“No sé por qué estuve detenido. Algún día habrá justicia con mis carceleros”, dijo Ricardo Otero, cuando fue liberado por la dictadura que lo encarceló en marzo de 1976. Él sabía muy bien por qué, pero su comentario apuntaba a poner en evidencia la falsedad del argumento usado por el régimen para perseguir a todos los dirigentes peronistas: la supuesta corrupción, la misma por la cual enjuiciaron dos veces a Isabel Perón.
Un recorrido por la vida de este dirigente sindical basta para entender por qué fue a prisión en 1976. Las mismas razones que ya lo habían llevado a la cárcel en 1955.
Ricardo Otero nació en 1922 y comenzó su carrera gremial a los 18 años como delegado general de la Industria Juvena y, muy pronto, a los 24, ya conducía el sindicato del calzado, lugar que ocupó durante los dos primeros gobiernos de Juan Domingo Perón. Después del golpe militar de 1955, el sindicato fue intervenido y Otero, encarcelado. Sería la primera de la larga serie de privaciones de su libertad que padecería en adelante. Lo trasladaron a un barco de la Marina de Guerra, luego a Río Gallegos, y de allí deambuló por varias cárceles del país hasta que fue liberado en 1956. Se encontró entonces en una situación económica muy precaria. Comenzó a trabajar como operario metalúrgico en la empresa de envases Centenera, donde fue elegido delegado. Allí entró en contacto con Augusto Vandor, Lorenzo Miguel, Armando Cabo y José Rucci y se sumó junto a ellos a la Resistencia peronista.
En 1959, el gobierno de Arturo Frondizi derogó el decreto 4161 que impedía ocupar cualquier cargo político o gremial a las personas que habían sido perseguidas por la Revolución Libertadora. Esto permitió que fuera elegido colaborador de la secretaría de Pompeya de la Unión Obrera Metalúrgica UOM de la Capital y que, al año siguiente, llegara a ser directivo de la entidad. Vandor lo designó secretario de Organización, cargo que ocupó hasta el asesinato del dirigente en 1969. “Mi viejo se volvió canoso después de la muerte de Vandor. Tenía devoción por él”, recuerda su hijo Alejandro.
Por estos años, el movimiento obrero peronista vivía su mejor momento porque había recuperado la mayoría de los sindicatos, y fue en ese contexto que se constituyeron las 62 Organizaciones, de las que Otero también participó. En 1970, Lorenzo Miguel fue elegido secretario nacional de la UOM y optó por Otero como su adjunto para la seccional Capital. Ese fue su gran salto en la carrera sindical ya que pasó a representar a casi 100 mil obreros.
Debido a su ascendente carrera gremial, y de la mano de las 62 Organizaciones y la CGT que sugirieron su nombre a Cámpora y Perón, Otero llegó al Ministerio de Trabajo el 25 de mayo de 1973. A pesar de ejercer esta importante función, nunca dejó el barrio obrero en el que llevaba una vida humilde y austera. Situado en Valentin Alsina y a menos de 50 metros de una villa miseria que aún existe, fue construido durante el segundo gobierno de Perón. El ex ministro adquirió su casa en 1952 y le fue adjudicada por Evita. Otero nunca se olvidó de sus vecinos e hizo reformas destacables en el lugar. Una de ellas fue asfaltar el barrio gracias a las gestiones ante el gobernador Victorio Calabró, también surgido del gremio metalúrgico.
OTERO, NUEVO MINISTRO DE TRABAJO
Otero llegó al ministerio y, luego, cuando Perón asumió la presidencia, el 12 de octubre de 1973, fue ratificado en el cargo. El General le tenía una gran estima y la familia Otero fue en reiteradas oportunidades a la residencia de Perón en la calle Gaspar Campos.
Durante su gestión, Otero, junto a su gran equipo, en el que trabajaba el doctor Julio Chavarría, alcanzaron importantes logros. Bajo su administración se promulgó la Ley Integral de Contrato de Trabajo Nº 20.744 y se promulgaron los convenios colectivos de trabajo más modernos de la época, con grandes beneficios para los obreros, muchos de los cuales siguen en vigencia.
Siempre mantuvo su lealtad con los trabajadores, sin dejarse llevar por las presiones del empresariado. “Fue en persona a abrir los depósitos de Molinos Río de la Plata, al tener información de que la empresa estaba guardando la mercadería y generando desabastecimiento”, recuerda su hijo Alejandro. Ni siquiera sus problemas de salud impidieron que continuara al frente del Ministerio.
Un infarto en julio de 1974, diez días después de la muerte de Perón, lo obligó a guardar reposo y entonces trasladó todo el equipo a su casa para no dejar de trabajar. Por allí pasaron Lorenzo Miguel, Manuel Quindimil, Jorge Taiana (padre) y ex compañeros de la fábrica Centenera. “Era un ministro de Trabajo que se ponía frente al conflicto y siempre ganaba el gremio”, dice su hijo.
El 2 junio de 1975, Celestino Rodrigo asumió como ministro de Economía. El nuevo funcionario no quería homologar paritarias libres sino imponerlas por decreto. Disconforme con las medidas, el 29 de junio Ricardo Otero presentó su renuncia “por razones de salud”. Antes de irse, le dijo a la presidente Isabel Perón: “Señora, cuídese porque en 6 meses nos hacen el golpe, y yo no borro con el codo lo que firmo con la mano”. Luego de dejar el Ministerio, volvió al barrio de siempre, con el mismo patrimonio con el que ingresó. En 1988, en uno de sus viajes a la Argentina, Isabel se reencontró con Otero y con gran emoción le dijo: “Ricardo, cuánta razón tenías”.
EL GOLPE MILITAR DE 1976
El 24 de marzo de 1976, Otero esperaba en su casa con un revólver 38 y su mujer, María Teresa, con un 32. El ex ministro ya sabía lo que ocurriría. La Fuerza Aérea lo detuvo, no sin antes romper el busto de Evita que se encontraba en el jardín de su casa, un hecho muy doloroso y recordado por la familia Otero. “Después de dejar el ministerio, mi viejo decía ‘ya estábamos jugados’. Él sabía lo que se venía”.
Lo trasladaron al barco de los 33 orientales junto a Lorenzo Miguel, Carlos Menem, Julio González, Osvaldo Papaleo y Rogelio Papagno, y luego estuvo en prisión domiciliaria por un año y medio más. Las paradojas del destino hicieron que los carceleros fueran los mismos que lo habían cuidado como custodios en su casa mientras era ministro. Gracias a eso, tuvo el “privilegio” de ir al cementerio una vez por mes a visitar a uno de sus hijos, fallecido en un accidente de tránsito.
Liberado finalmente a fines de 1977, “Oterito”, como le decían sus compañeros, declaró a la prensa: “Sigo viviendo en la misma casa obrera que me dieron Perón y Evita. Es todo lo que tengo, no sé porqué estuve detenido. Algún día habrá justicia con mis carceleros”.
Vale recordar que la dictadura persiguió a todos los funcionarios de Isabel, y a ella misma, con la excusa de la corrupción. El régimen nunca admitió que eran presos políticos y que los reprimió por peronistas.
LOS ÚLTIMOS AÑOS
Hasta el final, Ricardo Otero participó de la vida política y no abandonó a sus compañeros. En 1982, estuvo en la marcha del 30 de marzo contra la dictadura, en la cual detuvieron a su hijo menor, Alejandro. “Fue la primera y única vez que fui en cana”, cuenta éste. También mantuvo una gran relación con Saúl Ubaldini, que llegó a la CGT Brasil en 1979. “Mi viejo tenía los mejores recuerdos de él”. Después del golpe, Otero no volvió a ocupar un cargo gremial, pero continuó visitando la UOM, para dar charlas de formación a los jóvenes delegados. También concurría a la secretaría de la UOM de Lugano, ubicada en la calle Riestra y Rucci, donde conversaba con antiguos compañeros y jóvenes delegados.
Poco antes de morir, el ex ministro de Trabajo dejó su casa en el barrio en el que creció y se mudó a un humilde departamento en un edificio de José C. Paz. Murió el 22 de agosto de 1992 y fue despedido en el cementerio de Lanús por sus compañeros, los de siempre: Ubaldini, Lorenzo Miguel, Alberto Onetto y tantos más. Dejó un importante legado a los trabajadores y a su familia. Su nieto Lucas siguió sus pasos y fue delegado metalúrgico de la seccional Avellaneda en la empresa Siam.
Hoy es más que nunca necesario recordar a figuras como la de Ricardo Otero, un dirigente que, cuando le tocó ocupar lugares importantes de decisión, siempre puso por delante los intereses del pueblo y nunca su beneficio personal.
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