La directora de la escuela “De los Ángeles Custodios”, que funciona en la calle Mansilla al 2500 y que pertenece al Patronato de la Infancia, concurren 550 alumnos, entre el jardín de infantes y primaria. Su directora es Ana María Tapia y es hija de Erundina Santaya, que ingresó a la institución cuando contaba con tres meses de vida. Y del Patronato de la infancia (Pa.De.La.I) salió vestida de novia para casarse. También se cuenta que Vicente Stratico era el nombre del primer bebé alojado allí. Su madre había muerto y el padre debía ocuparse de la crianza de cuatro hijos. El hombre prometió volver esa noche pero la criatura terminó viviendo en el Patronato. Murió siendo muy pequeño.
Estas son algunas de las tantas historias que encierra el Pa.De.La.I, que hoy cumple 130 años de su creación en una ciudad donde la clase trabajadora y los más humildes vivían en las peores condiciones.
El doctor Emilio Coni asumió la dirección de la Asistencia Pública en 1891. No era cualquier médico, sino que fue un importante impulsor del sanitarismo en la Argentina de fines del siglo 19 y principios del 20. El organismo que presidió fue creado a instancias suyas, y también fue el responsable de la vacunación obligatoria, la inspección de las carnes para el consumo humano y la denuncia obligatoria de las enfermedades infectocontagiosas, entre tantas cuestiones.
Eran tiempos de hacinamiento, promiscuidad en coventillos y la insalubridad en las calles. Coni dividió la asistencia pública en tres áreas: la administración sanitaria, que apuntaba a todas las cuestiones de higiene del municipio; la asistencia pública, abocada a la atención domiciliaria, hospitalaria y la protección de las clases más postergadas, y el Patronato y Asistencia de la Infancia, que debían velar por los niños en situación de riesgo.
Hacía demasiado tiempo que la niñez estaba en riesgo en Buenos Aires. En los tiempos de la Buenos Aires virreinal, se creó la Casa de los Niños Expósitos. Fue a instancias de Juan José Vértiz el 7 de agosto de 1779. Uno de los dramas sociales de Buenos Aires era que los bebés eran abandonados en la vía pública, quedando a merced de las alimañas, de las ruedas de los carruajes, o del hambre, la sed o el frío. Otros eran un poco más afortunados y eran dejados, a la buena de Dios, en esta institución. O porque las familias no lo podían mantener, o quizás eran niños ilegítimos, de chicas solteras, hijos extramatrimoniales o producto de una violación; se daba el caso que si se daba a luz a mellizos, se daba a uno de los ellos.
Desde su creación hasta 1852, en la Casa de los Niños Expósitos se usaba el torno, un molinete ubicado junto a la puerta de entrada. Allí se dejaba a la criatura, se hacía girar el dispositivo que hacía sonar una campanilla. De esta forma, el abandono era anónimo. Hacía honor a su denominación, “expósito”, esto es, “puesto afuera”.
Los chicos recibían una mínima educación, pero su destino no sería el mejor: muchos terminaron siendo cobijados por familias de acomodada posición económica, y pasaron su vida como sirvientes.
En 1823, a partir de las profundas reformas institucionales llevadas adelante por Bernardino Rivadavia, se creó la Sociedad de Beneficencia, y el Estado pasó a controlar la asistencia a los pobres, niños y desvalidos, quitándole esa potestad a la iglesia católica. Tanto la Casa de Niños Expósitos –que con el correr de las décadas se transformaría en la Casa Cuna- como la Sociedad de Beneficencia estarían a merced de los siempre exiguos fondos provenientes de las arcas del Estado.
El flujo inmigratorio, a partir de 1869, provocó un shock demográfico que se concentró en la ciudad de Buenos Aires. Miles de inmigrantes, que encontraron vedado el camino hacia las fértiles praderas bonaerenses, sumados a los que arribaron buscando fortuna o escapando de la justicia de su país, se emplearon en la ciudad en fábricas, talleres y en negocios minoristas y vivían hacinados en conventillos.
La cuestión de la falta de higiene y salubridad fue la voz de alarma de médicos. Y una cuestión importante fue la de los niños que permanecían todo el día en la calle, ya que sus padres trabajaban, y quedaban a merced de todos los peligros imaginables: delincuencia, explotación y abusos.
Era tiempo de crear una institución que se enfocase en la protección de la infancia. Informes elaborados por especialistas, entre ellos el propio doctor Coni, apoyaban la decisión de crear lo que se transformaría, en una reunión llevada adelante en el salón de la Asistencia Pública, en el Patronato de la Infancia.
Ayudó mucho la intervención de Parmenio Teódulo Piñero, un millonario coleccionista de arte que donó 50 mil pesos para la construcción de un pabellón que contuviera a aquellos hijos de inmigrantes que tenían a la calle como su hogar de día.
Se formó una comisión de médicos y especialistas que debía buscar una solución al drama del abandono de menores y la mortalidad infantil. A través de un decreto municipal del 12 de mayo de 1892 se creó una asociación privada que colaborase con el gobierno en el área de minoridad. Las autoridades solicitaron “el apoyo de la filantropía de los ciudadanos para colaborar en aquellas tareas que el dinamismo propio de la actividad privada, ampliaba las posibilidades de brindar servicios a la comunidad”.
El 23 de mayo se aprobó su estatuto en una reunión presidida por Rafael Herrera Vegas. Hubo una sola mujer, Cecilia Grierson, primera médica graduada en el país.
Se eligió el nombre de Patronato, que significa amparo, protección, defensa, ayuda, asilo, lugar de refugio, establecimiento benéfico para la asistencia a los necesitados.
Su primer presidente fue el doctor José A. Ayerza. Francisco Bollini, intendente porteño, fue uno de los socios fundadores y de aquellos años se recuerda con cariño a Francisco Uriburu y hasta al paisajista Carlos Thays. Además se constituyó una comisión de damas.
El edificio que se levanta entre la avenida San Juan, Balcarce y Humberto Primo fue diseñado en 1892 por el arquitecto Juan Antonio Buschiazzo. Lo pensó para albergar un hogar para alojar a 30 chicos y para un hospital.
En un primer momento, se habilitaron consultorios médicos en Balcarce 1141 y en 1895 se inauguró la primera sala cuna a cargo de la congregación salesiana y de la orden de las hermanas de María Auxiliadora. Ese mismo año abrió el internado Manuel A. Aguirre. En 1897 se inauguró la Escuela de Artes y Oficios y una escuela y colonia agrícola e industrial en la localidad de Claypole, en el sur del conurbano. Y no paró de crecer. Una segunda casa cuna, escuelas primarias y jardines de infantes.
“Robustos por la alimentación, fuertes por el trabajo y sanos por su cuidado y aseo”, crecían los niños, según las autoridades del Patronato. Los niños eran periódicamente rapados para evitar la proliferación de piojos.
La institución no contaba con recursos del Estado. Comenzó siendo sostenida por sus socios, por donaciones de particulares y por aportes de diferentes instituciones. La venta de publicaciones y de los productos realizados en los talleres de artes y oficios también se incluían como fuentes de ingreso.
Se colocaron alcancías en las escuelas de la ciudad y se emitieron estampillas. Hubo también casos como el dueño del agua mineral Hungaria, que ofreció el 5% del producto de sus ventas. En 1895 se organizaron en Parque Lezama las primeras fiestas primaverales para recaudar fondos.
Los consultorios médicos estaban bajo responsabilidad de médicos que hoy los encontramos en los nombres de hospitales: Gregorio Aráoz Alfaro y Alejandro Posadas, que fueron distinguidos con el título de “médico protector”.
Pronto, la capacidad de las instalaciones quedó colmada y siempre hubo necesidades que cubrir. El refugio nocturno de menores que se había abierto se convirtió en asilo para “velar por los mártires que padres indignos o agobiados por la miseria arrojan a la vía pública, expuestos al hambre, al vicio y aún la muerte”.
Lo que por años fue noticia fue el imponente edificio en el barrio de San Telmo. En 1978 quedó vacío y a mediados de los 80 fue intrusado por familias, que terminaron armando una cooperativa de vivienda. En el 2003 hubo un desalojo por compromisos incumplidos, se estuvo por armar un centro cultural hasta que, finalmente, el gobierno porteño lo acondicionó y lo transformó en la sede la Comuna 1.
En 1905, el Patronato se transformó en la primera entidad benéfica que introdujo en la Argentina la colecta con alcancías. Hombres y mujeres del Patronato salían a las calles todos los 2 de octubre -día de los Santos Ángeles Custodios- a recaudar fondos usando alcancías hechas en la propia institución, que tenían las más variadas formas de botellas, cajas de galletitas o campanas, hechas en papel maché. Esta costumbre perduró por 68 años.
En 1907 aparecieron las Escuelas Patrias, creadas a partir de proyectos ideados por Francisco Pascasio Moreno, el famoso “Perito” y Alberto Meyer Arana. En esas escuelas se educaba, se repartía ropa y se le daba de comer a los chicos, que provenían de barrios carenciados.
Pasaron 130 años y el Patronato continúa en plena marcha con sus escuelas en Barrio Norte y en Benavídez, con actividades extraprogramáticas donde los chicos pueden aprender desde cómo cultivar una huerta hasta robótica. Poseen consultorios médicos y odontológicos y colonia de vacaciones, entre otros. Se calcula que desde su fundación, pasaron casi dos millones de niños por esa institución que sigue ocupándose, como hace 130 años, de su educación, salud y contención.
Fuente: Cien años de amor. Centésimo aniversario Patronato de la Infancia, Buenos Aires, 1993.
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