Apenas se asomó a la tranquera del campo El Cardal, ese jinete que hacía años no tenía montura, no hizo más que silbar de una forma muy particular para que dos caballos apareciesen de la nada y fueran alegres como dos criaturas al encuentro de su compañero de miles de aventuras. El suizo Aimé Félix Tschiffely volvía al país y quiso reencontrarse con Gato, “de mirada infantil y soñadora”, y con Mancha, “siempre atento y mandón”, con quienes había recorrido toda América, periplo que terminó con un desfile por la quinta avenida de Nueva York.
La gestación de ese increíble periplo había comenzado cuando Emilio Solanet, dueño de la estancia El Cardal, de Ayacucho, recibió una carta de Tshiffely, en la que le exponía su plan y para ello necesitaba comprarle un par de animales para demostrar la nobleza y superioridad del caballo criollo por sobre el resto.
La primera impresión de Solanet es que el hombre no llegaría ni a Rosario. Pero Aimé había dado con la persona indicada, ya que Solanet, médico veterinario, profesor universitario, era un apasionado criador. Su primera reacción fue negarse al pedido de este docente de educación física que ejercía en el colegio quilmeño de San Jorge.
El suizo estaba entusiasmado, más aún después de leer relatos de gauchos y de la pampa de Robert Cunnighame Graham. Solanet, con los pies en la tierra, accedió, pero sometió a Tschiffely a un duro entrenamiento sobre la montura, que incluía largas cabalgatas bajo un sol ardiente, lluvias torrenciales o fuertes vientos.
Cuando evaluó que el suizo estaba preparado, le regaló dos caballos de la tribu del cacique tehuelche Liempichún, en Colonia Sarmiento, Chubut. Gato era un bayo gateado de 16 años que había sido domesticado rápidamente y Mancha un overo rosado, de 15, más arisco y con todas las características de un perro guardián.
La partida fue el viernes 24 de abril de 1925 desde las puertas de la Sociedad Rural. En su mochila, Tschiffely llevaba mapas, una brújula, un barómetro, dinero, una manta, un Winchester, una carabina y un revólver. Había decidido llevar a un perro, pero al ver que los caballos se ponían nerviosos con él, quedó en Buenos Aires.
Muchos de los que fueron a despedirlo se mostraron incrédulos por la travesía que emprendería. En medio de sonrisas socarronas, jinete y caballos enfilaron hacia Rosario, luego pasaron por Santiago del Estero, Tucumán y Jujuy. Acorde al detallado relato que escribió para la revista Caras y Caretas a su regreso, contó que 39 días después había llegado a Perico del Carmen, en Bolivia. Allí debió permanecer cinco semanas internado al contagiarse una enfermedad luego de haber explorado antiguas tumbas indígenas.
Fue difícil el trayecto hacia La Paz y usaba los lechos secos de los ríos para evitar la densa vegetación. En este tramo se quejó de la poca hospitalidad de las etnias quechua y aymará porque no le prestaron ayuda ni le indicaron el camino a seguir.
La preocupación del jinete era la de enfrentar las dificultades para alimentar a los caballos, que hasta comían hojas secas. Tschiffely aprendió a conocer a sus fieles amigos: Gato era manso y humilde, al que siempre le pasaban todas: caídas, rodadas y tropiezos; mientras que Mancha era el más precavido, el que antes de dar un paso sobre un terreno al que no veía seguro, estiraba la pata izquierda y paraba las orejas.
Mancha era el que desconfiaba de los extraños, no se dejaba ensillar ni montar por nadie, salvo por Tschiffely y dominaba a Gato, mucho más dócil. “Si mis dos criollos tuvieran la facultad del habla y la comprensión humana, iría Gato a contarle mis problemas y mis sentimientos; pero si quisiera salir y hacer ronda con estilo, sin duda iría con Mancha”.
Era tanto el apego de los animales por el suizo que nunca tuvo la necesidad de atarlos.
Luego de descansar en La Paz, pasaron por el sur del lago Titicaca, Cuzco y Ayacucho, por alturas que llegaban a los cuatro mil metros. De Ayacucho a Lima el trayecto fue un verdadero infierno. A la altura y el calor, Tschiffely le quedó el recuerdo de los mosquitos y otros insectos que se ensañaban con él y con los animales.
En una parte del trayecto, el guía que los acompañaba desapareció en medio de una fuerte tormenta de nieve, y los caballos estuvieron perdidos cuatro días en la montaña. Tuvieron un merecido descanso en la capital del Perú, donde arribaron el 6 de enero de 1926.
Le costó hallar agua cuando bordeó la costa del Pacífico. En Quito se quedaron unos 25 días. Debían reponer fuerzas porque sabía que hasta Colombia había muy malos caminos. Y cuando el suizo arribó a Medellín, le advirtieron que le sería imposible pasar por tierra a Panamá por los grandes pantanos del valle del río Atrato. Con un vapor llegaron a Colón el 24 de noviembre de ese año y descansaron en la base militar norteamericana. Los caballos fueron atendidos por veterinarios porque ambos tenían una enfermedad en la piel.
La siguiente etapa no sería mejor que las anteriores. Pequeños senderos, cortados por riachos, arroyos y pantanos. Para llegar a Costa Rica, lo auxiliaron dos guías para orientarlo en la espesa selva de Talamanca y abrirse paso a machete. Había días en que no alcanzaban a recorrer ni un kilómetro.
Los indígenas le enseñaron a cazar monos, los que se pelaban con agua caliente y se guisaban con yuca y plátanos. Cuando había suerte comía patos silvestre y puercos de los montes.
Luego de que hombre y animales sufrieran varias caídas al cruzar el cerro de la Muerte, en Costa Rica, el 15 de abril de 1927 alcanzaron la ciudad de San José. Tuvieron que ir a El Salvador en barco, ya que transitar por Nicaragua era extremadamente peligroso: había una guerra civil y ambos bandos estaban escasos de caballos.
En México, un clavo mal puesto por un herrero lastimó una pata de Gato. Fue asistido en Tapachula, una localidad del Estado de Chiapas, y luego llevado a la ciudad capital. Tschiffely debió comprar un caballo para transportar la carga.
A la altura de Jalisco, tuvo la compañía de una escolta militar por la cantidad de bandidos que dominaban la región. Sin embargo, el intenso calor hizo que cuando llegaron a Oaxaca solo llegara un pequeño puñado de ellos, ya que la mayoría los había abandonado. Para colmo de males, Tschiffely contrajo paludismo.
Cuando el 2 de noviembre de 1927 entró a la ciudad de México, lo recibió una multitud. Al frente estaba Gato, ya curado, con un collar de flores que pendía de su cuello. Ya el suizo era una suerte de héroe nacional, al punto que organizaron una corrida de toros y fiestas en su honor.
En Texas tuvo problemas para obtener agua y forrajes y, cuanto más se adentraba en Estados Unidos, más se veía obligado a cambiar de ruta, ya que los automóviles espantaban a los animales. En la ciudad de Saint Louis, Tschiffely debió dejar nuevamente a Gato y terminó el periplo solo con Mancha, en Washington.
A pesar de determinar que en esa ciudad había finalizado el viaje, fue con su caballo en ferry hasta Nueva York, donde hizo un recorrido triunfal con Mancha por la quinta avenida. En las escalinatas del City Hall fue recibido por el alcalde James John Walker y le organizaron un homenaje.
Como en esos días se desarrollaba una exposición equina en el Madison Square Garden, los caballos fueron exhibidos allí por unos días. En Washington, Tschiffely fue recibido por el presidente Calvin Coolidge en la Casa Blanca.
Rechazó la oferta de un coronel millonario de comprarle los animales por un dineral. “Prefiero volver pobre pero con ellos, a volver millonario pero sin mis dos bravos y fieles caballos criollos”. Jinete y animales retornaron a Buenos Aires en el vapor “Pan America”; lo iban a hacer en otro que terminaría naufragando. Llegaron a la Dársena Norte el 20 de diciembre de 1928.
Habían recorrido en dos años y medio algo más de 17 mil kilómetros en 494 etapas.
Le propusieron exhibir a los caballos en el zoológico de la ciudad, pero quiso que continuaran sus vidas en el campo de Ayacucho, de donde habían partido. Tschiffely permaneció un tiempo en el país y donó sus pertenencias y recuerdos del viaje al Museo de Luján. Lamentó haber perdido en algún punto de la travesía una cabeza reducida de mujer, regalo de los jíbaros. En 1933 se casó con Violet Hume, viajó a Estados Unidos y luego se estableció en Gran Bretaña y escribió varios libros.
Gato moriría el 17 de febrero de 1944 a los 36 años y Mancha el 24 de diciembre de 1947, a los 40. Los enterraron en El Cardal. Por indicación de Solanet, un taxidermista rescató sus cueros y ambos caballos se exhiben en el Museo del Transporte de Luján.
El jinete suizo falleció en Londres el 5 de enero de 1954. El 13 de noviembre de ese año llegaron sus restos al país y fue inhumado, en medio de un impresionante homenaje gauchesco, en el cementerio de la Recoleta.
En Argentina, el 20 de septiembre fue declarado Día Nacional del Caballo, en homenaje a la fecha que culminó el histórico periplo. Desde el 22 de febrero de 1998 las cenizas de Tschiffely descansan en El Cardal, en el mejor de los lugares, junto a sus fieles amigos.
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