Una misión suicida y el infierno en Wireless Ridge: el contraataque a todo o nada en el ultimo día de la guerra

En las últimas horas de la guerra, se planeó un contraataque para apoyar a los soldados del Regimiento 7 que estaban siendo desbordados por los británicos en Monte Longdon. Los detalles de una historia de valor y entrega de un grupo de soldados que sabían que iban a una misión suicida

Víctor Hugo Rodríguez lo llamó "mi rancho" en Malvinas. Está con el capitán Zunino, jefe de la Compañía A Tacuarí; soldado Galeassi y el estafeta Carballo

Cuarenta años después, sus soldados siguen con lo mismo, que en la guerra sobresalía por su voz de mando. Hasta en el grupo de wasap que se hizo con los integrantes de su sección, alguien se atrevió a preguntar qué había sido de la vida de ese viejo que en el último contraataque en Wireless Ridge gritaba como loco en la cima del cerro.

No era viejo, le faltaba medio año para cumplir 33 años. Era el teniente primero Víctor Hugo Rodríguez, conocido por todos como “Chuly”, porque le salía bárbaro la imitación que hacía de un superior, el Chuly Vázquez. Hoy es teniente coronel retirado con cinco hijos, siete nietos y pudo vivir para contar lo que junto con un puñado de sus soldados, protagonizó el último contra ataque argentino en la guerra de Malvinas.

Ese 2 de abril se enteró mirando la televisión de la recuperación de las islas. Su esposa Graciela, una formoseña de 26 años -”mezcla de quebracho y vinal”, la describe él- vistió a sus cuatro hijos y se fueron a la Plaza de Mayo. Cuando llegaron casi todos se habían ido, pero Rodríguez quiso que sus hijos tocasen la pirámide, porque ese era un día histórico y les remarcó que la vida del país cambiaría para siempre. El tiempo le demostraría que se había equivocado.

El 8 fue convocado al Regimiento de Infantería Mecanizada 3 de La Tablada. El alma se le cayó al piso cuando, a pesar de estar a la altura de una jefatura de compañía de infantería, se le informó que estaría a cargo de la primera sección de tiradores de la Compañía A.

Posición de ametralladora del grupo apoyo junto a su jefe, el cabo primero Salot. El primero a la izquierda es el soldado Julio César Segura, caído en combate

Su primer desafío: comandar a 40 hombres a los que no conocía y que no había formado. Como el soldado que apareció en la puerta del cuartel con su padre, con la intención de que no fuera movilizado. Sin embargo el hijo le dijo al padre “que quería ir con sus compañeros y volver con ellos”, a lo que éste le respondió: “Vine a escuchar eso”.

Cuando el 10 de abril llegaron a las islas, comprobaron que la planificación era un desastre. Con el jefe del regimiento, teniente coronel David Comini se estudiaron posibles contraataques hacia el mar y se practicaban desplazamientos para familiarizarse con el terreno.

El desayuno era una cucharada de azúcar, una de mate y otra de café, con agua caliente. A la noche se rezaba el rosario y se intercambiaba información. Cuando las trincheras se inundaban, se hacían plantillas con cartón para los borceguíes. Siempre estuvieron con la ropa húmeda.

Dragoneante Esteban Tries, sargento Manuel Villegas y soldado Fernando Santurio, en Malvinas

A las dos de la madrugada del sábado 12 de junio le ordenaron a Rodríguez alistar a su sección, porque la Compañía A debía ocupar una posición de bloqueo en los cerros de la primera línea. La sección debía ir al cerro Tumbledown.

Como cada soldado llevaba tres cargadores, Rodríguez ordenó llenar medias con munición que, atadas, se las colgaron del cuello. Llevaban además una manta, un paño de carpa y algo de comida.

A pesar del dramatismo de lo que significa ir al frente cuando se sabía del avance inglés, hubo momentos de risas y bromas cuando los soldados veían cómo los camiones que transportaban la munición pesada se deslizaban por las calles debido a la capa de hielo y se incrustaban en cercas y destruían jardines. Para el jefe de la sección era una ironía de la vida esas risas cuando iban camino a la muerte.

El panorama era desolador. “Ya había caído el 4″, contó Rodríguez a Infobae. “Era espantoso ver a los soldados que se replegaban, heridos, sucios, venían mal”. No quiso que sus soldados los vieran y los hizo ir mirando el valle de Moddy Brook.

Cuando llegaron a la posición, cavaron trincheras mientras recibían fuego de artillería. La munición de mortero llegó por helicóptero hasta el cuartel de los Royal Marines y hubo que hacer quince viajes a pie llevando los cajones al hombro.

Maniobra de la primera y segunda sección en el valle de Moody Brook hacia Wireless Ridge, en uno de los últimos movimientos de las tropas argentinas en la guerra

El domingo 13 de junio siguieron recibiendo fuego de la artillería inglesa. Rodríguez sabía que faltaba poco para que entrasen en combate porque ya habían caído los montes Dos Hermanas y Kent. Uno de los proyectiles cayó en el pozo de zorro del soldado Julio César “Negro” Segura, que instantes antes le estaba gritando bromas a otra posición. Quedó con la espalda abierta y pedía que lo matasen. Su amigo, el soldado Rubén Carballo intentó sin suerte poner en marcha un camión de la Cruz Roja y cuando regresó, su amigo ya había fallecido.

La posición de su gente era la peor. Estaban a mitad de camino entre los ingleses y la defensa de Puerto Argentino. Por arriba de sus cabezas pasaban proyectiles de ambos bandos. Veían cómo el fuego inglés se concentraba sobre los efectivos del Regimiento 7.

A las diez de la noche del 13 de junio, Rodríguez recibió una orden suicida: las secciones debían desplazarse hacia el norte, a las alturas de Wireless Ridge para realizar un contraataque y apoyar al Regimiento 7 en su movimiento de repliegue.

Rodríguez le preguntó al capitán Zunino quién había sido el hijo de puta que había impartido esa orden, y se dispuso a cumplirla. Rodríguez reunió a sus soldados y les explicó lo que debían hacer.

Así partió la primera sección de Rodríguez, a su derecha la tercera sección del subteniente Carlos Aristegui, seguida por la sección apoyo del teniente José Luis Dobroevic. Cerraba la formación la segunda sección del teniente Horacio Mones Ruiz.

Años después, Rodríguez flanqueado por el radioperador Paz y el estafeta Carballo

El avance fue lento, en cadena, bajo un intensísimo fuego cruzado de la artillería enemiga y la propia. Enseguida su sección quedó incomunicada: la radio que llevaban tenía agotadas las baterías. Ordenó que la tirasen. La incomunicación le impidió saber a Rodríguez que los soldados del 7, a los que iba a apoyar, ya se habían replegado a Puerto Argentino.

El oficial de operaciones del regimiento, mayor Berazay recibió la orden del comandante de brigada general Jofre de detener el contraataque y replegarse. El capitán le mandó a Rodríguez cuatro suboficiales que no lo pudieron encontrar.

Y su sección siguió avanzando.

25 años después de la guerra, en un asado de camaradería, el sargento Domínguez sorprendió a todos cuando confesó que había recibido de una estafeta la orden de repliegue y que lo había echado a los gritos.

Estaban completamente mojados porque debieron cruzar el arroyo de Moody Brook, con temperaturas bajo cero y una intensa nevada.

El soldado Tries recuerda que, en medio del abatimiento y el cansancio, escuchó a Rodríguez ordenar “¡A lo gaucho, carrera mar! ¡Viva la Patria, carajo!” Rodríguez confesó a Infobae que en ese momento tuvo dos miedos, uno a morir y el otro que no lo siguiera nadie.

En Malvinas, de izquierda a derecha: Mario Ruso, Fernando Santurio, Rubén Caraballo, sargento Manuel Villegas, cabo primero Guillermo Salort, Luis Manzanares, Tony Alvarez, cabo Fariña y, agachado, Eduardo Guillermo Gómez

Empezaron a subir el monte, nadie sabe con qué fuerzas, en medio de explosiones, gritos y bengalas.

Fue cuando los ingleses lo detectaron. Lanzaron bengalas de iluminación y desataron un infierno de proyectiles que barrieron 200 metros de ancho por 40 de profundidad. Sus proyectiles estallaban a 30 metros de la tierra y las esquirlas arrollaban todo lo que tocaban. Por suerte para los argentinos, habían errado por unos 40 metros. De haber hecho puntería, posiblemente nadie hubiera sobrevivido.

Rodríguez ordenó continuar avanzando. Mandó al soldado Carballo a que buscase al jefe de compañía para conocer qué pasaba, pero no lo halló. Decidió hacerse cargo, como el oficial más antiguo en el campo de batalla.

Le ordenó al subteniente Aristegui, recién salido del Colegio Militar, que intentase subir al monte por la derecha y que buscase contacto con el regimiento 7. A los pocos metros cayó con un disparo en el cuello. Enseguida dos soldados fueron a rescatarlo. Aristegui estaba boca arriba. Uno de ellos le palmeó la mejilla y le dijo: “Quedate tranquilo, pendejo, vos con nosotros te portaste bien, nosotros te vamos a sacar de acá”.

Ante el avance de su sección, fracciones menores enemigas se sorprendieron y retrocedieron. Les empezaron a tirar con artillería. En esa acción fueron heridos los suboficiales Villegas, Vallejos, Retamar, el soldado Amusane. Para Rodríguez la misión seguía siendo tomar contacto con el jefe del regimiento 7. Con una veintena de sus soldados continuó avanzando.

Se preocupó cuando halló a soldados muertos pertenecientes al 7 y ahí tomó conciencia que esa unidad ya no estaba más ahí. Lo sorprendió el grito de un suboficial: “¡Usted está loco, los ingleses ya están acá!”

La propia artillería disparaba sobre esa zona porque creía que no quedaban argentinos en Wireless Ridge. Los soldados de la sección se cubrían detrás de las rocas.

Rodríguez, como había perdido contacto con el sargento Villegas salió a buscarlo, mientras los soldados quedaron a cargo del cabo Salort, pero recibió una lluvia de disparos ingleses que lo hizo retroceder. Villegas había caído herido en el estómago y en el brazo. Rodríguez entonces ignoraba que los soldados Tries y Serrizuela, desafiando el fuego enemigo, lo recogieron y lo cargaron ocho kilómetros hasta el hospital de Puerto Argentino, a pesar de las órdenes de Villegas de que lo dejasen ahí. “Mi sargento, no lo puedo dejar morir aquí, porque usted me debe un asado”, le respondió Tries. También se jugaron la vida el soldado Páez y el cabo primero Domínguez cuando salvaron al sargento Juan Vallejo, al que vieron rodar por la ladera del monte, gravemente herido.

Ante la situación de que el regimiento 7 ya no estaba, que lo sobrepasaban los disparos de artillería inglesa, que recibía fuego enemigo desde el norte, que le disparaba la propia artillería, decidió regresar por el sur. “Yo los traje y yo los saco”, se propuso.

Ordenó abrir fuego en todas direcciones mientras las secciones se replegaban en dos columnas hacia la bahía ubicada al otro lado de Puerto Argentino. La niebla y la nieve ayudaron a que no fueran vistos. Al pie del Moody Brook, sin tener la certeza de que con quién se encontrarían, los esperaba el capitán Zunino, quien lo puso al tanto de la situación y que el sargento Villegas, que él buscaba, había sido herido y estaba en el hospital.

Camino a Puerto Argentino, ya el silencio era total. El panorama era desolador: cañones abandonados, armas tiradas, decían que todo había terminado.

Víctor H. Rodríguez hoy. Repite que Malvinas le dejó valiosas enseñanzas de vida

El regimiento 3 tuvo cuatro muertos y 27 heridos. La Compañía A “Tacuarí” tuvo 20 heridos. La sección de Rodríguez debió lamentar la muerte del soldado Segura y varios heridos. Rodríguez tenía una herida en el mentón, producto de una esquirla. Todos habían bajado un promedio de 18 kilos.

El soldado que en el grupo de wasap preguntaba por Rodríguez se llama Sergio Torres, es de Zárate y le confesó muchos años después que cuando lo vio iluminado por la luz de las bengalas enemigas gritando y alentando a la gente arriba del cerro, su perspectiva de cómo ver las cosas cambió radicalmente. Enseñanzas de la guerra que quedan marcadas para toda la vida.

Las fotografías pertenecen al libro Llevando la Patria al hombro, de Víctor Hugo Rodríguez.

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