Tango, ópera, nazis, espionaje, guerrilleros cubanos, democracia y montoneros: los otros 25 de mayo

Aparte de los festejos oficiales, la historia guarda recuerdos amables, trágicos y misteriosos, ocultos u olvidados por la dimensión del que fue el primer grito de libertad dado en el país. No fue el último.

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El 25 de Mayo de
El 25 de Mayo de 1810

Las celebraciones por el 25 de mayo, en otros tiempos fervorosas, devotas y entusiastas y hoy, acaso, pachuchas y timidonas, tuvieron la virtud de tapar otros festejos, otras hechos merecedores de ser recordados que estos breves apuntes, tontos si se quiere, pretenden rescatar.

La independencia es cosa seria. Y por más que aquel viernes 25 de mayo de 1810, ¡qué finde, muchachos!, se haya gritado libertad por vez primera y que hubiese que esperar seis años para la emancipación total; aun cuando el saavedrismo pretendiera cambiarlo todo para que nada cambiara y el bueno de Mariano Moreno, periodista tenía que ser, lanzara el desafío de fundar una nación, seguido por el duro Juan José Castelli y el decidido Manuel Belgrano; aun cuando no quedara del todo claro si ya éramos independientes de España o no, e hiciera falta el genio de San Martín para poner las cosas en claro, el 25 de mayo es una fecha honda y que no debería dividir aguas con el dique de la tontería que, desde hace unos años, sólo se detiene a mirar quiénes van, o no, al Tedeum en la Catedral y algunas otras paparruchadas más que ni merecen mención.

El 25 de mayo, créase o no, también está muy ligado al fútbol. En 1901 se fundó River Plate, cuatro años más viejo que su primo hermano del barrio de la Boca. En esa fecha hay una curiosidad que no está ligada al deporte: junto con River se fundó, en otro ámbito desde luego, la FORA, Federación Obrera Regional Argentina, una entidad gremial que fue la expresión más importante, y dura, del anarquismo, que luego sufrió divisiones, rupturas y disoluciones varias, bien a la argentina, pero que de algún modo marcó una época, temprana, de la lucha sindical en el país.

El 25 de mayo de
El 25 de mayo de 1938 River inauguró su Estadio Monumental

Volvamos a la cancha. Cuatro años después de la fundación de River, en 1905, otro 25 de mayo, se fundó el club Platense; al año siguiente en la misma fecha, Defensores de Belgrano; y el 25 de mayo de 1913, en Mar del Plata, nació el club Aldosivi. Para cerrar la lista, algo quedará en el tintero que ya no existe y es hoy virtual, el 25 de mayo de 1938 River inauguró su Estadio Monumental, eran los años de la Argentina opulenta y, dos años después, en 1940, con el mundo en guerra, sus primos hermanos boquenses abrieron las puertas de La Bombonera.

El 25 de mayo de 1908 otro templo, ya no del deporte sino del arte, abrió sus puertas al mundo: el Teatro Colón. Y lo hizo donde está ahora, en la manzana de Cerrito, Viamonte, Libertad y Tucumán, flanqueado por una callecita que lleva el nombre del inolvidable Arturo Toscanini. Es una joya arquitectónica, idea de los italianos Francesco Tamburrini y Víctor Meano, gente sacudida por la tragedia: Tamburrini murió apenas iniciado el proyecto, lo siguió Meano, que murió asesinado cuatro años antes de su inauguración, y lo culminó el arquitecto belga Jules Dormal.

El 15 de mayo de
El 15 de mayo de 1940 La Bombonera abrió sus puertas

Colón hubo siempre, siempre a su manera. La música y la ópera estuvieron ligados a Buenos Aires desde antes de la independencia. El primer Colón se abrió en 1857, sí, otro 25 de mayo, en el edificio del hoy Banco de la Nación, frente a la Casa Rosada. Tenía capacidad para dos mil quinientas personas y una araña espectacular con cuatrocientos cincuenta picos de gas, que la gente miraba embobada. Allí vivió su drama Violetta Valery, la trágica muchacha que Giuseppe Verdi imaginó para dar vida a “La dama de las camelias”, de Alejandro Dumas. Estrenar el Colón con “La Traviata” no está nada mal: esas cosas marcan para siempre.

Lo fantástico de aquel Colón inicial fue que la ópera de Verdi había sido estrenada en La Fenice, de Venecia, en marzo de 1853, cuando nosotros todavía no teníamos Constitución. Y apenas cuatro años después se estrenaba en Buenos Aires en una época que, olvídenlo, no existía Internet: el buen gusto igual viajaba rápido. El otro factor sorpresa era aquella araña de cuatrocientos cincuenta picos, alimentada a gas, un lujo indescriptible para la época y un símbolo: todavía gran parte del espectáculo estaba en la platea y la gente iba al teatro a ver y a ser visto. La luz eléctrica iba a cambiarlo todo.

Construcción del Teatro Colón de
Construcción del Teatro Colón de Buenos Aires, en su etapa final (Archivo General de la Nación)

Cuando se decidió la construcción de un nuevo Colón, Buenos Aires no se quedó sin ópera. En la calle Corrientes, que no era avenida, se alzó el teatro Ópera, que después fue cine, y que se llamó así por eso, porque se cantó allí ópera mientras el Colón estuvo mudo o en construcción. Allí, en el Ópera y en 1901, le festejaron los ochenta años a Bartolomé Mitre y para él cantaron “Rigoletto”, de nuevo Verdi, el gran Enrico Caruso y la soprano rumana Hericlea Darclée, que volvería en 1909 al flamante Colón inaugurado el año anterior. Que te canten “Rigoletto” en la fiestita de tu cumpleaños… te la debo. Pero así se hacían antes las cosas.

El Colón de hoy escuchó en su función inaugural “Aída”, Verdi de nuevo. Fue un espectáculo de calidad media, porque todo jugó en contra. Se iba a cantar “Otelo”, también de Verdi, pero a último momento una afonía que le pegó fuerte a la soprano, los nervios son los nervios, obligó a un cambio de planes y de repertorio. Salieron al toro Amadeo Bassi, Vittorio Arimondi y Lucía Crestani, bajo la batuta de Luigi Mancinelli, sin demasiados ensayos y con muchas incertezas. En la platea, el presidente José Figueroa Alcorta y sus ministros, el intendente de la ciudad, Torcuato de Alvear, varias delegaciones extranjeras y el “tout” Buenos Aires. Era el espíritu del Centenario en su apogeo y era un mundo que empezaba a estremecerse.

La Infanta Isabel de Borbón
La Infanta Isabel de Borbón y el Presidente de Argentina Figueroa Alcorta, partiendo en carruaje desde la Dársena Norte de Buenos Aires (Caras y Caretas)

En la fiesta del Centenario, el 25 de mayo de 1810, pasaron muchas cosas. La realeza europea pisó estas costas en la persona de la Infanta Isabel de Borbón y Borbón, tía del entonces rey de España Alfonso XIII. Cien años después de 1810, recibíamos con los brazos abiertos a los descendientes de la gente a la que le habíamos hecho la revolución. Era un reflejo, lógico por otra parte, del espíritu de la generación del 80 que, en voz de Julio A. Roca, había hecho suprimir del Himno Nacional las estrofas que podían ofender a España. Estrofas merecidas, por otro lado, pero el tiempo cura y ordena.

Tan importante fue la llegada de la Infanta que el diario La Prensa hizo sonar su legendaria sirena, reservada a los grandes acontecimientos nacionales y mundiales, en el que era su edificio en Avenida de Mayo y Perú. Dos veces sonó el sirenazo: cuando amarró el buque que traía a la Infanta y cuando “La Chata” pisó tierra argentina. Lo de “La Chata” era una befa cariñosa, ese modo que tenemos los argentinos de hacer escarnio del otro con cierta ternura, refería a la nariz algo aplastada de la noble dama y también al trato confianzudo que los españoles se dispensan entre sí.

No dejaba de ser una expresión rea, es verdad, pero sucedía que lo reo, o lo considerado reo, iba a ganar posiciones ese 25 de Mayo. El tango se presentó en sociedad y ganó la partida: dejó de ser orillero, marginal y prostibulario, y pasó a integrarse a la música popular, que ya integraba, pero sin el visto bueno social indispensable para ser tenido en cuenta. Prejuicios hubo siempre.

Independencia Tango - Alfredo Bevilacqua (Tango Argentino 1900-1930)

Casi le debemos el tango al pianista Alfredo Bevilacqua que oportuno y pícaro, hoy sería un estratega del márquetin, escribió un tangazo al que tituló “Independencia”. Justo para la ocasión. Él mismo era pianista en los teatruchos del centro porteño cuando el piano no era bien visto en el tango, hay que decirlo. Ni siquiera el bandoneón tenía todavía su sitial de honor en los arreglos orquestales, que tampoco existían. El tango de los suburbios se tocaba con guitarras (herencia de la milonga campera), con flauta y tal vez violín, lo que ya era un lujo. Para más datos, milonga “Con flauta y guitarra”, de Ema Suárez y Luis Caruso, con su coda: “Canción de arrabal / con flauta y guitarra / y un cielo de parra / que me hizo soñar”. Allí queda eso.

Lo cierto es que aquel miércoles 25 de mayo de 1910, una banda formada de apuro por Bevilacqua y dirigida por él, tocó “Independencia” en plena Avenida de Mayo, frente a las narices chatas de la Infanta, y ante el presidente de la Nación, Figueroa Alcorta. La gente le regaló una ovación inesperada porque aquellos compases de dos por cuatro, que ya habían incursionado en París, no eran ni por asomo bien vistos, o escuchados, entre muchos de nosotros. Las narices, las chatas y las no chatas, se fruncían al escuchar “esa música”, como se la denominaba con desdén. Entusiasmado por los aplausos, Bevilacqua firmó una partitura de su tango y se la regaló a la Infanta. Que la agradeció y felicitó. Y ya está, el tango quedó en casa.

Arturo Frondizi había llegado a
Arturo Frondizi había llegado a la presidencia de la Nación gracias a un acuerdo con el peronismo, proscripto por el poder militar: terminaría jaqueado y acorralado por el propio peronismo y por los militares, que lo derrocaron en 1962

Otro 25 de mayo, de 1960, en plenos festejos del Sesquicentenario de la Independencia, las cosas estaban más complicadas. Y algunas eran, o bien desconocidas, o permanecían en secreto. Fastos sí hubo. Y muchos. El país había salido de la dictadura instaurada por la Revolución Libertadora, que había dejado heridas que sangraron demasiado y tornearon la trágica historia argentina de aquellos años y de los posteriores. Arturo Frondizi había llegado a la presidencia de la Nación gracias a un acuerdo con el peronismo, proscripto por el poder militar: terminaría jaqueado y acorralado por el propio peronismo y por los militares, que lo derrocaron en 1962.

Pero para los festejos del Sesquicentenario, palabra impronunciable para locutores, políticos, maestros y para quien intentara decirla sin descalabrarse, Frondizi puso todo su empeño para mostrar un país que pujaba por salir adelante. Las escuelas primarias desfilaron aquel día frente a la Casa de Gobierno, con sus pulcros alumnos de guardapolvos blancos, como un símbolo del futuro. En el palco el Presidente y el cuerpo diplomático, de frac, en un día nublado y áspero, junto a numerosas delegaciones extranjeras también vieron desfilar a un poder militar hostil, arisco y en guardia.

El avión que llegó para
El avión que llegó para la celebración en Buenos Aires y que en realidad lo usaría el Mossad para secuestrar al criminal de guerra nazi Adolf Eichmann

Entre las delegaciones extranjeras estaba la de Israel. Había llegado al país a principios del mes, en el primero de los aviones de la línea aérea El-Al que aterrizó en el país. En realidad, era un Britannia comprado para la ocasión por pedido del todavía nuevo servicio de inteligencia israelí. En la Argentina operaba ya en esos días un comando del Mossad que tenía como misión capturar a Adolf Eichmann, el criminal de guerra nazi, uno de los arquitectos del Holocausto, que vivía refugiado bajo el falso nombre de Ricardo Klement.

Eichmann fue secuestrado el 11 de mayo cerca de su casa, en la calle Garibaldi, de San Fernando. Lo mantuvieron oculto durante casi diez días y sus noches y, en la madrugada del 21 al 22 de mayo, lo embarcaron en el avión de El-Al y se lo llevaron a Israel. El 23 de mayo, el primer ministro israelí, Ben Gurión, anunció al mundo la captura de Eichmann y su reclusión en Israel. Faltaban dos días para el festejo del Sesquicentenario y el escándalo sacudía las entrañas del poder en la Argentina: aun cuando se tratara de una causa justa, Israel había violado la soberanía nacional, días antes de la celebración de su independencia.

Adolf Eichmann, uno de los
Adolf Eichmann, uno de los arquitectos del Holocausto, vivía refugiado bajo el falso nombre de Ricardo Klement

Entre las delegaciones extranjeras que celebraban junto a los argentinos estaba la de Cuba. Fidel Castro, que fue visto como un paladín de la libertad luego del triunfo de la Revolución Cubana, había visitado el país en mayo de 1959. Lo recibieron como a un héroe: los herederos de la Libertadora igualaron el derrocamiento de Fulgencio Batista, a manos de Castro, como un remedo del derrocamiento de Juan Perón en 1955. Los jóvenes de la izquierda lo endiosaron como al protagonista de una nueva era.

Semanas antes, Castro y Ernesto “Che” Guevara habían debatido en la Habana la representación de Cuba en los fastos argentinos. Fidel estaba renuente: “¿Quieres ir tú?” dijo a Guevara. “No… Déjame de agasajos. Quiero encerrarme algunos días y trabajar tranquilo”, respondió el “Che”. De modo que llegaron a la Argentina el presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós y su canciller, Raúl Roa.

No vinieron solos. Los acompañaba una delegación de guerrilleros de Sierra Maestra a quienes autorizaron a desfilar, junto a militares argentinos y extranjeros. De modo que en los solemnes festejos del Sesquicentenario de Mayo, los ejércitos profesionales, en especial el argentino, debió soportar a un pelotón de guerrilleros desaliñados, barbudos, con los pelos por los hombros que marchaban a su bola y sin empaque militar, mientras eran ovacionados por la juventud de izquierda.

En el palco presidencial, no demasiado lejos de Frondizi, un hombre sonreía complacido. Era el jefe de la delegación soviética, Alexei Kosygin, que sería luego presidente del Consejo de Ministros de la URSS. De haber sido una película, aquello debió llamarse “Lo que se avecina”.

El 25 de mayo de
El 25 de mayo de 1973 asumió la presidencia Héctor J. Cámpora, designado por Juan Perón que en noviembre de 1972 había regresado al país después de casi dieciocho años de exilio

Trece años después de aquella fiesta, hubo otra. Después de una larga y cruel dictadura militar entre 1966 y 1973, el país volvía a la democracia. Era otro país, marcado a fuego por la violencia de la dictadura encarnada por los generales Juan Carlos Onganía y Alejandro Lanusse y por la desatada por los grupos guerrilleros, nucleados en especial en el peronista Montoneros y en el trotoskista ERP.

El 25 de mayo de 1973 asumió la presidencia Héctor J. Cámpora, designado por Juan Perón que en noviembre de 1972 había regresado al país después de casi dieciocho años de exilio. Aquel día, soleado, que había amanecido bajo los disparos anónimos, hechos desde la estación de servicio que anidaba no demasiado lejos del hoy Centro Cultural Kirchner, fue presidido por un cartel enorme que decía “Montoneros” emplazado frente a la Rosada, que había sido rebautizada, pintada mediante, como “Casa Montonera”.

Los Montoneros cuando Perón todavía
Los Montoneros cuando Perón todavía no los había echado de la plaza

El propio Cámpora iba a inspirarse en una de las frases favoritas de Perón, para elogiar a la guerrilla peronista que todavía no había sido catalogada como enemiga: faltaba un año apenas para que Perón los expulsara de la Plaza de Mayo. Dijo entonces Cámpora, y lo escucharon el presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, que regresaba al país para otro festejo, y el de Chile, el socialista Salvador Allende: “(…) Y en los momentos decisivos, una juventud maravillosa supo responder a la violencia con la violencia y oponerse, con la decisión y el coraje de las más vibrantes epopeyas nacionales, a la pasión ciega y enfermiza de una oligarquía delirante. Por eso, la sangre que fue derramada, los agravios que se hicieron a la carne y al espíritu, el escarnio de que fueron objeto los justos, no serán negociados (…)”.

Sin embargo, y pese a todo, aquel fue un momento de esperanza. Un breve momento de esperanza, es verdad, en el que la retórica era sólo eso y no era doctrina todavía. Cámpora duró apenas cuarenta y nueve días en el poder; lo impensado, e impensable, estaba por venir y no cabe en este recuento casi escolar de celebraciones de mayo.

El 25 de mayo de
El 25 de mayo de 2003 asumió la presidencia Néstor Kirchner. Había quedado detrás de Carlos Menem en las elecciones del 27 de abril. Menem desiste de ir a una segunda vuelta y Kirchner queda consagrado presidente para reemplazar el año y medio de gobierno de Eduardo Duhalde (Telam)

Al año siguiente de la asunción de Cámpora, el 25 de mayo de 1974, murió en Buenos Aires Arturo Jauretche. Había nacido en noviembre de 1901, pocos meses después de la FORA y de River Plate, y fue una figura prominente de la Unión Cívica Radical. En desacuerdo con la conducción partidaria de Marcelo T. de Alvear, formó una agrupación disidente, FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) que reunió a figuras como las de Homero Manzi, Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo y Raúl Scalabrini Ortiz, y que fue emblema del nacionalismo democrático, o al menos de su búsqueda. En 1945, el aluvión popular del 17 de octubre lo hizo saltar al peronismo. Fue autor, entre otras obras, de “Los profetas del odio”, que escribió en el exilio, obligado por la Revolución Libertadora, y el famoso y ya legendario “Manual de zonceras argentinas”.

Por último, el 25 de mayo de 2003 asumió la presidencia Néstor Kirchner. Había quedado detrás de Carlos Menem en las elecciones del 27 de abril. Menem desiste de ir a una segunda vuelta y Kirchner queda consagrado presidente para reemplazar el año y medio de gobierno de Eduardo Duhalde, nombrado por la Asamblea Legislativa luego de la crisis económica y social de 2001.

En su mensaje inaugural, Kirchner, que tiene cincuenta y tres años y no sabe que le quedan apenas siete de vida, propone “(…) Un país serio y más justo, traje a rayas para los grandes evasores” y el regreso a una Argentina “de movilidad social ascendente”.

Eso está por verse. Todavía.

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