Desde el estreno de su primera temporada en 2009, RuPaul’s Drag Race ha pasado de ser un programa de nicho a uno de los productos televisivos más exitosos de la última década. Con 14 temporadas e incontables spin-offs y franquicias alrededor del mundo, esta competencia de drag queens ha trasladado el arte del drag de los márgenes al epicentro del mainstream.
Su reciente éxito en una decena de países, entre los que están España, Tailandia, Reino Unido, Canadá y Australia, abrió entre el público local el debate sobre la posibilidad del desembarco de Drag Race en Latinoamérica. ¿Hace falta importar una fórmula? ¿Necesita todo arte llegar a la masividad?
“Si yo participara de algo así, ¿cómo lo haría?”, se pregunta Mabel desde su colorido sillón en El Castillo, como llama a la casa antigua y elegante que comparte con amigas en la ciudad de Buenos Aires. Mabel es artista, DJ, performer, “y ni idea qué más”, bromea, pero no se considera una drag queen.
“Hoy no veo el drag como mi práctica principal, sino como una herramienta para desarrollar ideas y concretar proyectos que pueden ir hacia un lugar nuevo e increíble. Pero cuando me pregunto si el arte que hago o el que hacen mis amigas podría encajar en una plataforma como la que ofrece RuPaul, siempre llego a la misma conclusión: aunque siento que podrían suceder cosas hermosas, mi objetivo no es entrar en ese vagón. Mi búsqueda como artista es otra”, dice.
De todos modos, aunque su arte apunte para otro lado, Mabel está al día con el reality. Todos los viernes a la noche va con sus amigas a ver el nuevo capítulo de Drag Race al Puticlú, un sótano en el centro porteño en el que, como en muchísimos bares queer alrededor del mundo, lo transmiten en vivo. “De alguna manera sirve si nos genera una posibilidad de encuentro: poder verlo, charlarlo y después bailar. ¡Es hermoso! Podemos criticarlo todas juntas si queremos. Termina el capítulo y decimos ‘qué lindo esto’ o ‘¡RuPaul está cada día más facha!’, y al menos podemos llegar entre todas a las mismas conclusiones, pensar en cómo podría existir algo de esa magnitud acá o si es relevante incluso”.
Si bien Mabel destaca como algo positivo esa posibilidad de encuentro que genera Drag Race, así como los trabajos que una edición latinoamericana de la franquicia podría generar en la región, insiste en la necesidad de ver, comentar y fomentar todas las producciones locales que fueron surgiendo en los últimos años, entre las cuales recomienda: La Más Draga, de México, que está por estrenar su quinta temporada, la primera internacional; en Chile, The Switch en la tele y Amigas y Rivales en YouTube; y también Diva’s Drag Race en el noroeste argentino, entre otras. Algunas son grandes producciones de televisión, otras una cámara que apunta desde arriba el escenario de un boliche. Todas divertidísimas, pero todas competencias.
Galaxia y Mar, una pareja de artistas no binarixs a la que cualquier etiqueta le queda chica, son la prueba de que la competencia no es el único motor para estas disciplinas. Ellas son las “Superestrellas del Arte”. Se las puede encontrar en muestras, galerías y museos, rodeadas de arte y encarnando ellas mismas su propia obra. Galaxia, argentina, y Mar, venezolana, son pareja hace más de una década, se casaron este año y hace tiempo ya que producen juntas un arte de ensueño que comulga la performance con la confección y el diseño.
Aunque no se definen como drag queens, ambas sostienen que lo drag tiene mucho que ver con su cotidianeidad dada la cantidad de puntos en común con esa disciplina. Pero aunque su arte, multidisciplinario y colaborativo, podría entrar en esa categoría, la excede por completo. “Lo definimos como Arte visual. Para nosotres es un juego de libertad y creación con colores, formas y texturas. Incluso maquillarnos y salir es una obra fugaz, efímera”, afirman Galaxia y Mar.
Ajenas al instinto competitivo como combustible y con una acentuada impronta ecológica, esta pareja de artistas no cree en la necesidad, en el sentido estricto de la palabra, de una edición latinoamericana de RuPaul’s Drag Race. “Aunque sin duda sería beneficioso para les artistes drag que participaren. Pero el verdadero cambio positivo que pudiera haber vendría de instalar en el inconsciente colectivo esa disciplina como un gran laburo: dedicado, completo, amplio y divertido. Sí, la competencia es la clave del capitalismo para avanzar, pero es agotador. A nosotres lo que más nos fortalece es cooperar, conversar, soñar, divertirnos y que la alegría complete la creación”, sostienen.
Hay distintas formas de hacer drag o de aproximarse a este arte, tantas como gente que lo practica, y aunque una fórmula exitosa como la de RuPaul pudiera traer consigo algunos beneficios, son varias las artistas que buscan vivir de eso que toman la idea con pinzas y, así como con sus ropas, la desmenuzan y rearman a su gusto. Para Mabel, no todo tiene que ser una competencia.
“Mi única experiencia así fue hace algunos años con Ópera Periférica, en la que varias artistas drag competimos junto a cantantes líricas. Tuvo cosas hermosas, pero eran dos fechas con dos o tres looks cada una. ¿Cuánto se le puede poner de sí a algo por lo que no sabés si te van a pagar? Llegué a la semifinal pero me ganó Nube, una de las dragas que había ido con una perfo alucinante que se hizo ella misma”, dice Mabel.
Hoy mismo, ella y Nube se volverán a encontrar en una continuación de ese proyecto llamada “Furia Barroca: neo-barrosas 2022″. ¿La innovación? No habrá una competencia, será solo un show. La lección: no siempre hace falta declarar una ganadora o coronar una reina.
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