Georgina Orellano: “Lo más cerca de la Feria del Libro que estuvimos las putas fueron los bosques de Palermo para laburar”

La secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina, Georgina Orellano, presentó su libro “Puta Feminista. Historias de una trabajadora sexual”. Antes, conversó sobre el ingreso a la organización sindical, las violencias que padecen por parte de la policía y la distancia de clase con algunos feminismos

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Georgina Orellano tiene 35 años y desde marzo de 2014 es la Secretaria General Nacional de AMMAR. Desde siempre prostituta, feminista y activista por los derechos de las trabajadoras sexuales
Georgina Orellano tiene 35 años y desde marzo de 2014 es la Secretaria General Nacional de AMMAR. Desde siempre prostituta, feminista y activista por los derechos de las trabajadoras sexuales

Mucho antes de la hora convocada, la fila de público que espera la presentación del libro Puta Feminista. Historias de una trabajadora sexual zigzaguea el pabellón blanco de la 46ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. La cita es en la sala Victoria Ocampo, un espacio preparado con 150 sillas que quedará corto ni bien se abran las puertas. La alfombra de arabescos peluditos será, entonces, la mejor opción para escuchar sentados, sentadas y atentas a Georgina Orellano, secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR) y autora de este, su primer libro, publicado por Penguin Random House.

¿Quién hubiera pensado a las putas en la Feria, no? Lo más cerca que estuvimos fue los bosques de Palermo y para laburar. Empecemos a soñar a las putas en todos los lugares. Ojalá la Feria se llene de putas”, dice Georgina sobre el escenario y la sala estalla. Cantos, aplausos, risas, lágrimas, abrazos.

Toda la puesta provoca. Los paraguas rojos que adornan la cartelería de la Feria tan institucional como formal, el taconeo de las protagonistas, los escotes, bebés que gatean entre las hileras de asientos, la palabra “puta” que se repite insistente, fuerte y claro para que se entienda, para que no queden dudas de que las presentes se cansaron del silencio, de las máscaras obligadas. Las esquinas de Once, Soldati, Flores y Constitución disfrutan de ser parte por primera vez del epicentro cultural porteño, y Georgina Orellano se sabe boca de sus voces.

Georgina Orellano en el stand de la editorial que publicó su primer libro en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
Georgina Orellano en el stand de la editorial que publicó su primer libro en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires

- ¿Por qué te decidiste a escribir Puta feminista?

- Me llegó la idea desde la editorial en el año 2018. Mi editora, Ana Pérez, me propuso escribir mis historias, anécdotas y experiencias en el trabajo sexual, tal cual lo venía haciendo en las redes sociales. Y en AMMAR nos pareció una oportunidad para disputar desde el campo de la literatura una construcción narrativa más cercana a nuestras vivencias y a nuestras realidades. Nosotras siempre nos leímos desde un lugar secundario, y muchas veces no nos sentimos representadas por cómo otras personas cuentan la vida de quienes ejercemos el trabajo sexual o la prostitución. Este libro es una herramienta de lucha.

- Compartís un relato detallado y doloroso de lo que implica en la práctica una política estatal punitiva para abordar la prostitución. Hay un capítulo específico sobre la violación que sufriste con otra compañera por no aceptar ser parte de la caja policial, o el no tener derecho ni a realizar la denuncia. En ese marco el modelo que militan como trabajadoras sexuales apunta a la despenalización acompañada por el reconocimiento de derechos laborales. ¿Cómo sería?

- Siempre los Estados y los gobiernos han pensado en cuatro marcos jurídicos en torno a la prostitución. El modelo abolicionista, el modelo prohibicionista, el modelo regulacionista y el modelo reglamentarista. Esos marcos jurídicos han tenido consecuencias e impactos en nuestro trabajo que vulneraron derechos.

- ¿Por qué?

- Por ejemplo, los marcos regulatorios se pensaron siempre para trasladar las zonas, para sacar a las trabajadoras sexuales de los centros de las ciudades y llevarlas a las periferias. Eso obligó a las compañeras a trabajar en lugares ocultos, aisladas, en contextos más marginales, expuestas a mayores violencias, a robos y a controles totales por parte de la policía. O la reglamentación, que fue pensada en el Siglo 19 como una manera de contener la propagación de infecciones de transmisión sexual y obligaba a las trabajadoras sexuales a tener una libreta sanitaria. Es decir, hay algunos marcos jurídicos en torno a nuestra actividad que son muy arcaicos, que no pueden relacionarse con los contextos que vivimos hoy. Por eso hace falta pensar en otros modelos y en otras formas de dialogar con el Estado. Poder salir de estos marcos jurídicos que, encima, nunca fueron dialogados con los movimientos de trabajadoras y trabajadores sexuales. Nosotras pensamos en la despenalización como un modelo posible para Argentina y a nivel internacional. De hecho, Bélgica aprobó en el Parlamento un modelo de despenalización del trabajo sexual. Nueva Zelanda también. Y son modelos que fueron propiciados por los movimientos de las trabajadoras sexuales en diálogo con el Estado.

"Del feminismo recibimos agresiones, violencias, cuestionamientos. Si no llegaban a convencernos de que nos teníamos que considerar víctimas nos empezaban a considerar victimarias: que por culpa nuestra iba a haber más trata de personas o que le hacíamos el trabajo fino al patriarcado"
"Del feminismo recibimos agresiones, violencias, cuestionamientos. Si no llegaban a convencernos de que nos teníamos que considerar víctimas nos empezaban a considerar victimarias: que por culpa nuestra iba a haber más trata de personas o que le hacíamos el trabajo fino al patriarcado"

- En el libro circula la idea de una hipocresía sostenida en muchos discursos. Contás una escena con feministas abolicionistas de la prostitución que las hacían responsables a ustedes de la cosificación de la mujer en pleno microcentro plagado de imágenes de vedettes en conchero, o la frase “sin clientes no hay trata” que parece dejar afuera a quienes compran ropa de grandes marcas fabricada por trabajadores en condiciones de extrema precariedad e insalubridad. ¿Qué te pasa con esos discursos?

- Ya no me enoja la hipocresía. Aprendí a procesar de otra manera. Comprendí, y comprendimos con las compañeras y les compañeres, el por qué de esas exigencias hacia nuestro colectivo. Por qué se cuestiona un montón de cosas a las trabajadoras sexuales que no se le cuestiona a ningún otro trabajador o trabajadora. Por qué se piensa que solo nosotras estamos atravesadas por una situación de necesidad económica y vulneración hacia nuestros derechos, como si no fuese una realidad de otros trabajadores y trabajadoras también. Y creo que es la moral. La resistencia a que tengamos derechos o a respetar nuestra identidad como trabajadoras tiene que ver con que molesta la parte del cuerpo con la que trabajamos. Es un tema moral porque la única explotación que produce alarma y pánico social es la de las trabajadoras sexuales. El resto de las explotaciones laborales no interpelan de la misma manera. Seguimos pensando desde una mirada muy sagrada la sexualidad, especialmente la sexualidad de las mujeres.

- La diferencia entre una sexualidad buena y otra sexualidad mala y la persecución al placer de las mujeres surge en las historias que narras a partir de una anécdota con un cliente. ¿Creés importante abordar las masculinidades?

- No tenemos como organización una posición con respecto a ese eje. Pero me parece que hay una cultura machista en la cual fuimos criadas incluso las mujeres, las lesbianas, las travestis, las trans, les compañeres no binaries. Y a veces siento hipócritas los diálogos sobre construir nuevas masculinidades porque creo que es un corrimiento del contexto social. Es decir, los varones quieren seguir garchando pero ahora muchas mujeres ya no soportamos su machirulaje. El tema es que no sé si efectivamente se trata de un replanteo serio sobre sus masculinidades o simplemente se intentan aggiornar al contexto actual. Por otro lado hay un corte de clase, porque es la clase media la que discute sobre las masculinidades. ¿Dónde están los sectores populares? ¿Dónde están los pibes que quizás han tenido menos herramientas, menos acceso a la educación? Para ellos siempre queda resolver a través del derecho penal. Y hay un sector del feminismo que nada tenemos que ver con confiar en que el derecho penal traiga transformaciones a nuestras vidas.

- Contás que desde chica te preguntabas por qué los hombres pagan por sexo. Después de 15 años ejerciendo el trabajo sexual ¿podés responder por qué los hombres pagan por sexo? ¿Se puede generalizar la respuesta?

- Me molesta mucho que me pregunten por los clientes porque siento que nosotras tenemos un montón de otras cosas para aportar y para reclamar. Ya dejé de pensar o de teorizar por qué vienen a pagar. Lo que me importa es que respeten mis condiciones laborales, que me paguen lo que les digo que cobro por mis servicios, que respeten el tiempo. Después, no me importa analizar al cliente. Si es machista o no, si está a favor del aborto, si votó a Macri o a Alberto. Además, no sirve generalizar y pensar que hay un solo tipo de cliente. Yo cuento en el libro que he tenido malas pero también buenas experiencias con clientes, en las que se construyó cariño con ellos y hasta con sus familias. Cuento experiencias de cuidados. Hay una enorme diversidad de personas que acuden a los servicios sexuales. Como hay una diversidad de historias y trayectorias de quienes ejercemos el trabajo sexual o la prostitución.

"El feminismo le aportó a las putas conciencia de género y las putas le aportamos conciencia de clase al feminismo"
"El feminismo le aportó a las putas conciencia de género y las putas le aportamos conciencia de clase al feminismo"

- Alguno de los capítulos se ocupa del rol social de las trabajadoras sexuales al atender a personas con discapacidad o con sobrepeso, por ejemplo. No suele hablarse de estos temas.

- Es que siempre se habló del trabajo sexual con mucho desconocimiento, a través de categorías y desde un solo discurso hegemónico. Así es que todas las trabajadoras sexuales somos víctimas, no puede haber ninguna que decida de forma voluntaria, y todos los clientes son machirulos. No desconocemos que hay clientes machirulos. Convivimos con los machirulos, no solamente en el ámbito del trabajo. Pero también hay gente que se acerca a las trabajadoras sexuales para poder acceder a su derecho al goce. Personas que les falta una pierna, que tienen lupus, que están en sillas de rueda, que son gordas, enanos, que tienen síndrome de Down. Eso debería ponernos a pensar cuáles son los cuerpos deseantes en nuestra sociedad, con capital erótico, qué cuerpos acceden al placer porque entran en los estereotipos de la belleza aceptada. Legitimamos solamente ciertos cuerpos, por ende, ¿qué pasa cuando no se entra en esos estándares? ¿Qué posibilidades quedan? Sí, quedan las trabajadoras sexuales. Entonces, no deberían cargarnos a nosotras o a ellos con la culpa, sino pensar en romper los cánones de la belleza para que la totalidad de los cuerpos tengan derecho al goce sexual.

- Mencionas a Mary, la mamá de tu compañera de esquina a la que contraste para que anotara las patentes de los autos a los que subías, después de que te violaran agentes policiales disfrazados de civil; o a Mariana, encargada de la limpieza y de atender el teléfono en un departamento privado; y demás estrategias de cuidados entre trabajadoras sexuales que son entendidas y criminalizadas como proxenetismo. ¿Por qué ocurren estas situaciones?

- Hay una lejanía de ciertos sectores hacia los sectores populares, y esa lejanía tiene que ver con no reconocer las distintas estrategias de supervivencia que tienen los pobres en su vida cotidiana. Nos pasa con la Justicia, que considera las estrategias de cuidados o de organización del trabajo sexual como proxenetismo o explotación. Nos pasa con los feminismos, que no consideran legítimas las estrategias de supervivencia que hay en torno al trabajo sexual. Siempre somos consideradas y considerados sujetos de la peligrosidad. Nos pasa por supuesto con los medios de comunicación, que para vender una noticia traducen nuestras vidas como delictivas o como integrantes de redes de mafias criminales. Y nos preocupa un montón que exista esa lejanía, porque nosotras no dejamos de ser parte de la clase trabajadora y no dejamos de compartir estas mismas experiencias con otros trabajadores y trabajadoras.

- ¿Por ejemplo?

- Los manteros tienen la misma organización en el espacio público que tenemos las putas. Los compañeros senegaleses tienen la misma organización del trabajo que tenemos nosotras. O estrategias de ahorro que se desconocen. Compañeras de la colectividad peruana hacen una junta por ejemplo: cada semana ponen una cantidad de dinero y después se sortea entre las y los integrantes de la junta. Ese es el modo que tienen de acceder a un crédito quienes no pueden bancarizarse. El problema es que este tipo de estrategias de supervivencia o de acceso a derechos no garantizados por el Estado terminan siempre bajo la mirada punitiva. El día que se entiendan los modos de vida de los sectores populares dejarán de pensarnos como sujetos criminales o peligrosos.

"Hay gente que se acerca a las trabajadoras sexuales para poder acceder a su derecho al goce. Personas que les falta una pierna, que tienen lupus, que están en sillas de rueda, que son gordas, enanos, que tienen síndrome de Down" (fotos Matías Arbotto)
"Hay gente que se acerca a las trabajadoras sexuales para poder acceder a su derecho al goce. Personas que les falta una pierna, que tienen lupus, que están en sillas de rueda, que son gordas, enanos, que tienen síndrome de Down" (fotos Matías Arbotto)

- ¿Falta habilitar el diálogo?

- Hay que habilitar el diálogo, sacar los prejuicios de lado y tener más tacto con lo que sucede en la vida cotidiana de los sectores populares. Proponerse entender que fulana se organiza de aquella manera porque es pobre, porque es marrón, porque vive en contextos de precariedad total. También falta dejar de infantilizar nuestras vidas. Abandonar el tutelaje estatal, no pensarse como salvadores y salvadoras de grupos sociales sino como puente para acercar al Estado esos modos de vida, esas estrategias, esos saberes y conocimientos.

- Reconocés a lo largo del libro a compañeros de la CTA como Victorio Paulón, las clases de formación política del Nono Frondizi, y recordás las sensaciones que les generó el ingreso a la Central y mezclarse con otros y otras trabajadoras. Alguna vez, además, te declaraste sindicalista antes que feminista. ¿Por qué?

- Porque cuando AMMAR ingresó a la CTA sentí que era el único lugar donde podía decir verdaderamente quién era y nadie me iba a juzgar. Contábamos en CTA cosas que a veces ni siquiera podíamos contar en nuestras casas: la persecución de la policía, los problemas con vecinos, las bajas en el trabajo. Hemos sentido ahí solidaridad de clase desde el principio. Sabían que éramos putas e igual nos llamaron siempre compañeras. Nos invitaban a sus actividades, nos dejaban presenciar las asambleas y cómo discutían, se sentaban con nosotras, nos enseñaban y nos escuchaban. Me acuerdo que una vez en marzo, en plena época de paritarias de los trabajadores formales, nos preguntaron cómo fijábamos nosotras los precios. Les dijimos que hacíamos reuniones en las esquinas y entre todas acordábamos un piso mínimo. Esa vez nos explicaron que lo que hacíamos se llamaba convenio colectivo de trabajo. Con nuestras herramientas y a nuestra manera las putas hacíamos cosas muy parecidas a las que ellos y ellas hacían en sus sindicatos.

- ¿No vivieron esa solidaridad en el feminismo?

- Lo que nos pasó con el sindicalismo no nos pasó con el feminismo. Por lo menos con el feminismo predominante. No recibimos esa misma escucha, esa misma contención y solidaridad. Lo que recibimos en el feminismo fueron agresiones, violencias, cuestionamientos, fue indagar mucho en nuestras vidas privadas. Si no llegaban a convencernos de que nos teníamos que considerar víctimas nos empezaban a considerar victimarias: que por culpa nuestra iba a haber más trata de personas, que se iba a seguir cosificando el cuerpo de las mujeres, o que le hacíamos el trabajo fino al patriarcado. Nosotras en ese momento ni siquiera podíamos contestar porque no sabíamos qué era el patriarcado. Estamos hablando de un colectivo que apenas terminamos la secundaria salimos a laburar de cualquier cosa para poder sobrevivir. O sea, en el feminismo se generó una distancia de clase muy grande que en la CTA no pasó porque estábamos entre laburantes.

El feminismo, las masculinidades, el rol del Estado, la sindicalización de las trabajadoras sexuales, la despenalización, las noches de trabajo: el trabajo de Georgina Orellano en el libro "Puta feminista"
El feminismo, las masculinidades, el rol del Estado, la sindicalización de las trabajadoras sexuales, la despenalización, las noches de trabajo: el trabajo de Georgina Orellano en el libro "Puta feminista"

- ¿Cuándo los discursos feministas también fueron tuyos?

- Cuando conocimos la experiencia de otras trabajadoras sexuales. Cuento en el libro que en 2011 se acercaron a AMMAR dos antropólogas para hacer un informe sobre las consecuencias del impacto de las políticas antitrata. Al principio les tuvimos mucha desconfianza, porque siempre hemos desconfiado de la academia. Con el tiempo empezamos a charlar más relajadas y nos dijeron que eran feministas. En esos años para nosotras las feministas eran enemigas de las putas. La policía y las feministas. Se ve que entendieron nuestro lenguaje corporal de rechazo porque enseguida aclararon que no estaban en nuestra contra y que había muchos feminismos. Que no todo el feminismo era abolicionista o con mirada punitiva sobre el trabajo sexual. Nos hablaron del feminismo comunitario, nos acercaron experiencias de trabajadoras sexuales como Gabriela Leite de Brasil, nos trajeron el libro Manifiesto Puta de Beatriz Espejo, hicimos lectura colectiva del libro que escribió la italiana Carla Corso. Conocimos a trabajadoras sexuales que se paraban desde el feminismo a contestarle a ese otro feminismo que se oponía a que ellas tuvieran derechos. Eso nos interpeló un montón y así fue como, con más herramientas y conocimientos, volvimos a dar la disputa dentro de los espacios feministas. El feminismo le aportó a las putas conciencia de género y las putas le aportamos conciencia de clase al feminismo.

- ¿Cómo se sigue avanzando hoy dentro de los feminismos?

- Más allá de que haya una polarización dentro de los espacios feministas, lo cierto es qué hacemos con lo que sucede hoy en la vida de una trabajadora sexual. Qué pasa con las compañeras que siguen cayendo presas, cuál va a ser la respuesta del Estado, cuál la respuesta del Ministerio de las Mujeres, qué hacemos con la coima que nos sigue exigiendo la policía. Nosotras no desconocemos que hay muchas personas que ejercen el trabajo sexual que desearían ser otra cosa si tuvieran la oportunidad. Pero tampoco se puede desconocer que hay muchas que queremos seguir ejerciendo el trabajo sexual aunque tengamos otras opciones laborales, y el Estado tendría que garantizar que nuestros derechos no sean vulnerados. No podemos seguir mirando para otro lado.

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