos prosperaran las iniciativas moderadas. De un modo u otro descartaba las corrientes más críticas de los grandes partidos, fundamentalmente al alfonsinismo y a casi todas las tendencias gremiales del peronismo. […] Reston finalmente consideró ante los políticos que la reunión militar podría tener alguna trascendencia “cuando ésta fuera convenientemente narrada al comandante Nicolaides.” Así lo hizo, aunque primero habló con Bignone y luego con Nicolaides. El 24 de agosto de 1982, Flouret fue castigado con quince días de arresto, sanción que terminaría con su retiro del Ejército: “Yo no vine a hacer de payaso” le dijo Nicolaides al sindicalista Jorge Triacca cuando preguntó por Flouret. La causa de la sanción fue “excederse inmoderadamente en el uso de las expresiones empleadas para formular sus apreciaciones sobre la vida institucional del país”. Sin ser un hombre de izquierda, Flouret terminó apretado por una visión que, al momento de la derrota en Malvinas, fue vista como de izquierda. Pocos años más tarde fue designado integrante del Consejo de Consolidación de la Democracia, creado por el presidente Alfonsín. La interna militar quedó en suspenso, su resolución se daría casi un lustro más tarde.
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