El emotivo gesto de los veteranos de Malvinas que le hicieron un busto a su jefe, al que querían como un padre

El pasado 7 de mayo ocurrió un hecho inédito. Por iniciativa de soldados veteranos, se descubrió un busto del entonces coronel Juan Ramón Mabragaña, jefe del Regimiento de Infantería 5, la unidad militar que más sufrió el aislamiento durante la guerra

La ceremonia donde descubrieron el busto de Juan Ramón Mabragaña en el Regimiento 5 de Villaguay.

Fue cerca de un año atrás en una reunión de soldados veteranos del Regimiento 5 en la casa de Víctor “Tatín” Verdún. ¿Por qué no hacerle un homenaje al coronel Juan Ramón Mabragaña, jefe del regimiento con el que habían combatido en Malvinas? A Melnichuk, que era de la Compañía Comando y a Orlando Codutti, de la Compañía B, se les ocurrió la idea de hacer un busto. “Era un reconocimiento porque para nosotros fue un padre. ¿Viste cuándo te imparten una orden pero no de forma imperativa? Era imposible decirle que no”, contó Melnichuk a Infobae desde Barranqueras, donde vive.

El busto de Juan Ramón Mabragaña, una idea de sus propios soldados del Regimiento 5 que combatieron en Puerto Yapeyú.

Armaron una comisión pro homenaje, hicieron una colecta de la que participaron con lo que pudieron una docena de sus soldados, además de una veintena de oficiales y suboficiales que pelearon en 1982 en esa unidad. A través de Google, localizaron el taller de un chaqueño, de apellido Pugliese, quien había hecho muchas de las esculturas de personajes famosos que se exhiben en las calles porteñas.

Se le pidió a la esposa de Mabragaña algunas fotos del marido. La escultura fue hecha en 3 D y recubierta con una pintura especial. Los soldados propusieron agregarle una chaqueta de combate y un casco. Sorprendió el resultado final, con su sonrisa que era su marca registrada. “Está igualito”, coincidieron. Para todo el mundo era “el Moncho”, apodo con el que lo conocían, ya que así se le dicen a los Ramones que nacen en Entre Ríos.

"Veterano, haz sonar esta campana dos veces: una por los camaradas que partieron y otra porque un valiente ingresa a esta histórica unidad", reza la leyenda.

Pero aún no tenían definido dónde colocarla. Algunos querían que fuera en una plaza pública, pero temían que fuera vandalizada. Entonces surgió emplazarla en el regimiento. Cuando se elevó el permiso al teniente coronel Martín Urqueta, jefe del 5, la escultura ya estaba casi lista. Urqueta adelantó que la unidad se encargaría de construir el pedestal.

Se convino hacer la ceremonia de descubrimiento del busto el sábado 7 de mayo, a las 11 horas.

“Lacrimógeno”. Así describió Melnichuk el encuentro. Se cantó el Himno, se realizó una invocación religiosa y un minuto de silencio por los caídos, cuyos nombres se pronunciaron en voz alta y todos respondían con un “presente”. El entonces subteniente Eduardo Gassino fue el único orador. Dijo que Mabragaña había vivido “codo a codo las vicisitudes de la propia guerra. Dijo haberlo visto conducir a los hombres “en las condiciones más extremas. Fue un jefe extraordinario. Su presencia de ánimo nos alejaba de las dudas y el desaliento, en un campo de combate signado por el aislamiento y la falta de recursos”.

Grupo de veteranos del Regimiento 5 posando junto al busto de su jefe.

Remarcó que “cuando el 10 de mayo la fragata Alacrity hundió al buque Isla de los Estados frente a nuestra propia vista, el regimiento perdió toda su logística, principalmente sus víveres, sometiéndonos a un implacable aislamiento que se mantuvo hasta el final de la guerra. No conoce la historia militar argentina una situación de cerco y aislamiento táctico como la que vivió el Regimiento 5″.

“Planificaba, impartía órdenes, se relacionaba estrechamente con los pobladores, visitaba a los heridos y supervisaba las posiciones de defensa recorriendo un extenso dispositivo de 22 kilómetros lineales. Todas estas actividades físicas y mentales imponían un notable esfuerzo a un hombre que nos doblaba largamente en edad”, sostuvo el oficial veterano. “Nunca perdió el buen humor, dirigiéndose a sus subalternos con cariño paternal. ¿Qué hubiera sido de nosotros sin nuestro jefe?”, se preguntó.

Los testimonios recogidos entre los que estuvieron en el acto, destacan que Mabragaña tenía una forma especial de ejercer el mando. No levantaba la voz y nunca se lo vio flaquear. Comía la misma comida que sus soldados y se lavaba su ropa. Saludaba a los soldados en sus cumpleaños y cuando alguien deseaba verlo, él le preparaba un mate cocido o un té. Todos los días Melnichuk le llevaba documentación para firmar e invariablemente se paraba y lo abrazaba. “Gracias, soldadito”, lo despedía.

Una de las placas colocadas en el pedestal que exhibe el busto.

Cuando los efectos del aislamiento se hicieron sentir y la mitad de sus hombres presentaban signos evidentes de desnutrición, recibió la orden del general Parada de cruzar a nado el Estrecho de San Carlos “con elementos de circunstancia” y atacar al enemigo por la retaguardia. A esta orden incumplible e insólita, Mabragaña no se negó sino que realizó un requerimiento logístico para poder cumplirla. Nunca le respondieron.

El descubrimiento del busto quedó a cargo de Hilve Inés Martínez, su viuda, que estuvo acompañada de sus cuatro hijos y siete nietos, y uno por venir. “Para festejar o para llorar, todos nos movemos en bloque”, explicó.

La mujer, a quien de bebé le quedó el apodo de Charito, había conocido a su futuro esposo en 1966 y se casaron al año siguiente. Asegura que su matrimonio “fue fantástico y aún más a lo largo de los años. Falleció el 19 de abril de 2016, cinco días después de haber cumplido 49 años de casados”.

Todos quisieron tomarse una fotografía con la bandera de guerra que llevaron a Malvinas y que lograron traer al continente.

Charito insiste en aclarar que desea guardar todas esas imágenes de la ceremonia para poder procesarlas con tranquilidad. Dice que aún se siente en el aire y está muy agradecida. Recuerda que su marido siempre hablaba de Malvinas, de sus momentos agradables y de aquellas circunstancias límites, como la muerte de sus soldados o la gravedad de la herida del subteniente Alberto Miñones Carrión. La mujer contó que con el correr de los años recordaba más hechos y de todas buscaba su lado positivo y así se lo transmitía a su familia.

Mabragaña regresó al continente con “40 kilos y pico”, con una anemia que le quedó de por vida. Su esposa casi lo mata cuando lo primero que hizo fue prepararle lo que más le gustaba, arroz con pollo y torta de chocolate.

Comprobó el profundo afecto de sus soldados cuando falleció y acomodó sus papeles. En ese gran desorden que era su escritorio, encontró muchas cartas que le mandaban cuyo contenido no acostumbraba comentar.

La familia de Mabragaña en pleno: su esposa, hijos, nietos participaron de la ceremonia.

La ceremonia culminó con un desfile de los efectivos de la unidad, cuyo abanderado y escoltas lucían el uniforme que se usó en la guerra de 1982. Cuando terminó, corrieron a acomodarse al costado de la calle. Querían estar para aplaudir el paso de los veteranos de guerra. Al frente, iba la bandera de guerra del regimiento, llevada por el entonces abanderado de la unidad, el subteniente Ricardo Aromando.

Esa enseña también tiene su historia.

El 15 de junio aterrizaron dos helicópteros británicos en Puerto Yapeyú para establecer las condiciones de rendición. Se celebró una reunión entre oficiales ingleses y Mabragaña, acompañado por el teniente Jorge Santiago Cadelago, ayudante y oficial de personal y por un capitán que oficiaba de intérprete. El encuentro fue relativamente corto. Los británicos querían conocer dónde estaba el armamento pesado y las municiones. Cuando terminó la reunión Mabragaña le encomendó a Cadelago y a Jorge Bernabitti, también teniente, que pusiesen a resguardo la bandera de guerra, que guardaba en su bolso portaequipo para que no cayese en poder de los ingleses.

Cadelago destruyó el asta, cuyos pedazos enterró en un sitio que ya no recuerda junto con su pistola, mientras que la bandera la cosieron a un toallón. Mabragaña, junto a Cadelago y una decena de personas quedaron en Puerto Yapeyú un par de días más para indicarle a los británicos la ubicación de las minas. Fueron llevados en helicóptero hasta San Carlos, donde durante tres días estuvieron en un buque; luego permanecieron unas dos semanas en las instalaciones del frigorífico y luego en otro buque. Pasaron varias requisas y la bandera recién fue descubierta en la última revisión, y el oficial inglés accedió a que la conservasen.

Todos los veteranos recibieron una medalla y un diploma que los acreditan como caballeros distinguidos de la unidad.

El sábado pasado, los soldados esperaban su turno para besarla antes de que volviese a ser depositada en el museo del regimiento.

Luego, en los postres de un asado, cada veterano recibió un diploma y una medalla. El diploma lo reconoce con la orden de Caballero Distinguido del Cuerpo de Valientes del General Félix de Olazábal, y que lo identifica perpetuamente a esa unidad con un número específico.

El inglés John Curd, piloto de helicóptero en Malvinas, había querido conocerlo luego de haber leído la arenga del entonces coronel: “¡Señores! No tenemos nada, siquiera papel higiénico. Debemos recurrir a la caza de avutardas para sobrevivir. Delante tenemos a la tercera potencia militar del mundo. ¡Adelante! El comando nos pide que sigamos aquí, firmes. Defendiendo lo que es nuestro”. Curd fue quien se había llevado, de Puerto Yapeyú el casco de Melnichuk de recuerdo y que se lo devolvió el mayo de 2019.

Melnichuk está jubilado. Se casó, tiene dos hijos y afirma que la causa Malvinas nunca va a terminar porque asegura que los veteranos se están involucrando más que antes. Exhibe su casco en el living de su casa, en lo que llama “el rinconcito de Malvinas”, junto a medallas, diplomas y fotografías.

Al pie del busto, colocaron dos placas, diseñadas por él y costeadas de su bolsillo. “Ese es mi regalo para el Moncho”, aclara orgulloso.

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