No se si es buen momento, pero en todo caso supongo que nunca habrá un buen momento para empezar una nota así.
Soy porteño, aunque no ejerzo.
Medular y literalmente soy porteño. Nací un lunes que llovía muy temprano en la mañana, en el Hospital Ferroviario, que estaba en el puerto de Buenos Aires. Donde hoy está la terminal de ómnibus. Mi padre me contó que lo primero que vi del mundo al que llegaba desde una ventana fue un guinche del puerto. Así que se me haría difícil ocultarlo.
En este pintoresco lugar del mundo tan proclive a las dicotomías, el porteño, cada tanto, es pésimamente referenciado. Ignoro por qué en el fondo, pero tengo mis sospechas. Después de todo, ¿Qué hizo ya desde la época del virreinato que esta ciudad de Buenos Aires creciera y se desarrollara sin tener el oro del Perú, o las minas cordilleranas ni las casas de estudio de Santiago del Estero o la Universidad de San Felipe que tenía Chile?.
Pasa que Buenos Aires tenía puerto, que desembocaba en el Río de la Plata, o sea línea directa al océano. Lo que es más importante, donde hay un puerto hay una aduana, donde hay aduana hay negocios raros, y donde hay posibilidad de negocios oscuros inevitablemente está lleno de maleantes y personas de baja catadura moral, digamos. Así que nuestro destino ciudadano estaba marcado.
Esta ciudad se iba a llenar un día de personas extravagantes, no solo de look sino de principios y planes extravagantes. Digo extravagantes por no decir otros adjetivos más desagradables. Por eso, el porteño nace, crece y se desarrolla entre esa gente, siempre pensando que la puerta de entrada de la ciudad es un puerto.
El porteño, como el puntano, el tucumano o el rosarino, mantiene códigos inexpugnables al respecto de su pecado original. Secretos bien guardados, no por ser canutos sino más bien porque son de dificultosa transferencia. Cosas que no están siempre visibles pero que siempre están en algún rincón.
De visita en Córdoba, el Negro Coy una noche me llevó a una acequia de la ciudad a la que jamás hubiese llegado solo, y desde ese instante amé más a Córdoba. Mi hermano vive en San Luis hace muchos años, tengo primos en Comodoro Rivadavia y amigos repartidos a lo largo de este país, demostrándome que cada ciudad tiene su onda y sus propias leyes no escritas. Obvio que Buenos Aires tiene la suya, aunque la onda porteña para muchos es algo nefasto. Raro.
Uno de los grandes pintores de la porteñidad, sigiloso, arcano, para mi el mejor de todos los que lo han intentado desde la música, es Alejandro Del Prado.
Alejandro es porteño, obviamente, músico excepcional, que supo ser guitarrista de Alfredo Zitarrosa y colaborador back to back con Lito Nebbia. Más allá de que también fue preparador físico en Argentinos Juniors y capataz de albañiles.
No hay muchos discos de Del Prado, yo conozco 2, me dijeron que tiene otro (Nota del editor: Dejo Constancia, de 1982). Los que tengo son Los Locos de Buenos Aires del 85 y Yo Vengo de Otro Siglo de 2008. 23 años entre uno y otro. En el primero compartió créditos con Nebbia y con Silvio Rodriguez.
El primero que tuve de él fue Los Locos de Buenos Aires. Esa canción justamente sonaba mucho en las radios de la época, y sus shows en el auditorio Kraft de la calle Florida, o en La Trastienda y Sham´s eran punto de encuentro de la rockería reinante. Aunque estaba bastante alejado del ámbito rocker, se lo respetaba e idolatraba igual que a Luis o a Charly o Nebbia.
Poeta incansable, lúcido observador de usos y costumbres urbanas, Alejandro Del Prado nos pintaba a todos porque era uno de nosotros, más grande quizás, más curtido, más viajado, pero era uno más. Quizás uno de los logros artísticos más relevantes universalmente hablando, es no dejar de pertenecer nunca a esos de quienes hablás.
“Los locos de Buenos Aires
latiendo por todas partes.
Llenando de sol la noche
con su fuerza, con su arte.
Andan sueltos por la vida
con su fe, su fantasía.
Cuidado con esa gente
no se sabe que pretenden.”
(Fragmento de Los Locos de Buenos Aires)
De 1985 llegamos a este milenio para ver la continuación de Los Locos de Buenos Aires, porque es en 2008 cuando aparece justamente Yo Vengo de Otro Siglo. Obra cumbre de un juglar irrepetible.
Siempre me quedó la emoción de encontrar su disco, y las lágrimas que no pude esconder conmovido en mi soledad escuchando “Hijo de un puerto”, canción que me quedó impregnada para siempre en esa mezcla de químicas inorgánicas y moléculas personales que algunos llaman alma.
Hablo con Alejandro acerca de la canción. “‘Hijo de un puerto’ es una canción que tiene muchos años. Viene de haber navegado, nace ahí, estaba con Saloma, un grupo que teníamos con los que hacíamos trabajos en cruceros. Los puertos eran algo esencial que teníamos incluido en el camino siempre. Teníamos la teoría entonces de que Buenos Aires como tenía un puerto era un lugar de salida y de entrada de todas las cosas, por eso dice ‘tanto ver llegar, tanto ver partir…’ eso fue lo primero que me inquietaba. Después como habitante de esta geografía en la que el lugar que me había tocado era el puerto.”
“Sos hijo de un puerto, se ve,
En la forma de prender un cigarrillo,
En la forma de arreglarte el calzoncillo, y escupir de coté
Sos hijo de un puerto, lo se
Por tu fina afición a lo extranjero,
Por lo solitario. Por lo compañero.
Tan saludable...
Tan falopero.
¡Que lo parió!
La vida es dura en los puertos.
Tanto ver llegar, tanto ver partir
Uno se insensibiliza, es cierto.
¡Que lo parió !
La vida es dura en los puertos.
Ay ayayay ay ay...
No te quedes quieto.”
Le digo que tiene una letra muy precisa, comprensible y casi indulgente.
Alejandro dice como quien habla de una obra ajena: “Tiene dos textos juntos, en el primero es como que lo deschava, le dice de todo, sos hijo de un puerto, lo se por esto y esto otro... con una influencia a Charly ¿viste? Lo de hablar en tercera persona, es como hablarse frente a un espejo. Y la segunda parte es más contenedora, ‘que lo parió, la vida es dura en los puertos’. Va como una milonga rocker. La hicimos demo en los ‘80 con el Indio Insuzarri, primo de Emilio Del Guercio, la tocábamos mucho en vivo. La grabé después en muchas versiones, con Posporteños, una banda que armamos con Daniel Ferrón y Rodolfo Garcia por ejemplo, siempre milongueada...”
Mirá vos, le comento, terminó siendo medio tecno, yo la pegué en mi programa de radio el sábado pasado entre Massive Attack y el carioca Max De Castro, pura electrónica de la mejor cepa. Quedó fenómeno...
Me dice Alejandro: “En 2006 la grabé solo, en mi estudio, ahí me encontré por primera vez haciéndola en sistema digital. En la computadora, ahí me presentaron a los loops y a los samplers. Entonces me vino muy bien eso de poder pegarle cosas, tiene coros, la parte de bandoneones, tiene cuestiones de percusión murguera, tumbadoras. Iba probando todo eso y llegamos a estos 6 minutos de la canción... "
Cierra los ojos y busca adentro de su cabeza algo... no se bien qué, sale con esto. Alejandro Del Prado en modo elevado: “Hijo de un puerto por la ciudad de un puerto. Buenos Aires, Santa Maria de los Buenos Aires era la protectora de los barcos que están lejos de su puerto, para que encuentren vientos que le muevan las velas...”
Como una especie de Iemanja, pero nuestra, algo bien porteño hacer nuestra propia versión de un mito universal. Esto acoto yo, para nada.
Sigue Alejandro Del Prado: “Empieza con un punteo de guitarra tanguero inspirado en una milonga de Roberto Grela, y después entran los coros muy necesarios para mi. Hijo de un puerto a algunos les suena a hijo de pu.., y le dice no te quedes quieto, te tenés que ir hijo de un puerto, como un destino… Conociendo otros puertos, viajando, en los puertos los tipos tienen usos propios de ahí, prenden los cigarrillos raro, para atajarse de los vientos... una canción bancadora para los habitantes de los puertos. Musicalmente en los puertos hay músicas particulares, que después viajan por el llano, y terminan en la cordillera, y terminan siendo todas distintas ¿no? Ahora está todo mucho mas amilongado, en estas músicas nuevas hay mucho ritmo cortado, como en las milongas.”
Hablar con hombres como Alejandro Del Prado te lleva a evocar músicas genuinas, que viajando se transforman hasta ser todas diferentes. Pero las músicas genuinas son divinas, de divinidad digo, y todas encajan desde ahí haciéndose una sola música. Por eso puedo pegar en un programa de radio a Alejandro Del Prado con David Byrne, con Lou Reed y con Serge Gainbourg. Por lo genuino y bello de sus canciones.
Para terminar, le pregunto por el monito aullador que aparece en el tema. Alejandro del Prado: “Ese monito es un juguete de mi nieta...”
Por si le faltaba algo a “Hijo de un puerto” para ser completa, justamente eso me trae a la cabeza a esas bandas funk como Parliament o Funkadelic, que metían sonidos de juguetes es sus canciones para diferenciarse de las músicas cultas y acartonadas.
Una actitud bien porteña.
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