“¿Cómo ve el mundo una persona en situación de vulnerabilidad para quien la calle es su casa?”, inquirió hace 17 años el fotógrafo Jorge Mazzinghi. Esa pregunta dio origen a un proyecto fotográfico que en 2019 llegó a Guillermo Galinetti. Su camino había estado marcado por sinsabores y el deseo de desaparecer del mundo luego de haberlo perdido todo: su pareja, la mitad de su pierna derecha, su empleo y su casa. Solo le quedó la dignidad suficiente para pedir ayuda.
Esa súplica lo acercó a Cáritas, donde le ofrecieron albergue en un hogar del barrio de Parque Patricios. Cuando su energía de progreso se debilitaba apareció la invitación de sumarse al proyecto “Calle”, una iniciativa de Mazzinghi que propone a personas en situación de vulnerabilidad prestarle una cámara de fotos descartable durante quince días para reflejar la ciudad de Buenos Aires que se presenta ante sus ojos. Y, si se animan, hacerse autoretratos y mostrarse al resto del mundo.
“La idea era que usaran la cámara con 27 exposiciones esas dos semanas, devolverlas para revelarlas y copiar las fotos, pero el objetivo también es que por medio de esa experiencia tengan la oportunidad de registrar las vivencias de sus vidas y desde ahí comenzar a trabajarlo como un proyecto de resiliencia”, explica Guillermo, de 60 años, y ahora coordinador del proyecto, una idea que según su propia interpretación le salvó la vida.
Desde su inicio, CalleBA ya entregó 366 cámaras descartables a 403 personas, se revelaron 4.656 fotos y se seleccionaron 80 fotos de 80 autores para armar dos libros de 40 postales cada uno. El próximo objetivo es editar el tercero y realizar una exposición en el propio hogar. “No somos fotógrafos ni pretendemos serlos, somos personas que mostramos lo que vemos en el día a día en la calle, que para muchos es su casa”, señala.
Una idea para cambiar vidas
Guillermo nació en Buenos Aires, estudió durante la dictadura militar en un colegio salesiano y al terminar la secundaria comenzó a la carrera de Cine en una de los primeros institutos privados que lo enseñaban en el país, al tiempo que inició su camino espiritual y entró a trabajar en la señal Cablín, un canal de cable infantil. Allí fue director de producción.
“Ese fue un gran aprendizaje, un crecimiento profesional enorme”, admite hasta que, cuando cumplió los 40 años, diferentes circunstancias lo hicieron desencantarse de la televisión como medio para trabajar e inició proyectos propios y con amigos. Cuando enfermó su padre, se mudó a Concordia, Entre Ríos, por un año y medio; e inició la carrera de cocinero en la Universidad local donde conoció a una titiritera rosarina.
“Me fui a vivir con ella Rosario, donde trabajé varios años como cocinero y nos mudamos a Córdoba. En esos años, estudié Acompañamiento Terapéutico y comencé a trabajar en una escuela Waldorf como acompañante. Luego de cuatro años, el matrimonio llegó a su fin y regresé a Buenos Aires con las alas cortadas, muy golpeado; eso repercutió en mi salud, porque soy diabético. Tuve un pequeño accidente doméstico, la herida que tuve no cicatrizó, se infectó y perdí la mitad de una pierna”, recuerda.
La depresión no pudo con él y en el peor momento se prometió “empezar de cero”. “Cuando llegué al hogar era bastante deprimente todo, sin embargo pude empezar a reconstruirme. Como dicen por ahí, ‘nada es casual en la vida’ y un día me crucé con Jorge, que hoy es un amigo. Me ha ayudado y apoyado mucho en estos años”, cuenta sobre el hombre que lo invitó al taller “para estar con otros muchachos conocidos que vivían en el hogar”. “Hoy con una pierna estoy más parado que antes con las dos”, dice con orgullo y luego de detallar el tiempo de batalla consigo mismo.
Ese taller, que por entonces llevaba 14 años, lo inició en el horario de la merienda, cuando estaban casi todos sus habitantes así podían tener mayor concurrencia, pero no todos se animaban a hacerlo. Actualmente viven en el hogar unos 200 hombres.
Pese a que a muchos les costó sumarse, lo hicieron casi por efecto contagio y la idea se renueva con Guillermo al frente. Pero no porque haya sido un estudioso del cine sino porque sabe lo qué es estar en situación de vulnerabilidad en un mundo que muchas veces ignora y naturaliza a quien termina durmiendo en la calle.
“Por eso buscamos la mirada y la emoción en las fotos. No serán perfectas porque no son fotógrafos, pero viven el mundo de otra manera, con otra mirada en cada aspecto y eso es lo que reflejan en sus imágenes”, asevera y continúa: “Haciendo fotos y luego viéndolas impresas se sensibilizan más porque, aunque parezca mentira, si cinco van a hacer fotos al Obelisco, que ya tiene miles de fotos tomadas, para ellos quizás representa parte de sus vidas cotidianas porque alguna vez durmieron cerca de él, en la calle, o lo ven todos los días; entonces, cada uno nos mostrará fotos distintas”.
El otro objetivo, iniciado pospandemia con la edición del primer libro, es que el proyecto genere un rédito económico para quienes tomaron las fotos publicadas. “Queremos que eso les sirva de incentivo para avanzar, pero no en la fotografía sino que los motive en sus vidas, que los ayude también durante la convivencia en el hogar porque no es muy fácil con 200 y pico de hombres conviviendo en un mismo lugar”, agrega.
Emocionado, recuerda: “Los encuentros, con cada uno de ellos, comenzaron en forma natural, en lugares públicos: plazas, iglesias, esquinas. Con el tiempo se fueron incorporando diversas instituciones solidarias que brindan atención a personas en situación de calle (hogares, comedores públicos, centros de integración) en donde se generaron muestras colectivas y talleres. Allí cada uno pudo compartir sus fotografías”.
Respecto al hogar, explica que en el caso de los hombres con problemas de salud, la convivencia es de tiempo completo y quienes no tienen un techo, pero son más jóvenes pueden permanecer allí desde las cinco de la tarde y retirarse al otro día tras el desayuno. “Si están sanos y bien, se los incentiva a salir a buscar un trabajo”, cuenta.
La nueva meta a cumplir es hacer efectiva la muestra que estaba encaminada y que fue aplazada por la pandemia durante todo 2021. Este año, ya editaron los dos libros Calle que se distribuyen en librerías especializadas de la ciudad (el Museo Malba también los comercializa). “Todo lo recaudado con estos libros va a las personas que en el intervienen y su difusión”, aclara y cuenta que comparten la experiencia en su cuenta de Instagram.
Hace una semana comenzó el nuevo taller en el Centro Solidario San José y en el Hogar Año Santo, también dependientes de Cáritas BA, con quienes editarán el tercer libro y realizaran una muestra colectiva. “Son fotos de nuestra ciudad. Para ellos, también, son fotos de su casa”, finaliza.
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