El primer cuartel de bomberos de Argentina surgió en un barrio de viviendas precarias en el que vivían inmigrantes. Estaba lejos del casco céntrico de la ciudad, comunicado por calles de tierra que, en días de lluvias, se hacía intransitable. En diciembre de 1883 se había desatado un voraz incendio en Corti y Rivas, un reconocido comercio ubicado cerca de la ribera, sobre la actual avenida Almirante Brown. Las llamas sobresalían por las ventanas y amenazaban con destruir los caserones, conventillos, barcos y almacenes donde por entonces convivían y trabajaban casi 25 mil personas, en su mayoría inmigrantes europeos, que perseguían un ideal de progreso. El peligro del fuego era algo habitual. Un joven audaz de veinte años gritó “¡Adelante los que se animen, vamos apagar el incendio!”. Hombres y mujeres se alistaron. Armaron una cadena humana. Agua del río a través de baldes para apagar el fuego. El joven se había convertido en el jefe de un cuartel de bomberos que no había.
Ese joven que se llamaba Oreste Liberti inspiró a su padre don Tomás, a su hermano Atilio y a otros vecinos del barrio a organizarse. El domingo 2 de junio de 1884 se sentaron las bases para formar la Asociación Italiana de Bomberos Voluntarios de La Boca. La ley N.° 25425, publicada el 15 de mayo de 2001, consagra a la fecha con el Día del Bombero Voluntario, el mismo día en que sus creadores lanzaron un manifiesto escrito en italiano que decía: “Ciudadanos: una chispa podría desarrollar un voraz incendio que reduciría a cenizas nuestras humildes viviendas de madera. Tenemos necesidad de una Sociedad de Bomberos, que en los momentos de peligro salven nuestros bienes y nuestras familias. Con tal motivo los invitamos a la reunión que tendrá lugar el domingo a las tres de la tarde en el Ateneo Iris. El domingo entonces que nadie falte”.
Los años pasaron. Al igual que otras asociaciones de bomberos, el cuartel pionero del país también sufrió embates que pusieron en jaque la vida de la institución y de quién está a cargo de la presidencia desde hace 17 años, Carlos Milanesi, aquel niño que vivía frente del cuartel y que prometió no solo convertirse en bombero voluntario, sino además “ayudar a esos bomberos que también salen a las emergencias”.
En un día que lo envuelve de emoción, recordó: “Yo vivía frente al cuartel. Y un día andaba con mi hermano jugando a la pelota. Los bomberos ya nos habían visto varias veces, por eso, uno de ellos nos invitó a jugar. Llevé la pelota y para mí fue algo increíble, porque cuando ellos salían yo siempre los veía, escuchaba la campana y los veía salir en las autobombas descapotadas. ¡¿Cómo olvidarme?! Llegaba de la primaria y a veces había que ir a empujar la autobomba que no arrancaba. Lo cierto es que pasaron los meses y ya se había hecho costumbre ir a jugar al fútbol con ellos”.
“Un día me quedé solo, con la pelota en la mano, en la puerta del cuartel. Todos habían salido a un incendio y después de un rato, salió el que era el jefe en ese momento, Julio, un tipo que visualizaba todo, que sabía lo que pasaba y quién era cada uno. Me acuerdo que tenía pinta de ganador. Me miró y me dijo: ‘¿qué está haciendo usted acá?’. Le dije que estábamos jugando a la pelota y justo salió la primera dotación, porque yo ya manejaba el léxico de los muchachos, y me dijo: ´Andá que mañana quiero hablar con tu papá'”.
Carlos se fue a su casa a cumplir con la orden del jefe del cuartel. “Él se reía y mi mamá estaba enojada. Se armó una discusión porque ella decía que yo era muy chico, que me iban a maltratar, que tenía que estudiar y mi papá le respondió: ‘Dejalo, cuando lo pongan a lavar la autobomba vuelve’”. Pasó el tiempo. No volvió. Quedó a merced del cuartel. “Llegó el día en el que mi mamá me vio uniformado y se largó a llorar. Cuando había incendios grandes, se cruzaba con mate cocido. Se preocupaba para que todos tengan algo calentito en la panza. Ella ya no está, y a mí sólo me llegó a ver como vicepresidente”.
Antes de ser vicepresidente del cuartel, Milanesi dedicó sábados y domingos para su instrucción como cadete y para estudiar. Relegó días de juego, tardes de ocio y la oportunidad de ganar dinero trabajando: “Si bien la limitación económica hacía que se complicara poder salir a algún baile, debo reconocer que siempre preferí estar metido en este mundo bomberil”. De su infancia conserva recuerdos felices y los otros: él se quedaba estudiando mientras sus amigos iban a jugar a la pelota. “No lo tomaba como un castigo, sino con el esfuerzo de querer superarme, al punto de que fui el primero del barrio en terminar la escuela secundaria y luego, la universidad”.
Del día de su graduación guarda un sinsabor: “Venía en el colectivo con el diploma en la mano, y en vez de ir primero a mi casa, decidí pasar por el cuartel para mostrarles mi título. Me agarró un oficial y me dijo ‘bueno, ahora cambiate y andá a limpiar el baño’. En algún punto me dolió, pero también entendí que eso fue parte de la lucha que tuvimos que dar. Para mí era un sacrificio haberme recibido, porque en ese momento se decía que los bomberos de la Federal eran los profesionales y nosotros solo voluntarios, como algo peyorativo, y cuando logré recibirme sentía que estaba rompiendo con ese mito”.
Se recibió como Ingeniero en Seguridad e Higiene y se convirtió en bombero. “Son dos responsabilidades que van de la mano”, dice y los relaciona: “El hombre o la mujer deben estar siempre equipados de la manera correcta. Y eso no se negocia por nada del mundo: el bombero debe tener el mejor calzado, el mejor casco y la mejor ropa. Nada de comprar espejitos de colores, hay uniformes y cascos que se deben comprar cada siete años porque ya sabemos que tienen fecha de vencimiento”. Asimismo, subrayó que la seguridad y los accidentes son temas que deberían enseñarse en la escuela primaria porque son parte de la vida cotidiana. “No puede ser que muera una nena porque ingirió purpurina o que haya niños que todavía caen de las ventanas. Es ahí donde los bomberos tenemos que actuar, conocemos el durante, pero tenemos que lograr anticiparnos para que eso no ocurra”.
Es por eso que insiste con una consigna: “Al incendio no hay que esperarlo, sino ir a buscarlo”. Habla de previsión: “Ser presidente del cuartel no puede ser que sea para estar detrás del intendente pidiéndole guita, sino para trabajar en forma coordinada con fábricas y empresas que realmente quieran generar un cambio en la sociedad, desde la prevención”. Milanesi aboga por la teoría de la disminución del daño y la penetración cultural de la institución: “Hubo un momento en el que salimos a repartir jeringas por el barrio y, por favor, que no se malinterprete: no estábamos fomentando que los pibes se drogaran, sino que había una ola muy grande de contagios de HIV y conocíamos muy bien a quiénes utilizaban estos insumos. Entendimos que era una manera que veíamos de prevenir muertes”.
Desde el cuartel de La Boca apostaron por varios programas de concientización. Uno de ellos fue “Lo Podemos Evitar”, una estrategia de difusión y acción que consistía en la prevención de incendios y accidentes domésticos. Por eso, cuando salían al conventillo realizaban encuestas que les permitían denotar cómo era la situación de seguridad en el lugar. “A partir de analizar los resultados, una de las medidas fue cambiar los tapones por térmicas, con el objetivo de bajar el índice de riesgo eléctrico”, concluye.
Una profesora de karate ofrecía clases gratuitas a niños que vivían en la calle. Los vecinos organizaban fogones para que los bomberos pudieran brindar capacitaciones. “Pero con un plus extraordinario: intercambiábamos experiencia y eso, sin lugar a dudas nos nutría para que podamos crecer”. Lo hicieron cuando la pandemia llevaba meses transformando la vida de todos. El covid-19 fue un cimbronazo en el cuartel de La Boca. “Sabíamos que se venía el primer contagiado en Argentina cuando en San Pablo apareció el primer caso. Preparamos los primeros borradores del protocolo e investigamos lo más que pudimos. Pero no teníamos un precedente de cómo trabajar, solo había algún registro de la fiebre amarilla, donde los bomberos de aquí habían salido a lavar los patios, no sé muy bien el porqué. A mí me tocó la época del cólera dónde repartíamos lavandina, y luego el HIV, donde entregamos jeringas. Pero de covid no sabíamos nada, por eso desconocíamos cómo enfrentar esta situación y mucho menos cómo sostenerla”.
Las noticias sobre las restricciones y las cifras de contagiados y fallecidos se convirtieron en la preocupación más grande del mundo. El cuartel no quedó exento de ese daño: “En el andar de la convivencia que tiene el cuartel llegó el momento en el que un compañero me dijo: ‘Hace una semana que estoy yendo a un comedor para buscar comida para mis hijos’. Más allá de haber estado cuatro días sin dormir, había dejado de comer por vergüenza. Todavía me duele pensar que hubo un momento en el que no había comida para todos”.
El principal ingreso económico de la institución eran los eventos sociales, que en tiempos de aislamientos debieron suspenderse. Y la mayoría de los bomberos voluntarios se dedicaban a la gastronomía, a la hotelería, al comercio y el cuidado de niños. “En abril del 2020, teníamos 23 bomberos que habían perdido el trabajo, y si bien a los días pudimos conseguir que una persona nos mandara comida, más tarde nos enviaron bolsones de mercadería una vez a la semana. Nos fuimos reinventando para que los bomberos fueran colaborando en cuestiones sanitarias, para que tomaran la temperatura y otras tareas relacionadas a la pandemia”, recuerda.
Carlos Milanesi tiene 53 años y 41 vividos en el cuartel: 17 como presidente, tres como vicepresidente y los otros 21 como cadete, acudiendo a las emergencias que lleva impregnada en la piel, en las retinas y en el corazón, como marca indeleble. “La base del liderazgo es el conocimiento”, dice y precisa que la virtud en esta etapa de la vida es “permitir que todos y todas logren su mejor desempeño a través del trabajo en equipo, sabiendo en qué momento y desde qué ángulo deben patear, posiblemente el último penal”.
El cuartel de Bomberos Voluntarios de La Boca tiene 138 años de historia. Cuenta con un cuerpo activo de 86 miembros y durante la celebración de hoy se les tomará juramento a los 16 bomberos recién recibidos. También se reconocerá el compromiso de los nuevos aspirantes que comienzan su instrucción. “El lema que nos guía este aniversario es ´Volere é potere´, que significa ´querer es poder´, y que, de alguna manera, en un día como hoy sentimos que renovamos esa promesa de querer servirle a la comunidad, manteniendo el espíritu solidario, el cual nos identifica y nos distingue como bomberos voluntarios”, asegura su presidente.
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