En algún momento de nuestra historia, parecía que todos los edificios públicos y privados de nuestro país debían ser de estilo francés o italiano. Eran las normas estéticas de la época. El estilo español no era lo suficientemente imponente para una república Argentina que daba sus primeros pasos como un nación pujante y que debía sobresalir por encima de toda América Latina. La ciudad de Buenos Aires fue la que dio el puntapié inicial a la transformación estética. La “gran aldea” quedaba atrás y la moderna urbe se veía a sí misma como una nueva París. Pero los nuevos aires arquitectónicos no solo llegaron a Buenos Aires, sino que recorrieron el país de punta a punta. Así fue como la “casa histórica de San Miguel de Tucumán” -donde se juró la independencia- fue demolida y se construyó un “templete” solo para salvaguardar el salón de la jura; y en esa misma ciudad cayó bajo la modernidad estética el viejo Cabildo para dar paso a la imponente Casa de Gobierno.
En Buenos Aires, la Santa Casa de Ejercicios Espirituales también se recubrió de estilo francés perdiendo todo lo original (hasta se pensó en demolerla y construir un nuevo edificio, del que sólo quedó un patio italianizante que da al calle Estados Unidos). Muchos cabildos de varias ciudades se demolieron. Eran edificaciones demasiado simples para la ambición patria, y en su lugar se construyeron verdaderos palacios que demostraban la pujanza de esta “nueva y gloriosa nación” que se levantaba a la faz de la tierra. Y el Cabildo de Buenos Aires no sería la excepción.
Todavía resuenan los ecos de la conmemoración de la creación del primer gobierno patrio en aquel lejano 1810, realizada en el edificio del Cabildo de la actual ciudad de Buenos Aires. Pero ¿qué era un Cabildo? No era un edificio, sino una institución. El término proviene del latín “Capitulum” es decir cabezas. Y era una adaptación de los ayuntamientos medievales que había en el reino de España, y que tomaban la forma de los “Cabildos Catedralicios” que aún hoy subsisten en algunas catedrales. Era el órgano municipal por medio del cual los vecinos velaban por los problemas judiciales, administrativos, económicos y militares del municipio. Hoy serían los concejos deliberantes de cada municipio.
Al contrario de lo que el imaginario colectivo construyó, la América hispana nunca fue una colonia, sino que era considerada como “provincias de ultramar” y formaba parte de la corona de España, no del reino de España. Hay diferencia: éramos una suerte de propiedad privada del rey.
A partir de los primeros años, en América se constituyó un eficaz mecanismo de representación de las élites locales frente a la burocracia real. Diversas disposiciones reales pretendieron ser sometidas a la autoridad de los representantes del rey de España, pero la lejanía con la metrópoli obligó a admitir un alto grado de autarquía, al menos hasta fines del siglo XVIII, cuando las reformas borbónicas avanzaron sobre las atribuciones de los Cabildos, principalmente por la creación de las intendencias.
El virreinato del Río de la Plata tenía cabildos en las ciudades de: Buenos Aires, Salta, Santa Fe, San Luis, Canelones (actualmente en Uruguay), Corrientes, Luján, Humahuaca, Tilcara, Mendoza, Tucumán, Córdoba, Jujuy, Tarija , Sucre y Potosí (las tres últimas actualmente en Bolivia). Estaban compuestos por un regidor, alcaldes de 1er. y 2do. voto, alférez real, alguacil mayor, fiel ejecutor, procurador, escribano real, alcaldes de Santa Hermandad, depositario general, tesorero, contador y portero.
Aunque era una institución, en nuestro imaginario popular colectivo, el Cabildo es y será un edificio. Y en el caso del edificio del Cabildo de Buenos Aires, fueron muchas las vicisitudes que debió atravesar. Cuando Juan de Garay refundó la ciudad de la Santísima Trinidad del Puerto de Nuestra Señora del Buen Ayre en 1580, otorgó a la sede del Cabildo la porción de tierra en la cual se encuentra hoy. El alcalde Manuel de Frías propuso en 1608 la necesidad de construir un edificio, dado que las sesiones se realizaban en las casas de los cabildantes o, algunas veces, en una sala del fuerte.
La primera construcción estuvo a cargo del alarife Juan Méndez, y constaba de dos salas. Con él colaboraron Hernando de la Cueva -hizo la tirantearía-, Pedro Ramírez -hizo las puertas y ventanas-, Hernando Álvarez -el revoque y la pintura a la cal-. Se culminó en 1610, pero en 1612 se destinó completamente a cárcel, por lo cual las reuniones volvieron a realizarse en el fuerte. En 1632, por falta de mantenimiento, la estructura comenzó a tener problemas. Tres años más tarde se propuso la construcción de uno nuevo y en 1685 se planificó un edificio de dos plantas que nunca se realizó.
En 1711 la Corona autorizó la construcción de un edificio más sólido, pero recién el 23 de julio de 1725 comenzó la construcción de uno nuevo, según planos de los arquitectos jesuitas Giovanni Battista Primoli y Andrea Bianchi, este último muy conocido por ser el arquitecto de varios templos de la ciudad de la Santísima Trinidad (hoy Buenos Aires). Él diseñó la fachada. Lo que llamó la atención fue la torre campanario, que se convirtió en el lugar más alto de la ciudad en el sector de la actual plaza de Mayo. La cornisa curva de la base del campanario se inspiró en el pórtico similar a la del santuario della Madonna dei Ghirli, lugar de peregrinación de la provincia de Como, en Lombardía, de dónde provenía Andrea Bianchi. Un ancestro suyo la había diseñado. Las obras finales se concluyeron en 1740. En 1748, Diego Cardoso dotó de puertas más resistentes al edificio y rejas para las ventanas que solo poseían postigones. Como pago recibió chocolate.
En octubre de 1763 fue comprado en Cádiz un reloj para instalar en la torre. Cuando se terminó de construir la misma, en 1765, se instaló. Un dato anecdótico sobre la torre es que fue la única que poseyó el privilegio de un reloj, el cual le será negado a la iglesia Catedral (que tuvo torres mucho después y colapsaron con el tiempo). El motivo esgrimido fue que si hubiera dos relojes enfrentados no se sabría al hora con exactitud, dado que al ser mecánicos, podría haber diferencias horarias entre ambos. Al haber solo uno, la hora oficial era la de la única torre con reloj de la ciudad. El privilegio de ser la “hora oficial de la ciudad” pasó luego al reloj de la torre del ex Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires, la cual mantiene el privilegio de marcar la hora oficial porteña. En 1783 se finalizó la obra de la capilla interior del edificio.
En 1879, ya disuelto el Cabildo como institución, se instalaron en el edificio los juzgados de la ciudad y Pedro Benoit (el diseñador de la ciudad de La Plata) realizó una reforma total: elevó la torre diez metros y colocó una cúpula azulejada. El techo perdió sus tradicionales tejas españolas y los balcones fueron vestidos con balaustradas. Toda la fachada recibió un tratamiento italianizante.
La gran aldea comenzó a crecer y en 1889 se creó una arteria central, la avenida de Mayo. Para ello hubo que tirar abajo los tres arcos del lado norte. También se demolió la torre de Benoit, dado que por su volumen y peso peligraba la estabilidad del edificio. El reloj de esta torre demolida hoy se puede observar en la torre campanario de la iglesia de San Ignacio de Loyola, ubicada a solo 100 metros del Cabildo y está en funcionamiento. El edificio quedó totalmente asimétrico y sin forma alguna hasta que en 1931 se decide crear otra arteria, la diagonal sur Julio A. Roca y se demuelen los tres arcos que había del lado sur. El edificio quedó reducido a su mínima expresión. En ese momento, el Intendente José Guerrico dijo que “se ha dado un paso hacia la total demolición del vetusto edificio, que deberá desaparecer cuanto antes pues así lo reclama el progreso de la ciudad”. Guerrico solicitará al Poder Ejecutivo que el inmueble sea cedido a la ciudad para su posterior demolición. Pero la idea no cuajó y se realizó una campaña a favor de mantener el edificio. Guerrico tuvo que dar marcha atrás con su idea.
El 28 de abril de 1938 el Poder Ejecutivo Nacional creó la “comisión nacional de monumentos, lugares y bienes históricos”. Ese organismo le encomendó al arquitecto Mario Buschiazzo la restauración de la sala capitular y la planta alta. Buschiazzo buscó los planos de Benoit y en 1939 culminó la restauración solicitada, con las aperturas originales, las cuales no se habían perdido sino que se encontraban en el depósito municipal. Con excepción de la puerta, la cual había sido donada a la parroquia de San José Obrero de la localidad de Caseros, provincia de Buenos Aires (puesta en valor hace unos años por el intendente Diego Valenzuela), dando un marco histórico a esta reliquia de nuestro pasado. Buschiazzo no actuó solo, contó con la colaboración de Vicente Nadal Mora.
La llamada “restauración nacionalista” que promovía la adhesión a formas culturales hispánicas estaba abarcando toda Iberoamérica, que reemplazó el abundante catálogo de estilos imperante hacia 1900 por copias o variaciones de edificios españoles o de las colonias americanas de España. Esa hispanofilia desembocó en la decisión de volver a recrear no solo el Cabildo, sino la Casa Histórica de Tucumán y la Santa Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires.
La misión de recrear exacto el Cabildo original en el mismo lugar era imposible. El espacio que quedaba entre las dos avenidas daba solo para cinco arcadas en lugar de las once originales. Por lo tanto, el resultado no puede considerarse una restauración ni estrictamente una reconstrucción, sino más bien una re-interpretación
La torre se reconstruyó y se redujo el tamaño que tenía en la época de la colonia para armonizar con la arquería restante. Se quitaron todas la balaustradas, volutas y archivoltas puestas por Benoit, y se rehizo la fachada original, recuperando la cornisa curva que había diseñado Bianchi. Para la parte posterior del edificio, la contrafachada, al no haber planos de su diseño original, se realizó una copia de la fachada central y se habilitó un patio en el que se pusieron dos brocales de aljibes: uno que perteneció a la casa donde nació Manuel Belgrano y otro que era de Mercedes López de Osornio de Chaves, hermana de Agustina López de Osornio (madre de Rosas) y madrina de este último. La obra incluyó la creación de una plaza detrás del edificio, que llegaba hasta el lado sur del mismo.
La plaza desapareció para dar lugar a lo que era la antigua sede de la Comisión Nacional de Museos, una construcción de dos plantas que respeta el estilo del cabildo y tiene entrada por Avenida de Mayo. Pero se mantuvo un patio semipúblico que conecta la avenida de Mayo con la calle Yrigoyen.
Hoy en día el Cabildo luce una reinterpretación histórica realizada por Buschiazzo. Poco queda del original. Pero su simbolismo es muy fuerte y poderoso. En ese lugar, en 1810 los habitantes de la ciudad de la Santísima Trinidad (mucho más tarde llamada Buenos Aires) crearán su primer gobierno de criollos y sembrarán el primer impulso para que seis años más tarde se declarara la Independencia del reino de España.
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