“Esa zanja era un disparate”. Así evaluaba el tucumano Julio A. Roca ese larguísimo foso de dos metros de profundidad y tres de ancho que el ministro de Guerra y Marina Adolfo Alsina había mandado a cavar para frenar los malones indígenas, cuya obra estuvo en manos del ingeniero francés Alfredo Ebelot. El destino quiso que en unos de los viajes que Alsina hizo a Carhué, contrajo una enfermedad que lo mató el 29 de diciembre de 1877. El 4 de enero, el día que el ministro fallecido hubiese cumplido 48 años, el presidente Nicolás Avellaneda le comunicó a Roca que iba a ser el nuevo ministro de guerra. Estaba en el interior y viajó a la capital a pesar de estar atacado de fiebre tifoidea.
Su primera orden fue la suspensión de los trabajos de la zanja, que ya contaba con 370 kilómetros de largo. Dejaría de lado la estrategia defensiva para solucionar, de una vez por todas, el problema de los malones indígenas. Consideraba que la estrategia de Alsina dilataba la solución al problema. Roca se propuso desalojar a los indígenas del territorio al norte de los ríos Negro y Neuquén, adelantar la frontera, y asegurar los pasos de Choele Choel, Chichinal y Confluencia.
Entre los principales caciques a derrotar -muchos de ellos hacía rato que estaban en franca retirada- estaban los ranqueles Manuel Baigorrita, Ramón Cabral y Epumer Rosas; los araucanos Marcelo Nahuel y Tracaleu; los tehuelches Sayhueque y Juan Selpú y el célebre Namuncurá, el de la dinastía de los piedra, que terminaría rindiéndose en 1884. “Si ellos son de piedra, yo soy Roca”, advirtió el ministro.
Desde aquel lejano mayo de 1770 cuando el gobernador Francisco Bucarelli mandó a parlamentar con una docena de caciques pehuelches, fue arduo el camino transitado en la difícil convivencia con los pueblos indígenas. El refuerzo de las precarias fortificaciones y los planes de expandir la frontera con el indio que planeó la Primera Junta, quedaron en la nada. Por años, el río Salado fue la frontera natural. En 1833 Juan Manuel de Rosas planeó su propia conquista: se propuso correr al indígena hacia la cordillera. Al finalizar había recuperado un buen número de cautivos y de tierras y estableció relaciones amistosas con varios caciques, entre ellos Calfucurá.
En agosto de 1878 el gobierno envió un proyecto al Congreso en el que solicitaba 1.600.000 pesos fuertes para hacer cumplir la ley N° 215, de 1865, que establecía una frontera sobre la margen norte de los ríos Negro y Neuquén. Y el 11 de octubre de 1878 se promulgó la ley 954 de creación de la gobernación de la Patagonia. Las autoridades tendrían asiento en Mercedes de Patagones, hoy Viedma.
Roca movilizó al ejército, cuyos soldados iban armados con los modernos fusiles Remington que podían realizar seis disparos por minuto. Enfrente los indígenas iban a la pelea muñidos de una lanza tacuara, de unos cuatro metros de largo, que en su punta tenía asida una tijera de esquilar. También llevaban dos o tres boleadoras y cuchillo. Cabalgaban, en medio de una gritería infernal, como “demonios en las tinieblas”.
Roca pretendió formar una fuerza numerosa pero dividida en pequeños cuerpos que se moviera rápido. “El mayor fuerte para guerrear contra los indios y reducirlos de una vez, es un regimiento o una fracción de tropas de las dos armas, bien montadas, que anden constantemente recorriendo las guaridas de los indios y apareciéndoseles por donde menos lo piensen”.
En total serían 23 expediciones, cada una de ellas de 300 hombres. En tiempo récord, se logró movilizar a 6 mil soldados, 800 indios amigos, y se reunió 7 mil caballos y ganado vacuno para alimentación. En el medio de la campaña cuando se terminaron las vacas, lo que se consumió fue carne de yegua. No solo iban soldados, sino también un grupo de curas para evangelizar a los indígenas; incorporó a científicos extranjeros que estaban en el país desde la época de Sarmiento y cubrió la expedición el retratista Antonio Pozzo, que dejó un valioso testimonio fotográfico.
Entre los caciques que cedieron guerreros para el ejército se cuentan al borogano Coliqueo, al pampa Catriel y a los tehuelches Juan Sacamata y Manuel Quilchamal.
La expedición tuvo cinco divisiones operativas: la 1ª con Roca y su jefe de estado mayor coronel Conrado Villegas; la 2ª, a órdenes del coronel Nicolás Levalle; la 3ª, con el coronel Eduardo Racedo al frente; la 4ª bajo la dirección del teniente coronel Napoleón Uriburu y la 5ª con el coronel Hilario Lagos. De esta última se desprendieron dos columnas, una con Lagos y otra con el teniente coronel Enrique Godoy. Cada una debía llegar a un punto preciso.
Así como lo había hecho Rosas, en esta operación también se dispuso de columnas que salieron de distintos puntos. La del salteño Napoleón Uriburu salió desde San Rafael, Mendoza, al frente de la 4ª División y debía dirigirse a Neuquén. Fue la que se llevó la peor parte, porque además de las bajas temperaturas y el extenso territorio que debió cubrir, luchó contra indígenas armados con Remington provistos por chilenos a cambio de ganado. En el camino fundaron un fortín que dio origen a la ciudad de Chos Malal.
La que comandaba Roca partió de Carhué hacia la isla de Choele Choel. Racedo, futuro gobernador de Entre Ríos, partió de Villa Mercedes, en San Luis. Hacía dos años que luchaba contra los ranqueles y eliminó toda resistencia en esa zona. Cayó de sorpresa sobre los toldos de Epumer Rosas y tomó centenares de prisioneros. Levalle salió de Carhué hacia las tolderías de Namuncurá, que debieron correrse unos cien kilómetros más al oeste. Lagos, desde Trenque Lauquen debía dirigirse a Toay. También salió del mismo lugar Villegas con 300 hombres y con varios baqueanos, en busca de Pincén, a quien capturó en Malal, con otros 33 indios, aparte del rescate de cautivos y de hacienda.
De la campaña participó Rudecindo, el hermano menor de Roca. Se dedicó a transitar los territorios bañados por los ríos Atuel y Chapaleufú. A fines de 1878 hizo fusilar a unos 50 ranqueles enviados por los caciques Baigorrita, Namuncurá y Rosas que buscaban parlamentar, quienes habían ido confiados por un tratado de paz que habían firmado meses atrás. Finalizada la campaña, fue ascendido a coronel graduado.
El 25 en Choele Choel
La meta que Roca se impuso y que mantuvo en secreto era que el 25 de mayo de 1879 debía celebrarlo en Choele Choel. En Buenos Aires tomó el tren a Azul y de ahí se dirigió a Carhué, de donde partió el 29 de abril. Se transportaba en una berlina, donde le era más cómodo para trabajar con los mapas, documentos y libros. Cuando el 14 de mayo cruzó el río Colorado, homenajeó a su antecesor y bautizó el lugar como Paso Alsina, en el actual partido de Patagones.
Tal como lo había planeado, el 24 de mayo de 1879 llegó a Choele Choel. A las 6 de la mañana del 25, se tocó diana, se izó la bandera, hubo banda militar y misa. Estuvieron en el lugar una semana.
Estaba acompañado por Ignacio Hamilton Fotheringham, un inglés que había sido dado de baja de la marina de su país, veterano en todas las batallas de la guerra del Paraguay y que fuera amigo personal de Dominguito Sarmiento. En la confluencia de los ríos Limay y Neuquén, hubo una bienvenida con clarines y tambores del Regimiento 6 de Infantería de Línea. En un telegrama al presidente Avellaneda, el jefe militar destacó que “en ninguna parte se siente uno tan cerca de Dios como en el desierto”.
Contemplando la fuerte corriente del río, Roca ofreció un premio a quien cruzase a la otra orilla. Los que lograron atravesar las turbulentas y por demás heladas aguas fueron Fotheringham y el mayor Fábregas. El premio se lo llevó el inglés por ser de mayor graduación. Ese lugar es hoy conocido como Paso Fotheringham.
Al no encontrar indígenas, cuatro días después estaban de regreso en Choele Choel. En el vapor “Triunfo” se dirigió a Carmen de Patagones donde fue recibido por los vecinos como un héroe. Y en la cañonera “Paraná” arribó el 8 de julio por la mañana al puerto de Buenos Aires. Era la primera vez que navegaba. Dejó el mando de las tropas a Conrado Villegas.
Trágico fin
La campaña dejó un saldo de por lo menos 14 mil indígenas muertos, producto de combates en campo abierto o en ataques sorpresivos a tolderías. Hombres y mujeres fueron separados para evitar la descendencia. Miles de mujeres y niños fueron condenados a una vida de semi esclavitud como servicio doméstico con familias porteñas. Los chicos también eran apartados para siempre de sus madres, en medio de escenas desgarradoras, y su destino era decidido por la Sociedad de Beneficencia.
Los guerreros prisioneros fueron empleados como mano de obra barata en estancias, en trabajos agrícolas en el oeste, en yerbatales y en algodonales en el noreste, en obrajes madereros o en ingenios azucareros en el norte. Otros fueron enrolados en las filas del ejército y la marina. Los que el gobierno consideraba más peligrosos, fueron confinados a la isla Martín García donde rompían piedras para el empedrado de la ciudad de Buenos Aires. Muchos murieron por la mala alimentación y las enfermedades.
Los caciques sobrevivientes no tuvieron más remedio que someterse y pudieron vivir tranquilos en parcelas asignadas por el gobierno.
Se recuperaron centenares de cautivos y el Estado tomó posesión de 500 mil kilómetros cuadrados de territorio, mucho del cual fue repartido entre políticos, hacendados y militares.
Las operaciones continuarían algunos años más. Los caciques Namuncurá y Baigorrita, aunque debilitados, aún no habían sido sometidos. Los malones, que se habían convertido en una pesadilla durante los gobiernos de Mitre y Sarmiento, terminaron. Pero a esa altura Roca, a sus 35 años, preparaba su siguiente empresa: la de ser presidente.
SEGUIR LEYENDO: