El lunes 26 de abril de 1982 el capitán John Coward, del destructor HMS Brilliant, convocó al capitán de fragata Horacio Bicain para solicitarle que moviera el submarino ARA Santa Fe del muelle para llevarlo al sector de factoría. Los británicos consideraban altamente probable y peligroso que la nave argentina sufriera una explosión: estaba averiado, cargaba torpedos y podría haber fugas de gases e hidrógeno. Obstruía, además, el único muelle que los ingleses creían operable en Grytviken, Islas Georgias, y necesitaban despejarlo para atracar sus buques. Temían, además, que los argentinos sabotearan al Santa Fe, cargado de explosivos. El mismo Bicain lo reconoció en el video de la Armada: “En un cruce con Michelis (Germán Horacio Michelis Roldán, capitán de navío) hablamos para aprovechar para abrir las válvulas de inundación”.
Bicain designó a seis hombres, entre ellos, al maquinista Félix Artuso, mecánico naval de profesión de 36 años. Los seis marinos, fuertemente custodiados por infantes británicos armados con pistolas Browning 9mm, tomaron sus posiciones, y siguieron las instrucciones que el capitán Bicain les impartía desde cubierta. “Yo fui con Coward y con un teniente de navío con una ametrelladora apuntándome. Yo le dije que él hiciera la maniobra y que lo único que iba a hacer era traducir las órdenes que él daba al timonel, a los de las máquinas”, reportó el comandante.
El cabo inglés, que custodiaba a Artuso, poco entendía de submarinos. Pero el capitán Coward, que era submarinista, le había advertido que Artuso no debía bajo ningún concepto accionar las válvulas de un costado del buque. Pero a medida que el submarino comenzó a navegar empopado por las averías, también empezó a escorarse. Bicain, a través de un intercomunicador, le ordenó a Artuso que soplara los tanques de aire para reflotar y estabilizar el buque. La maniobra implicaba movimientos rápidos y certeros a babor y estribor en la sala de máquinas.
El custodio entró en pánico y pensó que Artuso intentaba hundir al submarino. Sin mediar palabra, descargó su pistola Browning sobre él. Entre cuatro y seis tiros impactaron en el pecho y la cabeza del maquinista naval. En medio de un ataque de nervios, el inglés corrió a cubierta al grito de: “We are sinking! “We are sinking!” (¡Nos estamos hundiendo!). Y efectuó disparos al aire en señal de auxilio. Sin embargo, nada malo sucedía. Artuso había operado las válvulas correctamente y el Santa Fe restableció su flotabilidad.
“Mi padre murió instantáneamente y fue sepultado con todos los honores militares en Grytviken. El comandante Bicain presidió la ceremonia, a la que también asistió Coward”, relató con templanza Cristian, uno de sus tres hijos.
El nombre del marine inglés que mató a Artuso fue resguardado por los altos mandos británicos y nunca trascendió: no hay ningún libro de historia que revele su identidad. Algunos testigos lo describieron rubio, de ojos claros, altura promedio, de 20 años. La Royal Navy caratuló el hecho como un “error trágico”, como un evento desafortunado y no como lo que fue: un crimen de guerra.
Félix Artuso es el único argentino enterrado en las Islas Georgias. Había zarpado en el submarino S-21 ARA Santa Fe desde la Base Naval Mar del Plata el lunes 19 de abril a las 23:30. Las baterías del Santa Fe estaban obsoletas, por lo que el tiempo habilitado para la inmersión era reducido, pero todavía le quedaba una última batalla por librar en una guerra precipitada. Comandada por el capitán de Corbeta Horacio Bicain, el Santa Fe llevaba torpedos, cuatro toneladas de víveres y armamento.
Tenía como misión desembarcar a un grupo de infantes de marina como refuerzo al personal existente en la ex estación ballenera de Grytviken, en la isla San Pedro de las Georgias. Debía luego esconderse en alguna caleta alejada, en posición defensiva, a la espera de instrucciones. Tenía la orden expresa de no abrir fuego, a menos de que la flota inglesa lo atacara primero.
Casi al llegar a las Georgias el buque fue advertido por la marina inglesa que operaba en la zona. La dotación lo comprobó a través de los rumores hidrofónicos en sus sonares. Bicain dio entonces la orden de que un buque requisado a los ingleses por militares argentinos en las Islas Georgias trasladara a tierra a los infantes durante la noche. Atracar en puerto para el Santa Fe suponía ser blanco fácil para un bombardeo. Desembarcados los infantes, el buque navegó en superficie en busca de una caleta donde poder ir a inmersión con la consabida restricción del tiempo para sumergirse.
Las formaciones rocosas de los fondos marinos constituían una amenaza: la nave podía encallar y naufragar. “Mi problema no eran los ingleses sino las piedras”, relató Bicain en un video publicado por la Armada Argentina en abril de 2017. En eso pensaba cuando de repente, un helicóptero Wessex inglés, que salió de entre las nubes, descargó dos bombas de profundidad que impactaron cerca de la popa del Santa Fe. “La primera reacción fue buscar aguas más profundas pero era un suicidio: tenía el punto exacto de donde estábamos, teníamos al helicóptero colgado encima nuestro”, narró el comandante.
El fuerte estallido sacudió a la nave, inhabilitó instrumental y les imposibilitó la inmersión. Minutos después, aparecieron otros dos helicópteros ingleses Sea Lynx que, insistentemente, lo volvieron a atacar. Los marinos argentinos creían que eran cuatro helicópteros los que los atacaban, pero el número era aún mayor. Hubo respuesta: al menos cuatro hombres repelieron el fuego inglés con fusiles Fal desde la torreta. Pero uno de los helicópteros lanzó un misil que atravesó la vela del submarino mientras el cabo segundo Alberto Macías estaba descendiendo por la escalera. Una esquirla impactó en una de sus piernas, la que luego debieron amputarle. En ese interminable bombardeo, el reloj Seiko de Félix Artuso se golpeó y se detuvo para siempre. El vidrio roto del visor mostró la fecha y la hora exacta del impacto de las bombas: 25 de abril a las 5:43 de la mañana. A las cuatro y media de la tarde, en la base científica Shackleton House, se ordenó la rendición de la tropa nacional. Esa misma noche, murió Félix Artuso por un “error trágico” de un soldado inglés.
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