Corrían los últimos días de mayo de 1944 cuando una delegación de la Policía Federal Argentina viajó especialmente desde Buenos Aires a Santa Fe para realizar un allanamiento. El objetivo era la estancia Simbol, en Las Avispas, un paraje a pocos kilómetros del norte de la capital provincial.
Su dueño era el argentino de origen alemán Enrique Kusters, un hombre ya entrado en años que vivía solo con un ama de llaves, la alemana Edwig Poleman. Los policías no los buscaban a ellos aunque se los llevaron detenidos– sino a los inquilinos que ocupaban la casa de huéspedes de la estancia, un grupo de alemanes que la jugaban de parientes lejanos del dueño, pero no lo eran.
Los agentes tenían especial interés en uno de ellos. La información que habían recibido era precisa: allí encontrarían a Johannes Siegfried Becker, cuyo nombre en código era “Sargo”, ideólogo y jefe de la “Operación Bolívar”, la red de espías más grande montada por los nazis en América Latina, con cabeceras en Brasil y la Argentina desde donde se extendían ramificaciones por Chile, Paraguay, Colombia, México y otros países.
La misión policial terminó en un fracaso a medias: Sargo y sus amigos se habían esfumado, pero la revisión de la casa de huéspedes dio sus frutos. Descubrieron que la construcción tenía paredes dobles que escondían una habitación secreta en la que encontraron restos de cables y piezas sueltas de un telégrafo. Era evidente que los “parientes” del señor Kusters habían partido con cierto apuro y dejado algunas huellas.
Habían llegado tarde, pero el dato que tenían era cierto. En esa casa la red nazi había montado una estación radiotelegráfica desde donde enviaban mensajes a más de 1.000 kilómetros, más precisamente a Berlín. Para transmitirlos los encriptaban con una máquina “Enigma”, diseñada en 1926 para codificar y descifrar las comunicaciones.
Además, allí cerca había un grupo de molinos de viento desde los cuales partían cables que llevaban electricidad hasta la casa para cargar las baterías para que el excesivo consumo de luz de la red eléctrica no despertara sospechas.
“Los equipos eran carísimos y se armaban por partes con componentes que iban sacando de equipos de la compañía Siemens”, asegura el investigador Julio B. Mutti, experto en espionaje nazi en el país y autor del libro “Nazis en las sombras”.
Sargo, Hansen y Alfredo
No era la primera vez que Johannes Siegfred Becker se les escapaba de las manos a las autoridades, no solo en la Argentina sino también en Brasil. Con el nombre en clave de “Sargo” era la figura principal de la “Operación Bolívar”, el hombre responsable de montar la red y recopilar la mayor parte de información de inteligencia que los agentes nazis reunían en toda América Latina.
Becker fue enviado por primera vez a Buenos Aires en mayo de 1940, originalmente con órdenes de realizar sabotajes que afectara a empresas de capitales de los países enemigos del Eje. Con el llegó Heinz Lange, otro agente cuyo nombre en clave era “Jansen”.
Cuando estaban preparando las primeras operaciones, sus jefes en Berlín les ordenaron abortar los actos de sabotaje y dedicarse exclusivamente al espionaje con un objetivo ambicioso: recopilar la información que obtenían los agentes nazis diseminados en los países de América Latina, centralizarla en Argentina y Brasil, y hacerla llegar a Alemania, ya fuera mediante transmisiones en código o utilizando barcos de la España Franquista para llevarla a Madrid, donde la recibiría la embajada alemana.
Montaron una base en Buenos Aires – donde ya habían establecido con varios funcionarios del gobierno argentino que simpatizaban con el Eje -, pero en septiembre de 1940 recibieron aviso de que habían sido descubiertos. Se trasladaron a Sao Paulo, donde se contactaron con Gustav Albrecht Engels, el agente “Alfredo”, espía de cobertura más que sólida como directivo de la General Electric Company en Brasil.
Engels había sido reclutado originalmente por la Abwehr, la agencia de inteligencia del ejército alemán, en 1939 para recopilar y transmitir inteligencia relacionada con la economía desde el hemisferio occidental a Alemania. Estableció una estación Sao Paulo, desde donde transmitía la información que obtenía allí utilizando la radio de la propia compañía.
Cuando Becker llegó a São Paulo, transformó la operación de Engels en una organización que informaba sobre todos los temas de interés para la inteligencia alemana. Esto significaba que, además de recopilar información relacionada con la economía, los agentes recopilarían información sobre el transporte marítimo, la producción bélica, los movimientos militares en los Estados Unidos y los asuntos políticos y militares en Brasil y otros países de la región, incluida la Argentina, donde habían quedado otros espías alemanes, incluido un oscuro vendedor de seguros llamado Osmar Alberto Hellmuth.
La “Operación Bolívar” estaba en marcha y pronto se transformaría en un verdadero dolor de cabeza para los aliados, sobre todo después de la entrada de los Estados Unidos en la guerra.
Un archivo “ultra secreto”
La importancia y la eficacia de la red montada por “Sargo” en América Latina alcanzaron tal magnitud que, incluso muchos años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, fue objeto de estudio de expertos estadounidenses en espionaje.
En 2009 se desclasificó un documento “ultra secreto” de la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (NSA) titulado “Actividades clandestinas alemanas en Sudamérica durante la Segunda Guerra Mundial”, donde el historiador del espionaje David P. Mowry desmenuza el funcionamiento de la “Operación Bolívar”.
Mowry pudo establecer que en Brasil llegaron a operar cuatro estaciones de radio nazis dedicadas a la transmisión de información secreta. Se las llamaba grupo “Lirmax”, cuyo nombre derivaba de la operación conjunta de las radios “Lir” de Brasil y “Max” de Alemania, que también tenía presencia en Argentina, Brasil, Ecuador y Uruguay.
En noviembre de 1941, Berlín reorganizó su presencia de espías en Sudamérica y puso las operaciones de espionaje en toda la región a cargo de “Sargo”, que se movería entre Brasil y la Argentina, y le ordenó el desarrollo de nuevas redes de espionaje en Chile y Paraguay.
La investigación de la NSA consigna que el objetivo de Becker era instalar un radio transmisor de la red de espionaje en cada país sudamericano pero que solamente pudo hacerlo en Argentina, Chile y Paraguay.
En febrero de 1942, la estación de radio instalada en Chile ya transmitía información recogida por agentes ese país, pero también en Perú, Colombia, Ecuador, Guatemala, México y los propios Estados Unidos.
Diamantes y medicamentos para financiar
Al mismo tiempo, la “Operación Bolívar” seguía extendiendo sus ramificaciones, con un notorio aumento de espías nazis en la región. Algunos eran profesionales alemanes; otros, ciudadanos de diferentes países de la región comprados con el oro del Reich.
Como el financiamiento debía hacerse de forma clandestina, el régimen nazi decidió solventar a sus agentes enviando de forma secreta piedras preciosas, principalmente diamantes, para que las vendieran luego en el mercado negro. Esa maniobra tenía un nombre en clave: “Operación Jolle”.
Más tarde, Alemania comenzó a enviar de la misma forma medicamentos de alto costo que los agentes podían intercambiar en sus países por fuertes sumas de dinero con las que pagaban a los espías locales y compraban a funcionarios de gobierno.
El envío clandestino de joyas y medicamentos, igual que parte del material criptográfico, solía hacerse a través de tripulantes de embarcaciones españolas que viajaban con mercadería hacia los puertos sudamericanos.
De acuerdo con la investigación de Mowry, para entonces, la “Operación Bolívar” comandada por “Sargo” enviaba hasta quince mensajes codificados desde diferentes puntos de América Latina a sus jefes en Berlín.
La caída de la red
Cuando el 10 de marzo de 1943, el golpe del Grupo de Oficiales Unidos (GOU) derrocó al presidente Ramón S. Castillo en la Argentina, “Sargo” pudo moverse nuevamente con cierta comodidad en el país.
De esa época data la instalación de la estación radiotelegráfica que utilizaba en código de “Enigma” en la habitación secreta de la casa de huéspedes en la estancia de Enrique Kusters en Santa Fe.
También por entonces, la red montada por “Sargo” participó en una operación que podría calificarse más como diplomática que como de inteligencia, cuando el gobierno del general Pedro Ramírez intentó una serie de acuerdos secretos con Hitler a través del espía alemán que se ocultaba bajo la imagen de un oscuro corredor de seguros llamado Osmar Alberto Hellmuth.
El espía zarpó del puerto de Buenos Aires a comienzos de octubre de 1943 en el vapor de pasajeros “Cabo de Hornos”, con destino a Bilbao. llevaba un pasaporte diplomático y había sido nombrado cónsul auxiliar en Barcelona, pero su misión era negociar con el Führer la venta de armas a Argentina. Además, debía conseguir el salvoconducto para un buque tanque argentino – armado por el magnate griego Aristóteles Onassis - que estaba bloqueado en el puerto sueco de Gotemburgo. El gobierno argentino había comprado el navío, llamado “Buenos Aires”, para importar petróleo desde Venezuela.
Desde Barcelona, Hellmuth viajaría a Berlín, donde sería recibido por Adolf Hitler para escuchar la promesa que el dictador argentino, el general Pedro Ramírez, le ofrecía a cambio de esos dos favores: mantener a rajatabla la neutralidad argentina en la Segunda Guerra Mundial.
Pero algo falló. Cuando el “Cabo de Hornos” atracó el 29 de octubre de 1943 en Port of Spain, capital de la entonces colonia azucarera británica de Trinidad y Tobago, fue detenido por agentes de inteligencia inglesa.
En los interrogatorios, Hellmuth no sólo reveló su misión y las promesas de Ramírez a Hitler, sino que contó todo lo que conocía de la “Operación Bolívar” y el nombre de su jefe: Johannes Siegfried Becker, alias “Sargo”.
Presionado por los aliados, el gobierno argentino no pudo seguir sosteniendo su neutralidad y el 26 de enero de 1944 le declaró la guerra a Alemania.
Fue el principio del fin de la mayor red de agentes nazis en América Latina. Cuatro meses después de la declaración de guerra, la policía llegó a la estancia de Kusters en Santa Fe y descubrió la habitación secreta.
Con ella, cayó el último bastión de la “Operación Bolívar” en el país, aunque su jefe, “Sargo”, había recibido un aviso a tiempo y ya no estaba allí.
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