Ocho y veinte de la noche en punto del sábado. El P4-787 de Solidaire aterriza en el aeropuerto de Ezeiza. A bordo, solo nueve pasajeros y seis tripulantes. Más de doscientos asientos vacíos y mucho silencio. Bogdan mira por la ventana, la oscuridad de Buenos Aires poblada de lucecitas lejanas. “Allá la noche era como la boca de un león”, dice. No sabe qué habrá en la ciudad a la que está llegando, apenas vio un documental sobre la Argentina, y confunde todavía los hechos de la historia en la región
— ¿Pinochet? ¿La matanza en el estadio? -pregunta.
— Eso es Chile -se le explica.
— ¿La Junta Militar?
— Historia argentina.
— ¿El Che Guevara?
— Argentino.
Bogdan tiene 37 años y hace apenas cuatro días salió de Ucrania por la frontera con Polonia. Tomó un bus y llegó justo a Varsovia para abordar el vuelo comandado y organizado por Enrique Piñeyro para llevar refugiados primero a España (entre Barcelona y Madrid trasladaron a más de 240 personas), y finalmente a la Argentina. Ese último tramo acaba de aterrizar con los primeros cinco refugiados ucranianos que llegaron en vuelo humanitario al país e Infobae fue el único medio a bordo de ese vuelo.
Técnicamente hablando, ninguno de ellos tiene el carácter legal de refugiados porque no lo pidieron, en cambio, entraron con una visa humanitaria y tanto el gobierno nacional, como el de la ciudad de Buenos Aires, como ACNUR (la agencia de naciones unidas para los refugiados) se comprometieron a apoyar su integración al país.
Mientras el Boeing 787 se ubica en su lugar dentro del aeropuerto, fuera están las familias de los otros pasajeros ucranianos. Bogdan, oriundo de la región de Sumy, llegó solo. Alina lo hizo con sus dos hijos (Nazar y Lala) y los espera su tío, ucraniano viviendo en la Argentina, originalmente de Járkov, igual que su sobrina. A Irina, una mujer de 72 años también de Járkov, la espera su hija Larisa y sus dos nietas: Lilia y Carolina.
La noche de Buenos Aires es fresca y amable, y Bogdan junto a Alina, Lala, Nazar e Irina salen del avión y se detienen un momento a sentir el viento. Se miran sin decir una palabra. Bajan la escalera y suben al bus que los llevará junto a los suyos.
“Cuando estaba saliendo de Ucrania me puse a buscar opciones, estaba buscando España o Italia, pero de pronto vi la propuesta de Argentina y pensé que debía ser ahí, ¿por qué no? Me anoté y llegué a tiempo para subir al avión”, cuenta Bogdan. Su salida de Ucrania es una excepción: si bien los hombres no pueden dejar el país, él tiene una condición médica que se lo permite. Cuando comenzó la guerra se presentó el en el ejército pero le dijeron que no podía enlistarse y que debía quedarse en su casa. Preguntó si en ese caso se le permitía salir y le dieron un permiso.
En Ucrania dejó poco. “Tenía una novia, pero al comenzar la guerra nos separamos. La llevé a ella y a su madre a la frontera y salieron del país. Yo me quedé en Ucrania, volví a mi pueblo natal en el oeste, pero no podía participar del ejército, y dos meses después, viendo que no podía ayudar, decidí salir y hacer algo como voluntario desde afuera. Todos debemos trabajar para que termine esta guerra, desde el lugar que sea”, dice. A él lo espera una amiga ucraniana a la que conoció a través de las redes cuando comenzó a planear su llegada a la Argentina.
Alina y sus hijos e Irina son de la ciudad de Járkov, una de las más bombardeadas de Ucrania, al este del país. Alina se fue de ahí rumbo a Varsovia a comienzos de marzo, y esperó en el campamento de refugiados dos meses, hasta que le ofrecieron el vuelo a la Argentina, donde tiene a un tío segundo, primo de su madre. Viven en Temperley y se quedarán con ellos.
Irina también es de Járkov pero se quedó en la ciudad hasta el 30 de abril. Los bombardeos eran demasiados y luego de ver casas vecinas destruidas, decidió irse. Llegó a Varsovia y la opción de Argentina se le presentó ineludiblemente: acá viven su hija y sus dos nietas, y ya había estado dos veces. “Tengo muchas ganas de llegar”, decía una y otra vez en el vuelo.
Ninguno de ellos tiene demasiadas valijas, apenas una cada uno. Pero las dejan a un costado apenas pasan el control migratorio y se encuentran con sus familias. Entonces sucede lo inevitable: el llanto, el largo llanto del reencuentro. La primera en salir es Irina. Su hija la abraza, su nieta Lilia la abraza -ella también nació en Járkov hace 30 años, y no va desde el 2019-. Su nieta Carolina la abraza, le da un dibujo que le preparó. Se besan. “Estábamos esperándola, hace mucho tiempo queríamos que viniera para acá”, cuenta Lilia.
Detrás sale Bogdan y luego Alina y los chicos. Los abrazos en la terminal se reproducen, los llantos más. Hay también gente de Aeropuertos Argentina 2000 ofreciendo ayuda, Alexia Keglevich de Pax Assitance (su padre fue refugiado húngaro y llegó a la Argentina huyendo de la Segunda Guerra Mundial), los responsables de “Van al Aeropuerto” (una compañía de traslados que llevará a cada uno a su casa), y diferentes personas autoconvocadas para darles cariño: les dan golosinas, carteles, palabras de aliento.
Lo extraño: ningún funcionario oficial, ni de Nación ni de Provincia ni de Ciudad, se presentó para recibirlos. Por supuesto, nada pudo importarle menos a ellos, que se reencontraron no solo con sus familias sino con la posibilidad de una vida de paz.
“Estos son los momentos lindos dentro de las grandes tragedias”, dice Enrique Piñeyro, que sale del control migratorio después que sus pasajeros. “Ojalá esto pueda abrir las puertas a una recepción seria de refugiados porque esto sigue sucediendo y están en una situación muy dramática los países limítrofes de Ucrania. El tema es que hay que armar programas sociales donde sepamos cuánto sale alojar una familia, el techo, la escuela de los chicos, un trabajo… Todas las empresas que donaron cosas para llevar allá: si cada una pone un programa social se puede armar una acogida organizada. Los vuelos se suelen componerse de una mitad que tiene quién los reciba -familiares, amigos, etcétera- y otra mitad que no tiene. Y esa es la mitad que necesita una coordinación entre Cancillería, Cascos Blancos, empresas privadas que puedan donar… Yo me comprometo a donar el primer plan social, pero hay que saber cuánto salen y armarlo con compromiso. Hay que ponerlo en marcha seriamente y en el próximo vuelo no te digo que venga el avión lleno pero que quienes vengan lo hagan con un plan concreto de recibida”, dice.
Antes de despedirse, todos se vuelven a abrazar. Se agradecen entre ellos, se pasan los contactos, y parte cada uno por su lado. La noche sigue fresca y oscura, pero ya no como la boca de un león. Cinco personas más, hoy, están lejos de la guerra.
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