“Odiaba el piano”, dice tajante Julián Camps. A los 27 años, su sentencia se parece más una contradicción: con sus manos sobre las teclas conoció Suiza, Alemania, Austria y otros países. Y la música parecía ser su vida: toca desde los tres años y a los 12 hizo su primer concierto en el aula magna de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Pero aún así, llegó un punto en que no quería más esa existencia entre ensayos, viajes y conciertos. Hoy, reconciliado con el instrumento, pasa sus manos por las piezas blancas y negras y señala como su esmalte de sus uñas queda esparcido sobre ellas. “Mira que fuerte que es que en unos segundos ya se me corrió el esmalte”, dice el artista.
“Yo no elegí la carrera de concertista de piano, mis maestros lo eligieron por mí”, insiste. Su vida transcurría, a su pesar, alrededor de los pentagramas y la música clásica. Hasta que a los 21, su historia dio un vuelco. Un día un amigo le dijo, “¿Y por qué no hacés algo con toda la ropa que tenés guardada?” Camps tenía el armario a tope: desde camisas de seda de Gucci -recuerdo de aquellos días en Ginebra- y trajes de gala de sus noches de concertista clásico, hasta camperas francesas de marca. Y a eso se le sumaba la herencia familiar -empresarios y amantes de la moda- que reservaban ambientes enteros de la casa sólo para colgar las prendas. Desde aquel momento, soltó el teclado para emprender un negocio sustentable. Hoy, este emprendedor y eco creador tiene una tienda de ropa de alquiler con clientes que son músicos, muchos de ellos de trap: desde Tiago, Dillon, Luchito hasta Tini.
Julián creció entre clases, viajes, y conciertos. Dedicaba nueve horas diarias a estar sentado frente al instrumento perfeccionando la técnica. Acostumbrado a los aplausos y a la exigencia de sentir dolor en las manos de tanto practicar, dedicó su vida a la música y para eso no fue al colegio: rindió libre y a distancia. Sentado en un sillón de pana amarilla en el living de su departamento, enumera: “Yo toqué en el CCK, en el Salón Dorado del Teatro Colón, el Congreso de la Nación, la Facultad de Derecho, entre otros lugares. He tocado en Mendoza en ‘Música clásica por los Caminos del Vino’, en Ushuaia en el ‘Festival del Fin del Mundo’, Córdoba, Santa Fe, Salta, y podría seguir. Fuí uno de los representantes argentinos en el Mozarteum Salzburgo en Austria, así como también en diversos programas en Alemania en las ciudades de Colonia, Trier, Radolfzell y Berlin. También en Suiza en Ginebra y en Zurich; y he brindado recitales de piano en ciudades como Berlín, Trier, Colonia, Zurich, Salzburgo. Recorrí casi todo el país. A los 17 años empecé seriamente las giras, hasta los 20, motivado siempre por mis mentores y maestros”.
Pero lejos de poder disfrutar de tanto sacrificio el joven músico se sentía inmerso en una vida que le habían impuesto a los 12 años, cuando comenzó sus estudios profesionales y sus maestros vieron que tenía un talento extraordinario. “En un momento me di cuenta que no me hacía feliz la carrera de concertista de piano, que estaba cumpliendo un sueño que era de otros -suspira y continúa-. Cuando vos haces algo de chico, te guían mucho tus maestros y ellos quieren que vos seas el mejor del mundo. Pero es algo que no existe, porque en arte no hay alguien que sea mejor, no es justa la comparación en el arte”, agrega.
Se levanta de su sillón, toma un vaso de agua que dejó en una bandeja de madera, y sigue: “Creo que la pedagogía en el arte es muy macabra, te enseñan que tienes que sufrir para crecer, tener que machacarte los dedos y el alma para llegar a un lugar”. Lejos de disfrutar lo que estaba viviendo, le atormentaba su vida, estaba colapsado y no le encontraba ningún sentido. “Cuando me di cuenta llegué a pensar que odiaba el piano, cuando creo que lo que en realidad sentía era un desencuentro con mi actividad artística, en vez de tener un diálogo honesto con el instrumento estaba cumpliendo con expectativas de otros. Sí, llegué a odiarlo y a no querer tocar ni una tecla por un año. Eso fue a los 21, no era feliz, lo vivía como una obligación que me pesaba”.
Ni los cursos en Europa lo hacían sentir bien. Pero en todos aquellos sitios en donde tuvo la oportunidad de formarse, adquirió prendas para su vestidor. Su propia imagen es excéntrica, como si estuviera por subirse una vez más al escenario. Hoy luce el pelo teñido de celeste y ya no usa aquellos trajes estáticos, prefiere prendas que le permitan expresarse con soltura. Lleva siempre un libro de algún escritor emergente para aprovechar los minutos de ocio entre las líneas de algún drama. En cuanto a la difícil elección de apartarse de su carrera tras una temprana pero exitosa trayectoria, afirma: “De repente me di cuenta que mi interés en la vida no era estar sentado en un piano todo el día y no hacer nada más que eso. Pero me habían convencido que eso era todo lo que tenía que hacer. Es uno el que tiene que elegir qué de su vida, no los demás, por más que tengas aptitudes, posibilidades y talento, para eso”.
En una punta del living lo acompaña su piano, un Steinway negro que combina con sus uñas pintadas. No está allí por casualidad, es parte de su proceso de aceptación personal y de su reconexión con la música que actualmente disfruta desde otra perspectiva. “Tuve que soltar el piano para agarrar otras cosas, pero ahora me he reencontrado y estoy haciendo mucha música. Lo que en un momento fue sufrimiento hoy es un espacio de disfrute y libertad”, remarca.
“Quiero mostrarte lo último que estuve componiendo”, dice de pronto. Se sienta y comienza un concierto privado. Inmediatamente su cara cambia por completo, hace muecas armónicas que acompañan a las teclas. No hay nada que lo pueda desconcertar, ni los ruidos de la calle que entran por la ventana. Está solo en compañía de su talento, y no para hasta terminar. “Una persona no me conoce hasta que me escucha tocar el piano, es el único lugar donde me siento honesto, desnudo frente al otro, mi cara es única, no la repito en otra cosa”, dice mientras se levanta.
Luego, se sienta en una alfombra que cubre el piso de madera, y reflexiona sobre la indumentaria: “Habiendo tanto tan maravilloso que ya existe ¿Por qué necesitamos sentirnos dueños de lo nuevo para estar seguros?”. Reflexivo, vuelve a cuestionar en voz alta: “¿Por qué hay que consumir lo nuevo si hay tanto maravilloso ya hecho?”. Sin respuesta, inicia un monólogo. “Hay muchos ámbitos en los que los artículos son usados, como los autos, las casas, las antigüedades, pero no ponemos en tela de juicio si son usados o nuevos. Pero con la ropa pasa mucho que necesitamos controlar que sea nueva, sino nos cuesta un montón. ¿Para qué necesitas ser dueño sí igual podes disfrutarlo? Me parece que tenemos que redefinir el valor de lo usado, sacarlo de este telón de capa gris que lo marca como algo malo que no tiene valor. Algo puede ser usado y tener más valor que lo nuevo. En la ropa está muy arraigado, estamos convencidos de que lo nuevo es mejor que lo viejo. No sé si hay mejor o peor, pero si digo que dejemos de estigmatizar lo viejo solo por arraigarse a eso”, critica.
La conversación se pone mucho más seria: “Estamos arruinando el planeta queriendo comprar cosas nuevas, la industria de la moda es muy contaminante, en especial en el fast fashion la moda es esclavista, todo por una necesidad de seguridad de tener algo nuevo habiendo tantas joyas disponibles que ya fueron creadas”. Para el pianista hay que repensar el concepto peyorativo de lo usado o dejar de idealizar el valor de lo nuevo.
El proyecto liderado por el pianista se llama Archivo, comenzó hace 5 años, en el 2016, con la idea de poder generar valor a través de la utilización de su armario y las piezas que heredó. Su familia, fanática de la moda, siempre lo llevó a desfiles y le transfirieron su pasión por la costura. Julián, en un intento de autoconocimiento se vio a sí mismo a sus 22 años como emprendedor. Juntó toda su ropa y la que le regalaron amigos y familiares, las ordenó por fecha, colección, diseñador, y armó un catálogo. Como si se tratase de un Archivo histórico. Comenzó vistiendo a un amigo actor, Nicolas Reydel, y continuó insertando poco a poco al espectáculo. Debido a su excéntrico gusto y su afinidad por el mundo de la música, llegó a ofrecer su armario a los artistas más talentosos del mundo del trap. “Todos los traperos famosos de Argentina alguna vez se han vestido de Archivo. Las últimas semanas vestí a Nicki Nicole, Dillon, Trueno, Tini, y más. ¿Quién puede decir eso? Yo no elijo qué se ponen, brindó la ropa para que los estilistas vengan a hacer su curaduría”, afirma el pianista.
Con un bajo perfil, no le gusta dar nombres, y agrega que no tiene trato directo con los famosos, sino más bien que realiza una curaduría sobre las prendas del guardarropas, es decir: hace preselección la ropa para que otros la puedan elegir. “No es solo para famosos, también nos contratan en campañas de ropa de otra marca porque necesitan ropa interesante. Suele pasar que muchas veces ni se de quienes se trata, porque vienen sus vestuaristas a elegir y se llevan las cosas entonces no siempre se para quién van, una vez vino a buscar algo Julieta Venegas y no la reconocí, hasta que me dijeron”, señala el pianista. Entre risas, resalta: “son mis amigos los que me dicen que un famoso está usando Archivo”.
Cada prenda es única y tiene su historia, desde el momento que Julián las incorporó a su vida. Relajado, contesta sobre qué hay detrás de las prendas que usan los famosos. “La Moncler naranja la compré en un viaje a Brasil, es la que usó Luchito en un videoclip, y pasó por varios artistas más, es como el clásico que todos piden, lleva alquilada tres semanas para grabaciones”, recuerda. Con un abanico tan amplio como, tiendas de lujo europeo, diseñadores argentinos independientes hasta mercadillos de reventa o tiendas vintages en Buenos Aires y diferentes ciudades, recuerda un día se llevó un tapado de YSL por un módico precio en un mercado en Recoleta, “nunca sabes que te vas a encontrar en una tienda vintage, siempre puede haber algo que sea oro”, admite.
En cuanto a los hábitos sostenibles, aclara: “Todo el tiempo me dicen ‘¿cómo vas a alquilar?’ El ejercicio de alquilar es compartir, un producto no baja la calidad por compartirlo. Yo tengo productos vintage que están nuevos, que tienen 20 años y nadie los usó, me pasa con clientes que prefieren algo más nuevo a que esté usado. Además, un montón de clientes ahora alquilan. Ellos me dicen ‘¿para qué voy a comprar si te lo puedo alquilar?’ Te permite llegar a muchas más personas. Hay que entender que no es necesario ser el dueño de una prenda para disfrutarla, uno puede acceder a items únicos para ocasiones especiales sin comprarlos si por que te vas a comprar algo que lo vas a usar una vez. Dejemos de consumir cosas de un solo uso”.
El negocio, que comenzó con 200 prendas, hoy cuenta con más de 2.000, y por $10.000 podés ir a una fiesta con un diseño exclusivo. “Este proyecto que no nació para ser pensado cómo ecológico termina generando una conciencia sustentable en un montón de cuestiones. Lejos estoy de ser el único, hoy hay mucha gente joven que trabaja para generar una conciencia de lo sustentable, de usar una sola vez las cosas, de usar elementos descartables, porque nos estamos dando cuenta que estamos destruyendo todo por un apego hacia lo nuevo que es mas comodidad que el ejercicio de soltar. No tenemos una cultura de lo sustentable en indumentaria, vos te querés poner algo lindo y te vas a comprar algo nuevo, y como es nuevo y tuyo. Y lo vas a usar. Eso implica un apego hacia el objeto, si vos decidís alquilar te estás desapegado de algo que vas a usar muy pocas veces, y estás ejercitando el permitirte disfrutar de algo sin ser el único dueño de ese objeto. ¿Por qué necesitamos sentirnos dueños de lo nuevo para estar seguros?, esa es mi pregunta. Habiendo tanto tan maravilloso que ya existe”, afirma Julian.
Hoy Julián, casi sin saberlo, es un eco creador, un emprendedor social que contribuye en el cambio de conciencia sobre los hábitos de consumo. Bajo su pregunta “¿Para qué comprar algo nuevo si hay tantas cosas hechas?” se esconde una tendencia mundial que apunta a la recomendación de una disminución de productos de consumo masivo -como él, slow fashion- y al aumento del reciclaje. Según datos proporcionados por la ONU, la industria manufacturera es la segunda más contaminante del mundo, incluso produce más emisiones de carbono que todos los vuelos internacionales y envíos marítimos juntos. Para la producción de un jean se requieren 7.500 litros de agua, y la industria en total es la responsable del 20% del desperdicio total del agua a nivel global. La producción de ropa y calzado producen el 8% de los gases del efecto invernadero, y la producción de ropa se duplicó en los últimos 15 años. En contraposición a estos datos alarmantes, hace años que Julián no compra en un centro comercial y prefiere las piezas hechas por encargo o de segunda mano. “Es un hábito que con el tiempo todos vamos a cambiar para no destruir el mundo”, agrega.
El piano lo llevó a conocer el mundo entre estudios y giras, y la ropa sustentable. Como una vuelta paradójica de la vida se reencuentra con el mundo comercial de la música pero esta vez, desde una perspectiva estética, a través de su proyecto de indumentaria, es decir: del lado de atrás del escenario. “Cinco años después puedo decir qué trabajo constantemente de alquilar mi ropa para un montón de tipo de cosas: producciones audiovisuales, videoclips, cortos, modas, revistas, imagen”, afirma. Pero el invierno ya casi está entre nosotros -el frío ya llegó- y esta vez ni sabe lo que se va a poner, ya que tiene todos sus abrigos alquilados.
Fotos: gentileza de Francisco Ferrari @franciscoferrari
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