El ingeniero agrónomo Esteban Takacs llegó a Washington como embajador de Roberto Eduardo Viola en octubre de 1981. Remplazó al abogado Jorge Aja Espil, ambos eran embajadores políticos. Venía de ejercer idénticas funciones en Canadá y antes había trabajado dentro del universo de la industria maderera. No pertenecía al mundo íntimo del canciller Nicanor Costa Méndez, pero conocía bien al embajador Gustavo Figueroa, convertido en esos momentos del conflicto armado en el hombre de confianza de “Canoro” Costa Méndez.
El 24 de abril, horas antes de que llegara el canciller argentino para participar en la reunión del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), mantuvo un diálogo en “off” que devuelve el clima de la época, los reparos, la confianza, las enormes dudas:
* ”A las 12 estuvo con Adalbert Krieger Vasena quien le dio un informe sobre sus gestiones en los bancos de Nueva York. El problema que hay es refinanciar la deuda en estas condiciones. Me decía Krieger que el problema no es tanto con los bancos grandes sino con los chicos, porque están muy preocupados, indecisos, y pueden provocar una disparada.”
* “Los militares nos han dejado sin alternativas diplomáticas con todos los gestos asumidos en las islas (nombrar gobernador, cambiar el nombre de la capital, etc.). Pym me parece más dúctil, más negociador que lord Carrington. Está buscando alternativas nuevas para parar la guerra, me dijo Haig.”
* Takacs se mostró quejoso. “La Cancillería ha dado indicaciones a Raúl Quijano (embajador ante la OEA) de ocuparse de todo, como si se quisiera canalizar todo a través de la OEA, olvidándose que Haig es el mediador. Costa Méndez no tenía previsto verlo. Yo lo obligué a que lo hiciera. Haig propuso la noche del 1° de abril hacerlo viajar al vicepresidente Bush para arreglar el asunto por encargo de Reagan. Cuando la invasión de produjo lo toma Haig (Secretaría de Estado) por encargo presidencial. Reagan logró hablar con Galtieri (el 1° de abril) muy a la noche, mientras yo hablaba con Haig y me contó que antes de esa hora la comunicación no había podido llevarse a cabo”.
* “El tiempo corre a favor nuestro porque Gran Bretaña se desgasta día a día. Si hubiera una nueva votación en las Naciones Unidas tendríamos más votos.”
* “Haig se está portando muy bien con nosotros. En Buenos Aires tienen una idea equivocada y creen que trabaja para Londres y no es así. Pero él me dijo, desde el primer día, que los ingleses son imparables.”
* “Estamos internacionalmente muy solos.”
* “Yo no dejo de prever que si hay enfrentamiento, Estados Unidos va a inclinarse por Gran Bretaña. Por eso tengo las valijas preparadas en previsión de un congelamiento de relaciones, retiro de embajadores u otras decisiones.”
Ese mismo 24, el embajador Takacs le envió un cable secreto -“para conocimiento exclusivo e inmediato de S.E. el S.R. Canciller”- en el que le transcribe a Costa Méndez una carta de Haig: “Estimado Nicanor. Gracias por los mensajes transmitidos por el embajador Takacs. Con referencia a su opinión que cualquier hecho de acción militar pondría fin a los esfuerzos para lograr una solución diplomática de la crisis, usted recordará que le señale el lunes que todos deberíamos estar preocupados por la posibilidad de una acción militar inminente en el área de Georgia del Sur. La idea central que quise expresarle a su embajador el miércoles, es que esta posibilidad de acción militar inminente destaca nuevamente la necesidad urgente de una solución diplomática a esta crisis. Como sé que usted comprenderá, no tenemos influencia sobre los británicos en estas cuestiones. Cualquier decisión que ellos pudieran tomar sería únicamente de ellos, sin consultarnos. Con los mejores recuerdos, sinceramente, Alexander M. Haig.”
El sábado 25 llegó a Washington la delegación argentina que participaría en la reunión de la OEA. La encabezaba Costa Méndez y estaba integrada por su jefe de gabinete, embajador Gustavo Figueroa; el director de Política, embajador Federico Erhard del Campo y el director de Organismos, embajador Arnoldo Manuel Listre. También, en representación de las FF.AA., los que se dieron en llamar, entre los periodistas, “los tres chiflados”: el almirante Roberto Benito Moya, el general Héctor Iglesias y el brigadier José Miret.
En la OEA, la Argentina tomó un discurso “latinoamericanista” después de seis años de olvido. Desde 1976 hasta 1981 se había peleado con Brasil y Paraguay; casi llegó a la guerra con Chile en 1978; a Bolivia le había interrumpido su proceso democrático, impidiendo la asunción de Hernán Siles Suazo, apoyando a Luís García Meza, un hombre ligado con el narcotráfico; con Nicaragua sus relaciones eran más que frías, ya que había oficiales argentinos apoyando a los “contras” desde Honduras; con Cuba prácticamente no tenía relaciones; con México mantenía el problema de los asilados (sin olvidar la “excursión punitiva” de militares argentinos a la capital mexicana para liquidar a la conducción montonera) y Uruguay era visto con desconfianza tras la invasión de las Malvinas. Sólo contaban, hasta ese momento, con la generosa adhesión de Perú y Venezuela. Durante las horas de debates y negociaciones en el marco del TIAR, el panameño Jorge Illueca dijo: “América Latina vuelve hoy sus ojos a la Argentina, como es seguro que la Argentina vuelve sus ojos a América Latina”.
La mañana del domingo 25, los muy pocos argentinos que leyeron el diario Convicción encontraron en su tapa el comunicado 26 de la Junta Militar que informaba que se había recibido a través de la Embajada suiza “una nota donde se informa la decisión del gobierno británico de atacar cualquier aeronave, buque o submarino argentino, que afecte el cumplimiento de la misión de la flota británica en el Atlántico Sur, haciendo extensiva esta amenaza a los aviones comerciales”.
Pocas horas más tarde se informó que se “combatía” denodadamente en las islas Georgias, y que los defensores argentinos resistirían “hasta agotar su capacidad defensiva”. Desde Londres se decía el mismo día que los efectivos detenidos en las Georgias serían devueltos a la Argentina. Los comunicados del Estado Mayor Conjunto que relataron los “enfrentamientos” en las Georgias ocuparon del nº 27 al nº 34, y fueron una clara muestra del proceso de intoxicación informativa.
El 27, la embajada americana en Londres mandó un cable cifrado a Washington observando que “con las Georgias del Sur retomadas, el gobierno de Su Majestad estaría estudiando la posibilidad de adoptar etapas militares adicionales. [...] Nosotros creemos que Su Majestad considera que un nuevo asalto a las Falklands sería un último recurso. Para poder mantener la presión sobre Argentina, el gobierno británico podría continuar manteniendo el éxito logrado en Georgias mediante una serie de acciones militares […] los británicos tienen la capacidad de atacar a naves argentinas en la zona de exclusión. Nosotros sospechamos que los británicos tienen la esperanza de que los argentinos ofrezcan dichos blancos ‘de oportunidad’ en alrededor de pocos días más”. Sin decirlo, estaban hablando del crucero ARA General Belgrano.
Con este escenario, Nicanor Costa Méndez se sentó en su banca y miró a todos los cancilleres latinoamericanos. De la gran mayoría recibió grandes muestras de afecto y solidaridad. El gran salón de la OEA estaba atestado de funcionarios internacionales, embajadores, miembros de las delegaciones, periodistas y público en general.
El TIAR, en escasas palabras, era un tratado firmado por los países latinoamericanos en 1947, pergeñado por la Administración de Harry Truman para defender al continente de toda injerencia extracontinental. Era un producto de la “guerra fría” y tenía sus ojos puestos en la Unión Soviética. Su zona de seguridad incluía a todo el continente hasta las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur. Su artículo 3° establecía que los Estados miembros consideraban que un ataque (extracontinental) contra uno de sus integrantes sería considerado un ataque contra todos, por lo tanto se comprometían a “ayudar a hacer frente al ataque”. Las sanciones a aplicar por el Tratado iban en orden creciente, desde la ruptura de relaciones diplomáticas y consulares con la potencia “extranjera” hasta el uso de la fuerza. Para acordar cada una de las sanciones se necesitaba el voto de los dos tercios de los países que lo habían firmado.
En las primeras horas del 28, el órgano consultivo del TIAR aprobó por 17 votos y cuatro abstenciones (Estados Unidos, Colombia, Chile y Trinidad Tobago) una resolución de nueve puntos que urgía a Gran Bretaña a cesar inmediatamente “las hostilidades” y a la Argentina a frenar todo tipo de actos que “puedan agravar la situación”. Llamaba a retomar las gestiones pacíficas para solucionar el diferendo y “tomaba nota” de las gestiones realizadas por el Secretario de Estado. En sus considerando reconocía la soberanía argentina sobre las islas y mantenía “abierta la Vigésima Reunión de Consulta” para “velar” por el cumplimiento de lo aprobado y “tomar las medidas adicionales que estime necesarias”.
A su término, entre otros conceptos, Costa Méndez dijo que “la Argentina negocia, negocia y negocia, menos la soberanía que ha sido ratificada por toda América”. Además que “la estrategia argentina no excluye recurrir a la ONU, a la OEA o a la guerra si nos obligan”. A su término, Costa Méndez fue largamente aplaudido de pie por los cancilleres. Haig permaneció sentado unos minutos y luego se retiro.
En medio de los debates, la delegación argentina atendía otra propuesta de negociación acercada por Haig, pero como todas las anteriores cayeron en saco roto, saltando por el aire las diferencias dentro de la delegación. El almirante Moya, exigían dar por terminadas las negociaciones, rechazar la propuesta “y hablar de otra cosa”. Los diplomáticos eran más sutiles, propugnaban considerar “inaceptable” la propuesta pero no rechazar la mediación de Haig.
El mismo miércoles 28, mientras se debatía en el Salón de las Américas de la OEA el texto de la resolución del TIAR, luego de consultar a la Junta Militar, a las 17, 45 horas Costa Méndez se entrevistó por última vez con el secretario de Estado Alexander Haig. Fue en el despacho del Secretario General de la OEA, Alejandro Orfila, y lo acompañó su jefe de gabinete Gustavo Figueroa, después de desestimar la compañía de Esteban Takacs.
Como relató horas más tarde Figueroa a un reducido grupo de periodistas, la entrevista fue “dura”. Haig no entendía que la Junta Militar volviera a rechazar otra vía de negociación, y volvió a explicar que “los países de la Organización del Atlántico Norte son los aliados naturales de los Estados Unidos y que la ‘Argentina debe retirarse de las Malvinas’”. En un momento, Costa Méndez hizo un juego de palabras insinuando un posible pedido de ayuda argentina a la Unión Soviética: “No nos obliguen a buscar otros aliados”. La respuesta de Haig a la sugerencia fue terminante: “Si usted está pensando en la Unión Soviética (‘forget it, in this side of the world’) olvídese, en esta parte del mundo, los rusos no le van a dar nada”.
En la minuta de este encuentro se dice que “Haig mantuvo silencio por bastante tiempo y finalmente lo rompió como sigue: “Los británicos han de hacer algo; quizás ya lo hayan hecho. Le estoy diciendo esto en base a fuentes de información americana. En Argentina no hay realmente conciencia de lo que pasa, recuerdo que cuando estuve en Argentina una de las personas de alta jerarquía que entrevisté me dijo que los ingleses no iban a hacer nada. Créame Señor Ministro, lo harán.”
La Memoria de la Junta Militar hará otra referencia: Haig también le dijo a Costa Méndez que la Argentina no obtendría ninguna solución a través de las Naciones Unidos, sólo obtendría “malas alianzas” y “si la Argentina entra en guerra con Gran Bretaña, nosotros, Gran Bretaña y los países de la OTAN y los del mundo occidental haremos una presión tal que el gobierno argentino caerá.”
Tras el encuentro de Costa Méndez con el Secretario de Estado, los argentinos no dijeron que estaban terminadas las gestiones de Haig: “La Argentina no considera unilateralmente terminada la misión Haig y comunicará mañana sus ideas sobre la propuesta”. La declaración aludía a una última propuesta que había presentado el gobierno estadounidense. Era un largo documento dividido en tres partes: “Memorando de Acuerdo; Protocolo por el que se constituye la autoridad interina en virtud del Memorando de Acuerdo y la Carta de Aceptación de la función de verificación”.
El trabajo fue analizado por el Equipo Especial de Trabajo en las oficinas de la Embajada Argentina en Washington y los miembros del Comité Militar en Buenos Aires. La respuesta la entregó oficialmente Takacs a Enders el 29 de abril. Durante el encuentro, el embajador Takacs presentó una larga carta del canciller afirmando que no se podía aceptar la última propuesta porque no se dan respuestas claras a la Argentina sobre la cuestión de “soberanía” y el “régimen de administración provisorio”. En esa misma reunión, el embajador argentino recibió una nota del Departamento de Estado que anticipaba la última decisión del Consejo de Seguridad de los Estados Unidos: daba por terminada la “misión Haig” y aplicaba sanciones a la Argentina.
El 30 de abril, el embajador Schlaudeman informó al Departamento de Estado que pidió conversar con el presidente Leopoldo Galtieri y que fue recibido a medianoche (29 de abril). En la ocasión, el embajador norteamericano informó que fue acompañado por el agregado militar y “ambos insistimos hasta el cansancio sobre la absoluta necesidad para la Argentina de no llevar adelante la primera acción ofensiva. Galtieri nos dijo que él había estado listo para detener dichas acciones tres veces en los últimos días, pero puntualizó que él no iba a poder sostener esa actitud mucho tiempo más. Y señaló (como todos sabemos) que la Armada estaba hambrienta de acción” (Cable “Secreto” nº 2640, del 30 de abril de 1982). Finalizado el diálogo convinieron en volverse a encontrar en la mañana siguiente para recibir una respuesta.
“Volví a ver a Galtieri esta mañana”, informó nuevamente Schlaudeman en el cable “Secreto” nº 2658 del 30 de abril de 1982. “Me dijo que había estado pensando sobre mi sugerencia de una retirada unilateral (de las fuerzas argentinas) y lo había discutido temprano telefónicamente con los otros dos miembros de la Junta. La conclusión de éstos fue que la Argentina no podía adoptar tal paso unilateralmente porque aparecía como cediendo a la presión de los Estados Unidos. Galtieri me señaló los titulares del diario Convicción, donde se leía: ‘Reagan opta por Mrs. Thatcher’. En respuesta a mi pregunta, confirmó que ello refleja la postura de la Armada”.
A renglón seguido, Galtieri dijo que “estaría muy complacido de poder anunciar una retirada de las tropas argentinas de las Malvinas si se pudiera obtener simultáneamente algo de la otra parte. A él no se le ocurría qué podía ser, pero pensaba en que podría ser una declaración de Londres señalando una actitud que emparejara su movida. Le contesté que ello me parecía improbable. No me quedó duda de que Galtieri quiere la paz. Tampoco me quedó dudas de que se encuentra sujeto a una extrema y pesada presión de la Armada”.
La situación llegaba a su punto final. Un callejón sin salida: la Argentina no podía obtener el reconocimiento británico de su soberanía sobre las islas en disputa. Tampoco que se estableciera una administración civil conjunta en las Malvinas para administrar el traspaso. Las dos partes, en caso de ceder, veían amenazados la permanencia en el poder y los Estados Unidos sentían que habían fracasado en su gestión mediadora.
El 30 de abril a la madrugada, miembros del periodismo argentino que seguía a Costa Méndez, volvían de comer en Little Italy, cuando se encontraron en la puerta del One United Nations Plaza Hotel con el brigadier José Miret, el más cuerdo de los “tres chiflados”. Era tarde y Miret estaba fumando un habano cubano. “Los americanos se corren”, dijo con voz trémula. Luego, tomándolo de un brazo a Carlos “Charly” Fernández, secretario de redacción de Convicción, hizo un aparte para decirle que los Estados Unidos habían entregado una nota a Takacs de cuyo texto surgía que las negociaciones habían caído en una situación de “sin salida”. Se pedían garantías para los ciudadanos norteamericanos en la Argentina y quedaba implícito en su texto que los Estados Unidos se aliarían con Gran Bretaña.
Pocas horas más tarde, a las 10 de la mañana, dentro de la Misión Argentina ante las Naciones Unidas, desde cuyos ventanales se puede ver el Palacio de Cristal de la ONU, entremezclados diplomáticos, periodistas y “espontáneos” escucharon a Alexander Haig decir por televisión que, a pesar de los esfuerzos diplomáticos, no se había llegado a una solución. Reveló la última propuesta de solución presentada por Washington: “Argentina no se ha dado cuenta de la importancia de la oferta en el largo plazo sobre la soberanía”, dijo Haig. Anunció la suspensión de la ayuda militar americana y otras medidas punitivas de carácter económico.
El secretario de Estado recordó que la Argentina “ha prometido garantías a los ciudadanos norteamericanos que viven en el país”. Y que “Estados Unidos responderá positivamente a peticiones de suministros de material para las fuerzas británicas. Desde luego no habrá participación militar directa de Estados Unidos”.
Casi al unísono, Ronald Reagan calificó a la Argentina de país “agresor”. En esas horas de incertidumbre, el canciller emprendió viaje a Buenos Aires. Así llegó la hora del conflicto armado.
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