El héroe de Malvinas que con pocas balas y un cuchillo rescató a un compañero herido en medio de un infierno

Roberto Baruzzo es uno de los máximos héroes de la guerra. Recibió la Cruz al Heroico Valor en Combate, la condecoración más importante que entrega el ejército. Entre sus camaradas es reconocido como un mito viviente. En los últimos días de la contienda, protagonizó una “misión suicida”: fue en busca de un oficial de inteligencia que se desangraba, mientras los ingleses los rodeaban. Solo, enfrentó a más de una decena de soldados y recién bajó las armas cuando supo que todo había terminado

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Roberto Baruzzo - Veterano de Malvinas

Era el final de la guerra, pero él no lo sabía. Estaba en algún lugar de las Islas Malvinas y su compañero se desangraba. Llevaba ya toda la noche peleando en soledad contra los ingleses, decidido a no abandonar a su camarada, que le pedía que se fuera, que lo dejara. Roberto Baruzzo no estaba dispuesto a eso. Ya sobre el final se quedó sin munición, lo rodearon, lo apuntaron, le dijeron que se rindiera. Él levantó su cuchillo: “si vamos a morir, que les salga caro”, pensó. Su enemigo insistió en que bajara el arma, y con el fusil le dieron unos golpecitos en el filo del cuchillo. El sonido del metal funcionó como un conjuro y Baruzzo entendió que todo había terminado. Bajó el cuchillo y lo clavó en la turba negra de Malvinas. Los ingleses que lo rodeaban también bajaron las armas. Uno de ellos se acercó y lo abrazó. Lloraron juntos y alguien dijo: “The war is over”.

La guerra había terminado y ahora, por fin, Roberto Baruzzo lo sabía. Su compañero, casi desangrado, con cuatro tiros encima, necesitaba atención médica urgente, era difícil que sobreviviera a pesar de todo. Pero el esfuerzo valió la pena: hoy Baruzzo y Echevarría son hermanos de por vida. La hazaña comenzó así.

“Yo estaba en el Regimiento 12 de Infantería de Mercedes y empezaron todos a las corridas. Un soldado se acercó y me dijo: ‘¿Se enteró mi cabo? ¿se enteró? ¡Recuperamos las Malvinas! ¡Recuperamos las Malvinas!’. Tenía 22 años recién cumplidos”.

Roberto Baruzzo con su cuchillo en conmemoración a su actuación en las islas. Crédito: Nicolás Stulberg
Roberto Baruzzo con su cuchillo en conmemoración a su actuación en las islas. Crédito: Nicolás Stulberg

-¿Cuándo llegó la orden de desplegar?

-El 2 de abril estábamos ya en apresto haciendo el equipo de combate para viajar al sur. Y bueno…después ya llegó la orden y hubo una formación en la plaza de armas, decía el jefe de regimiento que teníamos que sentirnos orgullosos porque la patria necesitaba nuestros servicios. Yo dije: “qué bien, qué bien”, porque realmente nosotros nos preparábamos para eso y el momento llegó. Yo me sentía orgulloso, me sentía feliz, o tal vez inconsciente de que iba a vivir una guerra, pero me parecía bien el servicio a la patria: yo juré morir por ella.

-¿Cuáles eran las órdenes por ese entonces?

-Nosotros teníamos que cubrir el frente de Chile, hicimos 100 o 200 kilómetros de caravana en autos, camiones todo eso… Pero entonces llegó la orden: “El regimiento 12 pasa a Malvinas”. Y yo dije: “Qué raro, nosotros que vivimos a 48 grados de temperatura en Corrientes, ¿Cómo vamos a pasar nosotros? Por qué no pasan los del Sur”. Era una idea mía nomás.

-¿Cómo estaba conformado el regimiento?

-Los soldados eran soldados del campo, había muchos que no sabían leer, no sabían escribir, pero la nobleza que he visto en esos soldados realmente no lo pude ver en estos 40 años en otra gente. Se acercaron una noche, la noche anterior de subir al avión y me dijeron: “Dígame mi cabo, nosotros queremos saber: ¿Usted tiene alguna idea de qué es lo que vamos a hacer en Malvinas si llegan los ingleses?”. Y yo le digo: “Mire, por ahora quédese tranquilo con la noticia de que los ingleses no vienen. Pero si vienen no se olviden: nosotros somos correntinos, vamos a meternos en el monte y que nos saquen de ahí si son machos. No nos van a sacar”. Y llegamos, subimos al avión y nos fuimos.

Llegaron a Puerto Argentino en la oscuridad de las tres de la mañana. Los recibió un viento helado, algunos gritos descoordinados y las lucecitas de los aviones. Baruzzo preguntó por sus órdenes y lo mandaron marchar por un camino indescifrable rumbo al Monte Challenger. Llegarían con las primeras luces del día y recién entonces podían buscar un lugar para descansar.

“Cuando amanece veo la desolación, no había un maldito árbol, ahí se acercaron los soldados y me dijeron: “¿En qué monte es que nos vamos a meter?”, como diciendo “acá no hay árbol”. No había un árbol, no había ni pasto, nada.

Un cofre que guarda la gratitud de su compañero Echevarría, donde reconoce su infinita valentía, Crédito: Nicolás Stulberg
Un cofre que guarda la gratitud de su compañero Echevarría, donde reconoce su infinita valentía, Crédito: Nicolás Stulberg

-¿Tenía miedo?

-Yo te voy a ser sincero: nunca tuve miedo hasta que una mañana empecé a escuchar un bombardeo increíble y bueno, eso era ya San Carlos. Le pregunté a un subteniente: “¿qué es eso?”, y me dice: “están desembarcando”. Ahí realmente empecé a entender lo que es la guerra. La tropa comenzó a ser trasladada de un lado para el otro en helicóptero. El regimiento 12 ahí se divide y me tocó ir a Monte Kent.

El 28 de mayo, mientras se lavaba la cara, vio llegar unos aviones muy cerca del suelo. No conocía algunas aeronaves argentinas así que no sabía si se trataba del enemigo o de su propia fuerza. Eran los ingleses. Abrieron fuego rasante y bombardearon los helicópteros argentinos, todo a su alrededor se convirtió en un infierno. Ordenó a sus soldados abrir fuego y comenzaron a defender las posiciones. En un momento, algo cerca suyo explotó y un hierro le atravesó la mano. Baruzzo siguió combatiendo.

Cuando los Harriers ingleses se fueron, el capitán a cargo de su regimiento ordenó trasladarse, pero le dijo a Baruzzo que se quedara ahí, que en ese estado no podría combatir. Roberto se quedó solo, pasó la noche en uno de los helicópteros atacados e inutilizado, y al día siguiente marchó nuevamente para Monte Challenger, donde un sargento lo vio y le dijo que necesitaba atención urgente, pero no podía recibirla ahí y lo mandó para Monte Harriet. Atravesó todo el monte, llegó a Monte Longdon, justo en el momento en que los aviones ingleses comenzaban a atacar la zona.

“Yo lo único que hice fue protegerme junto a una piedra porque no podía hacer otra cosa, estaba al alcance de todas las bombas. En medio de la corrida un soldado me pisa la mano, fue algo tan doloroso… Después sentí como que algo caliente me recorría el brazo y miré mi mano, ahí vi que salía un pedazo de alambre todo con pus. Entonces agarré el hierro y lo empecé a estirar hasta que se traba, y bueno, saqué mi cuchillo, me corté el bordecito ese del alambre para que no sea tan aferrado el hierro con el cuero. Salía mucha pus. A veces veía que se trancaba y le apretaba así volvía a saltar otra vez la pus, me estaba pudriendo realmente, y volaba de fiebre”, cuenta.

Cuando pasó el ataque encontró la enfermería, no había quien lo pudiera ayudar pero estaba lleno de remedios. Tomó una venda y un poco de penicilina y se curó a sí mismo. “Yo me acordé que cuando lo peones de mi papá se enfermaban, les aplicaban penicilina, ya que era un antiinflamatorio, antiséptico, no sé qué era, pero era algo muy bueno”, dice. La curación poco a poco funcionó y unos días después, llegaría las horas más definitorias de su vida.

“Me había movilizado nuevamente y estaba en el Monte Dos Hermanas. Algunos superiores estaban hablando de Jorge Echevarría y decían que iba a ser imposible rescatarle. Jorge era oficial de inteligencia y son los que más sufren porque tienen todas las informaciones. Y decían que rescatarle era una misión suicida, que no se podía arriesgar más vidas por una. Y había un capitán y le dije: ‘Yo me voy a ir mi capitán’. Me preguntaron quién era yo y les dije: “Yo conozco ese lugar porque yo estudio, yo voy a llegar”, cuenta.

La cruz al heroico valor en combate, la máxima condecoración que entrega el ejército argentino. Solo 21 personas en la historia de nuestro país la recibieron. Crédito: Nicolás Stulberg
La cruz al heroico valor en combate, la máxima condecoración que entrega el ejército argentino. Solo 21 personas en la historia de nuestro país la recibieron. Crédito: Nicolás Stulberg

-¿Usted lo conocía a Echevarría?

-No, pero se estimaba que estaba herido y me dijeron que tenía una hija de dos años. Y ahí me mató, y le dije: “Mi capitán, no se habla más, me voy”. Los otros dos se fueron, me quedé con el capitán y me dijo: “escúcheme una cosa soldado, lo que usted piensa hacer es suicidio”. Y yo le dije que iba a ir igual. Me dijo que eligiera un soldado para acompañarme y le dije que no, porque para meterme en una infiltración tras las líneas inglesas tenía que hacerlo solo y a mi manera. Y agarré todo lo que necesitaba y me fui.

-¿Y marchó ahí nomás?

-Sí. Era un infierno. Creéme que me cuesta contártelo, pero me eché a llorar hermano. Me puse contra una piedra y me eché a llorar. Pensaba: “esto es algo inhumano, cuántos deben estar muriendo”. Y eso es lo que a mí me impedía volver atrás.

La dificultad de la misión era que Roberto Baruzzo debía encontrar a Jorge Echevarría en Monte Harriet mientras los ingleses realizaban una acción envolvente para tener completamente rodeados a todos los argentinos y lograr la rendición. Nadie lo sabía, pero quedaban horas para que terminara la guerra.

Baruzzo llegó hasta la zona en medio de la noche y logró reducir a un soldado inglés, a quien le sacó su visor nocturno. Ganó en visibilidad y comenzó a avanzar hacia Echevarría.

Yo estaba imposibilitado de avanzar y de disparar porque estaba intentando infiltrarme. Y en eso con el visor le veo a Jorge. Pobre, le tiraban de varios ángulos, de varios sentidos las municiones. ¿Qué hago?, pensé. Y le tiró al de la derecha primero, pero deja de abrir fuego y lo pierdo. Después tuve que buscar al segundo, el de la izquierda. Disparaba, pero yo no lo veía. Entonces esperé, porque cuando vos disparás te delatás, y ese tipo estaba disparando. Y ahí al rato sacó la cabeza y ya está, quedó ahí nomás. Entonces ¿Qué hago? Hubo un impasse, el de la derecha no reaccionaba, pero cuando yo quiero moverme me empieza a tirar a mí. No me mató porque Dios es grande, porque yo ya tenía todo el cuerpo afuera”, relata.

Para sus camaradas, Baruzzo es un mito viviente (Crédito: Nicolás Stulberg)
Para sus camaradas, Baruzzo es un mito viviente (Crédito: Nicolás Stulberg)
Aunque tiene una historia impresionante, a Roberto no le gusta hablar de su actuación en las islas. Por los 40 años de la guerra, aceptó recibir a Infobae. Crédito: Nicolás Stulberg
Aunque tiene una historia impresionante, a Roberto no le gusta hablar de su actuación en las islas. Por los 40 años de la guerra, aceptó recibir a Infobae. Crédito: Nicolás Stulberg

-¿Ya había hecho contacto con Echevarría?

-Sí, estaba llegando a él, pero me ve y le tira a Jorge, que estaba muy mal herido. Termina la guerra con cinco disparos encima. Y yo salto en el claro, le agarro la chaquetilla a Jorge y lo llevo para una piedra. Él mira mi fusil, ve el visor nocturno, y me dice: “¿Quién es usted?”. El cabo Baruzzo, le digo yo. “Usted no se preocupe usted cállese, cállese”, porque empezaba a hablar y hablaba fuerte. Le digo: “Usted cállese y nosotros vamos a salir”. Entonces lo agarré y vi todo negro. Jorge estaba hecho un colador, así que saqué el hilo de la chaquetilla y le dice lo torniquete por todos lados.

-¿Pensó que se moría?

-La pérdida de sangre era brutal, y todo se veía negro en la nieve. Y para colmo ahí me quedo sin balas. Lo único que tenía era el fusil, con el visor para mirar y nada más. Bueno, mi cuchillo.

-¿Cómo siguió la noche?

-Bueno, hay pasajes fuertes que yo no quiero contar, no quiero contar porque no es bueno contar cómo matar a una persona como un animal.

Lo que Baruzzo calla es parte de su hazaña y parte de la pesadilla de haber realizado esa hazaña. Para llegar a Echevarría y mantenerlo con vida, tuvo que quitar muchas vidas, y algo de la suya se fue con ellas, por más que nunca pronuncia una línea de autoconmiseración. Al final, ya no tenía con qué defenderse, y sabía que llegaba la hora final para él y su compañero, pero no pensaba entregar barata la derrota.

A la izquierda, el cabo Roberto Baruzzo a los 22 años en las Islas Malvinas.
A la izquierda, el cabo Roberto Baruzzo a los 22 años en las Islas Malvinas.
"Los ingleses serán siempre mis enemigos", dice Baruzzo, aunque reconoce que se comportaron bien con él luego de terminada la batalla. Crédito: Nicolás Stulberg
"Los ingleses serán siempre mis enemigos", dice Baruzzo, aunque reconoce que se comportaron bien con él luego de terminada la batalla. Crédito: Nicolás Stulberg

-¿Estaban rodeados?

-Sí. Y con el visor pude ver la silueta de un inglés grande, entonces saco mi cuchillo y pienso: ¿uno nomás? Me apuntaba el tipo, tenía todo el equipamiento completo. Y digo: “que no cometa el error de darme una diferencia porque si me va a matar que me mate, pero vamos a intentar todo lo posible”

-¿Iba a enfrentarse cuerpo a cuerpo?

-Pero atrás de él aparecieron como cuatro, y después aparecieron más. Dios mío, dije, acá me van a matar. El hombre se venía arriba mío, ya estaba ahí al alcance de la puñalada, y con el fusil me tocó el cuchillo… Así… y me tocó otra vez, como diciéndome que lo soltara. Y lo bajé, y lo clavé en la turba y el tipo bajó el fusil, todos los otros bajaron el fusil, y vino y me abrazó… Mirá hermano, ese abrazo fue como el de mi padre. Pero sigue siendo mi enemigo y lo va a seguir siendo siempre, porque ellos mataron a mis soldados.

Jorge Echevarría fue trasladado por los ingleses al buque hospital Uganda, donde fue atendido y sobrevivió. El Ejército Argentino le entregó la medalla al Valor en Combate. Tiene dos hijas y vive en Tucumán. Roberto Baruzzo vive en Corrientes, en una casa silenciosa de un barrio alejado del centro. Tiene dos hijas y en su pueblo natal, Riachuelo, la gente lo homenajeó con un busto en piedra, las mismas que tantas veces le salvaron la vida.

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