Corre 1948 y el antiguo Hauptsturmführer de las SS Franz Stangl lleva más de dos años en la prisión austríaca de Linz. El futuro próximo no se le presenta alentador. Está acusado de la muerte de casi un millón de personas en los campos de exterminio de Sobibor y Treblinka y espera ser sometido a un juicio cuyo desenlace sólo puede ser una condena a cadena perpetua o la ejecución.
Pero entre los guardias de Linz todavía quedan algunos anónimos simpatizantes del Tercer Reich que le facilitan la fuga. Stangl huye a pie a través de Austria, cruza la frontera con Italia y llega a Florencia. Allí puede descansar unos días en un convento, antes de continuar su viaje 300 kilómetros más al sur, hasta Roma.
En El Vaticano lo espera el obispo austríaco Alois Hudal, rector del Pontificio Instituto Teutónico Santa Maria dell’Anima en Roma, un seminario para sacerdotes provenientes de Austria y Alemania. De la noche a la mañana, Stangl se convierte en un cura más: el disfraz le servirá de escudo hasta dar el siguiente paso.
El mecanismo funciona de manera aceitada: en un papel con membrete de la Santa Sede, Hudal le certifica a Stangl una identidad de refugiado que no es la suya y lo convierte de victimario en falsa víctima.
Con ese documento, el hombre que ya no es Stangl consigue un pasaporte del Comité Internacional de la Cruz Roja que le permite abordar un barco. Su primer destino es Damasco, desde donde viaja a Brasil y se radica en San Pablo.
La historia de la fuga del antiguo comandante de Sobidor y Treblinka no es excepcional. Su caso es uno más de una larga lista de cerca de diez mil criminales de guerra nazis y fascistas que huyeron a Sudamérica por las ratlines.
Última vía de escape
Por su nombre en inglés, cuando se tradujo libremente al español a las ratlines, se las llamó “rutas de las ratas”. Eran las vías clandestinas utilizadas por miles de criminales de guerra para escapar de Europa después de la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial.
La “traducción” es atractiva: hace imaginar a los nazis en fuga como ratas que rajan por tirante. Sin embargo, el nombre viene de otro lado. En la jerga náutica se llama ratlines a los pequeños trozos de cuerda colocados de forma horizontal que sirven como peldaños de escalera, para poder subir por el mástil.
En los antiguos veleros, escalar el mástil usando estas cuerdas era el último y desesperado recurso que tenía un marinero para evitar ahogarse si el barco se hundía. Era su “última vía de escape”.
Esas últimas vías de escape fueron para los nazis prófugos los barcos que llevaban a Sudamérica, especialmente a la Argentina, Chile y Brasil.
Las ratlines más utilizadas fueron tres: la llamada “ruta nórdica” pasaba por Dinamarca con destino a Suecia, donde se embarcaba; la “ruta ibérica”, coordinada por colaboradores nazis que vivían en la España franquista y utilizaba puertos como los de Galicia; y la “ruta de Italia” o “del Vaticano”, por donde se calcula que escapó el 90% de los criminales de guerra.
Odessa, ¿ficción o realidad?
Las “rutas de las ratas” no fueron escapes improvisados de fugitivos desesperados, sino líneas de fuga planificadas y organizadas por personas de poder en diferentes países europeos. Sin embargo, nunca tuvieron el nivel de sofisticación que les otorgó en la ficción Frederick Forsyth en su famosa novela El expediente Odessa.
Pero Odessa realmente existió, aunque de manera fragmentada e, incluso, inconexa. La Organisation der ehemaligen SS-Angehörigen (Organización de Antiguos Miembros de la SS) fue una red de colaboración secreta desarrollada por grupos nazis para ayudar a escapar a miembros de la SS desde Alemania a otros países donde estuviesen a salvo, y en especial a Sudamérica.
Para el historiador alemán Daniel Stahl, “la ‘ruta de las ratas’ no fue un plan estructurado a gran escala, con una enorme organización, sino que consistió en operaciones de pequeños grupos que pocas veces actuaron de manera articulada. Eran grupos nazis más pequeños, en gran medida independientes, que operaban para asegurar el escape”.
La ruta del Vaticano
Para escapar a Sudamérica a través de Italia, la mayoría de los criminales de la Alemania nazi cruzó los Alpes hasta Tirol del Sur, donde se les daba refugio en el monasterio de la Orden Teutónica, en Merano, en el monasterio capuchino cerca de Bresanona, o en el monasterio franciscano de Bolzano, por lo que a esa “ruta de las ratas” también la conoce como la “ruta de los monasterios”.
Desde allí seguían hasta Roma donde, con una carta de identidad de la Iglesia Católica que les certificaba una supuesta identidad, conseguían el pasaporte de la Cruz Roja. Se calcula que el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) emitió unos 120.000 documentos de ese tipo entre 1945 y hasta 1951. Con esos papeles, los criminales subían a los barcos.
La pieza clave en El Vaticano era el obispo Hudal, que ayudó de esa manera al arquitecto de la “solución final” Adolf Eichmann, al comandante de Treblinka Gustav Wagner, y al “Ángel de la muerte” Josef Mengele, entre muchísimos otros.
De su participación en “la ruta de las ratas” italiana no quedan dudas. El propio Hudal se ocupó de confirmarla en sus memorias: “Agradezco a Dios que Él me permitiera visitar y confortar a muchas víctimas encarceladas o detenidas en campos de concentración, ayudándolas a escapar con papeles falsos (…) La guerra de los Aliados contra Alemania no fue una Cruzada, sino una rivalidad entre complejos económicos en la cual habían luchado para conseguir la victoria. Este negocio usó lemas como democracia, raza, libertad religiosa y cristiandad como anzuelo para las masas. Por todas estas razones después de 1945 me sentía obligado a dedicar todo mi trabajo de caridad principalmente a antiguos Nacional Socialistas y Fascistas, especialmente a los así llamados ‘Criminales de Guerra’”, escribió.
En cambio, todavía existen dudas sobre qué grado de participación tuvo Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, el Papa Pío XII, en “la ruta de las ratas”. Según el historiador Hubert Wolf, Pacelli temía el avance comunismo, al que consideraba la mayor amenaza para la Iglesia Católica, y por esa razón se habría prestado a facilitar la fuga de los nazis. “Puede resultar que el Papa no sabía de la ayuda concreta, y que algunas personas de su entorno se habrían aprovechado de eso. O bien, Pío lo supo todo y hacía la vista gorda. Si se comprueba que el Papa tenía conocimiento de personajes como Josef Mengele, eso sería una dimensión completamente nueva”, dijo en una entrevista reciente con Deutsche Welle.
“La araña” de Otto Skorzeny
La ruta nórdica y la ibérica tuvieron mucha menos dimensión que la italiana, aunque la vía de escape por Dinamarca hacia los puertos suecos quedó para siempre ligada a la leyenda de la supuesta fuga de Adolf Hitler hacia la Argentina.
En España, el estratega de la “ruta de las ratas” fue el líder de la unidad de asalto de las SS Otto Skorzeny, famoso por rescatar al dictador italiano Benito Mussolini del encarcelamiento en la región de Gran Sasso, en el sur de Italia, en 1943.
Skorzeny y sus colaboradores actuaron bajo el paraguas de Clara Stauffer, una nadadora de competición de ascendencia alemana y nacionalidad española que fue íntima amiga de Pilar Primo de Rivera y a la que ésta puso a dirigir durante la Guerra Civil la oficina de Prensa y Propaganda de la Sección Femenina.
A través de su amiga Pilar, Stauffer logró tener acceso casi directo al dictador Francisco Franco, que le facilitó protección para los nazis refugiados en España.
Los papeles cumplidos por Stauffer y Skorzeny en “la ruta de las ratas” en la península ibérica fueron tan notorios que la escritora Almudena Grandes los utilizó como personajes reales en su novela Los pacientes del doctor García, la cuarta de la saga de Episodios de una guerra interminable, que transcurre entre España y la Argentina.
Pero más allá de los apoyos locales en Italia, Suecia y España, “las rutas de las ratas” no hubieran podido funcionar con tanto éxito sin el apoyo de algunos de los países que ganaron la guerra. “No fueron solo nazis los que coordinaron las ratlines, sino también las fuerzas de inteligencia de Estados Unidos y Reino Unido, que ayudaron a escapar a sus informantes nazis, y a decenas de científicos alemanes, para que colaboraran con ellos en su lucha contra el comunismo”, sostiene Bill Niven, profesor de Historia Contemporánea Alemana en la Universidad Nottingham Trent.
Argentina, cabo de última esperanza
En 2012, el gobierno alemán desclasificó una serie de documentos que prueban que alrededor de 9.000 nazis y colaboracionistas escaparon por esas tres vías hacia Sudamérica después de la guerra. Alrededor de 5.000 se quedaron en la Argentina, el destino al que el cazador de nazis Simon Wiesenthal llamaba el “Cabo de Última Esperanza” para los criminales prófugos.
No fue una elección azarosa. Desde el ascenso de Hitler en Alemania, a principios de la década de los ‘30, muchas empresas de capitales nazis se instalaron en Buenos Aires y otros lugares del país.
También desde mediados de la década de los ‘30, en Buenos Aires se asentaba la mayor organización nacionalsocialista de Sudamérica, que en 1938 llegó a hacer un multitudinario acto en el Luna Park.
Dos listados de las décadas del 30 y 40 y otro que el Centro Wiesenthal entregó a Carlos Menem en 1997 muestran que la Argentina fue el destino transitorio del 15% del dinero que, luego de expoliar a sus víctimas, los jerarcas nazis fugaron al exterior.
Por aquí habrían pasado hacia Suiza 341 millones de dólares de aquella época, equivalentes a 6.000 millones de hoy. Parte de ese dinero se habría utilizado para facilitar la radicación de los criminales de guerra prófugos en la Argentina.
Cerca de otros 2.000 criminales de guerra se instalaron en Brasil, y unos 1.000 en Chile, mientras que algunos centenares se ocultaron en Paraguay, Bolivia, Colombia y Ecuador. Pero en la mayoría de los casos, para llegar a esos destinos desembarcaron en la Argentina como puerta de entrada al continente.
SEGUIR LEYENDO: