La batalla de Pradera del Ganso: la necesidad de una “victoria rápida” de los ingleses que se convirtió en un infierno

Ante el “peligro” de que la ONU ordenase un cese de fuego, después de desembarcar las tropas, Gran Bretaña decidió atacar la guarnición argentina de Pradera del Ganso-Puerto Darwin para eliminar la posibilidad de un acuerdo de paz. El heroísmo de los soldados argentinos les causó una resistencia inesperada de 36 horas de fuego. Cómo fue la caída de “Rayo de Sol”, el militar británico de mayor rango en la batalla

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El Regimiento 25 en Pradera
El Regimiento 25 en Pradera del Ganso-Darwin

El 21 de mayo de 1982, con buques de asalto, destructores, fragatas y cientos de marines apostados en las playas con motonaves, se inició el desembarco inglés. También, como parte de la operación, se desplegaron submarinos nucleares frente a bases militares argentinas en el continente: Río Grande, Río Gallegos y Bahía Blanca.

La respuesta argentina fueron cinco oleadas de ataques, cuatro de la Fuerza Aérea y una de la escuadrilla aeronaval, que dañaron varias naves británicas. El costo de la batalla de ese día fue alto: la Fuerza Aérea perdió nueve unidades y la Armada tres.

Al anochecer del 21 de mayo los británicos ya disponían de la cabecera en San Carlos con alrededor de cuatro mil hombres y mil toneladas de suministros.

La Argentina persistió en el ataque aéreo por el “corredor de bombas” que representaba el estrecho San Carlos. Los cuatro días siguientes se produjo una intensa descarga de fuego. Cuando las tropas inglesas se disponían a iniciar la marcha terrestre de treinta y cinco kilómetros hacia Puerto Darwin-Pradera del Ganso, las aeronaves hundieron el destructor inglés HMS Coventry, otro destructor tipo 42 y el Atlantic Conveyor, que transportaba trece helicópteros Chinoox. La andanada aérea produjo una significativa pérdida en la logística británica, aun cuando se estima que entre el 60% y el 70% de las bombas argentinas no estalló. Los costos también fueron altos para las fuerzas argentinas: en doscientos cincuenta y dos salidas, perdieron veintidós aviones y nueve pilotos.

Era un momento clave de la guerra: si la Argentina continuaba con sus ataques sobre los helicópteros, el combustible y los morteros, los misiles y las municiones británicas ya desembarcados en tierra, podían dejar a sus tropas con menor respaldo logístico y romper la unidad de abastecimiento entre los soldados que se desplazaban y la cabecera de playa de San Carlos.

La marcha hacia Puerto Argentino podría verse comprometida.

A partir de entonces, Londres aumentó la presión sobre el jefe de las fuerzas terrestres, comandante Jeremy Moore, y sobre el brigadier Julian Thompson, a cargo de la Tercera Brigada de Comandos, para dar inicio a las operaciones militares. No admitían más demoras. Suponían que a partir del desembarco rodearían Puerto Argentino en cuestión de días. La comunidad política inglesa se impacientaba. Querían una victoria militar rápida. Temían que una inminente resolución de la ONU llamara al “cese de fuego” y obligara a sus fuerzas a salir del escenario bélico sin haber recuperado las islas. Esta posibilidad generaba constante tensión en el alto mando británico. La Argentina, en cambio, prefería que los combates terrestres se retrasasen y se resolviese una tregua.

Julian Thompson cuando fue condecorado
Julian Thompson cuando fue condecorado después de la guerra

Pero las tropas todavía estaban inmovilizadas y el general Thompson temía ataques por sorpresa cuando se iniciara la expedición. Para Thompson Darwin-Pradera del Ganso carecía de importancia estratégica. Prefería iniciar la marcha hacia monte Kent, en camino a Puerto Argentino, y dejar una fuerza que rodeara la guarnición del sur para evitar una batalla innecesaria. Con la caída de Puerto Argentino, Puerto Darwin se rendiría por efecto recíproco. Esto transmitió Thompson al cuartel general Northwood, centro de control de la Operación Corporate.

Pero Gran Bretaña necesitaba una victoria terreste para terminar con la complejidad en el campo de batalla y eliminar el riesgo de un obligado acuerdo de paz, para luego sí, avanzar hacia el noreste con la retaguardia asegurada.

De este modo, en una comunicación satelital, Northwood le ordenó al Segundo Batallón de Paracaidistas (Para 2) una inmediata incursión a Darwin-Pradera del Ganso para destruir la guarnición argentina y lo que quedaba de su flota aérea. La aproximación por mar y por aire tenía demasiadas complicaciones. Debían avanzar a pie, con el apoyo de la artillería naval, sobre la turba helada.

En Puerto Darwin estaba ubicada la base aérea militar Cóndor, ya afectada por los bombardeos del 1º de mayo, que resguardaba a algunos aviones Pucará. Otros habían sido desplazados a la isla Borbón.

La guarnición en Darwin era una obsesión para el teniente coronel Herbert “H” Jones, jefe del Para 2. Necesitaba vencer la primera batalla terrestre y romper el “muro moral” de las tropas argentinas. Dominar Darwin para luego iniciar el avance de la infantería hacia Puerto Argentino. Una expedición de cien kilómetros con la amenaza aérea argentina, pero también con la retaguardia asegurada. Del mismo modo, a Londres, en términos políticos, le servía un rápido y claro triunfo militar en esa batalla para demostrar la superioridad de sus fuerzas.

El “asalto total” sobre Puerto Darwin-Pradera del Ganso, en cambio, no era un objetivo que interesara al brigadier Thompson. Creía que bastaba con destruir el aeródromo. El día 26 de mayo, Thompson canceló la maniobra por las condiciones meteorológicas adversas. Era uno de los peores otoños en muchos años. Thompson no quería operar sin helicópteros.

La decisión enfureció al coronel H. Jones, que expresó su punto de vista delante de toda la infantería. “Esperé por veinte años esta oportunidad y ahora estos hijos de puta la cancelan”, afirmó.

La guarnición en Darwin era
La guarnición en Darwin era una obsesión para el teniente coronel Herbert “H” Jones, jefe del Para 2. Necesitaba vencer la primera batalla terrestre y romper el “muro moral” de las tropas argentinas. Murió en esa batalla

El 27 de mayo, finalmente, partieron tres columnas de infantes desde San Carlos con tres destinos: el Para 2, hacia Darwin-Pradera del Ganso; el Para 3, hacia la caleta Teal, y el Batallón 45, hacia Douglas.

Darwin y Pradera del Ganso eran dos pequeños caseríos de pocas viviendas separados cinco kilómetros uno del otro. No tendrían más de veinticinco familias de granjeros, que habían sido tomados prisioneros. Dormían en una amplia sala comunal escuchando los sonidos de la guerra. Habían pintado el techo con una cruz roja.

La inteligencia británica indicaba que Darwin estaba defendida por cuatrocientos o quinientos hombres. Eran datos errados o, mejor dicho, desactualizados. Se habían ido agregando refuerzos de última hora: las tropas argentinas sumaban más del doble. Los Para 2, en cambio, sumaban alrededor de seiscientos hombres, con artillería terrestre y naval, y apoyo aéreo. Se agruparon en el caserío de Camilla Creek, a cinco kilómetros de las fuerzas argentinas.

Desde allí comenzaron a avanzar.

El ataque sobre Puerto Darwin
El ataque sobre Puerto Darwin comenzó en plena oscuridad, cerca de las dos y media. Hacia las seis, los británicos ya habían destruido la primera línea de defensa y sometían a las compañías enemigas(Foto: Libro The Falklands War Then and now. Gordon Ramsey)

El 26 de mayo, Mario Benjamín Menéndez había ordenado al general Omar Parada que se movilizara hacia Darwin para respaldar a la Fuerza de Tareas Mercedes, que reunía distintas compañías de infantería y artillería; un conjunto de más de medio millar de soldados que también contaba con el apoyo aéreo desde Puerto Argentino. Parada explicó a Menéndez los peligros que acarreaba un desplazamiento por aire o mar hacia el istmo. En cambio, emitió una Orden de Operaciones para el teniente coronel Ítalo Piaggi, al mando de la Fuerza de Tareas Mercedes, para que reorganizara la defensa y hostigara al enemigo mientras este preparaba su ataque, y lo desconcertara.

La Argentina ya tenía la noticia de la ofensiva británica. La había filtrado un periodista de la cadena BBC, presente en el campo de batalla.

El trascendido de sus planes disgustó a Jones. La filtración rompió la sorpresa. Pero los planes de Jones no se modificaron. Comenzó a avanzar en la madrugada del 28 de mayo. La maniobra, según su evaluación, concluiría en pocas horas. Jones esperaba el rápido colapso de las fuerzas argentinas.

El ataque sobre Puerto Darwin comenzó en plena oscuridad, cerca de las dos y media. Hacia las seis, los británicos ya habían destruido la primera línea de defensa y sometían a las compañías enemigas. La batalla parecía concluida. Para salir del encierro, Piaggi ordenó que la reserva, liderada por el subteniente Roberto Estévez, realizara un contraataque en diagonal.

Estévez, que conducía cuarenta hombres, cruzó el campo de batalla bajo fuego enemigo, con sucesivos repliegues y contraataques, y bloqueó durante varias horas la penetración territorial del Para 2 de Jones. Luego lo hirieron. Al salir de un pozo, Estévez recibió un tiro en el brazo y otro en la pierna izquierda, pero con un FAL continuó disparando e impartiendo órdenes por radio, bajo el fuego de los morteros y los francotiradores de los Para 2.

El tiro mortal lo recibió en el pómulo derecho.

Dos meses antes Estévez le había escrito la última carta a su padre.

Querido papá: Cuando recibas esta carta, yo estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor. Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en el cumplimiento de mi misión. Pero, ¡fijate vos qué misión! ¿No es cierto? ¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, to-dos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía?

El teniente Estévez en Pradera
El teniente Estévez en Pradera del Ganso

A Estévez lo reemplazó el cabo Mario Castro. Tomó su equipo de comunicaciones y pidió instrucciones. Piaggi le pidió que soportara el fuego cuanto pudiera; pronto llegarían aviones Pucará para dar respaldo aéreo. Dos unidades ya habían sido derribadas el día anterior. Castro también perdió la vida. Lo alcanzó un proyectil de fósforo y lo quemó vivo. La fuerza de reserva quedó al mando del soldado Fabricio Carrascull. Moriría minutos después.

Al amanecer del día 28 de mayo, la luz permitió ver con claridad la posición británica. Esto representó un alivio para las fuerzas nacionales, que no contaban con armamento con mira nocturna. La línea de defensa estaba al mando del subteniente Juan José Gómez Centurión. Las posiciones estaban equilibradas. Hubo una pausa en el fuego. Los ingleses detuvieron el avance y se reagruparon; recibieron municiones. Los argentinos obtuvieron refuerzos.

Entonces se produce la muerte del teniente coronel Herbert Jones en un hecho controversial.

Una versión indica que, al frente de un pelotón de quince hombres y después de más de ocho horas de combate, Jones decidió enfrentar el fuego que partía desde las trincheras y mantenía inmovilizadas dos de sus cuatro compañías del Para 2. Jones quiso tomar los “nidos de ametralladoras” por asalto, en una muestra de arrojo y exceso de confianza. Una loma le impidió ver uno de los “nidos”, y, desde veinte metros a su izquierda, recibió una ráfaga de ametralladora. Jones intentó tomar su granada. Otra ráfaga a la altura de la cintura volvió a sacudirlo.

Entierro en Darwin-Pradera del Ganso
Entierro en Darwin-Pradera del Ganso luego de la batalla

La otra versión afirma que en la pradera se alzaron algunos cascos ingleses con voluntad de parlamentar. El combate se detuvo. Jones ofreció a Gómez Centurión respetar la vida de todos los argentinos a condición de que se rindiesen. El subteniente, confiado en su mejor posición relativa respecto de la noche anterior, rechazó la oferta. Incluso le mencionó que creía que él quería rendirse. Le indicó que en dos minutos reabriría el fuego. Mientras ambos se retiraban, el fuego, de manera inesperada, alcanzó a Jones desde una trinchera a veinte metros de distancia. Recibió una ráfaga mortal.

“Rayo de sol ha caído”, afirmó el radiooperador en la mañana del 28 de mayo para informar la muerte de Jones. La noticia causó estupor y confusión en las filas británicas. Un helicóptero que intentó recoger al jefe de los Para 2 fue abatido por un Pucará.

El ataque inglés había sido detenido. Pero desde ese momento, el mayor Chris Keeble, que reemplazó a Jones en la conducción, cambió la estrategia debido a la resistencia argentina, que era mayor que la esperada. Keeble dejó de empeñar fuerzas en frentes dispersos, y las concentró, con todo el poder de fuego disponible —artillería, morteros, misiles antitanque, bombardeo naval— hacia un solo punto de ataque —Puerto Darwin—, para acorralar la guarnición enemiga.

Los soldados argentinos, ya casi sin municiones, intentaron esquivar el ataque británico cambiando de posiciones. Hasta que, con el fuego enemigo al frente, y el agua a sus espaldas, ya no tuvieron por dónde salir.

La tumba de los soldados
La tumba de los soldados argentinos que cayeron en la feroz batalla de 36 horas

El general Parada ordenó una retirada de las fuerzas nacionales, pero Piaggi, que se sentía incomprendido por su superior frente al cuadro de situación, no contaba con alternativas de escape para semejante empresa. El alto mando inglés no admitió demoras. Le hizo saber que tenía orden de Londres de bombardear y aniquilar no solo a las tropas argentinas sino también a los isleños que mantenían prisioneros.

Entonces, el jefe de la FT Mercedes decidió entablar diálogo y pactar la rendición. Las bajas fueron numerosas por ambas partes —cuarenta y siete muertos y noventa y ocho heridos en las fuerzas nacionales; diecisiete muertos y treinta y cinco heridos en el bando británico—. Casi mil prisioneros argentinos fueron encerrados en el galpón donde se esquilaban las ovejas, en Puerto Darwin, y luego trasladados a bahía San Carlos.

El combate, que se presumía rápido, duró treinta y seis horas.

A partir de entonces, con la retaguardia asegurada y el dominio naval y también aéreo, se inició la marcha terrestre británica hacia Puerto Argentino.

* Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA) Su último libro publicado es “La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas”. Ed. Sudamericana.

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