Entre el 24 de mayo y el 1 de junio de 1855 se produjo una de las empresas militares más ásperas de la lucha contra los aborígenes en la Conquista del Desierto: la campaña de Sierra Chica, que tuvo lugar en torno a la localidad de Sierra Chica, actual partido de Olavarría en la provincia de Buenos Aires).
Hacia 1855, la frontera Sur con el aborigen se apoyaba en una línea militar que corría por el Sur de las provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, pasando por el Norte, Oeste, Centro, Sur y Costa Sur de la provincia de Buenos Aires. Al Norte, la frontera era asegurada por una línea militar contra los aborígenes del Gran Chaco.
Las relaciones con los aborígenes eran muy inestables. Para mantener la paz, los gobiernos debían someterse a una humillante y extorsiva política de abastecimiento y racionamiento con los aborígenes (“negocio pacífico”), a cambio de no atacar ni invadir fronteras y provincias. Durante sus gobiernos, Juan Manuel de Rosas mantuvo una relativa paz a través del “negocio pacífico” (1829-1852).
La caída de Rosas en la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) inició la difícil organización y unidad nacional. El Acuerdo de San Nicolás, convocado por Justo José de Urquiza para organizar el país, fue rechazado por Buenos Aires. Las relaciones con la Confederación Argentina se complicaron.
El 11 de septiembre de 1852 los porteños se levantaron contra Urquiza y constituyeron el Estado de Buenos Aires. Así comenzó una nueva guerra civil, que finalizó a mediados de 1853. Por ese tiempo, se aprobó la Constitución Nacional y Urquiza fue elegido presidente de la Confederación Argentina. El Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina permanecieron separados, conviviendo en cierta paz.
Los aborígenes aprovecharon aquella situación para olvidar los tratados, y renovaron, con mayor violencia, sus incursiones sobre fronteras y provincias, especialmente Buenos Aires. Atacaron estancias y poblaciones para apoderarse de ganado, capturar personas, saquear y depredar. Por caminos bien definidos (“rastrilladas”), arreaban el ganado desde la provincia de Buenos Aires para venderlo en Chile.
Aquellas acciones humillaban a los gobiernos, debilitaban la defensa fronteriza, afectaban la integridad territorial, perjudicaban el progreso económico y la ocupación del territorio y retrasaban la organización y unidad nacional.
El cacique más poderoso fue el mapuche-araucano Calfucurá, nacido en Chile e instalado en Salinas Grandes (hoy La Pampa) desde 1834. Formó y lideró la Confederación de Salinas Grandes, compuesta por diversos pueblos aborígenes de Pampa y Patagonia, y fue el auténtico amo y señor del desierto hasta 1873. Su prestigio ganó adhesión entre aborígenes chilenos.
Político astuto y hábil diplomático, aprovechó las desinteligencias de nuestros gobiernos y logró beneficiosos tratados. Hasta fue aliado del presidente de la Confederación Argentina Justo José de Urquiza. Conocía perfectamente el territorio y las “rastrilladas” y, como conductor militar, apostaba a la movilidad de su caballería y a sus numerosos “guerreros de lanza”.
El Estado de Buenos Aires continuó la política del “negocio pacífico” con los aborígenes. Las relaciones fueron inestables, y se concretaron difusos tratados con los caciques pampas Catriel y Cachul.
Luego de Caseros, la frontera bonaerense sufrió ataques cada vez más violentos y constantes. Entre 1852 y 1853, Calfucurá atacó Bahía Blanca y el Sur de la provincia, mientras que Catriel y Cachul, olvidando sus tratados con Buenos Aires, depredaron Azul.
A principios de 1855, Calfucurá, Catriel y Cachul invadieron la provincia con 5000 aborígenes. Arrasaron el partido de Azul, se apoderaron de numeroso ganado, se llevaron varias personas cautivas y asesinaron a 300 pobladores.
Quien asumió el desafío de responder a aquella invasión, fue el ministro de Guerra y Marina del Estado de Buenos Aires coronel Bartolomé Mitre, veterano de la guerra contra Rosas y del conflicto contra la Confederación Argentina, destacado periodista y, anteriormente, legislador provincial, ministro de Gobierno y canciller del Estado de Buenos Aires.
El coronel Bartolomé Mitre decidió combatir primero a los pampas de Catriel y Cachul, aliados de Calfucurá, para luego continuar la campaña contra el líder de Salinas Grandes. Organizó una operación combinada sobre la frontera Sur bonaerense, con dos columnas que debían operar estrechamente coordinadas.
La columna comandada personalmente por el ministro coronel Bartolomé Mitre, operaría desde Azul sobre las tolderías de Catriel, en Sierra Chica; mientras que la columna del coronel Laureano Díaz, comandante de la Frontera Centro, partiría desde fuerte Cruz de Guerra (actual 25 de Mayo) para actuar contra las tolderías de Cachul, entre las lagunas Blanca Grande y Blanca Chica. Buscarían sorprender, acorralar y atacar por flancos y retaguardia a los pampas y, conseguido el triunfo, se reunirían en Sierra Chica para continuar las operaciones.
El coronel Mitre partió desde Azul en la noche del 27 de mayo de 1855. Sus fuerzas (800 hombres) se componían de tropas de coraceros, del batallón 2 de línea y de cazadores del batallón 1 de línea, más guardias nacionales y aborígenes. Un corresponsal de “La Tribuna” destacó que el ministro prometió “asegurar las fronteras, sin que lo detengan los rigores de la estación, ni las penurias de una guerra monótona y salvaje”. La marcha se realizó casi siempre de noche. El 29 se dirigió por la noche hacia Sierra Chica, para sorprender a las tolderías de Catriel en la madrugada del 30.
La columna atravesó territorios prácticamente desconocidos. El corresponsal de “La Tribuna” señaló el “mal estado de los caminos” y el “mal servicio de las postas”; que “el frío y el hambre atacaban muy de cerca” y que “si no faltó para comer la carne, el agua hizo gran falta”. Por errores de los baqueanos, las tolderías de Catriel se hallaban más alejadas de lo previsto, “equivocación que fue funesta para el éxito de la expedición”, según el coronel Mitre.
A las primeras luces del 30 de mayo, las fuerzas del coronel Mitre avanzaron sobre Sierra Chica, pero el sorpresivo ataque de madrugada ya se había frustrado: “Una línea considerable de indios se presentó a defender las tolderías. El golpe se había malogrado”, dijo el corresponsal de “La Tribuna”.
El coronel Mitre dispuso que la infantería debía iniciar la ofensiva, y la caballería apoyar y decidir el ataque: así se podría controlar el campo de batalla y neutralizar la rápida caballería y el orden circular de la táctica aborigen.
Hacia las 8 de la mañana del 30 de mayo comenzó el combate de Sierra Chica. El coronel Mitre distribuyó sus fuerzas, pero la apresurada caballería se desplegó sobre la marcha, arrastrando a guardias nacionales y aislando la infantería. Ante dos cargas de los pampas rechazadas por los coraceros, la guardia nacional retrocedió, provocando confusión y desorden.
Los aborígenes aliados de Buenos Aires cargaron sobre los toldos, pero la caballería atacó por su cuenta, confiada en una fácil y rápida victoria. No obstante, las fuerzas de Buenos Aires arrollaron a los pampas, los empujaron hacia sus toldos y los desalojaron, arrebatándoles numerosos caballos.
Pero la fuerza atacante se quebró, pues sus componentes se dispersaron y separaron en fracciones que arreaban los caballos capturados, seguían la lucha o saqueaban los toldos. El ataque se diluyó en acciones sin coordinación. Los pampas de Catriel contraatacaron, aislaron y rodearon a las fracciones, provocando encarnizado entrevero y lucha cuerpo a cuerpo.
La columna fue rodeada y sometida a permanentes y rápidos ataques desde todas direcciones. Los pampas impusieron la movilidad de su caballería y sus acciones de guerrilla. Mitre señaló que “los indios amagaban frente, flancos y retaguardia, en caballos de una superioridad incontestable, con los cuales corrían fácilmente por los flancos, evitando cuando les convenía el choque”.
Los caballos de los porteños se dispersaron, dejando las tropas a pie, mientras, según Mitre, “los indios se retiraban y volvían al combate cabalgando soberbios caballos de refresco”. En la confusión, el capitán Emilio Vidal, herido con cuatro lanzazos y dos balazos, y sin caballo, se defendió a sable contra cinco aborígenes, logrando salvarse.
Mitre se puso a la defensiva para salvar sus fuerzas. Sus hombres, todos a pie, se retiraron a una sierra aislada, donde los pampas los rodearon y sometieron a escaramuzas. Mitre pensó lo peor: “el número de indios que nos circundaba, sus alaridos salvajes y su ardor, hacían concebir la idea de un contraste”.
Al anochecer del 30 de mayo, aparecieron a la distancia las hordas de Calfucurá. Las fuerzas porteñas permanecieron, según Mitre, “en la incertidumbre y sobre las armas toda una noche opaca y lluviosa donde no cesaron los alaridos de los bárbaros que nos circundaban”.
El 31 de mayo continuaron las escaramuzas y las guerrillas y el avance de las fuerzas de Calfucurá, “mientras nosotros reducidos por todo alimento a carne de yegua, sin más agua que la que brotaban algunas vertientes de la sierra, resueltos a sostener el puesto hasta el último trance”, informó Mitre. En la noche la columna comenzó la retirada: la maniobra se realizó de noche y a pie, “desde el primer jefe hasta el último soldado, observando el mayor orden y silencio”, destacó.
Finalmente, llegaron a Azul en la mañana del 1 de junio, “después de sufrir toda clase de privaciones, y peleando con un enemigo fuerte y decididamente valeroso”, observó el corresponsal de “La Tribuna”. Las fuerzas de Buenos Aires sufrieron 16 muertos y 23 heridos y perdieron todos sus caballos y buena parte del equipo.
Por su parte, la columna del coronel Laureano Díaz partió el 24 de mayo de 1855 desde el fuerte Cruz de Guerra para combatir a los pampas de Cachul. Aquel jefe era veterano de la guerra contra el Imperio del Brasil (1825-1828) y de la guerra contra Rosas.
La columna del coronel Díaz se componía de 600 hombres, con apoyo aborigen. El 30 de mayo llegó a las tolderías de Cachul pero las encontró sin aborígenes combatientes, pues se habían retirado a Sierra Chica para reforzar a Catriel. Los días 30 y 31 de mayo fue rodeado y atacado por numerosas fuerzas del gran Calfucurá. Según el coronel Díaz, “nos dieron el ataque por los cuatro frentes donde se empeñaron fuertes guerrillas, pero no sufrían nuestras cargas”.
Si bien la columna del coronel Díaz logró rechazarlas, su comandante no pudo perseguirlas, ni alcanzó a unirse a las fuerzas del coronel Mitre. Se retiró y llegó a estancia del Saladillo en la madrugada del 1 de junio.
El coronel Mitre reconoció que la campaña no dio los resultados esperados para pacificar la frontera de Buenos Aires, pero se recuperó la iniciativa y la actitud de combatir al aborigen en sus tolderías. Destacó que ya se conocía “el olvidado camino del desierto”, y que “se adquirió en la pelea experiencia de que carecían nuestras tropas en una guerra enteramente nueva para ellas”.
Durante la campaña, sus comandantes destacaron la falta de caballos. Sus fuerzas y sus baqueanos desconocían el territorio, y la logística resultó deficiente. Las fuerzas porteñas fueron escasas y marcharon divididas; carecían de instrucción y disciplina; no contaron con jefes subordinados capaces de imponer autoridad en momentos críticos; y tampoco poseían suficiente experiencia para combatir aborígenes conocedores del terreno y organizados en guerrillas con una táctica móvil, evasiva y desgastante.
Catriel, Cachul y Calfucurá salieron fortalecidos, en tanto el Estado de Buenos Aires cedió a mayores exigencias de aquellos líderes y soportó el retroceso de su línea fronteriza. El mismo Mitre advertirá que el problema aborigen se solucionaría en 300 años…
Para desprestigiar al general Bartolomé Mitre, ex presidente de la Nación (1862-1868), sus adversarios políticos utilizaron, en 1875, las páginas de “El Mosquito” para burlarse de su derrota en el combate de Sierra Chica (30 y 31 de mayo de 1855) nombrándolo “Bartolo Sierra Chica”.
Luego de Sierra Chica, nuestros gobiernos intentarán diversas campañas contra los aborígenes, pero todas terminarán en derrota. Habrá que esperar recién a 1872 cuando, en el combate de San Carlos, se produzca un punto de inflexión en el complejo proceso de la Conquista del Desierto y en las difíciles relaciones con el mundo aborigen.
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