Desde hace 40 años la sociedad argentina vive bajo un aluvión de ideas-fuerzas falaces sobre la Gesta de Malvinas. Una de ellas –quizá la más difundida y más mendaz– es que “mandamos chicos a la guerra”, implicando con ello que solamente eran dignos de lástima.
En sus memorias, el entonces teniente Raúl Fernando Castañeda voltea ese mito ya desde el título de su libro “¡Y fueron hombres!”, para luego pulverizarlo con la vívida descripción del comportamiento de sus conscriptos de 19 años; antes y durante su audaz contraataque en Monte Longdon la noche del 11 al 12 de junio.
¿Y cómo veían esos soldados a su jefe, al propio Castañeda? Se lo pregunté a varios de ellos. Así me lo describió, por ejemplo, el soldado Gustavo Luzardo, herido en combate:
-Era un infierno. Bombas, tiros, gritos. Había como un corredor para seguir avanzando, pero los británicos estaban batiendo la zona a lo loco. Tiraban desde distintos lados, era una nube de balas. Imposible avanzar. Y pensé: “Yo no paso por ahí ni mamado”. Pero Castañeda agarró, levantó la mano, dijo “¡encolumnarse!” y se mandó.
-¿Y vos?
-¡No nos quedó otra que seguirlo! No hubo un solo soldado que se quedara atrás. Los tres suboficiales y los cuarenta conscriptos de toda la Sección avanzamos. Y pasamos por ese desfiladero. Castañeda era un tipo que se jugaba, pero también quería que combatiéramos voluntariamente. Porque en un momento –ya quedábamos pocos– pregunta: “¿Seguimos o nos vamos?”.
-¿Y cual fue la respuesta?
-Queríamos seguir todos. A pesar de ser el jefe, y quien daba los ordenes, era nuestro amigo.
El cabo Daniel Arribas, uno de los jefes de grupo de Castañeda, me lo pinta así:
-Fue el ejemplo, porqué era el primero en ir adelante. Fijate, a pesar de estar heridos, un montón de soldados no dejaron el campo de batalla: Mamani, Manuel Medina, Julio Calderón, Julio Godoy, Lachi Ramírez. Eso, respondiendo al jefe de Sección, a Castañeda. Porque era un modelo, un jefe que manejó la situación en todo momento, a viva voz o por medio de los estafetas, cuando era muy difícil comandar. Hoy lo analizo y digo: ¡Qué gran jefe que tuvimos! Porqué más allá de lo que fue el combate, nos apoyó siempre. Y no hay como sentirse respaldado por un oficial, sobre todo en una batalla de tanta dimensión como la de Longdon, que no se si fue la más cruel, pero fue la más intensa.
Otro de los suboficiales, Manuel Medina, corea lo dicho:
-Siento un orgullo tremendo de haber tenido un jefe como Castañeda y de tenerlo hoy de amigo. Un oficial que estuvo siempre al lado nuestro, un tipazo.
En Malvinas los soldados funcionaban a un nivel primario: comían, dormían, trataban de calentarse y combatían. Castañeda nos presenta una narración extremadamente detallada y realista del combate a nivel individual, mostrando el rol de los infantes en la guerra, los peligros a los que se exponían, las relaciones que se formaban entre ellos, aquello que los movilizaba, su ingenio y su valor. Al tiempo que ofrece una mirada extendida del encarnizado combate que tuvo lugar en el monte helado, el autor nos brinda una acabada idea de las dificultades y las tácticas características en la guerra de Malvinas.
Castañeda traza una semblanza entrañable de su cohorte de hombres comunes sometidos a una prueba extraordinaria. Hombres convencidos de pelear a muerte por el camarada, a arriesgar la propia vida para salvarlo. Y ese espíritu de cuerpo fue forjado por Castañeda en unos pocos días, ya que no era un oficial orgánico del Regimiento 7 de Infantería, sino un recién llegado a la unidad.
Por eso, cuando sonó la hora del asalto al monte, esos soldados cumplieron su misión con fervor, aunque eran ampliamente superados en número por los ingleses. Lograron tomar por un tiempo el control de la cima de Monte Longdon, nada menos, hecho que generalmente se desconoce. No eran fogueados comandos, sino jóvenes argentinos ordinarios, aunque cortados de una tela más ruda que los demás.
Como me dijo el soldado Luzardo, en tiempo de paz eran “los doce del patíbulo”, rebeldes, indisciplinados, granujas. Pero en combate hicieron gala de un coraje a toda prueba. Nadie nace soldado. Uno se hace soldado en situaciones y escenarios extremos. Castañeda describe visceralmente y con enfoque cercano el barro, el peligro, el drama y el caos de la batalla. Y da por tierra con todas las generalizaciones sobre los soldados.
Su libro, sin duda alguna, se contará entre las mejores narraciones de combate de los últimos años. Es que captura muchos momentos representativos de lo que fue la guerra de Malvinas. Leyéndolo, uno vive la ansiedad de estar aproximándose al punto de ruptura bajo un bombardeo, el sufrimiento de las noches congeladas en un pozo de zorro inundado, con hambre y sin haberse bañado en semanas, la alegría de la supervivencia y la satisfacción de haber arrollado a los británicos, el disgusto con los mandos ineptos, arbitrarios o cobardes, y una sensación de hermandad única, que no se experimenta con nadie más en la vida.
Observando las guerras actuales, las del Siglo XXI, donde las principales víctimas son los civiles y los combates se llevan a cabo en ciudades y no en campos de batalla, uno se inclina a pensar que hemos entrado en la Era Pos-Heroica.
La Heroica terminó con la Gesta de Malvinas.
Aquí, algunos de los recuerdos del teniente Castañeda de esa batalla final donde él y sus hombres dejaron todo.
“Giré mi vista hacia atrás, Arribas estaba listo, parecía todo perfecto, había llegado la hora, adelante solo se veía movimiento como que estuvieran ocupando las posiciones, Mamani comenzó avanzar agazapado. Se iniciaba el contraataque, pero ocurre un imponderable.
A décimas de segundo de ordenar el contraataque, el grupo de Mamani choca violentamente, con una patrulla enemiga de unos quince hombres. La sección estaba parapetada, en la hilera de piedras. Podía ver perfectamente la situación en el flanco derecho. Por suerte Mamani entendió rápidamente la situación y sin vacilar ordenó el fuego.
El enemigo cayó. La patrulla enemiga ya no existía, el grupo continuó abriendo el fuego, el resto de la sección observaba lo que sucedía.
La respuesta inglesa no se hizo esperar, una de las ametralladoras que estaba enmudecida, abrió el fuego contra el grupo. El resto de la sección se parapeto, los disparos se generalizaron, el grupo respondía sin vacilar, con violencia los hombres de Mamani logran tomar el sector norte de la cresta, la superioridad enemiga no permitía consolidar, la luna iluminaba en su máximo esplendor, se podía observar a los soldados Sergio Carballido, Víctor Rodríguez y a José Evangelista que no dejaban de disparar obligando al enemigo refugiarse entre las rocas. El fuego era intenso, los proyectiles iluminantes iban y venían, el ruido era ensordecedor.
De pronto una luz blanca apareció en el horizonte, provenían desde las posiciones del enemigo, con violencia, era un proyectil de un lanzacohetes Law, sin piedad impacto donde se encontraba el grupo. Un silencio sepulcral invadió el lugar, desde mi posición veía al grupo todos en el suelo, nadie se movía.
No podía creer que mis hombres habían caído, miré atrás, el resto de la sección no se inquietaba. El enemigo había dejado de disparar. Las nubes tapaban la luna y el lugar comenzaba a oscurecer, sumada la humareda, apenas se podía ver el terreno. Había perdido el flanco derecho y peor aún a todo el primer grupo. Con señas le dije al cabo Arribas que mantuviera la sección parapetada atrás de las rocas.
De pronto un alivio me recorrió el cuerpo, los soldados de Mamani comenzaron a desplazarse muy lentamente, arrastrándose hacia donde estaba el resto de la gente, me imaginé que se habían quedado inmóviles para evitar que los británicos continuaran con el fuego en su sector.
Sin dificultad y muy lentamente se fueron desplazando hacia atrás, por suerte la visión era mínima y se pudieron mover sin ser visto. Hasta colocarse a la altura del resto de la sección, afortunadamente, también protegidos por la hilera de rocas que cubría al resto.
Después de ese maldito proyectil, no se escuchó ningún disparo más, el enemigo había dejado de tirar, las ametralladoras tampoco se escuchaban, la artillería había orientado sus cañones para otro sector. La situación se colocaba tranquila, solo se podía escuchar apenas el ruido de madera quemándose de algunos cajones de munición, que estaban desparramos por todo el campo de combate.
Entre el silencio y la humareda, producto del fragor de la contienda, se podía observar y escuchar en la cresta del monte, siluetas que se desplazaban entre las posiciones, se escuchaban ruidos de latas, parecían que la raspaban como buscando el último bocado. Evidentemente ellos también estaban con hambre. El chasquido de algún fusil. Indudablemente se creían que estaban solos, que el objetivo había sido conquistado. Parecía que se sentían seguros, que al frente de ellos ya no quedaba nadie.
Por momento escuchaba unos gritos. ¡¡Johnny, Johnny!! –se escuchaba, parecía que el soldado no estaba haciendo las cosas bien.
Hervía de bronca. Pero ¿con qué desfachatez estaban haciendo lo que hacían?, me preguntaba.
Era increíble estábamos a tan solo cincuenta metros de ellos y no se daban cuenta de nuestra posición. Ésta era nuestra oportunidad de atacar, estaban totalmente distraídos, despreocupados.
Alrededor, el ambiente oscuro, sombrío.... mucha tranquilidad, el lugar parecía un cementerio, por momentos un silencio sepulcral invadía la zona, como que nada había pasado, a lo lejos se podía ver los combates, en la alturas de los montes Dos Hermanas y en el Harriet. El fuego iluminaba el cielo.
Miré a mi derecha, donde estaba Mamani, me estaba mirando, parecía que estaba esperando que lo hiciera y con su dedo pulgar me daba el Ok, aparentemente estaba todo bien.
Un extraño silencio nos rodeaba, infundía terror, algo estaba pasando, miré hacia delante. Y de no creer, nadie es perfecto, siluetas borrosas salían de las posiciones de Baldini. Increíble, el enemigo estaba avanzando, lo extraño es que lo hacían sin cubrirse, lo hacían como si estuvieran caminando por una calle peatonal, a paso gentil con el fusil en sus manos y no en posición de apresto. Eran muchos, alrededor de un centenar.
Lo miré al cabo Arribas y le dije en voz baja que yo iba a dar la orden de fuego y que todos estén preparados. Mamani, atento a mi orden, me daba el visto bueno, que había entendido la orden. Observaba el frente de la sección, inmóviles, con sus ojos puestos en la mira del fusil, apuntando adelante hacia esa tropa que se acercaba muy campechanamente.
Estaba todo listo, apenas se podía escuchar las pisadas de borceguíes cuando aplastaban la turba, sus siluetas se hacían cada vez más nítidas. La suave brisa iba despejando las nubes, dejando asomarse la enorme luna, el sector se aclaraba, visualizábamos perfectamente al enemigo, si esto tenía éxito iba hacer un golpe psicológico muy fuerte para el contrincante.
Estaban a unos treinta metros, no perdía de vista a los jefes de grupo, les señalaba que todo seguía igual, que esperaran. Iba esperar que ellos estuvieran lo más cerca posibles.
El soldado Bemba a mi lado, sigilosamente preparaba su ametralladora. Como lo había ordenado unas horas antes, tenía todas las bandas unidas.
El enemigo continuaba avanzando muy discretamente y sin ninguna protección, eran un blanco perfecto y se venían a donde nos encontrábamos nosotros. Tal vez se creyeron que el último escollo fueron los hombres de Mamani y que después no había quedado más resistencia.
El combate era inminente, apenas podía ver las caras de mis hombres, se los notaba concentrados. Se podía escuchar con mayor claridad los pasos del enemigo pisoteando la turba y el suelo escarchado.
Ya estaban muy cerca, casi se podía escuchar su respiración. Tan solo a quince metros de ellos. Ya se los podía distinguir perfectamente. No lo podía creer, venían hacia nosotros.
Levanté mi brazo y llevándolo hacia adelante, mientras mi pecho se hinchaba de aire, con toda mi fuerza grite: ¡¡¡Fuegooo libreeee!!!!
Y una vez más el infierno apareció, la muerta acechó. Bemba con su ametralladora en la cadera se levantó de su posición y maldiciendo e insultando comenzó a disparar a todo ese frente de soldados enemigos que tenía a su alcance. Y fueron cayendo y muchos cayeron, al menos la mitad quedó, y ante la sorpresa algunos salieron corriendo sin importar el momento, otros se escondieron detrás de algunas rocas, se escuchaba que varios de ellos estaban heridos, se quejaban del dolor.
No importaba nada, toda la sección disparaba sobre el enemigo. Se percibía un desahogo, mucha bronca, algunos de los soldados se levantaron de su protección, y seguían abriendo el fuego, no importaba nada, no existía el miedo, solo bronca y más bronca, los fusiles no dejaban de largar fuego de sus cañones, hasta se escuchaba entre ellos:
¡¡¡Hijooossss de milll Put...... Váyanse de acá!!!
En ningún momento le dimos oportunidad de poder levantar sus fusiles y disparar, la confusión de ellos fue tal que algunos se clavaron en el piso, otros corrieron, se arrastraron y otros agazapados se replegaron hacia las posiciones desde donde vinieron. Dejando sus muertos y algunos heridos en el lugar.
Por el actuar de ellos estaban convencidos que después del enfrentamiento que habían tenido con los hombres del cabo Mamani, no quedaba ninguna resistencia en el monte. Por eso se desplazaron de esa manera. Mucha confianza y nos subestimaron.
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