“Esto significa que la nevada mortal caerá sobre la Tierra en 1963… que, dentro de cuatro años, los Ellos descargarán sobre nosotros su espantosa invasión... ¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror?”, se pregunta el personaje del historietista, casi al final de El Eternauta, después de escuchar el relato de Juan Salvo, el viajero eterno.
El historietista es Héctor Germán Oesterheld y desde su propio personaje anticipa un futuro cercano de devastación. Con el tiempo, la historia del país le mostrará que, si bien acertó los hechos, erró la fecha de la invasión de los Ellos, que no será 1963 sino 1976.
Tampoco Juan Salvo, El Eternauta, le habló a Oesterheld sobre la suerte que correría con la llegada de los Ellos. Quizás porque la fantasía de ningún guion de historieta era capaz de encerrar tanto horror.
Tal vez Juan Salvo tuvo piedad por su propio creador y por eso no le contó que en su viaje por la eternidad había visto cómo un grupo de tareas lo emboscaba en una calle de una ciudad llamada La Plata; que para ese momento dos de sus hijas ya estarían desaparecidas por una dictadura cuyo terror sistemático era inimaginable; que después de su secuestro, en las mazmorras, sus torturadores le dirían que también mataron a sus otras dos hijas y que entonces no le quedaría ninguna; que también desaparecerían dos de sus yernos; que uno de sus nietos sería apropiado y privado de su identidad, y que otro también, pero sería recuperado.
No le dijo nada de ese infierno personal y familiar en la que lo sumergiría la dictadura de los Ellos uniformados.
No le dijo que a él, a Héctor Germán Oesterheld, lo secuestrarían el 27 de abril de 1977, en un futuro oscuro y lejano, hace hoy 45 años.
El gran historietista
Cuando lo secuestraron, Oesterheld tenía 57 años y era un escritor e historietista consagrado. También, como sus cuatro hijas, era militante de Montoneros y vivía en la clandestinidad.
Nacido en 1919, se recibió muy joven de geólogo, aunque casi no ejerció la profesión, a la que dejó por su verdadera vocación. Empezó escribiendo cuentos infantiles y trabajos de difusión científica, pero a principios de la década de los ‘50 se volcó al género que lo haría famoso, la historieta de aventuras, donde como guionista revolucionó el mundo editorial.
Entre sus creaciones se contaban Sargento Kirk, Ticonderoga y Ernie Pike, con dibujos de Hugo Pratt; El Indio Suárez, junto a Carlos Freixas; Randall the Killer, con Arturo del Castillo; Sherlock Time y Biografía del Che, con Alberto Breccia; Joe Zonda y Rolo, el marciano adoptivo, con Francisco Solano López, que fue también su socio creativo en El Eternauta.
“Oesterheld y yo nos conocimos en los ‘50 en Editorial Abril, colaborando en Misterix, que era la revista estrella de la época, con una tirada semanal de 220.000 ejemplares. Héctor era un guionista muy respetado que hacía dos historietas de mucho éxito: El Sargento Kirk, dibujada por Hugo Pratt, y Bull Rocket, que dibujaba yo. Eran dos héroes norteamericanos”, recordó esos primeros tiempos Francisco Solano López en una entrevista que le hice en 2008.
Editorial Frontera
A partir de ese éxito, Oesterheld pensó en tener una editorial propia, con la orientación que él quería darle, con personajes argentinos. Invitó a Hugo Pratt, a Francisco Solano López y a otros dibujantes a acompañarlo en la aventura.
En Editorial Frontera nació, por ejemplo, Rolo, el marciano adoptivo, una historieta de ciencia ficción, dibujada por López, cuyo protagonista era el maestro de la escuela, presidente del club del barrio y líder de la barra del café. Salió con el lanzamiento de una de las revistas, Hora Cero, y la catapultó al éxito.
En otra de las revistas, llamada Frontera como la editorial, creó otro personaje de ese tipo, Joe Zonda, un “cabecita negra” mendocino, de Chacras de Coria, que había aprendido a hacer de todo por correspondencia, desde armar radios a pilotar aviones.
Estos personajes coexistían en las revistas con héroes de western o con Ernie Pyke, que era un corresponsal de guerra. Oesterheld ofrecía una variedad de propuestas a los lectores, mezclando sus nuevas creaciones bien argentinas con personajes extranjeros de probado éxito.
“Eran dos revistas mensuales pero, como la idea andaba muy bien, nos propuso hacer una semanal, para competir con Misterix. Allí, en Hora Cero Semanal, salió por primera vez El Eternauta, con mis dibujos, y al poco tiempo Misterix había bajado de 220.000 a 40.000 ejemplares semanales, el resto lo habíamos capturado nosotros. A mí personalmente, y creo que lo mismo a Héctor, nos divertía mover esos personajes con características típicas de los héroes aventureros, pero con los tics propios de la nacionalidad, de las relaciones y de los dichos argentinos”, me dijo Francisco Solano López en aquella charla.
El Eternauta
En 1957 salió la primera entrega de El Eternauta, que fue un éxito inmediato. Se la promocionaba como “la historia del hombre que viene de regreso del futuro, que lo ha visto todo, la muerte de nuestra generación, el destino final del planeta”.
Eran los tiempos de la autodenominada Revolución Libertadora y la historieta, de alguna manera, transmitía cierto clima que se articuló con el de la época. López siempre dijo que ni él ni Oesterheld pensaron esa primera versión de El Eternauta con alguna intencionalidad política.
“En todo caso, fue un producto de la casualidad y del inconsciente colectivo que anidaba en nuestras personalidades y se manifestaba en nuestro trabajo y que, a su vez, se encontraba con la sensibilidad y cierta manera de captar el relato que podían tener los jóvenes de la época. Porque la existencia de una dictadura militar, de persecuciones políticas, de resistencia a la interrupción de la democracia permitían esas lecturas”, me dijo.
“El héroe colectivo”
Con el correr de los años, El Eternauta tendría dos versiones más, una en 1969 y otra en 1976. En ellas el contenido político ya era manifiesto.
“El desafío consiste en que logremos una historieta con contenidos y valores nuevos. Por ejemplo, un héroe que observe las cosas desde un punto de vista distinto. O que deba necesariamente actuar en colaboración con otros personajes. Así, sin decirlo, en nuestras historias podemos introducir la noción de pueblo, de gente común y solidaria; en definitiva, el héroe colectivo”, decía Oesterheld en esta nueva etapa.
Francisco Solano López volvió a asociarse con Oesterheld para El Eternauta de 1976. Al dibujante no lo convencía el enfoque, pero igual lo hizo.
“Héctor había seguido a sus hijas en su militancia en Montoneros e incluso había integrado el comité ejecutivo del diario Noticias, donde también había publicado una tira diaria, La guerra de los Antartes. Desde esa posición, cuando le ofrecieron hacer la continuación de El Eternauta hizo un eternauta montonero. A mí no me gustaba, lo veía mal. No soportaba a los militares pero pensaba que en una sociedad estructurada como la argentina la lucha armada no podía tener el mismo resultado que en otros países con estructuras más simples, como Cuba o Nicaragua. El resultado fue catastrófico y lo vemos hoy, a Oesterheld lo asesinaron y nos faltan 30.000 muchachos que serían la base para que todo nos fuera mucho mejor. Pero no están, no existen, los desaparecieron. Los sobrevivientes no alcanzan”, relató en aquella charla de 2008.
Beatriz y Diana
La investigación más detallada sobre la masacre de la familia Oestherled a manos del Estado terrorista instaurado por la dictadura después se debe a las periodistas Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami, que dedicaron cinco años a registrar doscientos testimonios que volcaron en Los Oesterheld (Sudamericana, 2016).
Allí, la viuda de Héctor dice: “Mi nombre es Elsa Sánchez de Oesterheld y soy la mujer de Héctor Germán Oesterheld, famoso en el mundo por haber escrito la historieta El Eternauta. En la época trágica de este país desaparecieron a mis cuatro hijas, mi marido, mis dos yernos, otro yerno que no conocí, y dos nietitos que estaban en la panza. Diez personas desaparecidas en mi familia. Pero prefiero recordar los años en los que fui feliz”.
Elsa recibió el cuerpo de Beatriz, la primera de sus hijas en caer en manos de la dictadura, el 7 de julio de 1976, cinco días después de ser asesinada en un simulacro de enfrentamiento. Un mes después se produjo el secuestro de Diana, en Tucumán. El hijo de un año, Fernando, fue rescatado de la Casa Cuna de Tucumán, por la familia de su compañero Raúl Araldi.
Fernando Araldi Oesterheld ingresó como NN, pero su madre había tenido la precaución de dejar su documento con el niño. De modo que, a diferencia de muchos otros hijos de desaparecidos, pudo ser recuperado gracias a que alguien se comunicó con la familia paterna. Fernando, ya crecido, busca a su hermana/o, el que su madre tenía en la panza cuando la secuestraron. Además, es fotógrafo, escribe poesía y ha publicado libros.
En septiembre de 1976, cuando además de Beatriz habían desaparecido Diana y su compañero, el Ejército allanó la casa de Beccar. Elsa estaba acompañada de la mujer que hacía las labores domésticas, María Arce García, quien dio testimonio de ese allanamiento. Tanto Elsa como María dijeron que no solo buscaban a Héctor sino que un oficial dijo a Elsa: “A sus hijas las vamos a matar a todas”.
Secuestrado y desaparecido
Cuando Héctor Germán Oesterheld fue secuestrado por un grupo de tareas en La Plata el 27 de abril de 1977, sus hijas Beatriz y Diana ya “habían perdido”.
Según se pudo reconstruir por testimonios de sobrevivientes, el autor de El Eternauta pasó por los centros clandestino de detención y tortura de Campo de Mayo, El Vesuvio y El Sheraton. Su estado de salud se fue deteriorando progresivamente, más aún después de que sus torturadores le contaran, regocijándose, las muertes de sus otras dos hijas.
Estela, la mayor, fue sorprendida por un grupo de tareas el 1° de julio de 1977, intentó escapar y le dispararon. La cargaron herida en una camioneta rumbo al hospital de Adrogué. Su compañero, Raúl “el Vasco” Mórtola, había caído unas horas antes en el mismo operativo. Todo indica que fue fusilado cuando intentaba esconderse en una casa.
Oesterheld también supo que la última de las chicas, Marina, fue secuestrada en noviembre de 1977, embarazada de ocho meses, junto a su compañero, Alberto Seindlis.
El psicólogo Eduardo Arias dio testimonio ante la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, creada en 1984 por Raúl Alfonsín, de haber compartido cautiverio con el creador de El Eternauta. Fue a fines de diciembre de 1977, cuando Oesterheld llevaba ocho meses en condiciones de prisionero. Arias contó que los guardias les permitieron sacarse las capuchas y les dieron un cigarrillo como regalo de Navidad además de unos minutos para confraternizar y conversar.
Los últimos en verlo con vida fueron los sobrevivientes Javier Casaretto, Arturo Chillida y Juan Carlos Benítez, que habían sido secuestrados a fines de 1977 y permanecieron en El Vesubio hasta mediados de enero de 1978. Los tres coincidieron en que tenía la cabeza vendada y que su salud empeoraba a ojos vista.
Años antes de ser secuestrado, en una entrevista, Oesterheld explicó cómo había surgido la idea de su historieta más famosa:
“El Eternauta comenzó siendo un cuento corto, de apenas 70 cuadros. Luego se transformó en una larga historia, una suerte de adaptación del tema de Robinson Crusoe. Me fascinaba la idea de una familia que quedaba sola en el mundo, rodeada de muerte y de un enemigo ignorado e inalcanzable. Pensé en mí mismo, en mi familia, aislados en nuestro chalet y comencé a plantearme preguntas”, dijo.
Las respuestas que la dictadura dio a esas preguntas superan a la más oscura y sangrienta de las ficciones.
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