Tras haber sido advertidos, incluso por altos funcionarios extranjeros, los argentinos continuaban comunicándose telefónicamente a través del “Carola”, un teléfono (distorsionador) en clave que después de un corto tiempo podía ser interferido por los servicios secretos del exterior. Como hemos visto, al iniciarse el conflicto el embajador argentino en los Estados Unidos, Esteban Takacs, fue avisado por un alto funcionario de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para que no lo usara.
A las 16 horas del 20 de mayo de 1982, el Agregado Militar en Washington, general Miguel Mallea Gil, se comunicó con el coronel Mario Zambonini (Subsecretario de Asuntos Institucionales de la Presidencia de la Nación) a través del teléfono en clave (conversación que aquí fue grabada) y lo puso al tanto de las últimas noticias que circulaban en la capital de los Estados Unidos. Informó que Margaret Thatcher acusó a Argentina de rechazar todas las propuestas de paz y que a raíz de ello Gran Bretaña había retirado sus propuestas. Que Gran Bretaña no tiene en este momento ninguna propuesta de paz sobre la mesa y que el almirante John Woodward ha recibido orden de realizar una serie de desembarcos y ataques relámpagos.
El 20 de mayo la flota británica bombardeó Puerto Argentino durante la madrugada y la noche, y en Darwin se escucharon bengalas y armas pesadas hasta la medianoche. Según quedó asentado en la Memoria de la Junta Militar, a través del MMC 44 (Mensaje Militar Conjunto), “el COMIL comunicó a los Comandos que un helicóptero enemigo fue hallado incendiado en territorio chileno y a través del Comunicado Nº 65 del Estado Mayor Conjunto se informó a la ciudadanía del ataque británico a las islas, así como de un comunicado que emitiera Chile respecto del helicóptero (Comunicado del EMC Nº 67)”. Ante los hechos militares, ese jueves 20, Javier Pérez de Cuéllar anunció en el Consejo de Seguridad el fracaso de su gestión mediadora y daba por terminada su intervención y el Reino Unido, a través de sus canales diplomáticos, notificó extraoficialmente al secretario general de Naciones Unidas que no había más razones para seguir negociando.
En la misma jornada el vocero del Departamento de Estado, Alan Romberg, reiteró que “no son ciertas las alegaciones sobre conducta inapropiada por parte de la embajada estadounidense en Buenos Aires”. Lo hizo como consecuencia de ciertas versiones, públicas y privadas, sobre encuentros conspirativos del embajador Harry Shlaudeman y otros funcionarios de su representación. Le molestaba a la Junta Militar, y su cancillería, que el embajador de los EE.UU. se viera y conversara con políticos, empresarios y ex funcionarios. Lo mismo que ellos habían hecho hasta semanas antes. En esas horas del mismo 20 de mayo, durante una conversación con el autor para la Agencia Noticias Argentinas, en presencia del dirigente radical Leopoldo Moreau, en el céntrico hotel Salles donde habitualmente paraba cuando estaba en la Capital Federal, el ex presidente Arturo Illia dijo que “si yo fuera presidente retiraría las tropas de las islas, porque el objetivo ya lo ganamos, está cumplido. Aunque conmigo no se hubiera invadido”. Además consideró que existía “mucha improvisación en el gobierno”.
Juan Manuel Abal Medina, otrora secretario general del Movimiento Nacional Justicialista, designado por Perón, se había asilado en la embajada de México el 29 abril de 1976. Los militares le achacaban infinidad de pecados: desde sus contactos con la organización Montoneros (su hermano Fernando había sido uno de los fundadores) hasta de ser el gestor de la “noche negra” de la liberación de los guerrilleros (25 de mayo de 1973), antes de que se promulgara una ley de amnistía en el congreso. Juan Manuel Abal Medina, testigo y actor de muchos acontecimientos políticos en los años 70, sólo reconocía su militancia nacionalista y católica, además de excelentes contactos con un sector de la dirigencia gremial que encabezaba el metalúrgico Lorenzo Miguel. Hasta bien entrado el conflicto siguió encerrado en la embajada mexicana. Sólo lo dejaron partir cuando precisaron la solidaridad de México, en mayo de 1982. En esos días previos a la guerra militar en el Atlántico Sur, y para no interferir las relaciones bilaterales, la Junta Militar abrió la mano para que saliera del país. El jueves 20 de mayo, a las 22.40, varios autos diplomáticos y policiales de la División de Asuntos Extranjeros llegaron al aeropuerto internacional de Ezeiza. El auto principal, un Mercedes Benz, entró directamente a la pista y se estacionó al lado de la aeronave de Aerolíneas Argentinas, vuelo 1324, que partía a Miami. Del automóvil bajaron el embajador mexicano Emilio Calderón Puig, su esposa Margarita y Juan Manuel Abal Medina. Para allanar las gestiones, acompañaron a los viajeros los embajadores Luis Clarasó de la Vega, director de América Central y Caribe, y el director Nacional de Ceremonial, Andrés Ceustermans.
Mientras tanto los políticos, como adivinando los cambios que se avecinaban cuando terminaran los enfrentamientos, comenzaron a posicionarse con vistas al futuro. Raúl Alfonsín hace pública su preferencia por Arturo Illia como presidente del radicalismo y, de esa manera, desplazar a Carlos Contín. También, algunos dirigentes políticos tomaban distancia del gobierno de Galtieri, mientras se hablaba de un gobierno de “notables” para enfrentar el conflicto. El presidente del peronismo, Deolindo Felipe Bittel, opinó: “El gobierno de las Fuerzas Armadas tiene que convertirse en un gobierno de transición y de ahí en más señalar una fecha cierta para las elecciones. Nada de transiciones de otra naturaleza”. A su vez presentó dudas sobre un “gobierno de coalición” del que tanto se hablaba en esas horas. Otro peronista, Antonio Cafiero, en un sorpresivo rapto de sinceridad y coraje, analizó que “los argentinos somos erráticos; un buen día decimos que somos los abanderados de la integración latinoamericana y otro día decimos que no somos América Latina y que somos Europa, y hay que terminar con estos vaivenes y tener una política coherente”. Y luego continuó: “Un día estamos en el mundo No Alineado y al otro día decimos que no nos interesa; un día somos aliados incondicionales de los Estados Unidos y al otro día queremos ir a la guerra con ellos”. La declaraciones del ingeniero Alvaro Alsogaray llamaron la atención: “Hoy sabemos algo más: que Gran Bretaña estaba de acuerdo con aceptar un administrador interino de las Naciones Unidas en las Islas Malvinas. Creíamos antes que era condición irreductible del gobierno inglés volver a las islas en las condiciones anteriores al 2 de abril. Parece ahora que aceptaban esa administración internacional, si tal es el caso la posición de muchos de quienes hemos apoyado irrestrictamente lo actuado, desconociendo en buena medida lo que se estaba discutiendo, tendría que ser revisada”.
En Buenos Aires, desde donde la guerra era observada a la distancia, a través de los diarios, las enloquecedoras audiciones de radio, plagadas de “especialistas y analistas” en cuestiones bélicas -para un país que no había vivido algo similar en los últimos cien años- los extenuantes programas y los noticieros televisivos, el viernes 21 de mayo amaneció con un buen clima otoñal. La tapa de los diarios mostraban como única foto a un Costa Méndez gesticulante, mientras acusaba a “la señora No”, Margaret Thatcher, de romper la negociación. Los diarios británicos, cuyos títulos pudieron observar los argentinos, sostenían: “Sólo faltan pocas horas para la guerra con los argentinos. Que Dios esté con ustedes” (The Sun); “Las tropas de invasión preparadas” (Daily Mail); “¿Guerra o paz? Todo depende de usted, Galtieri!” (Daily Star); “Listos para la invasión” (Daily Express) y “Las tropas preparadas para invadir al fracasar las conversaciones”, “Preocupación en la hora” (Daily Mirror).
En 1982 la Cancillería estaba ubicada en Arenales 760, el Palacio San Martín o cómo se lo conocía, en el viejo Palacio Anchorena. El despacho de Nicanor Costa Méndez quedaba en el primer piso, justo en la esquina de Arenales y Esmeralda. En ese lugar estaba el centro de las decisiones. Sin embargo, los brazos que se movían hacia afuera y hacia dentro se encontraban en los sótanos del palacio. Era, por así decirlo, la sala de máquinas desde donde se movía la política exterior argentina. Desde ahí salían las órdenes y las directivas. Era nada menos que la sala de claves a la que llegaban y salían los cables secretos. Algunos “exclusivos”, más importantes que otros, estaban volcados en papel amarillo y, es por eso, que en “la casa” los funcionarios los denominaban “canarios”. En la amplia sala, a la que solo unos pocos podían acceder, estaban alineadas las máquinas de télex y los mensajes secretos eran descifrados minutos más tarde en los varios escritorios del lugar. En los días de crisis, de excesivo trabajo, los mensajes se acumulaban y muchas veces generaban confusiones. Hacia el 20 de mayo de 1982, Costa Méndez, hablando con el embajador en la OEA, Raúl Quijano, en un momento le dijo: “Cuando llegué al Ministerio, me encontré con bastantes complicaciones, más que complicaciones, con cables que la verdad que no entiendo, ni los que van ni muchos de los que vienen”.
En la madrugada de ese día, entró al Palacio San Martín el cable “S” Nº 1.517, desde Washington, que resumía la última conversación que había mantenido Esteban Takacs con la embajadora Jeanne Kirkpatrick. El texto, “para conocimiento exclusivo e inmediato” de Costa Méndez, tenía cinco puntos, en los que la embajadora norteamericana pedía “un esfuerzo último (en las negociaciones diplomáticas) después de haber participado en una reunión especial en la Casa Blanca”. Solicitaba una respuesta argentina “afirmativa” a la propuesta del Secretario General de las Naciones Unidas. En el punto 3º, Takacs relata que le preguntó a Kirpatrick, si ella creía que la opinión pública argentina podía aceptar las condiciones británicas. “Si ustedes dicen que sí son de todos modos los ganadores netos en este conflicto. Los ingleses nunca volverán a las islas. Pérez de Cuellar esta haciendo un gran trabajo y puede llevar esto a un final satisfactorio para ustedes en el marco de las Naciones Unidas”, respondió. El punto Nº 4° era importante en ese día y registraba el siguiente diálogo: Takacs preguntó si “tenía alguna duda sobre nuestra capacidad militar para responder un ataque británico de mayor escala”. Kirkpatrick respondió que “no descartaba que pudiéramos responder con éxito, pero que veía que aun así, y a pesar del costo de vidas, las condiciones mejorarían por cuanto la escalada de acciones bélicas británica posterior podría ser gravísima”. Takacs, en el mismo texto, aclaró que la embajadora Kirkpatrick solicitó que su opinión le fuera transmitida al presidente Leopoldo Fortunato Galtieri. El mensaje de la embajadora llegaba tarde porque desde Londres se informaba que el viernes 21, desde las primeras horas del día, las tropas del Reino Unido comenzaron la “Operación Sutton”, el desembarco en San Carlos y en la bahía cercana de Ajax, a 80 kilómetros al oeste de Puerto Argentino. En esa jornada, a las 21.30, tras el retorno del brigadier Lami Dozo de la zona de operaciones dio comienzo la reunión del Comité Militar en la sede del Estado Mayor Conjunto. En esa cumbre Costa Méndez relató que había mantenido reuniones separadas con los embajadores de la URSS, Cuba y la India. “Todos los embajadores dieron apoyo a la posición argentina”, afirmó. Esa mañana había comenzado el desembarco más importante de la Task Force en San Carlos, y el brigadier Lami Dozo, en lo que parecía una contradicción con los pasos diplomáticos argentinos, dijo que “era conveniente empeñar la mayor cantidad de efectivos propios contra la cabeza de playa enemiga en San Carlos para impedir su consolidación” y con una comunicación desde las islas “el general Menéndez consideró el desembarco como un ataque secundario y de diversión por lo que no desafectó fuerzas de Puerto Argentino por ser éste el objetivo fundamental a defender”.
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