Los porteños le desconfiaban, con los jefes militares afectados al norte se había hecho fama de frontal, rebelde, aunque leal y patriota. Criado en ambiente aristocrático salteño, Martín Miguel Juan de la Mata de Güemes Montero Goyechea y la Corte había nacido el 8 de febrero de 1785 y no importa lo que haya hecho en la frontera norte para frenar una decena de incursiones realistas, debió esperar hasta 1931 para que los argentinos le levantasen un monumento. Con un merecido espacio en los libros de historia recién 185 años después de su muerte fue nombrado oficialmente héroe nacional.
En la época colonial donde está la Torre de los Ingleses, en Retiro, eso era río. Durante la primera invasión inglesa, el buque de 26 cañones Justina se ocupaba de bombardear la ciudad. El 12 de agosto de 1806 por la mañana, Santiago de Liniers ordenó neutralizarlo.
Al mando de un pelotón de Húsares, un joven de 21 años junto a un puñado de jinetes lo obligó a rendirse, aprovechando que una bajante de las aguas lo había inmovilizado. Ese joven era el salteño Martín Miguel de Güemes.
Su padre Gabriel de Güemes Montero era español y su mamá María Magdalena Goyechea y la Corte una jujeña que se había casado quinceañera. Como los niños de familias acomodadas, tuvo su educación pero además se crió entre gauchos en las duras tareas rurales. A los 14 años ingresó como cadete a la Compañía del tercer batallón del Regimiento Fijo de Buenos Aires, que estaba destacado en Salta. Su regimiento había sido convocado cuando los británicos se apoderaron de Buenos Aires en 1806. A comienzos de abril de 1808 solicitó licencia y permiso para regresar a Salta cuando murió su padre. Además, el clima húmedo de Buenos Aires lo estaba enfermando.
Cuando estalló la Revolución de Mayo, se movió para prepararle el terreno al ejército que había salido de Buenos Aires hacia el norte. Le habían dado la misión de patrullar la quebrada de Humahuaca. Como una suerte estímulo, fue ascendido a capitán al considerarlo “un oficial infatigable”.
Tuvo un papel determinante en la victoria de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810, aunque curiosamente no fue mencionado en el parte de batalla, posiblemente por haber disentido con los jefes. Había propuesto perseguir a los españoles y terminar de aniquilarlos, cosa que no se hizo.
Fue por un escándalo, del que Manuel Belgrano se arrepentiría, que fue separado del Ejército del Norte en junio de 1812. Un funcionario local lo acusó ante el creador de la Bandera de convivir con una mujer casada y sumó, además, que aparentemente vivían junto al esposo quien aseguraba que el salteño lo había amenazado de muerte si denunciaba la situación.
El salteño fue enviado a Buenos Aires. Muchos se habrían lamentado que, con Güemes al lado de Belgrano, posiblemente los resultados de Vilcapugio y Ayohuma hubiesen sido otros.
Pero esa suerte de destierro le vino bien: en la ciudad conoció a José de San Martín, y ambos armaron una dupla perfecta. Tiempo después Belgrano reflexionó, ya más sereno, y terminaron siendo grandes amigos con Güemes.
Se reincorporó al Ejército del Norte cuando San Martín se hizo cargo de su jefatura. El vencedor de San Lorenzo lo reconoció como un líder y lo puso a cargo de las avanzadas del Río Pasaje. El 29 de marzo de 1814 fue llamado “benemérito” por San Martín cuando derrotó a los realistas en la ciudad de Salta. “Los gauchos de Salta, solos, están haciendo al enemigo una guerra de recursos terrible…”, escribió el Libertador.
Para entonces, sus acciones en el norte habían elevado la valoración del término “gaucho”, que remitía a algo peyorativo. Tuvo a maltraer a los españoles comandados por Joaquín de la Pezuela, a quienes atacó en distintos puntos de Salta y Jujuy. El Directorio lo ascendió a coronel graduado del Ejército y jefe militar en Tucumán y Tarija. Al mando de sus gauchos, “los infernales” como se los conocía, el 14 de abril de 1815 derrotó a la vanguardia del ejército enemigo en Puesto del Marqués.
Tuvo serios enfrentamientos con José Rondeau, jefe del Ejército del Norte, a raíz de los cuales Güemes se apoderó de valioso armamento. Rondeau lo declaró traidor, pero los hechos se precipitaron vertiginosamente. El director Carlos María de Alvear había caído por la sublevación de Fontezuelas y Güemes tenía otros planes: derrocar al gobierno conservador de Salta. Para ello, contaba con la colaboración de su hermano Juan Manuel, funcionario del cabildo local, que movió los hilos para que el 6 de Mayo de 1815 fuese nombrado Gobernador de la Intendencia de Salta, un extenso territorio que abarcaba las actuales provincias de Salta, Jujuy y Tarija.
Los españoles no eran los únicos enemigos que tenía, sino que muchos de sus pares no lo tenían en consideración. El general José María Paz, en sus memorias, lo difamó remarcando una supuesta dificultad en el habla, que era hemofílico y que por temor a recibir una herida, que por menor que fuera sería mortal, es que se mantenía a distancia prudencial en los combates.
Güemes aún no se había casado. Le habían presentado a Juana Manuela Saravia, hija de uno de sus mejores amigos, pero a la joven no le gustó el salteño. Fue su hermana María Magdalena Dámasa, familiarmente apodada Macacha, quien le presentó a María del Carmen Puch y Velarde, una chica de 18 años, rubia, de ojos azules, cuyo padre le conseguía los caballos al salteño. Se casaron el 15 de julio en la Catedral de Salta y tuvieron tres hijos: Martín, que llegaría a gobernador, Luis e Ignacio.
Vivió la guerra a la par de su marido; lo asistió y acompañó hasta que la llegada de los hijos se lo permitieron. Cambiaba regularmente de residencia, porque se rumoreaba de un plan español para secuestrarla.
Por su rebeldía, Rondeau lo declaró reo de Estado y el cabildo de Jujuy desconoció su autoridad. Terminaría llegando un acuerdo con el jefe porteño, que se conoció como el Pacto de los Cerrillos, decisión aplaudida por San Martín, quien lo consideraba el defensor de la frontera norte, y que con sus continuos hostigamientos mantenía a raya a los españoles. Los porteños no lo digerían: siempre temieron que se convirtiera en otro Artigas. Y llegaron a dudar de su capacidad militar.
Apoyó decididamente el Congreso que se reunió en Tucumán en 1816. “¿Cuándo llegará el día en que veamos reunido nuestro Congreso compuesto de sabios y virtuosos que formen una Constitución libre, dicten sabias leyes y terminen con las diferencias de las provincias?”, escribió.
El 28 de mayo de 1817, su viejo amigo el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón reconoció sus excepcionales servicios prestados con una medalla de oro, una pensión vitalicia para su primer hijo, medallas de plata para sus jefes y escudos para sus soldados con la inscripción “A los heroicos defensores de Salta”.
Más que reconocimientos, buscaba apoyo financiero. Esperó infructuosamente la ayuda monetaria que de Buenos Aires le habían prometido para mantener un ejército que ya superaban los 5000 hombres. El jefe salteño seguía haciendo frente a los continuos intentos españoles por adentrarse en el territorio. Ya se había ganado el mote de “intrépido Güemes”. En carta a Belgrano, le comentaba sobre los españoles, que “mis guerrillas y avanzadas les siguen, persiguen y hostilizan con bizarría y les aumenta el terror y espanto con que vergonzosamente huyen…”.
Mientras luchaba contra las tropas de Juan Ramírez y Orozco, pidió ayuda a los gobernadores. El de Córdoba, Bustos le mandó 500 hombres, aun cuando Güemes no disponía de recursos ni para alimentar a su propia tropa.
En medio del anárquico año 20, San Martín lo designó General en Jefe del Ejército de Observación sobre el Perú. El salteño, preocupado por procurarse de fondos, hasta les había solicitado a las damas jujeñas que colaborasen en la confección de ropas para sus soldados. En esa tarea también colaboró su hermana Macacha, quien convirtió su casa en un taller, ya casada con Román Tejada Sánchez. Coser fue lo más simple que hizo, ya que participó en arriesgadas misiones de espionaje en favor de su hermano.
No perdía de vista el panorama nacional, pero la disgregación interna lo distraía de la tarea en la que estaba en plena sintonía con San Martín. A la par que le proponía a Bustos celebrar un Congreso General para ordenar al país y coordinar las acciones militares, y terminar con los enfrentamientos entre las provincias, el 24 de mayo de 1821 miembros del Cabildo intentaron derrocarlo como gobernador pero, ante la aclamación popular, los golpistas huyeron. Algunos no tuvieron ningún empacho en refugiarse en el cuartel general de los españoles.
En toda historia, hay un traidor. Gracias a los datos provistos por el comerciante Mariano Benítez, y que le fueron recompensados económicamente, el 7 de junio una partida española, al mando de José María Valdés, conocido como “el barbarucho” entró a la ciudad de Salta y bloqueó las salidas cercanas a la casa de Macacha, donde permanecía su hermano con una pequeña escolta.
Consciente de la encerrona, a medianoche montó su caballo y saltó un piquete enemigo, blandiendo su sable. Cuando atravesaba el segundo piquete, recibió un disparo en la nalga derecha que le salió por la ingle izquierda. En el lugar donde cayó del caballo, hoy se levanta su monumento.
Agonizó en la Cañada de La Horqueta. En un momento, el jefe español envió emisarios con el ofrecimiento de llevarlo a Buenos Aires para que pudiese ser atendido, siempre y cuando desistiera de la lucha contra los españoles. Mandó llamar al coronel Vidt y, delante de los emisarios, le hizo jurar que continuaría la lucha contra los realistas.
Como consecuencia de una gangrena probablemente provocada por un tétanos, falleció el 17 de junio. Sus restos fueron enterrados en la capilla de El Chamical y actualmente descansan en el panteón de las Glorias del Norte, en la Catedral de Salta.
La tradición popular cuenta que su esposa Carmen, al enterarse de la muerte de su marido, al que seguiría la de su enfermizo pequeño hijo Luis, se encerró en su habitación, se cortó sus cabellos y dejó de comer. Tenía 25 años cuando falleció el 3 de abril de 1822.
La historiografía demoró demasiado en considerarlo con los méritos suficientes para ser incluido entre los héroes de nuestra independencia. Lo encasillaban en la categoría de “caudillo del interior”, con todo lo que ello representaba para los porteños y los textos de los que entonces contaban la historia, no le dieron la trascendencia debida.
Cuando en plena lucha en la frontera norte el general español Jerónimo Valdéz al frente de sus tropas llegó a un ranchito perdido en el medio de la nada, vio a una criatura que no superaba los cuatro años montar apresuradamente y, por indicaciones de su madre, volar al galope a avisar sobre la presencia de tropas enemigas. “A ese pueblo no lo conquistarán más”, sentenció. Ese pueblo era liderado por el último héroe argentino.
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