Entre febrero y marzo de 1982 los aviones del Escuadrón Aerofotográfico de la II Brigada Aérea de Paraná realizaron dos misiones secretas. El objetivo era el de relevar en imágenes las islas Malvinas y realizar un barrido térmico, en busca de pistas o instalaciones específicas. En el segundo vuelo, para no levantar sospechas, se simuló un desperfecto en el tren de aterrizaje de la máquina que supuestamente llevaba al reemplazante del jefe local de LADE. Entonces se ignoraba para qué eran las fotografías que se tomaron. No pasaron demasiados días para saber la razón.
La Fuerza Aérea decidió mantener la existencia de este grupo en el mayor de los secretos. Ese escuadrón fantasma, que se le dio el nombre de Fénix, nació y se disolvió con la guerra de Malvinas. Fue el único de las tres fuerzas armadas conformado por personal militar y civil.
El Fénix, explicó a Infobae el actual brigadier retirado Luis Alberto Herrera, veterano de guerra y piloto de esa unidad, se creó a mediados de abril. Contaban con cuatro Lear Jet, además de máquinas cedidas por empresas privadas y con aviones más chicos que se usaban para el enlace entre las distintas bases. Operaban desde Río Grande, San Julián y Comodoro Rivadavia.
Eran aviones civiles que no estaban artillados. Su única ventaja era que lograban una velocidad similar a los Sea Harrier ingleses.
Las funciones del escuadrón fueron varias, todas ellas extremadamente peligrosas. Realizaban tareas de “diversión” que consistían en dejarse detectar por los radares ingleses -y también por los chilenos, que le pasaban la información a los británicos- para provocar el despegue de los Harrier. De esta manera se podía determinar el punto de partida de los aviones enemigos; luego, rápidamente, se pegaban al mar y regresaban. En el mismo sentido, para confundir adoptaban la formación de reabastecimiento aéreo de combustible o de escuadrilla de ataque. Entre sus funciones incluía tareas de retransmisión y búsqueda de naves y patrullaje de nuestro litoral marítimo.
Ademas tomaban fotografías y en ocasiones guiaban a los Mirage hacia los objetivos, y en una oportunidad cruzaron a las islas a aviones Pucará.
Los ingleses nunca supieron de su existencia.
El escuadrón operó todos los días sobre las islas. Herrera, por entonces un teniente de 29 años, cumplió 24 misiones y cerca de 150 horas de vuelo.
Cada vez que una misión partía, la tensión se notaba en el ambiente. Con el correr de los días, en las bases se notaban las camas vacías y el silencio, aunque se debía seguir operando y darle tranquilidad a la gente. “No se podía claudicar”, aseguró el brigadier retirado.
Este aviador también participó de la fatídica operación del 7 de junio.
Ese lunes era un día increíblemente luminoso y claro. La misión era, por un lado, tomar fotografías sobre cómo se desarrollaba el desembarco inglés y probar un equipo transmisor. Dos Lear Jet LR-35A, uno con matrícula T-24 comandado por el vicecomodoro Rodolfo De la Colina, y otro, LV-ONM por Eduardo Bianco, despegaron de Comodoro Rivadavia y otras dos máquinas lo hicieron de Río Grande; en una de ellas iba Herrera.
Se volaba a una altura que se consideraba que los mantenían fuera del alcance de los misiles.
El escuadrón contaba con los datos que le proveía el radar de Malvinas. “Ellos eran nuestros ojos”, explicó Herrera. El fuerte viento de altura hizo que la máquina de De la Colina, indicativo Nardo 1, llegase antes al Estrecho de San Carlos. Los aviones que despegaron de Río Grande iban dos minutos detrás.
Los aviones solicitaron al radar de Malvinas que les indicasen la ubicación de las patrullas aéreas enemigas.
Cuando la primera escuadrilla estaba cerca del objetivo, del destructor Exeter dispararon dos misiles Sea Dart. El avión de De la Colina realizó un viraje por izquierda hacia el continente tratando de realizar una maniobra evasiva.
Un misil se perdió. El otro impactó en la cola del Lear Jet T-24 cuando volaban a unos 12 mil pies de altura.
Por la radio Herrera escuchó: “Me dieron, no hay nada que hacer”. Y, luego, gritos.
Eduardo Bianco, comandante de la otra nave, indicativo Nardo 2, que volaba a unos doscientos metros, vio como el avión caía en tirabuzón, estrellándose en la isla Borbón, al norte de la Gran Malvina.
La otra escuadrilla regresó al continente. Eran las 9 y 10 de la mañana.
Junto a De la Colina murieron su copiloto, mayor Juan José Falconier, el aerofotógrafo capitán Marcelo Pedro Lotufo, el operador de comunicaciones suboficial ayudante Francisco Tomás Luna y el mecánico suboficial auxiliar Diego Antonio Marizza.
De la Colina, con 42 años, se transformó en el oficial de mayor edad caído en combate en Malvinas.
En 1983 en la isla Borbón se hallaron los primeros restos de la tripulación, que fueron enterrados en el cementerio de Darwin. Por la violencia del impacto sobre la blanda turba, la máquina se enterró y en 1994 un pastor halló, de casualidad, un tramo de ala que sobresalía a la superficie. Al excavar encontraron más restos que fueron inhumados en el lugar, en una ceremonia realizada en 1995 con la presencia de once familiares de los caídos. Aún los restos no fueron identificados, explicó a Infobae Leandro de la Colina, que tenía siete años cuando falleció su papá.
En el lugar los británicos levantaron un monolito.
“Mi recuerdo más fuerte de él es cuando me llevó a volar desde Paraná a Aeroparque, para mi fue muy impactante”. Hace un año que su mamá falleció y dice que todos los 7 de junio los recuerdos y los sentimientos afloran con más fuerza. “Siento un profundo orgullo por mi papá, por sus enseñanzas y su ejemplo. Podría haberse quedado en el continente y sin embargo fue a aportar su experiencia, su trabajo y su entrega”.
De la Colina pidió que “la sociedad aproveche a los veteranos que tienen al lado; hay que escucharlos y aprender de ellos”. El ejemplo de la tripulación del Escuadrón Fénix es un buen comienzo.
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