Cuando Juan José Melano dejó la casa en la que vivía con su esposa, el corazón de Cecilia , su nieta, se llenó de tristeza. El hombre había juntado una muda de ropa, llamó a su perro y subieron a un coche viejo rumbo a una carbonera que hace 36 años funcionaba en el partido de Merlo. Allí vivió lo que pudo, como pudo y en soledad. Esos recuerdos aún entristecen a la mujer de 47 años.
Quizás un poco para cerrar esa herida y otro montón por el amor que tiene para brindar, desde hace casi 22 años (los cumple en octubre), Cecilia se dedica a rescatar adultos mayores que terminaron solos, en las calles, a los de bajos recursos, a los que fueron abandonados por sus familias, aquellos que están tirados sobre los cartones amontonados en alguna vereda y que para olvidar lo que sufren se escudan en el alcohol: “los fantasmas de la sociedad”, define con bronca.
“El Hogar de Cecilia” es hoy la casa de 58 abuelos y abuelas que comparten sus días en la localidad Libertad, en Merlo, provincia de Buenos Aires. Allí recibe a quienes deriva la policía cuando los encuentran solos, tras un aviso de alerta en las redes sociales o cuando algún vecino los encuentra en estado de abandono.
“Cuando llegan los bañamos, los cuidamos y empezamos a hacer cadenas de mensajes, generalmente por las redes sociales, para ver si se encuentra a la familia, porque muchas veces son abuelos que salen a caminar y se pierden. Muchas veces la familia aparece, pero son familiares ausentes y no los retiran nunca; otras veces, la familia nunca aparece y se quedan a vivir con nosotros; y otra más, la familia aparece y al verlos tan bien no se los quieren llevar porque no les pueden pagar un geriátrico. Y así nuestra familia sigue creciendo”, resume Cecilia.
El lugar, que no es un geriátrico -aclara-, se solventa con donaciones y el aporte de personas solidarias que ayudan a las voluntarias a mantener la meta de cuatro comidas diarias y lo más importante: “Acá se le da todo lo que una persona necesita para vivir: amor. Quizás faltan un montón de cosas en infraestructura, pero lo principal lo tiene y es el cuidado, cariño, atención médica y contención; lo que la familia se olvidó de darle cuando lo dejaron abandonados”.
La historia
El refugio comenzó en el año 2001 con cuatro abuelos: Chocha, José, Rosa y Mima. “No sé si fue una idea o una asignatura pendiente que yo tenía con la vida o con mi abuelo... Mi abuelo tenía una posición económica muy buena y, por cosas de la vida, un día se peleó con mi abuela por mi tío, el hermano de ella y mi abuela prefirió a mi tío. Y se fue a la carbonera, un lugar grande que hacían carbones. Estaba solo y abandonado, y a los dos años murió”, recuerda entre lágrimas.
Tras ese dolor, el tiempo siguió su curso: creció y comenzó a estudiar enfermería y radiología, pero sentía que su deseo no iba por ese camino. “Pero nada de eso me llegaba. Hasta que encontré lo que era mío, estar con las personas de tercera edad”, admite y cuenta con dolor todo lo que vio en el tiempo que trabajó en un geriátrico de la zona oeste del Conurbano.
“El nivel de maltrato que vi en ese lugar con los abuelos, nunca lo había visto en otro lado. Cuando yo estaba con ellos, todo era amor, pero cuando me iba pasaba lo peor: los bañaban con agua fría para que por el frío se durmieran. Por suerte los dueños murieron y el geriátrico cerró”, dice llorando y lamenta que cuando advirtió a los familiares de esas personas no le creyeron.
“De ahí me pude llevar a dos abuelos, Chocha y José, luego de hablar con sus familiares, y conseguí otro hogar para trabajar, pero tampoco me llenaba. Nada lo hacía, hasta que un día mi papá me dio unas llaves y me regaló el alquiler de una quinta que tenía tres piezas, una cocina, un comedor y un montón de parque. Pusimos seis camas, un freezer, una mesa y una cocina, ahí empecé empecé a vivir y se mudaron conmigo dos abuelas que saqué de aquel geriátrico, Josecito tenía 90 años y pesaba 37 kilos”, recuerda afligida.
Así comenzó la noble tarea: “La idea era hacer como un geriátrico, en su momento, pero después me di cuenta de que yo tenía muchas cosas por devolver a la gente y que no se lo había podido dar a él, a mi abuelo Gordo... Hoy lo veo en ellos y todo lo que hago es por ellos y por él”.
Muy emocionada, sentada sobre una de las camas de sus queridos abuelos a los que cuida como una madre, Cecilia cuenta que los 365 días del año se levanta por ellos, sin importar nada de lo que le pueda pasar. “Si tengo dolores, si estoy peleada con alguien o enojada con la vida, si estoy triste... Nada de eso importa, solo sé que tengo que estar acá y bien para ellos. No puedo permitirme de estar mal o de faltar un día”.
Esta decisión que asume cada día le costó y cuesta porque muchas veces no es comprendida. “A mí me costó mucho que mi familia entienda cómo yo puedo pasar más tiempo acá, acá hay 60 personas que me necesitan... Ellos me dicen ‘mamá' porque yo los elegí como hijos, yo elegí tenerlos, elegí sacarlos de la calle. Yo estoy cuando tienen fiebre, cuando se pelean, cuando están tristes, por eso me dicen ‘mamá'”.
Su sueño, confía, es agrandar el hogar para que sus abuelos tengan mayor comodidad y anhela tener allí más gente para cuidar. Por esto, necesita donaciones para mejorar la infraestructura como también pañales, prendas de vestir, calzados, artículos e limpieza e higiene personal. También comida fresca y alimentos no perecederos.
“El mensaje que siento para dejar a la gente que vive con un abuelo, con un padre que ya sea mayor es que los cuiden, que los valoren, que los escuchen, que uno les puede curar el alma con amor. No hay mejor medicina que tener quien los cuide”, finaliza.
*Quienes quieran colaborar con Cecilia y los habitantes del refugio pueden comunicarse al mail refuguiomamacecilia@gmail.com (para donación de materiales, ropas, frazadas y pañales para adultos). En caso de ver a un adulto mayor en situación de calle o situación de urgencia, puede llamarla al 11 5923-1979
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