Delirio o fake news, la idea habría surgido en un congreso internacional sionista celebrado en Suiza a comienzos de la década del setenta. La teoría abordaba una conspiración judía, un plan macabro y secreto que consistía en neutralizar la soberanía argentina y chilena en la Patagonia, apoderarse del territorio sur del continente y fundar allí una nueva Israel. El Estado se llamaría “Andinia” y el proyecto, “Plan Andinia”: un mito del antisemitismo local, que reparaba en las viejas suposiciones de Los protocolos de los sabios de Sion, e increíblemente primer objetivo de Iosi o de José Alberto Pérez como espía de la Policía Federal Argentina.
José Alberto Pérez nació en el barrio porteño de Flores en 1960. Cursó la primaria en una escuela estatal y la secundaria en un colegio industrial. Se recibió de técnico en óptica. Quiso entrar a la Fuerza Aérea cuando tenía veinte años pero para ello debía radicarse en Córdoba. Desistió. Sin embargo, mantuvo su interés en hacer carrera en alguna fuerza de seguridad. Su cuñado era policía. En 1985 ingresó acomodado a la Policía Federal Argentina: lo asignaron al área de Inteligencia.
Trabajaba en el edificio de Moreno 1417, donde funcionaba la Superintendencia del Interior, Delitos Federales y Complejos de la Policía Federal, hoy sede del Ministerio de Seguridad de la Policía Federal Argentina. Su primera misión fue hacer informes sobre dirigentes sindicales en su labor de agente en la sección “gremial” del área “asuntos laborales” del departamento de Inteligencia. Hasta que le preguntaron si se animaba a tareas de infiltración: primero, los vínculos de grupos de izquierda con el Medio Oriente, y más tarde los presuntos propósitos sionistas para dominar la región con el “Plan Andinia”, una alucinación heredada del gobierno militar. “La gente que me entrenó pensaba que eso era cierto, que existía esa conspiración”, dijo años después en una entrevista firmada por el periodista Gabriel Levinas y publicada por Perfil.
José se transformó en Iosi, el apelativo hebreo del nombre. Se preparó para ser un judío más. Dedicó horas a la lectura en la biblioteca del Congreso. Se mudó a la biblioteca de Hebraica. Estudió durante tres años el idioma hebreo. Se presentaba como un judío que quería regresar a Israel: les hizo creer que era hijo de un matrimonio mixto y que quería recuperar sus orígenes. Lo derivaron a hacer cursos básicos para emprender la alía, el término referido a aquellos judíos que desean retornar a la tierra del judaísmo.
Su trabajo de infiltración había comenzado. Suponía una estrategia de inteligencia a largo plazo. Él se describió como un agente “dormido”. Se involucró, primero, en un movimiento universitario de derecha con la venia de una mujer que había conocido en los cursos de hebreo. Se convirtió, muy a su pesar, en uno de los referentes ideológicos del grupo. “En mi actividad inicial, si bien no quería destacarme, los que somos entrenados tenemos que ser líderes. Recuerdo que se nos entrena para sobrevivir solos”, expresó en una entrevista concedida en 2008.
Algo pasó. Cometió errores. Debió evacuar esa ruta de espionaje. Para 1987, en vísperas de las elecciones de la Organización Sionista Argentina (OSA), buscó sumergirse entre grupos izquierdistas. Se infiltró en los medios de comunicación de la comunidad, se suscribió a revistas de corte progresista. Dice haber conocido, en estos espacios, a gente que tenía la misma pasión que él, en sus distintas actividades. Supo que el grupo universitario de izquierda se diluía porque varios de sus integrantes habían emprendido la aliá. Tenía, por entonces, 28 años y una idea: reagrupar a los integrantes que quedaban en una sección autogestionada, sin líderes ni escalafones.
Ser el referente sin serlo. Junto a un grupo reducido, condujeron actividades culturales, sociales y recreativas con anclaje en un edificio de la calle Junín, en donde también funcionaba el medio Nueva Sion. Eran jóvenes idealistas, comulgaban con las mismas ideas. Se llamaban Ofakim, que en idioma hebreo significa horizontes. Dos años después, conoció a Alicia Letziki, maestra de hebreo. Se casaron en 1993, a espaldas de sus jefes, cuando él ya había tomado cursos de contrapropaganda antisemita y de seguridad con expertos israelíes, y ya había iniciado en el seminario rabínico el proceso para hacer la conversión. Lo resume en su confesión: “Fuimos al templo de la calle Varela con el rabino Mauricio Walter. Le contamos todo, que yo había ingresado en la comunidad, no le expliqué mis funciones de buscar los protocolos ni el plan Andinia, claro. Toda mi vida giraba en torno a la comunidad, mi vida afectiva, mi vida social”.
Él reportaba a una tal Laura, una agente de profesión periodista de aproximadamente cuarenta años que seguramente no se llamaba Laura. Él tampoco era Pérez. Se encontraban en confiterías que estuviesen abiertas todo el día. El trato era semanal, aunque no fijo. Una vez por mes se reencontraban todos los agentes de inteligencia para evaluar sus posiciones. Su información se reducía a todo lo que se “hablaba” y todo lo que se “veía” en su comunidad. Laura era más que su superior: “Fuera de mis padres, era el único lugar donde yo era José, era mi cable a tierra con la realidad”.
A Laura la desplazaron a comienzos de la década del noventa. Él pasó a tratar también “asuntos extranjeros”. Le asignaron un nuevo superior: Julio.
El martes 17 de marzo de 1992 una camioneta cargada con explosivos causó 29 muertos y 242 heridos: fue el atentado a la Embajada de Israel. Iosi era el secretario de actas de la Organización Sionista Argentina y acudía asiduamente a la embajada: ese día no fue. “Cualquiera que se infiltre tiene que tener una cobertura. Yo trabajaba de auxiliar contable en la confitería Los Dos Chinos, en la parte de contaduría. Arranqué en el ‘86 al ‘88 en una distribuidora de jugos de Río Negro, y desde el ‘88 al ‘93 en Los Dos Chinos”, explicó.
Colaboró en la recolección de escombros y en el rescate de documentación tras el atentado a la embajada. Se le despertó, automáticamente, una suerte de revelación. Empezó a tener dudas sobre su participación y su incidencia en los hechos. Empezó a dudar de Laura. Empezó a sospechar de la injerencia de la “pata local”. Cuestionó la casualidad de que la consigna policial, en ambos atentados, se haya retirado poco antes de las explosiones. Esas y otras suspicacias lo atormentaban. Ya para el año siguiente, desbordado psicológicamente, se casó y pidió la baja. Se la dieron, pero a cambio de más información. El lunes 18 de julio de 1994 una bomba provocó 85 muertes y 300 heridos: fue el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Alicia, su esposa, debía haber estado allí, pero se retrasó. A la Justicia le dijo que supo de refacciones que se iban a hacer en la AMIA y que le envió los planos a sus superiores.
Sus funciones terminaron oficialmente a finales de siglo. Había trabajado como responsable de seguridad en el colegio Hertzlia y en el centro comunitario Tzavta. El agente del servicio de inteligencia de la Policía Federal estuvo más de quince años infiltrado en la comunidad judía. El arrepentimiento le llegó rápido. Se había consustanciado con aquellos a los que debía espiar, había vivido en la piel de uno de ellos, se había enamorado de una mujer judía, había estudiado con esmero sus tradiciones, su idioma, la historia del pueblo judío. Ya no confiaba en la Justicia argentina ni en sus superiores.
En 2002, recurrió a un viejo conocido del medio progresista de la comunidad judía Nueva Sion. Horacio Lutsky era su director. Iosi le confesó que en verdad no había nacido de vientre judío ni quería alistarse para la alía, sino que había sido un espía de la Policía Federal. Lutsky convocó a la periodista Miriam Lewin. Juntos intentaron conseguir asilo en el extranjero para él: “Realizamos innumerables gestiones a nivel local e internacional para intentar sacar a ‘Iosi’ del país y crearle razonables condiciones de seguridad para que pudiera explayarse sobre todo lo que sabe”, escribieron en una nota publicada en Página 12 en 2017. Juntos también escribieron Iosi, el espía arrepentido, lanzado en diciembre de 2015.
Antes, habían recurrido al periodista Gabriel Levinas para gestionar un escudo de protección al ex espía. Grabaron en 2008 un video para preservar la información y el testimonio. Levinas desconoció, según los autores, un pedido de confidencialidad y, luego de seis años, difundió el material en concepto de exclusiva. Sirvió para la promoción de la reedición de su libro La ley bajo los escombros, para que Iosi se presentara a declarar formalmente ante la Justicia y para acelerar la inclusión del ex agente de inteligencia al Programa de Protección de Testigos. La intervención de Nilda Garré, por entonces ministra de Seguridad de la Nación, y la del fiscal Alberto Nisman no contribuyeron a ningún esclarecimiento de su participación en los atentados.
José Alberto Pérez vive con algún pseudónimo en algún lugar desconocido del interior del país. En el libro de Lewin y Lutsky, que fue la base para la flamante serie Iosi, el espía arrepentido -dirigida por Daniel Burman y protagonizada por Natalia Oreiro-, admite: “Pienso, estoy casi seguro, de que mi lugar fue ocupado por otros después de mi salida. Quién sabe si por más de uno. Es ingenuo pensar que no es así”. Su testimonio son insinuaciones. El libro -y la investigación- de Lewin y Lutsky aborda la trama de un espía de las fuerzas de seguridad infiltrado en una comunidad en el mismo tiempo y espacio en el que se desataron dos atentados contra esa comunidad, con un saldo de más de cien víctimas fatales.
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