Cuando el jueves 15 de abril, cerca de las 22.30, Haig volvió a pisar tierra argentina el ambiente, según lo notó, era otro. “La prensa había adoptado un tono más notoriamente sombrío y belicoso”. “Había un clima menos optimista”. Todo estaba “oscurecido por el fervor patriótico”. Según el secretario de Estado, traía una propuesta que había sido aprobada en Londres que “pedía el retiro de los argentinos de las islas; la detención de la flota británica a una distancia de 1.000 millas de las Malvinas; una administración interina mixta argentino-británica con los Estados Unidos también presentes en las islas, y el cese total de las sanciones económicas y financieras, y que garantizaba completar la negociación sobre la cuestión de soberanía para el último día del año 1982″.
En esas horas, el periodista Carl Bernstein, a través de ABC News informó a la audiencia que los Estados Unidos estaban brindando información satelital de inteligencia a la flota británica. “¿Podrá Alexander Haig continuar con su gestión de ‘buenos oficios’?”, se preguntó el periodista.
Haig y Galtieri antes de la reunión con la Junta Militar
Ante esta filtración, el secretario de Estado de Asuntos Latinoamericanos, Thomas Enders, lo llamó al embajador Esteban Takacs para negar la noticia y explicarle que “desde el comienzo de la situación planteada en las Malvinas se habían dado instrucciones en el sentido de no proporcionar ningún tipo de datos a la inteligencia militar de Gran Bretaña, si hubiese sido así, independientemente de la acción interna, se darían seguridades de inmediato a nuestro gobierno de que ello no volvería a suceder”.
El embajador Takacs informó por cable “S” Nº 1010. Justo es decir que nadie le creyó a Enders. A cuarenta años de aquellos acontecimientos nadie niega que la Operación Corporate que avanzaba sobre Malvinas tenía apoyo satelital de los EE.UU.
A las 23.40 del mismo día, desde Washington fue emitido un cable secreto hacia Buenos Aires “para conocimiento exclusivo del canciller”. Faltaban apenas unas horas para que arribara por última vez el secretario de Estado. El texto del mensaje escrito por Takacs informaba que siguiendo instrucciones de Nicanor Costa Méndez, mantuvo un encuentro con el senador de Carolina del Norte, Jesse Helms y sus asesores. “Durante las conversaciones mencionaron las dificultades que plantean para la gestión del secretario Haig las influencias de personas y grupos, uno de los cuales manifestó ante distintas personalidades que en caso de conflicto Estados Unidos debe ponerse del lado británico y que el presidente (Ronald) Reagan está siendo influido por una creciente campaña que objeta la gestión amistosa hacia la Argentina.”
Luego, Takacs dice que Helms y sus asesores “sugieren que a más tardar hoy 14 de abril, antes del viaje del secretario Haig o mañana durante su presencia en Buenos Aires, el presidente (Leopoldo) Galtieri se comunique con el presidente Reagan. El aspecto central de la conversación sería comunicar la predisposición argentina a encontrar una solución al diferendo alrededor de los términos de la Resolución 502, ratificando su disposición para buscar una solución pacífica. También [debería] incorporar todo elemento que se considere conveniente, reiterando lo referente a eventuales fórmulas destacando que el fin del colonialismo en América, iniciado por [los] americanos en 1776 se termina en el extremo sur del continente americano el 2 de abril”.
La conversación entre Galtieri y Reagan no se puede entender sin tener en cuenta el texto del cable de Esteban Takacs a Costa Méndez con los consejos de Jesse Helms. El senador por Carolina del Norte siempre fue considerado un “amigo” de los regímenes militares del Cono Sur. Especialmente de sus sectores más conservadores. Era presidente de la importante Subcomisión Parlamentaria de Asuntos del Hemisferio Occidental y desde allí condenó con furia al gobierno sandinista de Nicaragua; la Cuba de Fidel Castro y los avances de la guerrilla marxista del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional de El Salvador. Estuvo siempre al tanto, detalladamente, de las operaciones de los “contras” que operaban desde Honduras contra la Junta sandinista. No desconocía el trabajo de los asesores militares argentinos en América Central y, en virtud de ello, llegó a comunicarse en varias ocasiones con el jefe del grupo en Tegucigalpa. Como observó Haig en sus Memorias, “Galtieri había sugerido al embajador Shlaudeman que Washington debía dar su visto bueno a la invasión como reciprocidad por el apoyo argentino a los Estados Unidos en el hemisferio Sur”.
A las 19 horas del jueves 15 Galtieri estableció contacto telefónico con su colega norteamericano. Luego de una corta introducción, el presidente argentino expresó su deseo de impedir que continúe “un mayor deterioro de esta situación. y buscar una solución aceptable dentro de la Resolución 502 de las Naciones Unidas y teniendo en cuenta antecedentes existentes sobre este problema, ya sea en forma bilateral, desde hace 150 años, como así también todo lo tratado al respecto a través de las Naciones Unidas durante los últimos 17 años en lo que a descolonización en el mundo se refiere. [...] Existe la mejor buena voluntad del gobierno argentino, pero yo deseo también interprete que el avance de la flota y los medios ingleses hacia el océano Atlántico Sur no sólo están poniendo cada vez más en peligro la situación en el Atlántico Sur sino que tiene el peligro de envolver a otras naciones en este tema que no quisiera que fuera interferido por otros intereses. Las relaciones establecidas entre ambos gobiernos, acentuadas en estos últimos tiempos entre nuestras dos administraciones son tan estrechas; es firme deseo nuestro de continuarla en todos los aspectos de la vida internacional y temo que si las hostilidades inglesas continúan hacia el Atlántico Sur se puede ir de las manos y de nuestro control transformándose en un tema en extremo delicado en todo el mundo”.
Reagan contestó: “[...] Yo concuerdo que una guerra en este hemisferio entre dos naciones amigas de EE.UU. es cosa impensable, sería una tragedia, un desastre para el mundo occidental, la única parte que podría beneficiarse en este tipo de conflicto sería la Unión Soviética y sus aliados esclavos”.
Fue una extensa conversación, en la que Galtieri tenía un formato preparado por los consejos de Helms a Costa Méndez. No hay duda. De parte del presidente de los Estados Unidos, su preocupación era impedir cualquier influencia de Moscú en el conflicto; desvirtuar posibles “fisuras” en la relación con Argentina (a partir de las filtraciones sobre ayuda de inteligencia al Reino Unido) y reafirmar el papel del mediador Haig en las negociaciones. El diálogo presidencial no agregó nada más.
El 14 de abril, pocas horas antes de iniciar su segunda visita a Buenos Aires, Haig le escribió un informe al presidente Ronald Reagan, en el que deja traslucir su visión y el escenario del conflicto, tras haberse cumplido 12 días de la ocupación de las Islas Malvinas. Del trabajo se destacan las siguientes ideas:
* El objetivo es “encontrar un camino que le permita a Galtieri retirarse con honor. Las claves para la solución son el carácter de las normas provisorias (interinas) y el alerta entre la demanda argentina de soberanía y la insistencia británica de la autodeterminación (de los isleños) para la negociación de un acuerdo final”.
* “Estoy convencido de que la señora Thatcher desea una solución pacífica y que estaría complacida de darle a Galtieri ‘una hoja de parra’ con tal de que (o a condición de que) ella no tenga que violar ninguna promesa hecha al Parlamento, es decir: retirada, restauración de la Administración Británica y protección del Derecho de Autodeterminación (de los isleños). [...] Sólo la diplomacia en combinación con las amenazas podría tener éxito. [...] Hasta dónde ella (Thatcher) puede conceder antes de poner en peligro su gobierno.”
* “El problema que enfrenta Galtieri es que la población argentina está tan entusiasmada que él mismo se ha dejado poco espacio para maniobrar. Se encuentra obligado a mostrar algo que justifique la invasión, sobre la cual muchos argentinos, pese al entusiasmo, piensan que es una metida de pata o si no será barrido por la ignominia. Pero si Galtieri es humillado militarmente el resultado será el mismo, aunque se encuentre pactando con una mejor situación doméstica volátil que la señora Thatcher.”
En esas mismas horas, después de un largo encuentro en la embajada italiana, la Multipartidaria declaró que no sólo apoyaba a las Fuerzas Armadas en cuanto a la recuperación de las Malvinas y asumía solidariamente sus consecuencias, sino que garantizaba que el próximo gobierno constitucional convalidaría la reparación histórica emprendida y asegurando el respeto a la soberanía reconquistada en las islas. En la reunión con el embajador de Italia y miembros de la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres, participaron Bittel (peronismo), Frondizi (desarrollismo), Contín (radicales), Alende (intransigentes) y Dip (demócrata cristiano).
Mientras Haig permanecía en la Argentina, desde Washington llegaron unas declaraciones de su colega el secretario de Defensa. Según Caspar Weinberger la Unión Soviética apoyaba “de manera muy firme” al gobierno argentino.
El relato de la Junta Militar dice a continuación que Costa Méndez, a las 22.45, mantuvo otra reunión con Haig en el Hotel Sheraton en la que hizo entrega de las últimas objeciones argentinas a sus propuestas. Sin embargo, los hechos en realidad sucedieron de otra manera: Nicanor Costa Méndez no fue hasta el hotel. “Llevale la respuesta”, le dijo el canciller al secretario Roberto García Moritán, que fue hasta el Hotel Sheraton. Luego de unos minutos, Haig lo recibió en pijama. Abrió el sobre, lo leyó y de manera extemporánea lo arrojó a la cara del funcionario al tiempo que exclamaba fuck.
Una vez a solas, Haig le escribió un corto mensaje —Flash “S” 6702— a Francis Pym, el canciller británico, en el que detallaba todas las entrevistas que había mantenido. “A las 10.40 pm (hora local) recibimos una muy desalentadora respuesta, y he solicitado discutirla mañana con la Junta y el Presidente”.
Previa conversación con Galtieri, el secretario de Estado se reunió con la Junta Militar en la mañana del sábado 17. El encuentro fue vano para el mediador y se retiró con la sensación de un nuevo fracaso. Durante el encuentro el almirante Jorge Anaya le dijo: “Es tan fuerte el sentimiento por Malvinas que yo tengo un hijo que pidió ir y está en Malvinas… mi hijo está dispuesto a morir por las Malvinas”. Haig contesto: “Permítame asegurarle, almirante, que nadie aprecia realmente el significado de una guerra hasta que ve cómo meten los cadáveres de hombres jóvenes en bolsas para muertos”. Tras la derrota Anaya sería el primero en llamar a Vernon Walters para que facilite la liberación de su hijo que se encontraba preso.
Nuevamente Haig fue invitado a reunirse a las 2 de la tarde del domingo en la Sala de Situación de la Casa Rosada. En la ocasión, tras diez horas de discusiones, Haig vio crudamente que la Junta también carecía de poder, ya que cada decisión debía ser aprobada por cada comandante de Cuerpo y sus equivalentes en la Armada y la Fuerza Aérea. “Si cedo demasiado no estaré más en este puesto” le dijo Galtieri en un momento a solas. “Le pregunté cuánto tiempo pensaba que sobreviviría si perdía una guerra con los británicos.”
A las 2.40 de la madrugada del 19 se logró cristalizar un último borrador, en el que se establecía un cese inmediato de las hostilidades y el retiro de las fuerzas; una presencia argentina en las islas, bajo garantía de los Estados Unidos, y negociaciones destinadas a solucionar el conflicto para el 31 de diciembre de 1982.
Con ese papel en la mano, Haig tomó la decisión de volver a Washington. Cerca de las 16, cuando estaba a punto de abordar, el canciller argentino le dijo que la Junta había vetado uno de los puntos centrales que había negociado en esas horas. Si bien había convenido que se debía llegar a un acuerdo el 31 de diciembre de 1982, el gobierno militar había aceptado que en esa cláusula no se hablaba de la fórmula condicionante del traspaso de la soberanía, el nuevo mensaje establecía que si para esa fecha todavía no se había logrado un acuerdo, el gobierno argentino se reservaba el derecho a designar la jefatura y la administración de las Malvinas. La respuesta dejaba al mediador sin espacio para negociar en Londres. Además, también le anunció que la Argentina denunciaría el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en la OEA; un arma al que Washington pensaba echar mano si se descontrolaba la situación en América Central. A pesar de los modestos resultados, el vespertino La Razón, vinculado con el Ejército, tituló el 19 de abril: “Hay un documento conciliatorio. Estamos cerca de la solución del conflicto. Lo lleva Haig y parece tener buena acogida en Londres: Instalación en Malvinas de una administración argentino- británica hasta fin de año”.
Al finalizar su nueva estadía en Buenos Aires, Haig le envió a Francis Pym un borrador con las cuestiones tratadas con los argentinos, a los que agregó comentarios personales. “Al irme de acá, me negaré a caracterizar el texto, y sólo diré que ha terminado esta etapa de mi esfuerzo, y que regreso a Washington para informar al presidente.”
Ratificando la posición de la Junta Militar, el miércoles 21, Nicanor Costa Méndez le escribió a Haig: “Sabe usted también que el parágrafo 8 del papel elaborado aquí, u otra disposición similar, cualquiera sea su redacción, en el sentido de que la negociación habrá de concluir con un resultado el 31 de diciembre de 1982, es absolutamente indispensable y condición sine qua non. Como tantas veces lo hemos hecho notar, ese resultado debe incluir un reconocimiento de la soberanía argentina sobre las islas. Aunque no sea dicho expresamente con estas mismas palabras, el principio y el concepto deben surgir clara e inequívocamente del acuerdo”.
“Francis, no sé si se les puede sacar más a los argentinos. No está claro quién manda acá. Tanto como 50 personas, incluyendo comandantes de tropas, pueden estar ejerciendo vetos. Ciertamente, no puedo conseguir nada mejor en este momento”, le escribió Haig a su colega británico Francis Pym.
Precisamente, mientras el secretario de Estado permaneció en Buenos Aires, los días 17 y 18 de abril, la cúpula del Ejército, salvo aquellos jefes superiores que se encontraban en el Teatro de Operaciones (Osvaldo García, Mario B. Menéndez y Américo Daher), se reunió para escuchar un cuadro de situación. La exposición principal la realizó el jefe del EMGE, general José Vaquero, y también intervinieron los jefes de Inteligencia (Mario Sotera) y Operaciones (en reemplazo de Menéndez). Se analizó el “marco militar y el futuro desarrollo operacional”.
El domingo 18, la exposición estuvo a cargo del secretario general de la Presidencia, general Iglesias, contándose con la presencia de Galtieri, quien intervino aportando observaciones. En un momento, el comandante en jefe comentó, cuando se analizaba el papel de la Unión Soviética, que “los Estados Unidos se aliaron a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial sin que ello significara que vendiera el alma al diablo”.
Cuatro horas duraron las exposiciones y los intercambios de opiniones. Entre otros conceptos se dijo que había que prepararse “para intervenir en el conflicto, que podía desarrollarse en dos frentes”. Según los expositores, “los chilenos han movilizado la totalidad de la flota que ya se encuentra en el Sur. Además, el ejército de Chile ha desplazado tropas a lo largo de la frontera, lo que de por sí es ‘preocupante’. Sin embargo, a través de ‘canales técnicos’, los chilenos han hecho llegar el mensaje que tales movimientos estaban previstos con mucha anterioridad y no debían constituir una preocupación”. A pesar de ello, se dijo que la inteligencia argentina había detectado la presencia de oficiales del Estado Mayor británico en la ciudad de Punta Arenas.
Ante la posibilidad de tener que actuarse en dos frentes, se analizó como hipótesis de máxima el traslado de siete brigadas al sur.
Con respecto al papel del secretario de Estado, Galtieri contó que en el primer día de su segunda estadía en Buenos Aires lo había hecho conversar con la Junta Militar. Ello fue así para que Haig comprobara que no existen disidencias de opinión entre los tres comandantes. Galtieri dijo que en esa reunión, él prácticamente no habló. Después expresó su sorpresa por la permanencia de Haig en la Argentina, luego de la primera reunión con la Junta que fue “dura”. Según el presidente de facto, Haig se mostraba “sensible” a todas las inquietudes de la primer ministro Margaret Thatcher, hecho que molestaba a las autoridades argentinas.
El tema político fue tocado “superficialmente”. Ante la pregunta de un general, de carácter global, sobre la colaboración de la dirigencia política, Galtieri le cedió la palabra al ministro del Interior [Saint Jean], quien dijo que “los políticos recibirán mucho menos de lo que esperan”.
Fue en esas horas que mantuve una conversación con el Director de Política del Palacio San Martín: “Enrique Ros (subsecretario de Relaciones Exteriores) y otros funcionarios creen que Gran Bretaña no aceptará la propuesta que se llevó Haig. El documento argentino es duro y no creo que se acepte. Existe una fecha fija (31 de diciembre de 1982) y era imposible, por el frente interno, no ponerla. Haig ofreció no ponerla con el compromiso de que él haría ceder posiciones a los ingleses: ‘Yo me comprometo antes de fin de año a conseguir de los ingleses la transferencia de la soberanía’. Se presionó hasta último momento para no convocar al TIAR. Incluso tuve una discusión ayer con Moya (almirante). El TIAR es un revolver de un solo tiro. La presión fue enorme para poner en movimiento el TIAR”.
El martes 20 a la mañana, en el Salón de los Escudos del Ministerio del Interior, la totalidad de la dirigencia política concurrió a escuchar una exposición del general Alfredo Saint Jean. Al finalizar, el viceministro Menéndez expresó la satisfacción del gobierno “por el resultado de la reunión y la solidaridad manifestada por los líderes políticos”. El radical Carlos Contín dijo al salir: “Hemos venido a manifestar al Gobierno que en el aspecto de la soberanía no se debe ceder”.
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