El médico militar Pedro Juan Pignataro participó del alzamiento del 9 de junio de 1956 contra la mal llamada Revolución Libertadora, la dictadura que había derrocado a Juan Domingo Perón. Su amistad con el coronel Eduardo A. Cortínez, jefe del levantamiento peronista en Campo de Mayo, lo llevó a integrar el movimiento que había comenzado a gestarse tiempo antes y que terminó con varios de sus camaradas frente a un pelotón de fusilamiento. Pero a él lo salvó su profesión, y por eso pudo dar testimonio sobre las circunstancias en que murieron sus amigos. “Doctor, fírmeme acá, el único que se salva es usted”, le comunicaron aquella noche.
EL LEVANTAMIENTO POR EL REGRESO DE PERÓN
Hace 56 años, militares, sindicalistas, intelectuales y trabajadores se embarcaron en una contrarrevolución contra la Libertadora, que acabó en un baño de sangre. Después del derrocamiento de Perón el 16 de septiembre de 1955, entre los miles de apresados peronistas en todo el país se encontraban los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, que fueron detenidos y trasladados al barco de vapor Washington, donde se reencontraron y empezaron a darle forma a la contrarrevolución peronista del 9 de junio de 1956. “Si fracasamos, Aramburu nos fusila”, le advirtió Tanco a Valle.
Además de los generales, los líderes civiles del levantamiento fueron el odontólogo Raúl Lagormasino, el futuro delegado de Perón Jorge Daniel Paladino, Norberto Gavino y los sindicalistas Andrés Framini y Eustaquio Tolosa.
En mayo de 1956, el estado mayor del general Valle, conformado entre otros por el mayor Pablo Vicente, el coronel Calderón, Valentín Irigoyen y el coronel Fernando González, denominaron a la revolución “Movimiento de Recuperación Nacional” y fijaron el 9 de junio como la fecha para el levantamiento contra la dictadura. Los planes de rebelión se extendieron por todo el país, pero los focos principales de la revuelta fueron en La Plata, La Pampa, Rosario, Ciudad de Buenos Aires y Campo de Mayo, liderado por los coroneles Ricardo Ibazeta y Eduardo A. Cortínez.
PIGNATARO EN LA REVOLUCIÓN
Hasta ese momento, Pedro Juan Pignataro se había mantenido ajeno a la actividad política y, si bien era peronista, se había dedicado únicamente a su actividad como médico militar. Pero su amistad con el coronel Cortínez lo llevó a participar de la revolución en 1956, a la que fue convocado para atender a los eventuales heridos del levantamiento de Campo de Mayo. La noche del 9 de junio, el coronel Cortínez junto a los capitanes Caro, Cano y el doctor Pignataro invitaron a la tropa a que se levantara contra la dictadura. Muchos de ellos no reaccionaban inicialmente, pero cuando les explicaron que era por el regreso de Perón, la mayoría se sumó a los militares justicialistas.
En un principio, los revolucionarios tuvieron éxito y lograron tomar la agrupación de servicios de la División Blindada y la Agrupación de Infantería dentro de Campo de Mayo. Sin embargo, la vuelta de Perón estaba lejos de concretarse. La noche de la revolución, el grupo esperaba las órdenes del coronel Berazay, jefe del movimiento junto al coronel Cortinez que tomaría Campo de Mayo. Pero esa orden nunca llegó porque el coronel que tenía la misión de tomar la Escuela de Suboficiales se asustó al no escuchar por la radio la esperada proclama revolucionaria del general Valle. Además, al tener noticias de que dentro de Campo de Mayo los esperaban las fuerzas represivas del gobierno, Berazay detuvo un auto en la ruta, huyó y buscó refugio en la Embajada de México.
Tras la deserción del coronel, Cortínez le dijo a Pignataro que no quería que corriera sangre por lo que tenían que dialogar con las fuerzas del gobierno. El general Lorio, jefe de la la guarnición de Campo de Mayo y al frente de 5.000 hombres, intimó a Cortínez e Ibazeta a rendirse, dándoles garantías y, para evitar el derramamiento de sangre, los coroneles firmaron la capitulación a las cuatro de la mañana.
EL LEVANTAMIENTO FRACASÓ
Ya eran las siete de la mañana cuando se formó un consejo sumarísimo del Ejército integrado por generales y coroneles de la guarnición, comandado por el general Lorio, que era el encargado de determinar si se fusilaba a quienes se habían levantado o no. Uno a uno fueron llamados a declarar. Los coroneles Cortínez e Ibazeta eran los más comprometidos por su grado, mientras que los tenientes Noriega y Videla eran los que más habían trabajado en el levantamiento. Para ellos cuatro, el fiscal pidió la pena de muerte, pero el tribunal determinó que no había pena de muerte. Tanto los dos capitanes Caro y Cano como Pignataro eran los menos comprometidos, por lo que no fueron llamados a declarar y los enviaron al anexo de la cárcel de Campo de Mayo. Desde la Casa de Gobierno y por orden de Aramburu, le exigieron a Lorio que los fusilara. El general se negó y pidió hablar con el presidente de facto, que se limitó a reiterar la orden.
Cada uno se encontraba en una habitación distinta, pero todos sabían cuál sería su final. Pignataro recordó en una entrevista con un medio de la época que esa noche la mujer de Ibazeta llamó a Aramburu para pedir por su marido y la única respuesta que le dieron fue: “El presidente duerme”. Pignataro también recordó que cada uno de los detenidos recibió la visita de sus familiares, pero él era el único que permanecía solo. Sin embargo, alrededor de las dos de la mañana recibió una noticia que no esperaba: “Doctor, fírmeme acá, el único que se salva es usted”, le comunicó un capitán. “Siempre pensé que si tenían que fusilarme, que me fusilaran con guardapolvo. Estaba preparado para morir tranquilo”, aseguró en una oportunidad.
Media hora después, recibió la visita de su amigo y paciente Cortínez, que quería despedirse y pedirle perdón por haberlo metido en el levantamiento. En su habitación, vio cuando su grupo se dirigía a ser fusilado, hecho que ocurrió cerca de las cinco de la mañana y del que él se enteró recién a las nueve. “Quédese tranquilo, ya todo terminó; sus compañeros han sido fusilados y usted es el único que se salvó”, le avisó un capitán en la mañana del 10 de junio.
QUIÉN SALVÓ AL MÉDICO
Varios protagonistas de la jornada se atribuyeron el hecho de haber salvado a Pignataro del fusilamiento. Pero él creía que el responsable era el capitán Almiratti, que se presentó ante el general Lorio, jefe del acantonamiento de Campo de Mayo, para explicarle que, entre el grupo de prisioneros que iban a ser fusilados, había un doctor y que esto podría desencadenar una condena al régimen porque según la Convención de Ginebra no se podía fusilar a médicos.
Pignataro estuvo ocho días en el anexo de la cárcel de Campo de Mayo y luego 42 en la cárcel de Las Heras, donde estuvo incomunicado. Mientras esto ocurría, su familia creía que también había sido fusilado porque era lo que desde Campo de Mayo le habían comunicado. Incluso muchos familiares se acercaron a su casa y daban las condolencias a su mujer, pero más de diez días después el médico pudo avisarle a su esposa que estaba con vida a través de una persona de la cárcel de Las Heras. Luego debió declarar, explicar cuál era su actividad y por qué estaba allí.
Permaneció dos meses más en Las Heras y, después lo enviaron finalmente a su casa con prisión preventiva atenuada. Pero no le permitían atender en su consultorio, motivo por el cual pidió al coordinador general Anaya permiso para regresar a su actividad. Dos meses después fue detenido nuevamente por violar la prisión preventiva. En esa ocasión fue trasladado a Magdalena donde permaneció un año, durante el cual sólo le permitieron salir por 45 días para atender a su mujer que se encontraba muy enferma. Luego lo volvieron a detener y lo llevaron a la cárcel de Villa Devoto, donde estuvo cinco meses más, luego a la cárcel de Olmos por una semana, de nuevo en Magdalena por quince días y, por último, al 2 de Infantería donde pasó doce días hasta que obtuvo la libertad.
“Doctor, está usted en libertad”, le dijeron, después de haberlo mantenido cerca de dos años y medio en prisión. Pignataro fue uno de los protagonistas de la lucha por el regreso de Perón al poder y uno de los testigos de la masacre que terminó con la vida de sus compañeros y de su amigo Cortínez. Murió en 1984. Hasta el final de sus días guardó en su memoria las palabras del coronel Ibazeta antes de ser fusilado: “Nos ha tocado perder. Esto es como un juego de naipes: se gana y se pierde. Nosotros perdimos. Pero a ustedes les quiero agradecer y los quiero felicitar, por este personal que yo tuve el honor de dirigir. Señores: yo me entrego detenido. La Patria dirá, el día de mañana, si nosotros teníamos razón o si la tenían ellos...”
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