Para quienes fueron niños en los ‘80 la serie televisiva Cosmos, idea y conducción de Carl Sagan, el Maradona de los nerds, significó un portal hacia el maravilloso e inquietante mundo de los cielos negros, los planetas coloridos y el vacío infinito. Para los no tan niños también. Sagan, astrofísico de la Universidad de Harvard, autor de decenas de libros, cautivó a toda persona curiosa que buscara respuestas escépticas y a la vez esperanzadoras sobre el angustiante misterio de la vida.
Hizo fácil lo difícil en medio del mar inmenso de las incertidumbres existenciales, porque más allá de su inteligencia superior para estudiar la vida cósmica, dominó el lenguaje popular. Tuvo el carisma de un profesor al que invitarías a un asado de amigos, pero de quien nunca te imaginarías que aceptaría fumar marihuana y mucho menos fuese un convencido defensor de la legalización de la marihuana. Hasta que te das cuenta que esa forma poética de explicar sencillo lo intrincado, claro, podía tener que ver con las enseñanzas psicotrópicas de la planta milenaria.
Sagan investigó estrellas, tiempo y espacio y lo tradujo para todos y todas. Podía dar clases en Harvard, ganar un Pulitzer, conducir un éxito mundial televisivo (todo esto pasó tal cual) y también escribir un ensayo memorable sobre los efectos particulares que le generaba fumar marihuana, una planta que lejos estaba de la idea construida sobre un mal que acecha el apacible sueño americano.
Aunque desde joven consideró que la planta lo ayudó a ser un hombre más sensible y amable, con un mejor aprecio por el arte, por la comida, la música, el sexo e incluso por la religión, nunca admitió ante el gran público su relación con ella.
En 1969, por pedido de su amigo el psiquiatra y profesor emérito de Harvard Lester Grinspoon (1928-2020), aceptó redactar un breve ensayo sobre la experiencia de la marihuana y el absurdo de la prohibición. “La mayor sensibilidad en todas las áreas me da un sentimiento de comunión con mi entorno, tanto animado como inanimado (...) El cannabis nos trae la conciencia de que a lo largo de nuestra vida somos entrenados para irnograr lo que nos rodea, para olvidar y apaciguar nuestras mentes”.
Tenía 35 años Carl Sagan cuando escribió esta frase detrás de la máscara del misterioso Mr. X, en el último capítulo del libro “Marihuana reconsiderada”, de Lester Grinspoon. Editada por primera vez en 1971, es la primera obra de la modernidad que recopila historias de personas enfermas y análisis científico y empírico sobre los beneficios medicinales de la planta. Su salida coincidió con lanzamiento por parte del gobierno de Estados Unidos de “la guerra contra las drogas”, obra prohibicionista y gracia del ex presidente Richard Nixon, todavía vigente en la actualidad en gran parte de los países occidentales, incluida la Argentina.
En la introducción del capítulo firmado por Mr. X, Grinspoon, que se convertiría en un referente de la legalización admirado hasta por John Lennon, mantuvo el misterio de su identidad y solo aclaró que se trataba de un científico prestigioso, casado, con hijos, que pedía respetar su anonimato.
Más allá de evitar la exposición personal porque temía que perjudicara su prestigiosa carrera científica, Sagan sentía el impulso de pulverizar argumentos muy instalados en esa época sobre los efectos nocivos del cannabis, en general sensacionalistas y fantasiosos que sólo ayudaban a profundizar odios y rechazos hacia ciertas minorías.
“Me parece que la mayoría de las percepciones que obtengo cuando estoy drogado son sobre temas sociales, un área de la erudición creativa muy diferente de aquella por la que generalmente se me conoce. Puedo recordar una ocasión, mientras me duchaba con mi esposa drogado, en la que tuve una idea sobre los orígenes y las invalideces del racismo en términos de curvas de distribución gaussianas. Era un punto obvio en cierto modo, pero del que rara vez se hablaba. Dibujé las curvas con jabón en la pared de la ducha y fui a escribir la idea. Una idea llevó a otra, y al cabo de aproximadamente una hora de arduo trabajo descubrí que había escrito once ensayos breves sobre una amplia gama de temas sociales, políticos, filosóficos y biológicos humanos. Los he usado en discursos de graduación universitarios, conferencias públicas y en mis libros”, escribió desde el anonimato.
Carl probó por primera vez pasados los 30 años, un período de su vida que consideraba más relajado, en el que sentía que había vida más allá de su obsesión científica, a pesar de que era un hombre que trabajaba hasta 18 horas por día con el fin de sacar del estancamiento a la ciencia la planetaria en la década del 70. Carl buscaba salir del ensimismamiento con nuevas experiencias y aceptó el convite de amigos que ya tenían una relación amable con la marihuana. Tuvo que probar más de seis veces hasta que sintió los efectos embriagadores de la planta. Creyó al principio que se trataba de un placebo.
“Mis experiencias iniciales fueron completamente decepcionantes; no hubo ningún efecto, y comencé a considerar una variedad de hipótesis acerca de que el cannabis era un placebo que funcionaba por expectativa e hiperventilación en lugar de por química. Sin embargo, después de unos cinco o seis intentos fallidos, sucedió. Estaba acostado boca arriba en la sala de estar de un amigo (...) Desde entonces he fumado de vez en cuando y lo disfruto muchísimo. Amplifica sensibilidades aletargadas y produce lo que para mí son efectos aún más interesantes”, escribió en el primer largo párrafo, Mr. X., donde revela las estimulaciones visuales y conscientes de los primeros efectos de los cannabinoides en su organismo, antes de que el búlgaro Raphael Mechoulam descubriera en Israel que el cerebro de los vertebrados tiene receptores específicos para las moléculas de la planta.
Esos efectos interesantes están relacionados a la apreciación del arte y a su vida sexual. “La experiencia con el cannabis ha mejorado mucho mi aprecio por el arte, un tema que nunca antes había atendido mucho. La comprensión de la intención del artista que puedo lograr cuando estoy drogado a veces se traslada a cuando estoy deprimido. Esta es una de las muchas fronteras humanas que el cannabis me ha ayudado a atravesar”, relató, en particular sobre sus observaciones de la obra surrealista del belga Tanguy.
Lo mismo le ocurrió con la música: “Por primera vez he podido escuchar las partes separadas de una armonía a tres voces y la riqueza del contrapunto. Desde entonces descubrí que los músicos profesionales pueden fácilmente mantener muchas partes separadas funcionando simultáneamente en sus cabezas, pero esta fue la primera vez para mí”. Y el disfrute de la comida: “Se amplifica; emergen sabores y aromas que, por alguna razón, normalmente parecemos estar demasiado ocupados para notar. Soy capaz de prestar toda mi atención a la sensación. Una papa tendrá una textura, un cuerpo y un sabor como el de otras papas, pero mucho más”.
Y el sexo: “Por un lado, proporciona una sensibilidad exquisita, pero por otro lado pospone el orgasmo: en parte distrayéndome con la profusión de imágenes que pasan ante mis ojos. La duración real del orgasmo parece alargarse mucho, pero esta puede ser la experiencia habitual de expansión del tiempo que se produce al fumar cannabis”.
Sagan, o el Señor Equis, admitió que la marihuana le servía como puerta para autoanálisis psicológico basado en viajes interiores a su infancia, a determinados momentos trascendentales de su vida. En el ensayo, el autor admite que por momentos se sensibiliza en su interior una cuestión religiosa. “A veces me invade una especie de percepción existencial del absurdo y veo con terrible certeza las hipocresías y las poses mías y de mis semejantes. Y en otros momentos, hay otro sentido del absurdo, una conciencia lúdica y caprichosa. Ambos sentidos del absurdo se pueden comunicar, y algunos de los momentos más gratificantes que he tenido han sido compartir conversaciones, percepciones y humor.
El astrofísico incluso se sintió animado a ir hacia los rincones osuros de la psiquis en los que la extrema conciencia del ser puede ser una invitación a un viaje de ida. “Una idea de cómo es realmente el mundo puede ser enloquecedora; el cannabis me ha traído algunos sentimientos sobre lo que es estar loco y cómo usamos la palabra ‘loco’ para evitar pensar en cosas que son demasiado dolorosas para nosotros. En la Unión Soviética, los disidentes políticos son colocados rutinariamente en manicomios. El mismo tipo de cosa, quizás un poco más sutil, ocurre aquí”, escribió.
“Cuando fumaba, Carl era la misma persona maravillosa, solo que decididamente más relajada. Usó la marihuana como un estimulante para la creación”, contó Grinspoon que, de hecho, empezó a escribir “Marihuana reconsiderada” en el intento de encontrar razones para, desde su prejuicio, decirle a Sagan y a otros colegas de Harvard que la marihuana los iba a matar. Grinspoon se encontró con historias parecidas a la de su amigo y su mente cambió.
“Yo, como físico, veía aquello y me preocupaba mucho. Padecía de cierta especie de arrogancia que a veces sufren los médicos. Se supone que los doctores tienen automáticamente que ser expertos en drogas, así que me encontré a mí mismo repitiendo las cosas que el gobierno decía de la marihuana, diciéndole a ese maravilloso grupo de personas que me preocupaba el pernicioso efecto de la marihuana en su salud. Porque yo creía a ciegas que la hierba era una droga muy dañina”, dijo en una entrevista años atrás.
Grinspoon reconsideró su mirada sobre el cannabis y Sagan escribió en su libro, bajo la piel de X. “El cannabis permite a los no músicos saber un poco sobre lo que es ser músico, y a los no artistas captar los placeres del arte. Pero no soy ni artista ni músico. ¿Qué pasa con mi propio trabajo científico? Si bien encuentro una curiosa aversión a pensar en mis preocupaciones profesionales cuando estoy drogado (las aventuras intelectuales atractivas siempre parecen estar en cualquier otra área), he hecho un esfuerzo consciente para pensar en algunos problemas actuales particularmente difíciles en mi campo cuando estoy drogado. Funciona, al menos hasta cierto punto”.
Su defensa al principio fue en silencio, o reservada a los episodios de la privacidad. Ya en el ocaso de su vida, en la mitad de los 90, sin confesar del todo su historia cannábica, Sagan, enfermo de un raro cáncer en la sangre, alabó abiertamente el uso medicinal para pacientes oncológicos. Pero nunca admitió que él era Mister X. Eso lo hizo Grinspoon en 1999 ante el periodista William Poundstone, que trabajaba en su libro “Carl Sagan: Una vida en el cosmos”, tres años después de la muerte del astrofísico que armó los “discos de oro” de las dos naves espaciales de la misión Voyager, aquella que dejó música terrícola flotando en el espacio.
Para Grinspoon, su amigo Carl “poseía un gran sentido del humor que aparecía de verdad en esos momentos. Le encantaba fumarse un porro antes de salir a cenar porque estimulaba su apetito. Y siempre era elocuente. Podía hablar de manera espontánea como ninguna otra persona a la que yo haya conocido. Siempre lo pasábamos bien cuando estábamos colocados, y teníamos unas conversaciones maravillosas. Fumar con Carl era muy estimulante”, dijo el psiquiatra y aclaró: “También era el individuo más trabajador que jamás haya conocido. Cuando la gente trata de decir que la marihuana te vuelve menos productivo, o perezoso, o lo que sea, yo siempre pienso en él”.
Cuando Sagan leyó finalmente “Marihuana reconsiderada” felicitó a su amigo Lester pero le hizo una observación, le marcó un error. Grinspoon veía el fin de la legalización para los años 80. Carl, en cambio, lo desafió: “Decís que la prohibición de la marihuana terminará en un plazo de diez años. Pero eso va a suceder dentro de dos. ¡No puede sobrevivir mucho más que eso!”, le dijo, según contó el propio autor.
Ya lo había escrito el propio Mr. X: “Espero que no pase demasiado tiempo. La ilegalidad del cannabis es escandalosa, un impedimento para la plena utilización de una droga que ayuda a producir la serenidad y la perspicacia, la sensibilidad y el compañerismo que tan desesperadamente se necesitan en este mundo cada vez más loco y peligroso”.
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