En 1995 la vida en este lejano paraje tan pintoresco del mundo , era otra cosa. Lo que sigue es personal. Me parece pornográfico hablar del 1 a 1, esos años lisérgicos cuando por un peso te daban un dólar en cualquier banco, casa de cambio o multikiosco de la ciudad, en los tiempos que estamos transitando. Pero era así nomas.
Ese año 1995 Diego Frenkel, frontman de La Portuaria, hace unas canciones fantásticas. Los portuarios venían del consagratorio “Devorador de corazones” un par de años atrás. El disco de “Selva” o mismo “Devorador de corazones”. Eran años de World Music, Acid Jazz y Trip Hop. El rock comenzaba a mostrar profundas grietas, por lo que la aparición de estos ritmos nuevos era un soplo de frescura al ambiente musical del mundo. Ritmos que eran detestados enfermizamente por la ortodoxia decadente del rock.
Los argentinos en esos tiempos del 1 a 1 no nos sentíamos alejados del resto del planeta libre, así que se ampliaban los consumos al mismo tiempo que crecíamos como una plaza verdaderamente jugosa para toda la primera línea del espectáculo, que ahora sumaba a Buenos Aires en el mapa de cualquier gran gira. Esto sobre todo se notaba en el business de la música.
Diego Frenkel entendió como ninguno el savoir faire de los tiempos que venían. Nada que nos resultara extraño para quienes lo conocíamos. Pasa que Diego era un chaval bastante callejero, fan de la vida en los bares. Bueno, por algo una de sus canciones mas trascendentes es “El bar de la calle Rodney”.
Habitué de esas manzanas porteñas que incluían algunos sitios hoy históricos, como el restorán de Carlitos en República de la India y Cabello donde se almorzaba lo que preparaba Carlos mismo. De ahí a Prix D´Ami en Belgrano o a Rainbow en la Recoleta, donde podías cruzarte con la cofradía de parroquianos mas extravagantes y divertidos de la ciudad. Richard Coleman, Kevin Johansen, Juanse, Fabian Vena, Christian Basso, Willy Crook, Lalo Mir, Peyronel, Jean Pierre Noher o Pappo. Ahí también andaba dando vueltas Frenkel siempre.
Éramos jóvenes viajados, que el 1 a 1 servía para comprar televisores, autos caros, barbecue sauce, esas cosas. otros juntábamos unos dólares y nos íbamos de viaje a cualquier lado. Sabíamos lo de Unamuno. Para abolir el fascismo hay que leer, para abolir el racismo hay que viajar. El mundo era distinto, y este país era otro país.
Fue justamente en ese 1995 que las cosas acá empezaron a deshilacharse. El famoso mostrar la hilacha, para toda una sociedad que estaba media anestesiada, fue demoledor. Era el comienzo del final del sueño ácido. Esa especie de fase cerebral REM invertida donde el despertar empieza a resquebrajar inexorablemente lo que se está soñando. Cuando la realidad empieza a superar lo onírico. Momento difícil e involuntario.
La Portuaria era, junto a los Ratones Paranoicos y Divididos, las bandas que lideraban el gusto de la cultura joven. Ya David Byrne en persona se había mostrado interesado en la obra frenkeliana. Incluyendo algunas canciones de la banda en los famosos compilados de su sello Luaka Bop. Ellos tocaron la banda de sonido original del comienzo del descalabro.
Para quienes no se acuerdan, en 1995 el presidente Menem fue reelecto, dando comienzo a su segundo mandato. No había inflación pero la burbuja estaba mostrando agujeros. El peso empezaba a moverse, el dólar no. Fue el año que llegaron por primera vez los Rolling Stones llenando 5 Monumentales a 100 U$S promedio los tickets. También estuvieron por acá Roger Waters, Phil Collins, Bon Jovi, Ozzy Osbourne, Brian Ferry, Alice Cooper y Metallica entre otros.
El disco del año fue el unplugged de Nirvana rescatando “The man who sold the world” de David Bowie, publicado originalmente en 1973. Mientras monseñor Bergoglio, hoy Francisco, reclamaba en sus homilías al gobierno, en la tele aparecía “Poliladron” producido por la recién nacida Polka, en los cines se destacaban “Pulp Fiction” de Tarantino y “Caballos Salvajes” con Sbaraglia, Dopazo y Alterio gritando “¡La puta que vale la pena estar vivo!”. También llega en plan gira Lady D, Diego y Cani juegan juntos en Boca y se muere Carlitos Menem Jr. a los 26 con Oltra en un helicóptero. Aca paro, porque ya es bastante para graficar en que escenario de nuestras vidas La Portuaria edita su gran disco “Huija”.
Huija, como gritaba Patoruzu. El disco que viene después de la consagración. A veces la obra que mejor termina pintando la grandeza de un artista. O de una banda, o de un carpintero. Esa obra que presentás cuando ya todos se pusieron de acuerdo en colgarte una cocarda, el galardón tan preciado pero que te sube la vara hasta donde puedas llegar. Momento clave si los hay. Los Stones llegaron al cenit con “Sticky Fingers” en el 71, la tapa de Andy Warhol, canciones como “Jumpin’ Jack Flash” o “Sister morphine”, superando la muerte de Brian Jones, y salen un par de años después con el inmenso “Exile on Main Street”. Los Beatles mismos dejaron de lado cualquier discusión que pudiera generarse, si es que alguien se atrevía, con el White Album, el bíblico doble álbum de tapa blanca para después hacer nada menos que “Abbey Road”. Es que como bien decía Oscar Wilde, “cualquier estúpido se recupera de un fracaso, pero solo los genios se recuperan de un éxito”.
La Portuaria ya tenía unos cuantos discos, pero el éxito de “Devorador de corazones” se hubiese llevado puesto a cualquier grupo sin solidez en sus bases y sus principios. Entonces llega “Huija”, quizás su disco mas maduro, y esto lo compruebo en la radio cada vez que pincho una canción de ese álbum, el que mejor ha soportado el paso del tiempo. Está lleno de éxitos de diferentes calibres, “Ruta” fue una de las canciones mas difundidas en las radios durante ese año, “La Diablada” fue la música de fondo de muchas noches en El Dorado o la Nave Jungla, “10 segundos” fue la elegida por David Byrne para ser editada por su sello de distribución mundial, pero desde lo personal la canción que más me rompió los esquemas era “Donde hubo fuego”.
Mi amigo Diego bien lo sabe, y me cuenta al respecto mientras tratamos de recomponer la agitada circunstancia social en que surgió ese tema: ”Donde hubo fuego es una de las canciones que mas orgulloso me pone como compositor, fudamentalmente como autor de letras. Aunque en La Portuaria todos los temas son de autorías compartidas. Surgió en una serie de ensayos e improvisaciones que buscaban ser el núcleo de alguna nueva canción. Creábamos entre varios, había un entretejido rítmico alucinante entre el bajo de Christian Baso y mi guitarra, entonces en medio de ese groove tan propio de mediados de los 90´s fuimos armando las partes como si fueran distintos paisajes que vas viendo en un viaje en tren. Hay una especie de ritmo continuo, muy del Trip Hop también muy propio de la época. Pasó que después de Devorador de corazones hubo una inversión muy grande de dinero de EMI, así que parte de ese dinero lo usamos para meternos a experimentar muchos meses en salas de ensayo, que era nuestra forma de componer. Mas allá de que Christian o Sebastián Schachtel, el tecladista, llevaran alguna matriz sobre la que trabajar. Terminé llevándome un cassette con varias bases de estos prototemas a mi lugar en Cabo Polonio. Durante un mes estuve solo en una cabaña allí trabajando las melodías o las letras sobre ese casette. La letra de Donde hubo fuego salió de un tirón...”
¿Por qué veo a través de otra mirada?
¿Por qué escucho a través de los parlantes?
¿Por qué entiendo a través de los silencios?
Te estoy hablando a través de un instrumento
¿Por qué la luna se ve como una esfera,
cuándo es menguante y no cuando está llena?
Porqué cuando buscamos no encontramos
Y solo hallamos cuando estamos desatentos
Donde hubo fuego, cenizas quedan
Donde hubo amor, ¿qué queda?
¿Qué queda?
Dime cariño,
Si las cosas están hechas de materia,
¿De qué están hechos los sentimientos?
¿De qué tus emociones?
¿De qué los pensamientos?
Es el amor esa fuerza misteriosa
Qué guarda un tiempo propio de si mismo
Que tras los días eternos, infinitos
Rompe el hechizo de la repetición.
Donde hubo fuego, cenizas quedan
Donde hubo amor ¿qué queda?
¿Qué queda?
El tiempo del reloj no es el tiempo de las almas
No querida mía, no cariño mío.
Las cosas no se resuelven con palabras.
No somos islas, tal vez somos arena
Yo no soy una roca, soy toda la piedra.
Somos la sed, y el agua que la calma.
Dices si cariño mío, si querido mío,
La soledad será un útil consejero.
En lo mas hondo de todo este silencio
Escucho un grito que viene de mis huesos.
En este diálogo estábamos errados.
Cada palabra que tu boca enunciaba
Era un error que no estaba en tus ojos.
Dicen que son el espejo del alma.
Donde hubo fuego, cenizas quedan
Donde hubo amor, ¿qué queda?
¿Qué queda?”
Le pregunto a Diego qué queda de esta canción para él. Desde mi, siempre me pareció un prodigio rítmico con ese loop constante de Basso y Winograd en la base, que le permite a los demás subirse cómodamente a hacer lo suyo. Diego cantando sobre su guitarra, Axel Krygier y Alejandro Terán en los vientos, Sebastián Schachtel en los teclados y Andy Bonomo en la otra guitarra. Y si, La Portuaria era cosa seria.
Sigue Frenkel: ”Es una especie de manifiesto un poco generacional y otro poco filosófico, que marca la entrada a tu vida de la adultez, la conciencia de la finitud. Es una letra plenamente filosófica, que merodea los cánones y las preguntas que siempre nos hacemos sobre el amor. Es una canción para mi muy emotiva. Porque si bien parte de una actitud reflexiva termina en un estribillo que se pregunta dónde queda lo que no se ve y cuál es la trascendencia del amor. El final épico con ese saxo de Terán aun me conmueve. Pienso que es porque también esta canción marca el final de una vinculación con este grupo que había comenzado siendo todos adolescentes. Veníamos juntos desde antes de Clap, y ahora nos veo a todos en grandes momentos creativos de nuestras respectivas carreras. La verdad esta es una de las mejores canciones de La Portuaria, y una de mis mejores canciones como autor también.”
Cronológicamente es la canción final del ultimo disco de la primera etapa de La Portuaria. Tengo la hermosa ventaja de poder corroborar presentimientos respecto de las músicas que escucho poniéndolas al aire en mis programas radiales. La tarde del mes pasado que rescaté esta canción que había dejado desacomodada en mi archivo, enseguida me llevó a algo muy nuevo de Garland Jeffreys o de The Buffalonians. Estoy hablando de discos aparecidos hace meses de artistas muy encumbrados, poniéndolos en plano similar con una canción que tiene casi 30 años, y la verdad que nadie salió herido de la experiencia de pegarlos uno atrás de otro. Es más, se disfrutó mucho.
Pasa que cuando una canción es elevadamente bella, nunca prescribe.
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