El fusilamiento del general Valle: la despedida a su hija, bromas a su confesor y la fatal premonición a Aramburu

El 9 de junio de 1956 estalló una sublevación de militares peronistas contra el gobierno de Aramburu y Rojas. Como el golpe era un secreto a voces, se había preparado de antemano un castigo ejemplar para sus participantes, empezando por su líder, el general Juan José Valle

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Cuando ese martes 12 de junio a las ocho de la noche se le comunicó a la familia que Juan José Valle sería fusilado a las diez, madre e hija se desesperaron. Desde que había caído Eduardo Lonardi y el binomio Aramburu y Rojas había prohibido todo lo que fuera peronismo, el general Valle y otros militares fueron detenidos en buques y luego liberados con la promesa de permanecer confinados en sus domicilios. Valle, con su esposa Dora Cristina Prieto y su única hija Susana, de 19 años, fueron a la quinta de su suegra en General Rodríguez.

Juan José Valle era un
Juan José Valle era un general de 52 años. Fue la cabeza del levantamiento de junio de 1956.

Un día se escaparon. Las mujeres, que no eran vigiladas, salieron por la puerta de entrada, mientras Valle lo hizo por una trasera. No permanecería quieto.

Había nacido el 15 de marzo de 1904 y siendo un joven oficial participó del golpe que derrocó a Hipólito Yrigoyen. Fue miembro de la Comisión de Adquisiciones de armamento, en París, donde aprovechó para perfeccionarse. Del arma de ingenieros, desde 1952 era profesor en la Escuela Superior de Guerra. Como integrante de la Junta de Calificaciones aprobó el ascenso de Aramburu, compañero de la promoción 47. Ambos egresaron en diciembre de 1922.

Cuando el 16 de septiembre de 1955 estalló el golpe que derrocaría a Juan D. Perón, el propio gobierno formó una junta militar de 17 generales, entre los que estaba Valle, para negociar con los golpistas la entrega del poder, que finalmente se hizo el día 23.

El gobierno de facto sabía que se planeaba una sublevación pero no tenía en claro cuándo estallaría. El general Aramburu, a cargo del Ejecutivo, dejó tres decretos: uno establecía el estado de sitio, otro la ley marcial y un tercero indicaba cómo debían proceder los tribunales. No les había puesto fecha. Los guardaba el almirante Isaac Rojas en una caja fuerte en Casa de Gobierno.

Valle se puso de acuerdo con su par el general Raúl Tanco para conspirar. Se les unió el general Miguel Angel Iñíguez, el coronel Fernando González, los tenientes coroneles Oscar Lorenzo Cogorno y Valentín Adolfo Yrigoyen, el capitán de navío Ricardo Anzorena, el mayor Pablo Vicente, los capitanes Jorge Miguel Costales y Alvaro Leguizamón. Luego se sumaron más militares.

Tapa del diario Clarín. La
Tapa del diario Clarín. La implantación de la ley marcial provocó una cadena de fusilamientos de los implicados, así como la muerte de inocentes.

Se determinó hacer el golpe el 27 de mayo de 1956 pero se la retrasó al 9 de junio. Los complotados actuaron con el convencimiento de que no existía la pena de muerte que rigió durante el gobierno peronista contra los militares que se alzasen contra el gobierno. Sin embargo, desconocían los decretos que ya estaban preparados.

La proclama que pensaban dar a conocer prometía “restablecer el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes; llamar a elecciones en un plazo no mayor a 180 días; aplicar una amnistía general, la libertad de los presos políticos”. Proponían construir “una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”. No mencionaban a Perón pero sí los postulados del justicialismo.

En la noche del 9, se pasó a la acción: los sublevados al mando del teniente coronel Cogorno fueron al Regimiento 7 en La Plata; el capitán Adolfo Phillipeaux había tomado el control de Santa Rosa, la capital de La Pampa, pero fallaron en la ciudad de Buenos Aires, donde unidades claves como la ESMA y la Escuela de Suboficiales no quisieron plegarse.

El comando revolucionario se había instalado en la Escuela Industrial de Avellaneda. Con un transmisor se difundiría a las once de la noche la proclama revolucionaria cuando se tomara una emisora que, a esa altura, estaba muy vigilada. Todos fueron detenidos y trasladados a la sección de Lanús.

El amirante Rojas y el
El amirante Rojas y el general Aramburu dejaron de lado el lema de su antecesor Lonardi de "ni vencedores ni vencidos", y aplicaron una serie de medidas que prohibían todo lo relacionado al peronismo.

Aramburu, que estaba en Rosario en la inauguración del monumento a la Bandera, se comunicó con Rojas y le indicó implementar la ley marcial con los decretos en cuestión. “Señor presidente, quédese tranquilo que ya está todo hecho y controlado”. Rojas ya había sido alertado por el servicio de inteligencia de Marina.

Esa noche, el vicepresidente estaba junto a su esposa en el Teatro Colón viendo el ballet “El espectro de la rosa”, cuando fueron a buscarlo para llevarlo al ministerio de Marina. La sublevación estaba en marcha.

Minutos después de la medianoche se anunció que regía la ley marcial. El 10, cuando todo había terminado, se decidió que los culpables comparecieran ante tribunales militares y no ante la justicia ordinaria.

El aviador Salvador Ambroggio, que les estaba tomando declaración a los detenidos de la Escuela Industrial, (dos militares y 18 civiles) no podía creer la orden que había recibido por teléfono. Debía fusilarlos a todos. Se negó, ya que algunos eran solo sospechosos. Se determinó fusilar a seis. Se los hizo pasar a un patio de a uno, los hicieron sentar en una silla y se los mató con ametralladoras.

Mientras tanto, ataques aéreos sobre Santa Rosa y La Plata provocaron las rendiciones en ambas ciudades. todos los dispositivos planeados habían fallado.

En Campo de Mayo, los complotados esperaron en vano la proclama y comprendieron que el movimiento había fracasado. Todos se fueron menos siete, que a pesar de los pedidos de clemencia del general Juan Lorio al propio presidente, jefe de Campo de Mayo, fueron pasados por las armas. Solo uno se salvó por su condición de médico.

El teniente coronel Oscar Lorenzo
El teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno fue fusilado el 11 de junio.

Asimismo, habían decidido matar a los suboficiales que se habían entregado en Palermo y se determinó fusilar a tres. Se decía que los suboficiales de la banda de música habían intentado envenenar la comida del casino de oficiales.

Otros diez suboficiales rebeldes también habían sido condenados a muerte, pero se los mandó a la Penitenciaría Nacional. Hasta el 13 esperaron lo peor, pero a esa altura la ley marcial había cesado. Lo mismo que Phillipeaux, que había logrado escapar de Santa Rosa, y fue apresado cuando ya no regía la ley marcial, y así salvó su vida.

En la noche del 9, en un departamento de Florida, un grupo de militantes peronistas sabían que algo se venía y esperaban novedades. Algunos escuchaban la pelea Lausse Loayza y otros jugaban a las cartas cuando irrumpió la policía. Les preguntaron dónde se escondía Tanco. No tenían la menor idea.

En el colectivo que había llevado la policía, subieron a la docena de hombres y se los llevaron a San Martín. Allí los policías recibieron la orden del jefe de la bonaerense, el teniente coronel Desiderio Fernández Suárez de fusilarlos. Les dijeron que los trasladarían a La Plata pero los hicieron bajar en un basural en José León Suárez. Los detenidos, conscientes de lo peor, se desbandaron y los policías dispararon. Siete lograron huir y otros cinco fueron muertos.

Valle estaba en una casa en el conurbano junto con el general Tanco, los coroneles González y Berazategui, el teniente coronel Valentín Yrigoyen y otros civiles. Les aconsejó que se dispersasen. Tanco logró asilarse en la embajada de Haití.

Deprimido por la noticia de los fusilamientos, su amigo Andrés Gabrielli escondió a Valle en su casa, a pesar de que insistía en entregarse. Tenía la posibilidad de exiliarse, pero decía que no podría mirar a la cara a las esposas y a las madres de los soldados que habían sido fusilados.

Valle y Aramburu fueron compañeros
Valle y Aramburu fueron compañeros de promoción en el Colegio Militar. Ossorio Arana, que era ministro de Guerra, compartía la habitación con Valle cuando eran cadetes.

Gabrielli fue a la Rosada donde el capitán Francisco Manrique, jefe de la Casa Militar, le dio garantías de que se respetaría su vida.

El 12 Manrique lo fue a buscar a Valle y lo llevó al regimiento de Palermo, donde luego de un interrogatorio fue condenado a muerte. Aramburu consideraba que si después de haber fusilado a oficiales y suboficiales no se tomaba la misma determinación con el jefe máximo, se estaría brindando el peor antecedente, y que la ley no era pareja para todos. Se habían fusilado a 18 militares y a 9 civiles.

Una versión, también atribuida a otros familiares de detenidos, dice que la esposa de Valle intentó hablar con Aramburu y que le respondieron que el presidente dormía, que no podía ser molestado.

Su hija Susana le pidió ayuda a monseñor Manuel Tato. Había sido uno de los organizadores de la procesión del Corpus Christi del sábado 11 de junio de 1955 que se transformó en una multitudinaria marcha antiperonista y que terminó con su expulsión del país. El prelado, que luego de la caída de Perón había vuelto, habló con el Nuncio Apostólico, quien telegrafió al Papa Pío XII para que pidiera clemencia a Aramburu. Pero el presidente lo rechazó.

Susana fue a despedirse de su padre, que estaba en capilla en una celda en la Penitenciaría Nacional, en avenida Las Heras. Eran las 9 y cuarto. Los testimonios de testigos aseguran que lo vieron aparecer sonriente, para nada abatido, entre infantes de marina que lo custodiaban.

Había rechazado confesarse con padre Iñaqui de Azpiazu, un vasco que había llegado al país en 1947 escapando de la España franquista y que se transformaría en capellán de Institutos Penales y en confesor de Aramburu. Pidió por monseñor Devoto. El propio cura se quebró cuando lo vio y Valle bromeó diciendo que los curas eran todos macaneadores, ya que se pasaban proclamando una vida mejor después de la muerte.

Fueron a una pieza donde él sentó y ella lo hizo en sus rodillas. El le pidió un cigarrillo, tal como su hija contó en diversas entrevistas. Valle le prohibió llorar. Le dio su anillo de casamiento y tres cartas, una para Aramburu, otra para el pueblo argentino y otra para ella, su madre y su abuela. Recibió un beso muy intenso. Contó que vio cómo se alejaba y saludaba despreocupadamente. Vestido con ropas de civil, tal como lo pidió, los marinos lo llevaron a un patio interno y lo fusilaron.

Unas cartas eran familiares pero una era para Aramburu. “Usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Como cristiano, me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdono a mis asesinos”.

“Con fusilarme a mi no bastaba (…) conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral (…) Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos”.

Su deseo no fue cumplido. Al enterarse Perón de lo sucedido, criticó la falta de prudencia de los militares. No toleró que en nombre del peronismo se hicieran acciones sin su consentimiento o dirección. Aseguró que sus camaradas se levantaron porque los iban a pasar a retiro. Américo Ghioldi, del Partido Socialista Democrático escribió en el diario La Vanguardia: “Se acabó la leche de la clemencia. Parece que en materia política los argentinos necesitan aprender que la letra con sangre entra”.

“Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados”, escribió Valle en la carta a su viejo compañero de promoción. 14 años después el mismo Aramburu, en un sótano de una estancia en Timote, partido de Carlos Tejedor, era sometido a un juicio revolucionario por un grupo que se dieron a conocer como Montoneros, y murió de un disparo de pistola nueve milímetros en el pecho y dos tiros de gracia. Uno de los motivos fueron los fusilamientos de 1956.

Unas piedras de granito y placas señalan en la actual Plaza Las Heras el lugar donde Valle fue fusilado, uno de los vestigios de una espiral de violencia que llevaría al país a sus años más oscuros.

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