La muerte, el hambre y los ataques: el dramático relato sobre cómo el Regimiento 5 resistió el bloqueo británico en Malvinas

Adán Bejarano integró como cabo el grupo que sobrevivió al asedio más duro de los ingleses en la guerra. Su recuerdo del sacrificado trabajo en Puerto Howard, en la isla Gran Malvina: “No había forma aérea, marítima o terrestre de abastecer a la tropa”, dijo

Adan Bejarano tiene 60 años y es el actual Secretario del Centro de Veteranos de Malvinas en Apóstoles, Misiones

Cuando miró por la ventanilla del avión aquel amanecer de abril, vio la costa de las Islas Malvinas y fue el momento en el que tuvo la certeza de que sería uno de los protagonistas de la guerra. Adán Bejarano tiene 60 años y es de la provincia de Misiones, pero en su juventud formó parte del Regimiento 5 de Infantería en Paso de los Libres, Corrientes. Desde allí, días después del inicio de la Guerra de Malvinas, junto a sus compañeros recibió la orden de subir a un tren. Nunca les dijeron el destino: llegó a Paraná, Entre Ríos, desde donde partieron en avión hacia a Comodoro Rivadavia.

“Nos pusieron a cuidar durante unos días una destilería de petróleo sobre la costa del Océano Atlántico. Cuando llegamos, no sabíamos que iríamos a Malvinas: pensábamos que íbamos a ir al sur a cubrir a las unidades que sí irían a las islas”, recordó en diálogo con Infobae el actual Secretario del Centro de Veteranos de Malvinas en Apóstoles, Misiones.

En Chubut y de un día para el otro, el grupo que Adán integraba como cabo fue trasladado nuevamente. Por primera vez el destino quedó claro antes de volar. “Primero llegamos al Regimiento 8, en Comodoro Rivadavia. Fue en la noche, como a las 21 horas, y nos pusieron en el comedor. Ahí nos acomodamos y dormimos como pudimos, amontonados con otro grupo de cientos de soldados. Después, en la madrugada nos despertaron con un grito: ‘¡Arriba! ¡Todos arriba!’. Nos pidieron que tomáramos el equipo y nos encolumnáramos para salir. Afuera, me acuerdo, hacía frío y estaban todos los camiones en marcha. Nos subimos y nos llevaron al aeropuerto local para tomar un vuelo. Ahí recién supimos a dónde íbamos”.

Aquella noche, la salida del continente ocurrió durante la madrugada y a bordo de un Fokker F28 de la Fuerza Aérea. “Mirábamos por la ventanilla y era todo agua. Cuando nos dijeron que íbamos a aterrizar en Malvinas, me acuerdo que miré y se veían las islas. El aeropuerto y la pista no estaban rodeados de tierra en el centro. Estaba prácticamente sobre el mar, ni bien comienza la tierra. El avión aterrizó en la base de las Islas”.

Una vez allí, en Puerto Argentino, el grupo de Adán hizo base a unos cinco kilómetros, donde recibieron la orden de tomar posesión del lugar. “Estábamos acostumbrados a lo cálido de Corrientes y Misiones. Uno de nuestros principales enemigos era el frío. Tampoco sabíamos cómo era el terreno… Acá, en el NEA, es todo llano pero allá te encontrás con alturas de 200, 300, 400 metros, con muchos desniveles. Complicó no estar acostumbrado”, aclara.

En Puerto Argentino, Adán integró el Regimiento 5 de Infantería en Paso de los Libres, que a su vez estaba organizado por compañías -él estaba en la C Yapeyú-. Luego, las compañías se dividían en secciones y a su vez por grupos. En los desplazamientos, siempre estuvo rodeado por los mismos compañeros. “Al poco tiempo nos sacaron de ahí. Desde el aeropuerto tomamos los equipos y embarcamos en helicópteros. En ese momento uno no piensa en nada”.

Con el Regimiento 5 de Infantería de Paso de los Libres, Corrientes, llegó a Paraná, Entre Ríos, desde donde partieron en avión hacia a Comodoro Rivadavia. No sabía que iba a la guerra

- Desde Puerto Argentino fueron trasladados a Puerto Howard, bautizado Puerto Yapeyú. ¿Cómo fue el arribo a un nuevo lugar desconocido?

- No había nada. Había un pequeño muelle a pocos kilómetros, al que yo nunca fui. Cuando nos bajan del helicóptero, nos dejan sobre una altura. Ahí nos asignaron los sectores de defensa y volvimos a cavar nuestras posiciones. Y ahí nos quedamos: ese fue nuestro mundo.

- Armaron su propio techo.

- Nuestro techo eran los pozos de zorros. Hacíamos nuestro pozo y con el tiempo cada uno iba aprendiendo a mejorarlo, porque se llenaba de agua. Había que conseguir algo para poner abajo y no estar con los pies permanentemente mojados y fríos. Se buscaba evitar el famoso “pie de trinchera”, que era cuando se te congelaban los miembros inferiores. Se mueren los tejidos y hay que cortar.

- ¿Cómo fue ese día a día en el que todo se fue deteriorando?

- Fue realmente complicado. El Regimiento 5 que integré es el que estuvo más aislado de todas las unidades que participaron de la guerra. Sufrimos un bloqueo terrible por parte de los británicos. Eso trajo muchas consecuencias: hubo un soldado que murió de hambre, desnutrido (NdR: fueron dos los fallecidos por desnutrición severa). Estaba en la Compañía B y su nombre era Remigio Fernández. Lo bajaron de arriba de las posiciones y lo llevaron al puesto de socorro. Estaba desnutrido, ya famélico sin fuerza por la falta de comida. Lo llevaron ahí abajo y a los pocos días murió. Todos estábamos en condiciones físicas bastante malas porque al principio se comía bien, después se empezó a comer menos y después ya no había. No había nada producto del bloqueo. El 5 fue el Regimiento más aislado. Te soy sincero: lamentablemente fue algo normal. La propia situación o el propio ambiente hacía que uno tome esa muerte como la de otros compañeros que cayeron en otros ataques de forma natural. Soldados que perdieron las piernas, otro que se llenó de esquirlas… Uno tomaba esas situaciones con naturalidad.

- ¿Tenían algún tipo de directiva?

- Le habían dado la orden al Regimiento de cruzar a Darwin para hacer un contraataque en la retaguardia del enemigo. Fue una cosa que no se pudo lograr nunca porque no contábamos con los medios, ni equipos ni municiones. En los morteros nos quedaban solamente 20 tiros. Era imposible realizar lo que querían que se hiciera. No había equipos y la gente ya estaba con grandes problemas de desnutrición. Todo el regimiento, te estoy hablando de 600 o 700 hombres.

"El propio ambiente hacía que uno tome esa muerte como la de otros compañeros que cayeron en otros ataques de forma natural. Soldados que perdieron las piernas, otro que se llenó de esquirlas… Uno tomaba esas situaciones con naturalidad", dijo

- ¿Cómo describiría la dureza del asedio británico?

- Los ingleses tenían el dominio aéreo y ya tenían controlado gran parte del territorio. Era imposible abastecernos. Una vez se acercaron, al menos, tres helicópteros para traer municiones y derribaron a dos. Hubo otro que se salvó, pero no lograron llegar a donde estábamos nosotros. Había un barco que venía con víveres y lo hundieron, no llegó. Los barcos que traían el armamento pesado también fueron hundidos. Hundieron uno que se llamaba Isla de los Estados… No había forma aérea, marítima o terrestre de abastecer a la tropa. Por eso es que al final no comíamos nada.

- En ese contexto de crisis, ¿cómo recuerda el rol de los superiores?

- El coronel Juan Ramón Mabragaña era el jefe del RI5. Yo rescato mucho su figura porque para mí la historia no lo recuerda, pero él fue un ejemplo de cómo un jefe debe conducir a sus hombres en una guerra y de cómo debe hacerlo en condiciones muy difíciles. El coronel salía, recorría las posiciones, hablaba con la gente. Era como un padre. Le daba contención a la gente. Él es muy querido. Su comportamiento fue ejemplar.

- ¿De qué manera resolvían la alimentación en el día a día?

- Al final comíamos medio jarro de puré por día. Esa era nuestra única comida. Juntábamos pescaditos para poder comerlos fritos. Recuerdo cuando todavía no nos habíamos quedado sin nada, se repartían siete corderos por compañía para hacer hervir y comer. El que podía, le sacaba un poco de grasa y la ponía en las lata de durazno, ahí ponía cáscara de papa o zanahoria y se hacía una sopita. Se comía eso. Después ya no había absolutamente nada.

- ¿Cómo accedían a esos pescaditos para comer?

- A la bajada de nuestra posición, a unos cien metros, pasaba el brazo de un río. Ahí, cuando bajaba la marea, nosotros íbamos a buscar algunos pescaditos que quedaban entre las piedras. Hay una foto en la que se ve a la bahía de frente. Al costado izquierdo se ve un brazo de rio que cruzaba cerca de las posiciones nuestras. Cuando bajaba la marea íbamos a escarbar entre las piedras. Eso comíamos.

"A pesar de que pasaron 40 años, cuánto más se aleja la guerra, más se acercan los recuerdos", aseguró Adán Bejarano

- Habían sobrevivido al hambre y al asedio, ¿cómo sobrevivieron a los ataques?

- Tuvimos ataques de la aviación y generalmente había cañoneo naval de noche, que no te dejaban dormir. No podías descansar, tenías que estar atento. Había patrullas de comando británico en las cercanías. Me tocó disparar. Yo tenía un fusil similar a un Fal, pero un poquito mejor. Te empezaban a cañonear y no sabías dónde iba a caer, si te va a tocar a vos o no. Cuando atacaba la aviación, también. No sabés por dónde van a tirar la bomba.

- ¿Cómo recuerda el momento en el que les dicen que la guerra terminó?

- Un día llegó la orden de cese y alto al fuego. Al otro día teníamos que rendirnos y entregar las armas. Y así fue. Después llegaron los británicos en dos helicópteros. Nos hicieron formar por compañía y pasar uno por uno a dejar el armamento. Habían pilas de fusiles, cascos y esas cosas. Luego, los británicos nos revisaron. Nos llevaron al muelle en el Puerto Yapeyú y ahí nos subieron a sus lanchones de desembarco. Primero nos llevaron a un buque de transporte que tenían y nos dieron un plato de comida. Luego nos trasladaron al Camberra, donde estaba la Cruz Roja, que fiscalizaba el buen trato de los prisioneros de guerra.

- Una vez de regresó al continente, ¿cómo fue seguir adelante?

- No fue nada fácil. Cuando volví a Corrientes, al principio tenía problemas para dormir y soñaba mucho. No podía dormir en la oscuridad. En mi casa nunca me preguntaron nada, pero siempre me encontraba con gente que me preguntaba a cuántos había matado o si había matado a alguien. Son preguntas que nunca nadie respondió. En ese momento no decía nada, pero ahora siento que eran preguntas fuera de lugar. Yo no contaba nada y no quería contar nada. Pasó mucho tiempo hasta que pude empezar a hablar.

- Hoy, a 40 años de la guerra, ¿cuál es tu último recuerdo de Malvinas?

- Tengo dos recuerdos: cuando llegué y cuando nos fuimos. Cuando embarcamos en el Canberra tuve la oportunidad de mirar por la escotilla y ver cómo nos íbamos alejando de las Malvinas. Es una imagen que tengo presente y bien clara. Porque a pesar de que pasaron 40 años, cuánto más se aleja la guerra, más se acercan los recuerdos. Hoy los recuerdos en mí siguen intactos. Yo puedo cerrar los ojos y describir exactamente el lugar en el que estuve.

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