Hacía 40 años que estos siete hombres no se veían a la cara así, todos juntos. Tan juntos como cuando eran prisioneros de los ingleses y compartieron junto a otros cinco una cámara frigorífica a modo de celda en San Carlos. Allí, uno de ellos -nadie recuerda quién- bautizó al grupo como “Los 12 del Patíbulo”, el mismo nombre que la famosa película bélica. A cuatro décadas de la guerra de Malvinas brindan por el reencuentro, por los que no están y por los 649 héroes de Malvinas en un salón del Centro Recreativo de Villa Martelli, un predio del Ejército. Y es el brigadier (r) Carlos Tomba, el mayor de todos que, como en las islas, toma la palabra: “Tenemos una hermandad que es difícil de explicar, porque pasamos 40 años sin vernos. Pero la sentimos como propia, por haber vivido cosas que sólo sabemos los que las hemos vivido… Hay algo que no se recupera nunca y es el tiempo. No perdamos la oportunidad de abrazarnos y reconocernos. Esto nos une y unirá hasta el día que nos lleven para adelante. El amor a nuestra Patria, lo que entregamos, es lo que nos mantiene vivos”.
Participar de la batalla de Darwin y ser prisioneros de guerra les endureció el cuero, pero el corazón es otra cosa: cuando escuchan a Tomba y recuerdan Malvinas, los ojos de todos se humedecen. Además de Tomba, aquí están el capitán (r) Carlos Chanampa , el general (r) José Navarro, el coronel Jorge Zanela -alma mater de la reunión-, el sargento ayudante Guillermo Potocsnyak, el brigadier Gustavo Lema y el suboficial infante de marina Juan Tomás Carrasco. Brindan por los que ya no están, el teniente Hernán Calderón, que falleció el 24 de marzo de 1983 en un vuelo de instrucción junto a un aspirante, y el sargento primero José Basilio Rivas, que murió el 22 de diciembre del 2001 en un accidente automovilístico en Brasil. Y por los que no pudieron venir: el capitán de corbeta Dante Camiletti, el sargento 1° Vicente Flores y el sargento Miguel Moreno.
La batalla de Darwin
El 1° de abril de 1982, el entonces alférez Gustavo Lema se casó por civil con Graciela Gordo. A las 23 horas, esa misma noche, el cabo 1° e infante de marina Carrasco desembarcaba en Malvinas. Era parte de los 86 comandos y 8 buzos tácticos que en la madrugada del 2 de abril recuperaron las islas y dieron inicio a la guerra. Al día siguiente, Lema se casó por Iglesia y tuvo su fiesta. “De ahí volví a Reconquista, a la 3era Brigada Aérea, donde estaba el escuadrón Pucará. Me destinaron a Puerto Santa Cruz y el 15 de mayo pasé a la Base Cóndor, de Darwin, en Malvinas. El entonces mayor Tomba era mi jefe de escuadrón”, cuenta. El mendocino Tomba ya estaba en la BAM Cóndor desde el 24 de abril como Técnico de Prueba de Armamento. Había ido como voluntario, pero quería combatir. El 21 de mayo, después de evadir a dos Harriers con su Pucará, un tercero lo alcanzó y debió eyectarse. Los restos de su avión aún reposan en la zona de Lafonia, en las islas. “Me recuperó un helicóptero con los tenientes Luis Longar y Gustavo Brea. Y aunque no volví a volar, me quedé combatiendo”.
Potoczniak (al que por su apellido llaman “Coco” o “Poto”) era sargento 1° del Regimiento 12 de Infantería de Mercedes, Corrientes. “Yo era francotirador y tenía a cargo un grupo de soldados. Todos regresaron con vida”, cuenta. Llegó a la zona de Darwin el 1° de mayo, con los primeros ataques aéreos de los ingleses. “Cuando bajamos del Chinook, mandé a cavar trincheras y escuché una sirena que era un ataque aéreo. Eran tres aviones”. El 25 de mayo fue uno de los que combatió en San Carlos con las tropas de Paracaidistas Británicos que habían desembarcado. “Fue un combate muy fuerte, hasta cuerpo a cuerpo en las primeras líneas. Desde allí, nuestro grupo retrocedió a Pradera de Ganso”.
En esa misma fecha, al capitán Chanampa le ordenaron desembarcar con dos obuses en la zona de Darwin. “Agregué un jeep, para remolcarlos. Los cargamos en el Chinook y ahí comenzó nuestra tarea de apoyo de fuego al regimiento 12 de Mercedes en el combate de Pradera de Ganso”. El también artillero Navarro tuvo más problemas para arribar: “me ordenaron transportar dos cañones Oto Melara en el guardacostas río iguazú, fue atacado y hundido por dos Harrier. Después de 48 horas nos lleva un helicóptero a Darwin. Me encontré con un viejo amigo, el subteniente Gómez Centurión. Con él y el alférez Fabre, de la Fuerza Aérea, volvimos en un Chinook al lugar del hundimiento. Gómez Centurión buceó a ciegas en la bodega del buque, yo reconocía piezas y así recuperamos los cañones. Con ellos combatimos 36 horas en Darwin”. Zanela recuerda que “llegamos al lugar el 26 de mayo, en vísperas del combate. Tuvimos poco tiempo para prepararnos. Cumplimos la misión, que era salir a través de las líneas enemigas y hacer fuego para molestarlo en su avance y empezó el combate. Y 36 horas después estábamos presos. Los acontecimientos fueron muy rápidos. Lo que nos llenó de satisfacción fue que a Chanampa, mi jefe de batería, lo llamó un inglés de artillería y lo felicitó por la cadencia de tiro. Teníamos tres cañones y pensaban que había seis. El reconocimiento del enemigo es importante”.
El 27 de mayo, al cabo 1° infante de marina Carrasco -comando que había regresado a las islas después de participar del desembarco- le ordenaron marchar a San Carlos norte, para informar sobre las fuerzas británicas que habían desembarcado tres días antes. Ahí iba el entonces capitán Camiletti. “Esa patrulla se divide, yo regresé con Basualdo. Camiletti se destaca más adelante y cae”, cuenta. El siguió con la misión de entrar a una estancia. “Nos tiraron y nos hicieron prisioneros. Era el 29 o 30…”, señala. Allí, recuerda, “empezaron a interrogarnos: sopapos, culatazos, siempre encapuchado, me sacaron el calzado y la campera. A las tropas especiales las preparan para esos momentos. Sabía que tenía que aguantar para sobrevivir (se emociona). Lo hice, pude, y acá estoy”.
Allí, Carrasco también participó de la recuperación de los soldados argentinos que llegaban heridos: “Dos o tres veces di sangre para los que operaban los ingleses. Había una casilla de inspección donde hacían el primer chequeo, les daban morfina y a muchos los helicópteros los llevaban. Otros, que tenían más urgencia, los operaban ahí. Muchos salían para el lado de los muertos y otros en camilla, entonces pedían sangre. Había un cuarto que decía “muertos argentinos” y “muertos ingleses”. También ayudamos con la sepultura, había una zanja común. Y un cura. Todos los días rezábamos con ese padre. ¡Nunca recé tanto! Después me junté con los 12 del Patíbulo”.
Del combate de Darwin y Pradera del Ganso, Potoczniak guarda en la memoria que “los ingleses empezaron a atacar con las tropas desplegadas. Avanzaron, pero retrocedieron en tres oportunidades. La gente de artillería tuvo un comportamiento conmovedor: no se veía el piso, pisaban arriba de las vainas. Todos se portaron de diez, con poca comida, con frío…”
A Lema, aviador, le tocó estar junto a los artilleros en ese combate. “La idea era que quedáramos cuatro pilotos en Darwin para relevar a los que atacaban desde Puerto Argentino. Pero después que por error los artilleros le dieron a un Skyhawk de la Fuerza Aérea Argentina, empezamos a hacer turnos para ver si venía un avión nuestro o uno inglés. En el ataque final de las tropas inglesas me tocó estar con la artillería de 35 mm, con el mismo concepto. Recuerdo a Zanela: uno veía avanzar a los ingleses, la artillería reaccionaba y saltaban por el aire. La capacidad de fuego era impresionante. Estuvimos ahí hasta que se acabó la munición, la noche anterior a la rendición”.
Uno de esos artilleros, Navarro, cuenta que “en un momento del combate, con las últimas luces del 29 se hizo una pausa de fuego, un silencio absoluto, de los más grandes que sufrí en mi vida. Hubo reuniones de las que participó el jefe de la batería, el teniente Chanampa con el jefe de la fuerza de tarea. Al regreso nos informa que habían resuelto rendirnos en las primeras horas del día siguiente. Fue uno de los momentos más tristes de mi vida. Me golpeó ver arriar la bandera argentina e izarse la inglesa. Aún duele. Son esas cosas que no tienen revancha”. Potoczniak reconoce que “la primera vez que lloré cuando tuve que entregar las armas el 29 de mayo, día del Ejército Argentino”.
La historia de “Los 12 del Patíbulo” comenzó a gestarse allí, después de la batalla de Darwin y Pradera de Ganso, entre el 27 y el 30 de mayo de 1982. Durante esos días, los británicos intentaron horadar la defensa argentina. Dominaban el aire y el agua, y eso fue decisivo. Se combatió hasta que la artillería dispuso de municiones. Luego ya no hubiese sido una batalla, sino una carnicería.
Capturados por los ingleses
Al principio, los prisioneros fueron enviados al buque Nordland. Pero enseguida, un inglés comenzó a pasar lista. Dio 12 nombres. Potoczniak explica que a cada uno le asignaban un número: “El mío era 659. Cuando me bajaron no dijeron mi nombre, dijeron “six five nine”... Yo escondí mi número, pero me encontraron, me pusieron una bayoneta y me bajaron. Cuando llegué a lo oscuro, se abrió una puerta y pensé que me iban a tirar al mar. Y no, me empujaron a una lancha de desembarco y ahí nos juntaron, de a uno, a los 12″.
Cuenta Zanela que “todos nosotros estábamos en la zona de Darwin: paracaidistas, pilotos y comandos. Después que terminó el combate, la masa de los prisioneros volvió vía Uruguay a nuestro país, menos nosotros. Éramos tropas especiales. En la Convención de Ginebra hay un apartado donde dice que los paracaidistas o los comandos tomados prisioneros y devueltos al país no pueden volver a entrar en combate en el mismo conflicto”. Según Navarro, “nunca supimos cuál fue el hilo conductor que llevó a los ingleses a separarnos a los 12. No lo entendemos aún. Había pilotos de Pucará, comandos anfibios, del Ejército, paracaidistas. Dedujimos que era algo relacionado a las tropas especiales, que no se devuelven de inmediato porque tienen mucha carga de información y uno la podía brindar”.
Uno de los últimos en llegar fue Tomba: “Cuando dijeron mi nombre y me identifiqué, me agarraron de las pestañas, me subieron a un helicóptero y me metieron en una habitación. Y ahí me encontré con los muchachos. A mi me interrogaron, me recibió el médico, el teniente coronel Rick Jolly (único veterano condecorado por ambos países), que fue presidente de la Asociación de Veteranos Ingleses de Malvinas. Me pidieron mis datos, pero nunca me sometieron a presiones. Después que supo quién era yo, me dijo que había estado con quien me derribó, que me mandaba muchos saludos y que había sido una buena pelea”.
Comenzó, para ellos, la etapa más dura: estar en prisión. El hacinamiento era importante. Y la higiene, nula. “La cámara frigorífica era pequeña, de 6 x 3 metros, con una lámpara en el techo y un vidrio chiquito que se rompió para ventilar. Había que dormir en el suelo, sin colchón, sobre nuestra ropa, nos quitaron el equipo de campaña, no teníamos ni cuchara, ni cuchillo. Los primeros días el racionamiento fue un tarro de comida y el más antiguo, el mayor Tomba, nos impulsó: “Hay que comer con la mano”. Después nos mandaron a un basurero a buscar una lata que sirviera como cubierto. Y nuestro baño, bueno, era ahí adentro”, sostiene Navarro. Para colmo, en una pared había incrustada una bomba argentina de 250 kilos, sin explotar.
Hoy, que 40 años pasaron de aquellos momentos, todos hablan del “baño sauna” entre risas. Y se pasan la pelota para contar a qué se refieren. Hasta que es Tomba, el más veterano, el que se decide a describir la situación: “Nosotros vivíamos en esa pieza y teníamos un tacho de 200 litros para hacer nuestras necesidades. Por prurito, nadie quería ir al baño. Hasta que les dije ‘muchachos, démonos vuelta y empecemos a cantar, de manera que el señor que tenga la necesidad, la pueda hacer tranquilo’. Y así nos fuimos aliviando… Son cosas que se tienen que vivir para entender. Llegó un momento que no nos podíamos parar de la debilidad que teníamos. Pero la unidad espiritual que se generó nos mantuvo en pie, porque nos apoyamos unos a otros, por eso sobrevivimos bien. Cuando uno se caía, el de al lado lo levantaba”.
Para bañarse tampoco era sencillo: “Era todo nieve. Había cuatro paredes y dos tanques de agua caliente. Nos desnudábamos, corríamos, nos tiraban agua y bajábamos entre la nieve”, cuenta Carrasco. Lema, por su parte, dice que “cuando estuvimos presos fue duro, pero yo era muy joven, todo era nuevo. No me sentí mal. Me retiré con el grado de Brigadier. Pero eso marcó mi vida. A mi siempre me dijeron ‘El flaco’, era un palito. Pero en Malvinas bajé 12 kilos y tardé diez años en recuperarlos. Mido 1,84 y pesaba 69 kilos”.
Todo cambió, recuerda Navarro, cuando “vinieron tres integrantes de la Cruz Roja Internacional a inspeccionarnos. Vimos que tenían mucho enojo en la expresión por cómo le hablaban al inglés. Nos dimos cuenta que olíamos mal, y que el lugar olía mal, porque mientras nos hablaban tenían un pañuelo en la nariz. Inmediatamente hicieron dos cosas: llenamos un formulario de la Cruz Roja como un testimonio de vida. Y llegó, así que nuestras familias supieron que estábamos vivos. Y nos transportaron a distintos buques de guerra, donde ya pudimos bañarnos y lavarnos la ropa. Uno fue el Sir Edmund, que navegó varios días en alta mar. Los 12 estábamos alojados en una especie de cantina. Nos sacaban una vez cada dos días a la cubierta. Pudimos ver a uno de los portaaviones, es decir que estábamos lejos de las islas”.
Allí les dieron 8 libras para gastos, que se encargaron de ahorrar. Tomba también observó algo que confirmó la ayuda que recibió la Task Force por parte de los Estados Unidos: “En el buque vimos una caja que decía USAF y era de misiles Sidewinder que les habían provisto para los Harrier. Los ingleses no sabían por qué habían venido. A ellos les reducían sus años de servicio a la mitad y cobraban tres veces más por estar en la guerra. Eso dicho por ellos. Cuando les contábamos que aportábamos parte de nuestro sueldo por el tema Malvinas nos miraban como diciendo ‘están locos’”.
Los días allí, recuerda Zanela, eran tediosos. “Jugábamos a la canasta, nos daban libros, un ajedrez… Eso hacíamos todo el día. También se interactuaba con los ingleses. No con quienes nos custodiaban, pero sí con el mayor que estaba a cargo de los prisioneros. Por lo menos con los que hablaban inglés, como Tomba y Camiletti, porque yo hablo un inglés a lo indio…”, ríe. Chanampa añade otro juego de cartas: “El tutecillo, que nos enseñó Camiletti”. También se ríen cuando recuerdan la ocurrencia de Camiletti de “tomar el barco”. “Era como imposible”, dice Zanela, que también enfatiza “el compañerismo que teníamos entre todos. La verdad es que fueron días tediosos, no nos dejaban escuchar nada ni sabíamos qué pasaba realmente. La única información que tuvimos fue durante el mundial de España, cuando jugó Argentina con Bélgica. Pedimos una radio para escuchar el partido y ahí nos enteramos de que había estado el Papa en Buenos Aires. Después supe que hubo un fax firmado el 10 de junio, donde ordenaban trasladarnos a la Isla Ascensión, algo que no sucedió.”
El final de la guerra los sorprendió en el buque. Zanela dice que “empezaron a gritar, a saltar… Vino el jefe del campo de prisioneros, un mayor inglés, y nos dijo que Puerto Argentino se había rendido. Nosotros esperábamos que hubiera un corte, hacía mucho tiempo que estábamos presos. Nos volvieron a desembarcar en San Carlos y nos encontramos con los camaradas que venían de Puerto Argentino. Me encontré con el jefe de mi unidad, que no tenía noticias nuestras. No sabía quién había sobrevivido, quién no”. Navarro completa: “También sonó el himno inglés. Nos despertaron, nos dieron la mano y nos dijeron que había terminado la guerra”.
Si queda un recuerdo material de aquellos días y que con el emblema de Los 12 del Patíbulo, son los dibujos que hizo Potoczniak: “Cuando empezamos a estar presos, a los que teníamos cierta jerarquía nos iban cambiando, para que no estés con la tropa. Un día se me dio por dibujar, les pedí hojas a los ingleses. Dibujé cartas y empezamos a jugar al truco… Y un día se me dio por dibujar a un guardia. Me lo pidió y le dije ‘no, change…’. Y me trajo un cartón de cigarrillos. Hice a cada guardia y todos me pedían un dibujo. Con eso negociaba algo. Hasta en una misa dibujé al cura”
La libertad
Luego de estar en San Carlos subieron al Sir Edmund, que los trajo a Puerto Madryn el 14 de julio. Fueron los últimos argentinos prisioneros de guerra. Y allí sucedió la última e increíble anécdota, que tuvo como protagonista a Navarro. “En ese buque capturé una bandera inglesa, que aún tengo en mi poder. Los ingleses la buscaron por todos lados, inclusive revisaron los camarotes. Nosotros, por picardía, habíamos robado un cuchillo del comedor, no para matar a nadie sino para untar una manteca que también habíamos robado, bien de presos ¿no? Y cuando empezamos a sentir el tumulto de los controles, sacamos uno de los paneles del techo, escondimos la bandera y el cuchillo, revisaron, nada. Cuando llegamos la saqué del entretecho y la tengo en mi poder. Cuando bajamos en Puerto Madryn la saqué de entre mi campera y se las mostré. ¡La que se armó! Un coronel me metió de los pelos a un micro para sacarme de ahí…”
El día, los recuerdos y los abrazos se van llevando a Los 12 del Patíbulo. “Malvinas son dos meses de nuestra vida, que en los más de 60 años que tenemos parece poco, pero es una marca muy profunda. Y a pesar de no vernos, nos sentimos como hermanos. Cuando te encontrás con un veterano, a veces hablás cosas que no comentás ni a tu familia”, señala Zanela, que regresó al pequeño cuarto de San Carlos en 2015. Tomba añade: “Esta era una deuda pendiente. Desde que volvimos de la guerra, cada uno siguió con su carrera y su vida, y lamentablemente esta reunión demoró mucho tiempo. Entre nosotros hay una hermandad que va más allá de la jerarquía. Somos hermanos porque vivimos una experiencia que solo nosotros conocemos”. Para Chanampa, “fueron 12 tipos que a mi me dieron gusto, por eso agarré el auto desde Córdoba a las seis de la mañana con mi mujer y mi hijo y estoy acá”. Lo que los une es Malvinas que, como concluye Lema, “es un sentimiento, y recuperarlas es una obligación del pueblo argentino, por los caídos, por nuestros hijos y nuestros nietos”.
SEGUIR LEYENDO: