“Tanto esperar cada ciclo y que al final llegue el momento de entregarlo, hay algo mágico ahí”, comenta el empresario gastronómico Pablo Rivero (dueño de Don Julio y El Preferido), al ver que la huerta comunitaria que apadrina, Luna de Enfrente, realizó una cosecha que fue destinada a una organización sin fines de lucro del barrio de Palermo. Más de 30 voluntarios se pusieron de acuerdo para cosechar una amplia variedad de cultivos que fueron donados a vecinos y a la organización de apoyo para personas con trastornos psiquiátricos Fundación CasaClub. La entrega de los bolsones orgánicos se realizó ayer por la mañana, en la plazoleta palermitana situada en la intersección de Gurruchaga y Soler.
La gran cosecha se hizo el día anterior. La tarea social fue organizada por funciones y roles, supervisados por la huertera Ana Armendariz y un equipo de coordinadores. Mientras unos cortaban los vegetales, otras 10 personas lavaron la cosecha, que pasó de balde a balde. Luego se pasó a una mesa central, en la que se pesó y se auditó la cantidad recogida de cultivos. Se recolectaron aproximadamente 55 kilos de verduras, entre ellas: rúcula, lechuga, albahaca, acelga, siso, akusai, brócoli, remolacha, puerro, nabo, menta, y coliflor. Los desechos se tiraron en las gigantes composteras ubicadas en la plaza. La organización fue rigurosa: no hubo fallas. “Es un momento de pura felicidad”, comentó la vecina Lenny, mientras que con una enorme sonrisa en su cara, llevó los cajones de lechuga orgánica a la balanza.
“En la huerta estamos de fiesta, es una locura que algo tan hermoso pueda ser real”, comenta Lali quien comenzó su primer día como voluntaria tras leer una nota de Infobae, al igual que ella, varios vecinos se acercaron al predio. Incluso, tras la difusión de la noticia, ofrecieron donar un sistema de riego y semillas. Todos querían dar algo. Su aporte. Su cambio. Los participantes se hicieron selfies con los cultivos y lo subieron a las redes sociales. La comunidad está activa y se puede ver en el Instagram del proyecto @lunadeenfrente_.
Ana y Pablo tienen algo en común: desde la noche anterior se pasaron pensando en la cosecha, el momento más esperado, el final del ciclo con impacto social. Las semillas que meses atrás plantaron los vecinos se transformaron en grandes cultivos que terminaron en la cocina de un comedor social. Con una tijera en la mano, mientras corta menta, Ana Armendariz, la huertera de Luna de enfrente, dice: “Lo que siento en cada cosecha es mucho agradecimiento. En especial en esa huerta en particular es el encuentro de los voluntarios, las personas que van caminando y levantan la vista y se encuentran con ese lugar; como que recuerdan algo, a un abuelo o abuela”.
“Lo que más disfruto de la cosecha es el proceso, la satisfacción de tener en las manos algo que pasó tanto tiempo en la tierra y tuvimos la paciencia de que crezca y luego verlo acumulado en los cajones listos para la donación”, cuenta Pablo Rivero. Y agrega: “El proceso, la recolección y la cosecha, nos transforma y nos alegra. La magia con el hecho de cosechar. Los ritmos de la naturaleza no se detienen, siempre lo tienes en la mente. Lo cultivas y vas pensando cómo avanza. Si te puedo decir que ayer me acosté pensando en la cosecha de hoy, es muy probable que me acueste con una sonrisa hoy”.
Todo está organizado para que los bolsones lleguen a su destino final: los vecinos y los miembros de una organización social sin fines de lucro. El olor de la menta impregna el ambiente. La atmósfera es de paz, hoy no hay diferencias ni conflictos: solo trabajo en equipo. En una larga mesa se chequean los nombres de quienes vienen a recoger los bolsones de alimentos orgánicos. La rúcula, lechuga, albahaca, acelga, siso, akusai, brócoli, remolacha, puerro, nabo, menta, y coliflor fueron puestas en unas bolsas de papel reciclado.
En la fila está Elena, una radióloga jubilada que llega por primera vez al espacio. Con su bolsa entre las manos, comenta: “estoy agradeciendo la naturaleza que hoy tenemos en estos barrios llenos de cemento, somos seres humanos que cognitivamente necesitamos un espacio, estoy muy feliz y agradecida por que soy una persona que desearía vivir en el campo, agradezco a quien lo hace posible”.
La fundación CasaClub recibió donaciones que serán utilizadas durante toda la semana para el comedor interno de la institución e incluso cocinados por los miembros de la comunidad de apoyo psiquiátrico. La directora del proyecto, Cecilia Salas, comenta: “Estamos super contentos de esto que se está generando, tenemos mucha alegría de que los miembros acompañen el proceso, conociendo su barrio y su lugar, llevándose estos alimentos hechos por los vecinos y la comunidad. Esto es un proceso inclusivo”. Después de un paseo, los miembros de la asociación recogieron los inmensos cajones de vegetales donados. Están felices, incluso hablan con Martin Lukesch, chef de El Preferido, sobre cómo puede aprovechar al máximo los recursos obtenidos.
Mientras unos hacen la fila, otros utilizan la plaza para meditar. Carlos, de 82 años, hace mucho tiempo que perdió la vista. Encontró en este jardín un espacio de tranquilidad donde puede conectarse con la naturaleza. Viene todos los días, pero hoy se lleva su bolsa con las verduras que diariamente lo acompañaron en su proceso de relajación. El disfrute del espacio por parte de los vecinos es diversa.
La transformación del lugar es evidente: vuelan mariposas entre los visitantes. “Somos consciente del cambio cultural y paradigma que se está generando con lo que tiene que ver con el espacio público y la inclusión de la agroecología, de la naturaleza, en lo que es el espacio de esparcimiento. Como fuimos los primeros, al inicio había gente que no entendía bien de qué se trataba, pero esa misma gente fue dándose cuenta de que esto funcionaba con sorpresa. Es claro que ahí hay un inicio de algo”, afirma Pablo Rivero.
Algunos visitantes están desorientados, caminan por el barrio y de casualidad terminan allí. Martin quien pasaba caminando por la puerta y entró a ver que estaba sucediendo, cuenta: “estoy muy sorprendido yo soy vecino de la zona de toda la vida, en un principio vivía en Paraguay y Scalabrini Ortiz y esto me quedaba de paso de paso para ir al colegio. De noche había poca luminaria y después se modificó. Pero la zona era bastante insegura. Este proyecto me tomó por sorpresa. Era un patio de juego humilde, la gente no concurría, estaba mal aprovechado. La gente elegía escapar, era una plaza conocida por ser insegura, se cercó por la incidencia de la droga”.
En sintonía con los comentarios de los vecinos, Jonathan Rosas, Gerente Operativo de Gestión Comunal, dice: “Es hermoso ver que generamos una huerta en un lugar que antes era un espacio más seco, hoy verlo terminado y con los vecinos participando nos pone muy contentos. Sin duda hay un cambio cultural y en la sustentabilidad. El vecino puede venir a traer el residuo orgánico que después se convierte en el sustrato para que el alimento crezca, y después lo lleva a la casa”. Al mismo tiempo, el subsecretario de Ambiente de Ciudad de Buenos Aires, Ariel Álvarez Palma, opina sobre el proyecto: “Me parece algo emblemático, algo trascendente. Combina la necesidad del cuidado y la preservación del ambiente. Aparte de lo favorable de lo ambiental, contempla lo importante de la situación del país y que en la ciudad no es ajena: generar alimentos para personas con necesidades”.
En cuanto a la posibilidad de replicar una huerta urbana como Luna de Enfrente, el referente social y ex legislador porteño, Maximiliano Sahonero comenta que un proyecto como el de la huerta Luna de enfrente podría ser replicado en Lugano. “Nos encantaría hacer algo en Fundación Raíces”, expresa. El ex bunker de droga convertido en espacio cultural y social podría ser uno de los próximos destinos donde se lleve a cabo un proyecto como este, en el que se articulan la acción social de la comunidad con la puesta en valor de un privado.
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