Su gesto es más que elocuente: un dedo índice sobre los labios. Shhhh. Silencio. Una orden suave, nada autoritaria, que pide crear en las salas de espera de los hospitales un ambiente sereno: apenas un murmullo, a pesar de la ansiedad, de la euforia, de la desesperación, de las protestas. Frente a los sucesos límite que convocan a la voz humana en toda su escala sonora.
Medio mundo o más conoce esta imagen. Pero casi nadie sabe su nombre. Y mucho menos su historia. Ella, su cara, su gesto, acompañaron a millones en la alegría de un nacimiento, en el suspenso de un quirófano, en el dolor del final de una vida. Fue, urbi et orbi, “La enfermera del cuadro”. De ese cuadro que presidió durante décadas hospitales, clínicas, maternidades.
Hoy, mayo 12, la recordamos porque es el Día Internacional de la Enfermería, por ser el aniversario de la más emblemática enfermera de la historia: Florence Nightingale, nacida en el entonces Gran Ducado de Toscana el ese día de mayo de 1820, y fallecida en Londres el 13 de agosto de 1910. Enfermera y también escritora, fue epidemióloga, estadígrafa sanitaria, y pionera de la enfermería moderna.
Fue la primera mujer admitida en la hermética Royal Statistical Society británica, inspiró a Henri Dunant a fundar la Cruz Roja. Pero no logró su fama con tinta y sobre papeles: empapó sus manos y su alma entre las atroces heridas de los soldados de la guerra de Crimea.
La llamaban “La dama de la lámpara”, por su hábito insomne de rondas nocturnas alumbradas por esa luz. En 1883, la Reina Victoria la honró con la Real Cruz Roja. En 1908 recibió las Llaves de la Ciudad de Londres.
A esa pionera de recordaba la enfermera del “shhhh”.
Pero, ¿quién es la mujer del cuadro?
Primera noticia: como Favaloro, Maradona, Messi, el dulce de leche, Gardel, el Papa… es argentina, aunque su apellido lo desmienta.
Se llama Muriel Mercedes Wabney. Era modelo. En 1947 firmó un contrato de exclusividad para presentar las colecciones de las grandes tierras Harrod’s, la versión de calle Florida en Buenos Aires de la célebre cadena inglesa.
Y no fue todo: modeló para Ducilo, una empresa y marca de telas, para el modisto Jean Cartier y su programa “El arte de la elegancia” (Canal 7, finales de los 50), y en un desfile paseó los vestidos que usó Linda Darnell en el film Por siempre ámbar: Twenty Century Fox, 1947, dirigida por Otto Preminger.
Según la única historia rastreable del cuadro, revelada por la ya desaparecida revista Paralelo 38 en los 70, la idea fue de un tal Juan Craichik, jefe de visitadores médicos de la empresa Taranto, fábrica de instrumental y laboratorio.
El hombre reveló en una entrevista de Paralelo 38 que la chispa se le encendió en 1953, mientras visitaba por su trabajo un hospital de Rosario, provincia de Santa Fe. “La sala estaba atestada, y cada tanto una enfermera pedía, sin éxito, silencio. Entonces se me ocurrió crear una imagen elocuente que cumpliera la misma función”.
Presentó el proyecto en su empresa, lo aprobaron, convocaron a varios modelos profesionales, y ganó Muriel Mercedes Wabney.
¿Qué se tuvo en cuenta para ungirla protagonista? Craichik explicó: “Su cara era distinta, suave, armoniosa, de mirada dulce… autoritariamente dulce”.
La sesión fotográfica duró toda una tarde. El autor de la idea dijo que la empresa Taranto no lucró con la distribución mundial de esa imagen: “La regaló a hospitales, maternidades, clínicas, etcétera”.
En cuanto a Wabney, rara vez aceptó hablar públicamente, dijo que era casada, que no tenía hijos, y negó confesar cuánto le pagaron por la foto y su multiplicación ad infinitum: casi tan enigmática como su anónima cara impartiendo silencio.
Y aunque nunca nadie lo imaginó, cada vez que una persona obedece el pedido de silencio de Muriel Mercedes Wabney desde su cuadro, también convoca el indomable espíritu de Florence Nightingale.
Porque a su manera, las dos abren sus alas sobre las risas o las lágrimas humanas.
*Una versión de este texto de Alfredo Serra fue publicado en Infobae en 2017.
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