“Voy a contar hasta diez. Despedite, Jacobito. Se te terminó. ¿No querés decir tus oraciones?”, le dice a Jacobo Timerman una voz y él supone que esa voz corresponde a la al hombre que le ha apoyado el caño de un revolver en la cabeza. No puede verlo, tiene los ojos vendados. Después oye risas.
En lugar de responder, Jacobo Timerman se ríe también, estalla en carcajadas. Está desesperado.
Es la madrugada del 15 de abril de 1977. Hace un rato –no puede calcularlo– unos veinte hombres de civil, armados, entraron en su departamento, lo esposaron por la espalda y le cubrieron la cabeza. con una manta. Le dijeron que eran del Primer Cuerpo de Ejército. Le pidieron las llaves del auto y lo bajaron al estacionamiento del edificio. Le sacaron la manta un instante para que dijera cuál era su auto. Lo subieron atrás, lo tiraron en el piso y lo volvieron a cubrir con la manta. Le pusieron los pies encima. Sintió también la culata de un fusil sobre su espalda.
Lo llevaron a algún lugar y lo tiraron al suelo. Ahí le sacaron la manta y le pusieron la venda. Y el revólver en la cabeza también.
Pasan horas, o quizás minutos, hasta que lo levantan y lo llevan –el trayecto es largo– a otro lugar. Allí le sacan la venda y descubre que está en un despacho donde las luces están muy bajas. Un hombre uniformado, sentado detrás de un escritorio, ordena que le quiten las esposas y le den un vaso de agua.
Lo mira y, pese a las luces bajas, lo reconoce: es el coronel Ramón Camps, jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
—Timerman -le dice Camps- de lo que usted conteste a mis preguntas depende su vida.
—¿Sin juicio previo, coronel?
—Su vida depende de lo que conteste.
—¿Quién ordenó mi arresto?
—Usted es un prisionero del Primer Cuerpo de Ejército en operaciones.
Hombre bien informado, de relaciones fluidas con el poder –lo que incluye a muchos de los altos jerarcas de la dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla-, el periodista está también desconcertado: no sabe por qué lo detuvieron o, mejor dicho, lo secuestraron. No sabe muchas cosas esa madrugada, Jacobo Timerman.
Un periodista notable
Cuando lo secuestraron, hace hoy 45 años, Jacobo Timerman era director y propietario del diario La Opinión, un medio que en sus casi seis años de existencia se había ganado un lugar preponderante en el periodismo argentino.
Timerman estaba acostumbrado a lograr éxitos periodísticos. Dos de sus creaciones, las revistas Primera Plana y Confirmado habían marcado una época. No solo por sus redacciones integradas por muchos de los mejores periodistas argentinos y por la calidad de su información. También habían sido, desde el periodismo, factores de poder.
La Opinión, cuyo primer número salió a la calle el 4 de mayo de 1971, era su mayor logro. Con un formato parecido al de Le Monde, el propio Timerman lo definió al pensarlo como un diario económicamente de derecha, políticamente de centro y culturalmente de izquierda. En ocasiones lo era; en otras no.
Desde la dirección del diario, Timerman había mantenido muy buenas relaciones con la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse pero también leyó con inteligencia la apertura democrática y el retorno de Juan Domingo Perón.
La Opinión era una fuente calificada de información política, no sólo por los análisis de sus periodistas sino también por desnudar entretelones que no estaban a la vista. Por ejemplo, en octubre de 1973 había revelado en su portada el contenido del “documento reservado” elaborado por Perón después de la muerte de José Ignacio Rucci donde ordenaba “depurar” el movimiento peronista de “infiltrados”. Se transformó en un diario abiertamente opositor al gobierno de María Estela Martínez de Perón y, en especial, en la denuncia de las maniobras de José López Rega y el accionar de la organización parapolicial de su creación, la Triple A.
Después del golpe de 1976, en el contexto de la censura impuesta, no se mostraba como un medio opositor a la dictadura –lo cual era prácticamente imposible para un diario de circulación pública– aunque en ocasiones, y con mucha cautela, informaba un poco más sobre lo que ocurría en las catacumbas.
Esas catacumbas donde Jacobo Timerman fue arrojado esa madrugada del 17 de abril de 1977.
Los otros secuestros
Por esos días también fueron secuestrados Enrique Jara, jefe de redacción del diario, y varios integrantes de lo que se conocía como el Grupo Graiver –hasta hacía unos meses propietario de las acciones de Papel Prensa-, entre los que se contaban Lidia Papaleo de Graiver (la viuda de David Graiver), Osvaldo Papaleo y Rafael Iannover.
Todos fueron llevados al Centro Clandestino de Detención y Tortura Puesto Vasco, en el sur del Gran Buenos Aires, una de las catacumbas del “Circuito Camps”. La dictadura los relacionaba –y lo decía– con los 40 millones de dólares que los Montoneros habían obtenido del secuestro de Jorge y Juan Born, parte del cual sospechaban que había sido administrado por el difunto David Graiver, muerto en un extraño accidente de aviación.
Allí los mantuvieron desaparecidos, los interrogaron, los torturaron y los sometieron a “careos” entre ellos a pura presión de picana.
La fijación de Camps
“Luego de detenerme en mi domicilio de la Capital Federal, me llevaron a la jefatura de la Policía de la Provincia de Buenos Aires donde me interrogaron Camps y (su segundo, el comisario Miguel) Etchecolatz; de allí me trasladaron a Campo de Mayo, donde me hicieron firmar una declaración. Luego me depositaron en Puesto Vasco, donde fui torturado”, declaró años después Timerman al relatar su calvario.
Bajo las órdenes directas del jefe del primer cuerpo de Ejército, Carlos Guillermo Suárez Mason (a) Pajarito, Ramón Camps fue el dueño de la vida y de la muerte en un vasto territorio de la Provincia de buenos Aires, donde montó una red de centros clandestinos de detención, entre los que se contaba Puesto Vasco.
Camps decidió ocuparse personalmente de ese grupo de detenidos y en especial de Jacobo Timerman, por quien manifestaba un particular odio. Lo consideraba un “agente del sionismo internacional”, lo cual resultaba intolerable para su antisemitismo.
“Desde el primer interrogatorio estimó que había encontrado lo que hacía tanto tiempo buscaba: uno de los sabios de Sion, eje central de la conspiración judía en la Argentina”, cuenta Timerman en su libro Preso sin nombre, celda sin número.
Y relata un interrogatorio:
—¿Es usted judío? - pregunta Camps.
—Sí - responde Timerman.
—¿Es usted sionista?
—Sí.
—¿La Opinión es sionista?
—La Opinión apoya al sionismo porque considera que es el movimiento de liberación del pueblo judío. Considera al sionismo como un movimiento de altos valores positivos, cuyo estudio permite comprender muchos problemas de la construcción de la unidad nacional en la Argentina.
—¿Viaja a menudo a Israel?
—Si.
Camps también escribiría un libro, si así se lo puede llamar. Lo tituló: Caso Timerman. Punto final. Su contenido es la desgrabación de los interrogatorios bajo tortura.
La tortura en primera persona
En Puesto Vasco, el director de La Opinión fue torturado durante semanas, sin darle casi descanso. El relato de sus sufrimientos como detenido-desaparecido es desgarrador, pero a la vez de una lucidez que impresiona:
“En los largos meses de encierro pensé muchas veces cómo podría transmitir el dolor que siente el hombre torturado. Y siempre concluía que era imposible. Es un dolor que no tiene puntos de referencia ni símbolos reveladores, ni claves que puedan servir de indicadores. El ser humano es llevado tan rápidamente de un mundo a otro que no tiene forma de encontrar algún resto de energía para enfrentar esa violencia desatada (…) La cantidad de electricidad se gradúa para que sólo duela, queme o destruya. Es imposible gritar, hay que aullar. Cuando comienza el largo aullido del ser humano, alguien de manos suaves controla el corazón, alguien mete la mano en la boca y tira de la lengua para afuera para evitar que se ahogue… Breve paréntesis. Y todo recomienza”, contó.
Un juicio fallido
Después de esa temporada en el infierno de Puesto Vasco, Timerman fue blanqueado y trasladado al Departamento Central de Policía y más tarde a la cárcel de Magdalena.
Ese no era el plan original. Cuando fue secuestrado ya había sido condenado a muerte por la dictadura. No pensaban permitirle salir vivo de las mazmorras, pero de pronto cambiaron de planes, con la idea de utilizarlo para sus fines.
Años después, en su declaración ante la CONADEP, Jacobo Timerman recordaría: “Me confesé judío, sionista y socialista, y eso me salvó la vida. Camps pensó que tenía en sus manos un proceso espectacular que demostraría la conjura judeomarxista contra Argentina”, dijo.
La idea era someterlo a juicio público donde repitiera esa confesión para denunciar una conspiración judía internacional, uno de cuyos blancos era la Argentina.
La liberación
No pudieron hacerlo, sino que por el contrario debieron liberarlo debido al impacto internacional que había tenido su secuestro. Fue noticia en los diarios de todo el mundo.
La presión del gobierno de los Estados Unidos -que incluyó una explícita mención del caso por parte del presidente Jimmy Carter durante una visita de Videla a Washington- obligó a la junta militar a ponerlo bajo arresto domiciliario en 1980.
Esa decisión provocó fuertes enfrentamientos hacia el interior del ejército, donde un grupo encabezado por el general Luciano Benjamín Menéndez (a) “Cachorro” se opuso de manera rotunda.
Finalmente se llegó a una solución de compromiso entre las dos facciones: resolvieron expropiar La Opinión, quitarle la ciudadanía y expulsarlo del país.
Viajó a Israel como “apátrida” y desde el exterior se convirtió en una de las voces más potentes en la denuncia de las atrocidades de la dictadura argentina.
Volvió a la Argentina en 1984 y recibió el diario La Razón como compensación del robo de La Opinión.
Jacobo Timerman murió en Buenos Aires, la ciudad donde lo secuestraron y de donde lo expulsaron, el 11 de noviembre de 1999. Tenía 76 años.
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