Ese antiguo elemento de la cultura llamado disco, a pesar de haber caído en desuso décadas atrás -más exactamente después de la irrupción del Compact Disc y la reproducción láser en 1990-, hoy está retomando un auge que a comienzos de este milenio nadie esperaba.
Es que el vinilo colateraliza más allá de la música, arte de tapa y sobres internos con letras de las canciones e información para aficionados, convirtiéndolo en una pequeña obra de arte integral con música, imagen y hasta algo de literatura si se quiere. Hoy la gente compra vinilos como compra un cuadro, lo cual está muy bien.
Pero justo es reconocer que está algo sobrevaluado el asunto.
Empecé en todo esto como disc jockey, con vinilos, en 1977. Porque era lo único que había. Pasé música la semana pasada en un restorán precioso, con vinilos, porque así se usa ahora. Hubiera hecho un set de tres horas más variado e interesante con la computadora. Pero la gente parece que quiere ver al disc jockey manipulando vinilos. Fenómeno, si es lo que quieren. Habría que aclarar que los vinilos te limitan mucho, puedo cargar en una bolsa 50, 80 vinilos, más que eso requiere un pequeño vehículo para transportarlos. En mi computadora tengo cargados cerca de 25000 discos.
Hablan del sonido, de los graves, de la profundidad sónica y del rango dinámico, como si cualquiera estuviera acostumbrado a manipular en su casa un reproductor Nakamichi para escuchar discos y habituarse a disfrutar texturas extraordinarias, cuando hoy cualquier buena compu con una eficaz placa de sonido bien amplificada suena bárbaro como para lo que se anda exigiendo.
En lo personal adoro los discos de vinilo, sabiendo que no te hacen mejor disc jockey, pero si te hacen mejor persona cuando de buen gusto hablamos. Aunque esa es otra discusión.
Para la cultura joven esta es una plática que no existe obviamente, ya que la música para la cultura joven hoy circula por las redes a una velocidad que a los biempensantes nos parece descomunalmente vertiginosa, lo que me retrotrae a mis años de adolescencia cuando a mi padre y sus iguales le parecía un despropósito que mis amigos y yo escucháramos canciones en cassettes que grabábamos en la radio.
Nada de esto es importante, lo que acabo de contar lo comprueba. Lo importante es la música.
Si hablamos de la cultura popular lo importante además son las canciones. El snobismo ordinario siempre ha tratado de despreciar sistemáticamente las canciones que disfruta el vulgo. Vulgo: parte más numerosa de la ciudadanía que no se destaca de los demás por ningún rasgo, ni positivo ni negativo. De manera que todos somos vulgo en cantidad de conversaciones en las que seríamos incapaces de aportar algo deslumbrante. Sobre todo cuando hablamos de arte.
No es que los artistas sean una casta superior, son más bien como los economistas hablando de economía, los carpinteros hablando de las bondades de las maderas o los psicoanalistas hablando de reacciones ajenas. Pero en la música, como en el fútbol o como en los romances de Hollywood todos se sienten con derecho de opinión solo por tener un montón de discos, hacer fútbol 5 en las canchitas del parque o haber trabajado mucho para conquistar a la prima de un amigo algún verano.
En fin. Todo esto viene a cuento porque hasta hace unos años, más exactamente hasta el nacimiento del ProTool, para grabar un disco se debían de alinear muchos planetas. Ante todo había que grabar algo alquilando un estudio de grabación, después de meses de haber ensayado en una sala alquilada o en el jardín de algún conocido los temas que incluiría el disco. De ahí se debía contactar a alguien vinculado a algún sello grabador, RCA, CBS, Interdisc, para generar cierto interés en algún capo de la empresa. Entonces el pibe llegaba con su disco abajo del brazo para sentarse enfrente de dos o tres ejecutivos que seguramente estarían pensando más en su almuerzo que en el artista en ciernes que tenían delante, intentando convencerlos de lo bueno que sería para ellos contratarlo. En el mejor de los casos, el pibito era contratado con algún contrato leonino que estos avezados productores musicales le harían firmar en medio del entusiasmo y la alegría por el conchabo. De ahí, historias conocidas.
Hasta que en 1970 aproximadamente, la industria discográfica comenzaba a perfilarse como la gran proveedora de royalties, éxitos de Beatles, Rolling Stones y Barbra Streisand mediante, no solo para las compañías sino para los gobiernos y monarquías mismas. Así que el negocio estaba en generar artistas nuevos para estos adolescentes que comenzaban a convertirse en el mercado más interesante para los siempre insatisfechos managers de compañías que comenzaban a ser multinacionales. Es ante esta realidad que los cráneos de los sellos nacionales se rebanaban el cerebro intentando hallar nuevas bocas de difusión para sus artistas anglos.
Y ocurrió lo de siempre.
En una visita a Chile, cabezones de Canal 9 Libertad se enteran de un nuevo producto, musicales televisivos con parejitas a la moda bailaban los temas recién editados. Algo que ya se venía haciendo en USA donde Soul Train lideraba los ratings. Soul Train es un legendario programa donde Don Cornelius animaba la noche, y entre las decenas de parejas negras bailando desenfrenada y bellamente, aparecían Marvin Gaye, David Bowie o The O´Jays para hacer algún tema propio. A veces haciendo fonomímica, es decir cantando arriba de la canción sin emitir sonido, sólo para las cámaras.
Enseguida encontraron el hueco en la programación y en ese canal ponen al aire Música en Libertad, a la semana siguiente el 13 emite Alta Tensión, y así sucesivamente. De pronto aparecieron en la pantalla nuevas caras jóvenes y frescas, a pura sonrisa, bailando y haciendo las mímicas de Creedence y Bee Gees. Tras cartón empezaron a salir los discos con los éxitos bailables que se vendían como pan caliente. Es menester confesar que yo tuve mi primer canción de The Rolling Stones en el disco de Música en Libertad, que me regalaron a los 11 años, donde estaba Rip this joint, de Exile on Main Street, entre canciones de Pintura Fresca y Los Iracundos. El combo se completaba con el lanzamiento de nuevos cantantes surgidos de esa nueva veta televisiva.
Ya hablamos de Ruben Mattos, el crédito de Canal 13. Con la surrealista Salta pequeña langosta. Aunque el primero en lanzar un simple fue Raúl Padovani, de Canal 9, quien con gran éxito de ventas y difusión debutó grabando Una noche excepcional.
Fue tal su éxito que trabajando en Chile, hace 10 años atrás, me invitaron a ver un partido de fútbol entre Colo Colo y el Audax Italiano. Enorme fue mi sorpresa cuando en el momento de la salida del equipo a la cancha, los colocolinos empiezan a cantar a los gritos “Una noche excepcional”, con la letra cambiada obviamente. Me aclaran que ese es el himno con el que siempre reciben al equipo.
Lo llamo a Padovani, que ya estaba al tanto de esto que a mí me había parecido tan extravagante. Así que aprovecho y le pido que me cuente: “Nosotros trabajábamos en el 9 en ese programa. Era una forma de difundir músicas que se sumaba a la radio. Bailábamos y hacíamos la fonomímica de las canciones, era un programa de relleno. Pero un día explotó. Me parece que se les fue un poco de las manos también. Alejandro Romay, el director del canal, hacía almuerzos multitudinarios con el personal de la emisora y los artistas, todos juntos. Había como mil personas, y el tipo hablaba y daba algunos premios internos. A veces se televisaba incluso. En el medio del evento nos llama a cuatro de los chicos del programa, ninguno sabía nada, ahí nomás dice al micrófono que estos cuatro muchachos ahora van a grabar canciones en un estudio montado a tal efecto y los discos saldrán a la venta por el canal. Nosotros nos miramos los cuatro sin entender lo que estaba pasando. Ahí empezó todo. Fuimos a RCA Víctor que era la compañía del canal, nos presentan a Palito Ortega y a Lalo Fransen, que recién volvía de España. Comenzamos a reunirnos, yo con Lalo que me pasa algunos temas, entre otros me pasa Una noche excepcional, de Palito Ortega. que a mi me pareció muy acorde a lo que se usaba en ese momento, que era música beat. Un pop muy bailable.
Y continúa: “Lo grabamos en los estudios TNT de la calle Moreno en una máquina de cuatro canales. Grababan muchos ahí, me quedaba cerca de casa. Yo vivía en Avellaneda, así que me tomaba el bondi y estaba enseguida. Cuando llego a grabar me presento en la puerta y nadie me conocía. Cuando me vienen a buscar me meten en el estudio para que vea toda la grabación que era en cuatro canales, primero la base bajo, batería, después guitarra y teclados. Se mezclaba y lo de esos canales se pasaba a un canal solo, así que te quedaban tres libres donde se metían los vientos y la percusión. Se mezclaba eso y lo pasaban a otro canal, así que quedaban dos canales libres donde se grababan los coros y la voz principal. Era flor de quilombo grabar así, pero salió. Yo ya había escuchado todo porque se iba grabando en el acto así que estaba al tanto, cuando vamos a ver cómo había quedado me paran en la punta de la consola para que escuche cómo iba a sonar, y me ponen al lado de un parlante de tocadiscos Winco, de los comunes. Ahí me explicaron que usaban eso de monitor porque así lo iba a escuchar la gente, o sea, si sonaba bien ahí iba a sonar bien en las casas. Salió bárbaro, así que a la semana ya tenía, antes de la aparición del disco simple, 35000 vendidos.”
Una canción como ésta inevitablemente sería un éxito. Mas allá de la letra y la armonía, era un tema irresistible. Ahora, pienso, si lo hubiera grabado Palito Ortega no sé si estaríamos hablando hoy de esta canción. Raúl tenía algo especial, un enorme carisma, la cámara lo adoraba, esas cosas que no se aprenden ni se compran y hacen lo que diferencia a una estrella del resto del elenco.
“Hoy te juro que me animo
A decirte la verdad.
Hace mucho que te quiero
Y esta noche lo sabrás.
Hoy será una noche excepcional
Iremos juntos a bailar.
Será una noche excepcional...
Podré decirte que te quiero, te quiero
Te quiero.
Hoy vuelvo a salir con vos
Y venceré mi timidez.
Hoy podré decirte todo
Lo que nunca me animé.
Hoy será una noche excepcional
Iremos juntos a bailar.
Será una noche excepcional...
Podré decirte que te quiero, te quiero
Te quiero.”
Lejos del alegato o la protesta tan en boga en esos días, esta es una letra para adolescentes, una temática en extremo juvenil, interpretada por un chico de 20 años para un público que hasta ese momento no era tenido en cuenta desde las oficinas de mercadeo, pero que a partir de canciones como ésta ya sonaba en las reuniones de ejecutivos.
Hoy sabemos bien de qué estamos hablando. Aunque los obreros y las herramientas sean otras más sofisticadas y secretas.
Sigue Raúl: " Nosotros éramos pibes con aspiraciones. Siempre supimos que lo más difícil era entrar y ese programa fue el camino que encontramos para que se fijaran en nosotros. Esos cuatro que llamó Romay éramos Silvana Di Lorenzo, Christian Andrade, Maria Esther Lovero y yo. Nosotros nos dedicamos a la música, otros fueron para el lado de la actuación. Había chicos que participaban en Hair, en el teatro, Stella Maris Lanzani bailaba ahí también, fueron muchos los que se destacaron con el tiempo...”.
Raúl Padovani, además de los discos (grabó como 30), filmó coprotagonizando películas con Luis Sandrini, con Ángel Magaña, con Amelia Bence. Participó de programas como Cosa Juzgada y Calabromas, además de producir obras de teatro. Es padre de tres hijos y buen amigo de sus amigos.
Estando en Chile le pregunto a uno de mis colegas chilenos mientras la hinchada del Colo Colo saludaba a su equipo:
-¿Lo conocés a Raul Padovani?
El chileno me miró como quien mira a un tipo que no conoce y me contestó:
-Claro. Como no voy a saber quién es Raúl Padovani...
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